“Nos llevamos muy bien [con el ministro Daniel Filmus y la presidenta del Conicet, Ana Franchi]. Funcionamos como una tríada. El Ministerio articula las estrategias de 17 organismos científicos de siete ministerios. El Conicet tiene a su cargo la política de recursos humanos, evalúa la tarea de los investigadores y adjudica becas en sus 300 sedes de todo el país. Y la Agencia de Innovación Científica y Tecnológica (Agencia I+D+I) financia proyectos de investigación e innovación a los que se accede en forma competitiva”.
Así, a grandes rasgos, describe Fernando Peirano, presidente de la Agencia, la estructura del sistema científico local. Economista graduado en la Universidad de Buenos Aires, y especializado en innovación y desarrollo, profesor de la misma universidad e investigador en el Departamento de Economía y Administración de la Universidad Nacional de Quilmes, tiene a su cargo la compleja tarea de administrar y distribuir una cartera de fondos que siempre son más escasos de lo que desearían los científicos. Este año ascendió a 20 mil millones de pesos. Conversó con El Destape sobre su balance de los últimos doce meses.
–Se viene insistiendo sobre la necesidad de acercamiento entre el sistema científico y el productivo. ¿Observa avances?
–Hay un cambio de tendencia. Antes, las fricciones entre universidad y empresa, o ciencia y empresa derivaban, entre otras cosas, de la presunción de que éstas iban a hacer prevalecer sus intereses. Lo importante es ir hacia la producción en busca del saber tecnológico, sin resignar la agenda. Muchas compañías argentinas están en la vanguardia (lo que hacen Mercado Libre, Globant, las fintech, es maravilloso). Los desafíos que plantean a veces son inimaginables para los investigadores. Eso nos está presentando problemas para retener recursos humanos, más allá de lo que significa la diferencia de salarios. Es muy difícil competir. Lo que tenemos que lograr, que no es nada fácil, es que esas compañías vengan a buscar a las universidades, al Conicet, como instituciones y no a las personas individuales. Y ahí hay culpa repartida, porque en general desde el Estado se tarda tanto en hacer un convenio, en organizar una reunión… Y esas compañías avanzan con una velocidad enorme.
A veces hasta nos cuesta otorgar los subsidios. Por ejemplo, en biotecnología llegaron a decirme: "El subsidio es una mala señal. Prefiero la inversión en capital (venture capital). Porque una cosa es que alguien comprometa su dinero en mi idea y otra, que me lo regalen”. Por eso, estamos empezando a trabajar para promover la creación de buenas aceleradoras, incubadoras, y que las que ya existen y están funcionando bien crezcan más rápido.
–¿Eso se puede promover desde la Agencia?
–Contamos con un nuevo programa del Banco Mundial por 40 millones de dólares. Vamos a elegir entre cinco y diez incubadoras. Las vamos a evaluar en sus planes de company building, cómo acompañan una idea, y si invierten, vamos a invertir con ellas. Les agregaremos un plus para que lo que decidan hacer crezca más rápido.
–Una de las quejas más insistentes que se escucha en el sistema científico es su enorme burocracia. ¿Cómo podría resolverse?
–Tenemos que escaparle al discurso romántico de que la ciencia es buena y, si es buena, necesariamente dará frutos. Necesitamos una administración ágil, que los procesos se completen a tiempo. Nosotros estamos invirtiendo en cuatro años un millón de dólares en software. Todavía no luce porque involucra un cambio organizacional, rediseño de procesos, hardware. Por ejemplo, eliminamos el primer “informe técnico de avance” (ITA1) de los Proyectos de Investigación Científica y Tecnológica (PICT, uno de los instrumentos de financiación) porque era muy al comienzo y casi no se usaba. El PICT lo pasamos de tres a cuatro años para que no haya que presentar informes tan seguido y eso nos permite tener más liberada la capacidad de trabajo para evaluar. Ahora va a haber un nuevo software que detectará automáticamente inconsistencias en el formulario y reducirá los procesos de reconsideración. Por otro lado, cada PICT tenía su presupuesto único y decidimos estandarizarlos, porque estamos dando actualizaciones con el mejor presupuesto vigente y, con la inflación, rehacerlos para los 6000 proyectos que están en marcha requiere un batallón de gente.
