Las imágenes dejan sin palabras: a la vera de las costas correntinas y entrerrianas, barcos apoyados sobre un lecho seco. Incluso, por tramos, la desaparición del río, a tal punto que se puede ir caminando desde lo que era ribera hasta islas que antes estaban en medio del curso de agua. La bajante del río Paraná, que ya lleva más de 730 días, alcanzó marcas récord que solo se habían dado en 1944: ayer, el hidrómetro de Corrientes registró 0,29 m.
Es más, según Juan Borús, subgerente de sistemas de información y alerta hidrológico del Instituto Nacional del Agua (INA), es muy probable que el binomio 2020/2021 termine siendo el de más bajo nivel medio en el arco portuario de Santa Fe a San Pedro en 140 años. “Es una barbaridad –exclama Borús–. Y si uno tiene en cuenta que la Argentina depende económicamente cada vez más de la interacción con el Paraná, el impacto que hoy tenemos es claramente mucho mayor que el de 1944. Inclusive hay mucha más población asentada en las riberas”.
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Frente a Rosario, el Paraná tiene un caudal medio anual de más o menos 16.000 metros cúbicos por segundo. Ese volumen oscila poco a lo largo del año debido a que la “cuenca de aporte” abarca más de dos millones de kilómetros cuadrados y allí puede darse distinto caudal de precipitaciones. “A veces llueve más en un lado que en el otro, pero tiene aportes hídricos y los suelos tienen excedentes que terminan yendo a los ríos –explica Borús–. Pero cuando empiezan a ser menores de lo normal y eso se va repitiendo un mes tras otro, entran en una condición de déficit y los excedentes van mermando. Es lo que sucedió en los últimos dos años”.
El Ente Binacional Yacyretá informó el mes pasado que el caudal afluente promedio fue de 6.200 metros cúbicos por segundo, mientras la marca promedio habitual para el mismo mes entre 1901 y 2020 era de 12.620, el doble.
“Esta bajante es la peor de los últimos 50 años. No es normal –coincide el ingeniero hidráulico Raúl Lopardo, ex presidente del INA hasta 2015 y docente de la Universidad Nacional de La Plata–. Ahora, dilucidar los motivos es complejo. Aunque hay quienes atribuyen este fenómeno a las represas (hay más de 60 en los afluentes del Paraná norte), la mayoría están desde hace tiempo, son antiguas”.
Para la meteoróloga y viceministra de Ciencia, Carolina Vera, vicepresidenta del Grupo de Trabajo I del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), el evento extremo se debe a una serie de procesos desafortunados que incidieron en bajísimos niveles de lluvias en la parte brasileña de la cuenca del Paraná. “Esta bajante es una conjunción de factores que se dieron simultáneamente en distintos lugares”, explica.
Vera, oriunda de San Nicolás, recuerda que su mamá (que entonces tenía 12 años) contaba cómo durante la sequía de 1944 cruzaban el lecho del río caminando hasta una isla ubicada frente a la costa. Según la especialista, hay dos factores principales que incidieron en que no haya llovido. Por un lado, la variabilidad natural del clima y por otro el cambio climático inducido por actividades humanas, principalmente a través del aumento de los gases de efecto invernadero. Sin embargo, descarta otras hipótesis, como que esto se deba a la deforestación.
“Está estudiado por colegas brasileños, expertos en el Amazonas, y ellos no atribuyen la sequía a la deforestación, porque sus efectos no son ocasionales, sino permanentes y a largo plazo –destaca–. Eso (que se llama ‘atribución’) hay que estudiarlo cuando termine el evento, porque es necesario utilizar modelos, una metodología muy costosa y tener los datos. Yo pude hacerlo con respecto a la ola de calor de 2013 y afirmar que el cambio climático inducido por las actividades humanas había sido una condición necesaria para que se produjera. Pero en esta sequía todavía esos análisis no se hicieron. Mi experiencia me dice que sería un efecto secundario. Acá, la mayor responsabilidad la tienen dos patrones de la variabilidad climática que se combinaron. El Paraná es la suma de dos grandes ríos: el que viene de Brasil y el Paraguay. Entre 2019 y 2020, el Pantanal paraguayo, que es donde nace el segundo, tuvo una sequía histórica, debida a un patrón climático de variabilidad natural y que originó bajantes extraordinarias”.
