Por un lado, el fútbol. Los dos grandes de Rosario agravaron de tal modo su crisis que se quedaron sin técnico ambos en el fin de semana. Rosario Central, derrotado en casa por San Lorenzo, despidió a Matías Lequi después de tres meses (16 partidos, 4 triunfos, 5 empates y 7 derrotas, 17 de 48 puntos, efectividad del 35,42 por ciento). A Lequi ni siquiera le sirvió haber ganado el clásico.
Y Newell’s Old Boys despidió a Ricardo Lunari después de apenas 49 días (8 partidos, 2 triunfos, 2 empates y 4 derrotas, 8 de 24 puntos, efectividad del 33,33 por ciento). Lunari había ilusionado logrando siete puntos en sus primeros tres partidos. Y, a diferencia de la gestión anterior de Sebastián Méndez, que en su último partido alistó una formación sin jugadores de la cantera, hecho inédito desde 1905, Lunari sí le dio cabida a pibes de las inferiores. Tampoco le sirvió.
Lunari perdió el puesto tras la derrota del sábado en cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata, donde estalló una interna furiosa entre barras locales. Pero la verdadera interna estalló en Rosario, y no fue exclusiva de Central y tampoco del fútbol. El asesinato de Andrés “Pillín” Bracamonte que conmueve estas horas a Rosario excede a la pelota.
Hay hasta documentales en la web que legitiman a Bracamonte como líder de la barra de Central durante casi tres décadas, una duración que ningún DT podría tener. Pero, si bien Central fue el inicio, y también su escenario más visible, el poder, los negocios y las influencias de Bracamonte en Rosario alcanzaron territorios mucho más grandes que los de una cancha de fútbol. Y la historia de su irrupción, reinado y caída no es nueva.
Irrupción a fuerza balas, reinado porque obligó a negociar con él hasta a quienes debían apresarlo y caída porque, así es la historia, justo cuando se quería presentar como garante de paz (para cuidar también sus nuevos negocios) apareció uno más joven, más sanguinario, sin los mismos “códigos”, si cabe la expresión. Lo mataron en una calle que, acaso no casualmente, estaba a oscuras, había perdido la luz.
La ilusión de una Rosario más tranquila de los últimos meses (notable baja en la tasa de homicidios incluída) quedó en eso: en ilusión. Conciente de que acaso una nueva banda más joven y hambrienta quería matarlo (había sufrido intentos previos de asesinato), Bracamonte le había avisado al colega de La Nación, Germán de los Santos, que, si él caía, Rosario se convertiría en un “infierno”. Y no hablaba de Central, claro.