Aunque la OMS y los Centros de Control Epidemiológico de los Estados Unidos tardaron en aceptarlo, hoy se reconoce en la comunidad científica internacional que la principal vía de transmisión del SARS-CoV- 2 (y posiblemente de todos los virus respiratorios) son pequeñísimas partículas emitidas al respirar, hablar, cantar, estornudar o toser que pueden permanecer infectivas en el aire durante varias horas y viajar a distintas distancias, los aerosoles.
Todo sugiere que parte del crecimiento exponencial de la pandemia podría atribuirse al desconocimiento de este hecho. Por mencionar solo un ejemplo, un estudio que acaba de publicarse en Nature, firmado por investigadores de la Universidad de Bonn, muestra que el primer evento “supercontagiador” de Alemania, registrado en el municipio de Gangelt, cerca de la frontera con los Países Bajos, y durante el cual se infectaron casi la mitad de los 411 asistentes a una celebración de Carnaval en el edificio del ayuntamiento a partir de un caso positivo, se debió a la pobre ventilación del salón, que solo hacía ingresar un 25% de aire fresco.
Los espacios cerrados propician la concentración de los aerosoles y se pueden reducir los contagios manteniéndolos bien ventilados. Una manera indirecta de asegurarlo es el monitoreo de dióxido de carbono (CO2), el gas que todos exhalamos al respirar, por medio de sencillos medidores que indican su concentración.
Por eso, para prevenir los contagios en la vuelta a la presencialidad escolar, la Provincia de Buenos Aires distribuyó 33.000 de estos dispositivos en 13.000 escuelas de gestión estatal. Un estudio realizado a meses de la puesta en marcha de esa iniciativa muestra el impacto positivo de medir ese parámetro: el 82% de los establecimientos los utiliza al menos una vez por semana en todas las aulas, y más de siete de cada 10 escuelas (72%) abrieron puertas y ventanas al ver que los valores excedían lo recomendado y así lograron mantener el aire en niveles considerados de menos riesgo.
“Sólo el 15% de los establecimientos reportó que alguna de todas las mediciones, realizadas periódicamente superó los niveles recomendados (400 partes por millón o ppm por sobre el nivel del aula vacía), pero lo solucionó en prácticamente todos los casos con más aperturas. Además, el 7,8% de escuelas indicó que contaba con al menos un espacio que no se utilizaba por presuponer que no estaban dadas las condiciones de ventilación y, a partir de la información que brindan los medidores, siete de cada diez de estos espacios pudieron ser habilitados, lo que permitió aumentar las instalaciones disponibles para la presencialidad”, afirma el trabajo.
Por último, el 98,3% de las escuelas respondió que la presencia de los medidores y el control de la ventilación que ellos permiten no implicó la relajación de otras pautas de cuidado. “Es importante destacar que la ventilación es una medida complementaria de prevención y es efectiva si además se mantienen las otras medidas de cuidado: usar en forma correcta y permanente el tapaboca y nariz, evitar interacciones con otros grupos de estudiantes, distancia social, higienizarse las manos, entre otras”, destaca el comunicado que dio a conocer estos resultados.
Como un termómetro
“Los virus respiratorios pueden transmitirse por aerosoles, por gotitas más grandes [llamadas ‘balísticas] y por superficies [raramente]. Las principales medidas de prevención son diferentes para cada vía de contagio –explicó Andrea Pineda, investigadora especializada en calidad de aire en áreas urbanas del Conicet del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA, UBA/Conicet) en el seminario de los jueves de los institutos de Cálculo y de Ciencias de la Computación de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA–. Sabemos que para evitar el que se produce por superficies alcanza con lavarse las manos, y para evitar el contagio por gotas alcanza casi con cualquier barbijo y manteniendo la distancia de dos metros. Para los aerosoles necesitamos más cosas: usar un buen barbijo, no hay una distancia de seguridad como para las gotas, hay que hacer todo lo que se pueda al aire libre, ventilar los ambientes que compartimos con otras personas, reducir el tiempo de exposición y la cantidad de personas, no hablar o hacerlo en voz baja. Como ninguna de estas medidas es ciento por ciento efectiva, lo que se recomienda es que se pongan en práctica todas al mismo tiempo, como capas de protección. No todas son igual de efectivas”.