“Una posibilidad es que continúe el año que viene”
Tampoco considera que las talas del Amazonas hayan influido en el “río volador”, una “corriente de chorro” en capas bajas de la atmósfera, a alrededor de mil metros de altura, que transporta aire húmedo desde esa selva hasta el Sur. “Pasa por el Pantanal, por Bolivia, se desacelera cuando llega al Este de la Argentina y da lugar a nuestras hermosas tormentas y a la lluvia –detalla Vera–. En la Cuenca del Plata, generalmente oscilamos entre dos estados: uno en que esa corriente en chorro es más intensa, la presión es más baja y hay aumento de lluvia. Pero en la fase opuesta, esa corriente está debilitada, hay presión más alta de lo normal y no llueve. Pero ese es un detalle que quizás hoy no tiene sentido mezclar. Después de que en 2019 hubiera sequías extraordinarias, en 2020 empieza a desarrollarse ‘La Niña’ que hasta ahora impactó en el Paraná brasileño. Eso hizo que ambos ríos disminuyeran su caudal. A esto se sumó que en la parte norte del Paraná el clima se caracteriza por tener una estación seca: llueve en verano y no lo hace en invierno. Entonces, aún en condiciones normales uno no esperaría lluvias importantes en la parte brasileña del Paraná hasta que se inicie la estación lluviosa, en octubre”.
Lo cierto es que las consecuencias de este fenómeno son profundas y aún no se sabe cuándo terminará. “Una posibilidad es que continúe el año que viene”, afirma Borús.
La preocupación prioritaria en este momento son las tomas de agua de las ciudades ribereñas, tanto para uso doméstico como para refrigeración de procesos industriales. Esto incluye a las centrales térmicas de generación eléctrica, que son varias y necesitan tomar el agua para refrigerar procesos. “Es un problema para las centrales eléctricas de la zona –subraya el especialista–; hay que adaptar rápidamente las tomas de agua como para que no tengan que salir de servicio, como ya ocurrió con una y probablemente tenga que hacerlo otra en los próximos días”.
También afecta a las centrales nucleares, como Atucha. El INA está en contacto permanente con NASA, la concesionaria, y ya se adoptaron todas las medidas para que la bajante no produzca perjuicios. “En principio, no va a haber problema –afirma Borús–. También se están adaptando aceleradamente las tomas de agua urbanas, y creo que cada día que pasa es menos probable que se vea afectado el consumo. Pero está claro que todo este esfuerzo tiene un costo, incluso de potabilización. Cuando el rio disminuye fuertemente su caudal y está en niveles tan bajos, la calidad del agua se ve afectada también porque la concentración de contaminantes es mayor, la captación hay que hacerla a mayor profundidad con lo cual hay mayor acceso de sedimentos y la posibilidad de tener agua de peor calidad crece. Y ese es solo uno de los aspectos a considerar. También está el tema de la navegación fluvial y la logística portuaria, que está teniendo un gran impacto en la actualidad”.
Por lo pronto, en Brasil declararon la emergencia hídrica en cinco estados, lo que permite esperar una continuidad de esta tendencia a la baja. Para que se revierta, tiene que normalizarse el clima, aunque nada permite sospechar que eso vaya a ocurrir a la brevedad. “Supongamos que empiece a mejorar a fines de la primavera, de ahí a que las lluvias sean suficientes y persistentes como para que los suelos vuelvan a adquirir su condición natural va a pasar un tiempo –comenta Borús–. Y para que los excedentes de las lluvias vayan retrotrayéndose a la situación anterior a junio de 2019, también va a pasar otro tanto. Como opinión personal, hasta bien entrado el verano no vamos a ver el comienzo de una gradual normalización. Por ahora, nos tenemos que acostumbrar a ver esta foto de hoy hasta fin de año por lo menos. E inclusive no podemos descartar que en 2022 tengamos que enfrentarnos al otro extremo: lluvias excesivas e inundaciones”.
Por su parte, Vera aclara que es complejo hacer proyecciones para un futuro que exceda los tres a seis meses. Más allá de ese tiempo, crece muchísimo la incertidumbre. “La cuenca del Paraná es muy grande: va desde la latitud de San Pablo hasta la de Buenos Aires –explica–. Hay evidencias que, en un mundo con dos grados de aumento por encima de los niveles preindustriales, como se espera para mediados de este siglo, sugieren que podrían aumentar las sequías en la parte Norte del Paraná. Este es un ejemplo de porqué la urgencia de detener el calentamiento. Esto en un mundo con dos grados más de temperatura media global, que no está lejos, podría ser peor”.