El segmento de los jóvenes lo dividimos en dos grupos, para que la competencia sea lo más homogénea posible. Y como novedad, armamos un grupo de trayectorias consolidadas: si un investigador ya obtuvo un PICT seis veces de manera competitiva, lo seguimos evaluando, pero distinto. Con ocho puntos o más, tiene tu PICT asegurado. Esto se traduce en que dejamos el segmento bien competitivo sin los grandes nombres que siempre los obtenían y les quitaban la posibilidad a los que están creciendo.
Otro detalle importante es que todos los febreros estamos dando 1500 PICT. Esa regularidad administrativa aburrida, de hacer todos los años lo mismo, ayuda a que no se sumen una cantidad de propuestas por las dudas, algo que se hace muy arduo evaluar.
–¿Cuántos se otorgan y cuántos quedan afuera?
–En el nivel inicial, el 60% de los proyectos se financia; en jóvenes, el 55%; en los que son para equipos de trabajo, mitad y mitad. Y en el último segmento no utilizamos el porcentaje como proxy [indicador] de la excelencia. A los que estén en su tercer año, a iguales condiciones con otro, se lo otorgamos, porque si no se desarman los grupos. Y a futuro me encantaría poder ofrecer una renovación del PICT por otros cuatro años introduciendo una evaluación ex post. Estamos acostumbrados a evaluar arduamente antes, cuando otorgamos una beca o un subsidio, pero la evaluación posterior es débil en el país. Sería bueno poder incorporar la información de lo que se prometió hacer y lo que se logró, y con eso obtener una renovación.
–¿Cuáles son las principales líneas de investigación que considera que hay que financiar?
–Cinco temas. Salud: tenemos gran tradición, industria, políticas públicas. Proteínas vegetales y animales que puedan convertirse en alimentos funcionales, vinculadas con la ley de etiquetado frontal, como hicimos, para incentivar la sustitución de ingredientes y procesos. Producción sostenible. Y las dos transiciones: digital y energética. La Argentina no va a ser protagonista de ninguna de ellas, pero no nos podemos resignar a ser solo usuarios de las nuevas tecnologías. Es una carrera que hay que saber en qué carril la vamos a correr. Entre ser solo usuarios y ser protagonistas, hay un espacio. Tenemos gente con el conocimiento y debería poder aplicarlo a la industria.
–¿Qué destacaría de su gestión?
–Intenté hacer muchos cambios incrementales, ninguno de concepto. Desde luego, me planteé financiar la ciencia básica. Hoy, de 9000 proyectos, 6000 son de investigación básica. Pero también me propuse avanzar hacia el territorio tecnológico. Acabamos de otorgarle al programa de Juliana [Cassataro, la vacuna Arvac, contra Covid] 1.100.000.000 pesos, que es algo inédito. Es más fácil darles a todos un poquito, pero me parece que el sistema tiene que ponerse prioridades. Hay que tener un sentido de la oportunidad: Juliana va más de un año por adelante de los otros desarrollos de vacunas, que la mayoría están en una fase muy preliminar o eligieron un modelo diferente; por ejemplo, con inversores extranjeros.
–Una debilidad que arrastra el sistema científico local es el patentamiento. ¿Mejoró?
–En general, sí. En estos últimos años se duplicó el registro de patentes, de 500 a 1000 por año. Igual es bajísimo, pero indica un cambio de tendencia. Hicimos un convenio con el Instituto Nacional de la Propiedad Industrial (INPI) para que todos los proyectos de la Agencia tengan un tratamiento de fast track (vía rápida), que permitirá tener consolidada una solicitud en menos de 60 días. Eso ya otorga protección. Además, nos dan un servicio de búsqueda de patentes sobre el tema en el que se está trabajando, con la correspondiente información técnica, lo que ofrece pistas. Creo que, en breve, tendremos que plantearnos si queremos estar en el Tratado de Cooperación de Patentes [PCT, que permite proteger una invención en más de 150 países con una sola solicitud, pero quienes se oponen aducen que favorecerá en mayor medida a los grandes monopolios internacionales] o no. La Argentina no está fuera del mundo de la propiedad intelectual, tenemos una ley muy parecida a las de la mayoría de los países occidentales. Quizás en los próximos años veremos un debate más abierto.
–Otra de las materias pendientes es la federalización. El ministro Filmus suele repetir que el 85% de los científicos están radicados en Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe. ¿Cómo se puede contribuir a modificar ese mapa?