Según afirmó Pineda, las partículas más finas son las que concentran más virus, y las que pueden llegar más lejos y depositarse en zonas de mayor susceptibilidad a la infección. La cantidad de aerosoles que inhalamos depende de la exposición. Podemos tener la misma exposición respirando muchos aerosoles en poco tiempo o respirando menos en más tiempo. Es lo que se conoce por contagio por proximidad. La probabilidad es alta y las principales medidas de protección son distancia y barbijo con buen ajuste.
Al aire libre, generalmente el riesgo es menor, aunque determinadas condiciones como el aire quieto o estar en lugares semicerrados pueden ser riesgosas. Por eso, también afuera se recomienda distancia y barbijo. A distancia, aunque la concentración de aerosoles puede ser menor, la cantidad de tiempo es la que aumenta el riesgo y es la que más preocupa porque puede generar eventos de supercontagio cuando muchas personas comparten el aire durante varias horas.
“La ventilación no resuelve el problema del contagio en proximidad, pero es una medida clave porque disminuye la posibilidad de tener brotes –destacó Pineda–. Y para que sea realmente efectiva hay que controlar que sea suficiente”.
Hace menos de un año, tras la exposición realizada por uno de los pioneros en la demostración de que son los aerosoles la vía principal de transmisión del virus, José Luis Jiménez, en este seminario, varios científicos locales se dispusieron a diseminar este conocimiento en el país. “Me pareció que era algo importante y que había cosas por hacer –contó el físico Jorge Aliaga, ex decano de Exactas/UBA y actualmente secretario de planeamiento y evaluación institucional de la Universidad Nacional de Hurlingham (Unahur), que no solo diseñó el prototipo de un medidor de bajo costo y puso los planos en Internet para su uso por cualquiera que pudiera reproducirlo, sino que trabajó incansablemente para la adopción de estos dispositivos por parte de las autoridades de salud y educación–. En diciembre, me puse en contacto con el grupo ‘Aireamos’ y vi que estaban promoviendo su uso en todas las aulas de España”.
El especialista detalla que la mejor ventilación es la cruzada, continua, distribuida y medida. “¿Cómo lograrlo? Los aerosoles no se ven, el virus no se ve, las personas contagian sin tener síntomas… ¿Cómo podemos hacer visible lo invisible?”, se preguntó. De analizar este problema surgió la idea de que al mismo tiempo que exhalamos el virus transformamos el oxígeno que respiramos en dióxido de carbono, somos máquinas de producir dióxido de carbono como todos los seres vivos, por lo que si medimos la concentración de este gas en el aire de los espacios cerrados, indirectamente podemos saber si el aire está “muy respirado”.
“Cuanto más se parezca la composición del espacio cerrado a la del aire exterior menos riesgo tenemos de respirar lo que exhalaron otros, que puede contagiar coronavirus –explicó Aliaga–. En lugar de calcular cuántas renovaciones por hora hay que hacer para que se dé esto, que es más difícil, uno puede simplemente medir dióxido de carbono. Si no supero el piso del aire exterior (400 ppm) en más de 300 o 400 ppm, estoy seguro, en ese umbral tengo más o menos un 1% de riesgo de probabilidad de estar respirando el aire que ya respiraron otros. Uno por ciento puede parecer poco, pero recordemos que respiramos 10 o 12 veces por minuto”. Así, los medidores se usan como un termómetro: un dispositivo que nos da un número sencillo que nos indica si es necesario abrir puertas y ventanas o, si la concentración no bajara, salir al exterior o consultar con un experto en ventilación.