–Hoy tenemos convenios con 17 provincias para ayudarlas a hacer sus propias agendas de promoción de la innovación. Ocho de ellas fundaron su Agencia Provincial de Innovación y les estamos dando fondos. Si ponen 100 y son provincias chicas, les damos 300 más, o sea, 3 a 1, si es una provincia grande, le damos 1 a 1. Eso nos permite ser más capilares, porque la competencia nacional las dejaba afuera. Ahora, compiten a nivel provincial. Las asimetrías son un problema muy estructural, si uno no les da chance de participar a las provincias nunca se va a resolver.
–¿Desafíos para el futuro próximo?
–Uno de los techos que tenemos en el sistema científico es la falta de diversidad de funciones y oficios; faltan buenas áreas de legales, de comercio exterior... En la próxima década el desafío tiene que estar ahí, porque hay que usar bien los recursos de la Ley de Financiamiento. No puede ser que multipliquemos por tres o por cuatro el Conicet tal como lo conocemos. Tenemos que hacer un Conicet diferente. Necesitamos ocho o nueve INVAP en otros temas para tener 5000, 7000 personas trabajando con agendas estratégicas.
También tenemos que mejorar el pasaje de los resultados de la investigación a los organismos regulatorios. A las puertas de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat), del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa), de la Comisión Nacional de Tecnología Agropecuaria (Conabia) tenemos un cementerio de ideas… Hay que fortalecer estos organismos para que tengan más diálogo con la ciencia y mejorar el soporte de los investigadores para patentar, para poder llevar productos al standard exigido. Falta una red de especialistas, de centros tecnológicos… Eso es lo que queremos financiar. Es necesario contar con asesoramiento sobre normas regulatorias, pero también abrir un diálogo sobre temas innovadores en los que hay que redefinir qué es seguro o qué es eficaz. No se trata de ir a ver cómo lo hace la FDA, hay que intercambiar con los científicos, analizar cuáles son las pruebas que es necesario diseñar… Porque cuando se trabaja en algo original también se requieren nuevos instrumentos.
Este péndulo al que nos somete la política argentina, la grieta, hace que algunos griten que la ciencia argentina es una porquería y la denigre, la ataquen presupuestariamente, pero también en lo simbólico. Y del otro lado, nos obligan a otros a decir que estamos orgullosos de nuestros científicos. Pero si romantizamos lo que se hace en ciencia, nos perdemos el aprendizaje y la sintonía fina que hay que aplicar para introducir los cambios que se necesitan.
–¿Qué balance hace de lo realizado?
–Estoy bastante conforme, porque ejecutamos el ciento por ciento de los recursos que administramos, 20 mil millones de pesos. Este año, de cada dos pesos que transfirió la agencia a un proyecto, la mitad son adicionales, refuerzos que fuimos logrando. El Congreso nos anuló la posibilidad de tener un presupuesto, pero pese a eso pudimos reunir los fondos que necesitamos.
El total de la función de ciencia y tecnología de la Agencia, es el 4% del presupuesto total. El 96% de los fondos son de asignación más inercial que competitiva. Si vamos a aumentar el presupuesto de ciencia, tenemos que decidir cuál es el camino que vamos a seguir: lo inercial o lo competitivo.
El Conicet fue una cosa magnífica, pero evidentemente se tiene que modernizar. No se pueden discutir sólo cuestiones cuantitativas, de tamaño. Hay que dar también una discusión cualitativa, cambiar cosas, y el debate es muy pobre.
Hemos construido un sistema puramente de científicos a los que obligamos a hacer trámites aduaneros, legales... La Agencia firma contratos con 100 instituciones que les dan contenido a los 9000 proyectos. Allí están los 30.000 investigadores que, de una manera u otra, reciben apoyo. En marzo, vamos a hacer una reunión y les preguntaremos a estas 100 instituciones qué grado de compromiso van a tener. Porque ésta es una agencia de promoción y financiamiento de inversiones, pero las instituciones tienen que poner algo: personal, espacio, consumibles... No puede ser que compremos un equipo de un millón de dólares y a los tres meses no esté en uso porque faltan insumos. Tal vez no sea el año para contestarlas, pero queremos instalar algunas preguntas que incomodan un poco y ver cómo seguimos.
La agencia cumplió 25 años. Quiero que en la próxima década tengamos el doble de proyectos, 18.000, pero sin duplicar la dotación (que es muy pequeña, 260 personas). Me gustaría que la mayoría de las cosas las haga el software, y que la gente se dedique a agregar detalle, valores, articulación. Carecemos de un mapa en tiempo real de lo que hacemos en la Argentina porque nos falta información estadística. Y eso es imprescindible para empezar a discutir mejoras.