Gracias a las recomendaciones de ambos investigadores, entre otros, el Ministerio de Ciencia lanzó la campaña “Ventilar” y el Ministerio de Salud emitió una guía de recomendaciones sobre ventilación que incluye la medición de dióxido de carbono. En febrero, la Unahur firmó un convenio con las escuelas de Morón para entregarles medidores. La idea “prendió" y se reprodujo en varias provincias.
Experimentar para entender
Por su parte, Natalia Rubinstein, investigadora del Conicet, que dirige el Laboratorio de mecanismos moleculares de la metástasis en el Instituto de Biociencia, Biotecnología y Biología Traslacional (IB3) de la UBA, se involucró en actividades de promoción y divulgación de estas medidas de cuidado. Difundió estos conceptos en Pehuajó, e impulsó mediciones de dióxido de carbono y experimentos para verificar la calidad del aire en todos los espacios públicos de la ciudad. Gracias a estas acciones, la Escuela Técnica de esa jurisdicción armó prototipos y hoy esa enseñanza forma parte del programa educativo. Lo mismo hizo en la escuela de sus hijos, donde chicos y chicas hicieron experimentos y contribuyeron a difundir las medidas de prevención. “Los que tenemos el saber también tenemos la responsabilidad de ser divulgadores de los principios que permiten combatir esta pandemia”, dijo la científica.
Para trazar una línea de base del estado de la ventilación en las aulas, en marzo se realizó una prueba en 171 aulas de 45 escuelas de nivel inicial, primario y secundario de diferentes zonas de la PBA. Se tomaron las medidas de las aulas, se registró la cantidad de personas que permanecían adentro, y se colocaron tres sensores de CO2 en distintos puntos estratégicos. Se hizo una medición con el aula vacía antes de iniciar la clase y luego se fue viendo la evolución de los valores en la mitad de la clase y a los 90 minutos, antes de finalizar.
En promedio, el nivel de base de dióxido de carbono era de 487 ppm, es decir, que se encontraba dentro de lo esperable. A los 20-45 minutos de iniciada la clase, en la gran mayoría de los casos no se registró una variación significativa: en poco más de la mitad, el registro fue menor o similar al de base, en tres de cada diez el CO2 se incrementó entre 10 y 49 ppm, en una de cada diez el incremento se ubicó entre 50 y 99 ppm, en el 7,1% aumentó entre 100 y 199 y en solo un aula el incremento se ubicó en el rango de 300-299. Es decir que el nivel de CO2, transcurrida la mitad del módulo de la clase, continuó en niveles óptimos o aceptables.
“Teniendo en cuenta que la recomendación convenida entre los expertos es que la concentración de CO2 no supere en 400 ppm al nivel de base, los resultados del estudio son un indicio de una ventilación adecuada en las escuelas relevadas. Además, ninguno de los establecimientos registró una concentración de CO2 superior a las 1.000 ppm, lo que podría generar malestar o incomodidad, más allá de estar o no infectado el aire”, afirma el trabajo.
En otro monitoreo realizado durante la semana del 23 de agosto en una muestra de ocho escuelas ubicadas en Lomas de Zamora, Berisso, La Plata y Brandsen, la mitad de las aulas registró un nivel de CO2 con el aula vacía por debajo del registrado en aquel momento. La variación entre la medición con el aula vacía y la intermedia fue menor a las 100 ppm en el 80% de las aulas relevadas, y en el 20% restante fue menor a 300 ppm. Sólo un aula de las 30 relevadas presentó una variación mayor a las 400 ppm al final de la clase. Sobre este caso específico, vale indicar que la medición intermedia mostró una leve baja respecto a la medición basal, registrándose un sustantivo incremento entre el promedio y el final de la clase, que obedeció a que, al momento de la última medición, la puerta del aula había sido cerrada impidiendo la ventilación cruzada; al abrirse nuevamente la puerta, rápidamente el nivel de CO2 del aula retornó a los valores previos, indica el informe.