La mayor parte de lo que se divulga sobre la paleontología trata sobre dinosaurios. Es por eso que, tal vez, mucha gente crea que esta disciplina solo se encarga del estudio de esos excepcionales y famosos animales que habitaron el pasado del planeta. Sin embargo, la paleontología es mucho más. “Si bien los dinosaurios son icónicos y nos han dado muchísima difusión a nuestra profesión, es un grupo dentro de todo lo que entra dentro del registro paleontológico, que va desde plantas y vertebrados hasta peces y mamíferos”, explica a la Agencia de noticias científicas de la UNQ, Julia Desojo, investigadora del Conicet y vicepresidenta de la Asociación Paleontológica Argentina.
Para muestra también basta con preguntarse qué tipo de vida había y cómo era la Tierra antes de existir los dinosaurios. El estudio de los arcosaurios puede dar cuenta de ello. ¿Qué son estos animales? Son un grupo de grandes reptiles que se consideran antepasados de los dinosaurios y de los cocodrilos. “Los dinosaurios vivieron sobre todo en el período Jurásico y Cretácico. Pero en el período anterior, el Triásico, (desde hace 245 hasta 208 millones de años), se originan todos los linajes de los vertebrados que llegan hasta la actualidad: las tortugas, los lagartos, los cocodrilos y también los primeros dinosaurios”, detalla Desojo.
La Rioja, cuna de arcosaurios
La investigadora del Conicet cuenta que, en Argentina, se encuentran los yacimientos más importantes del Triásico: “Tenemos preservados yacimientos de ese momento y tenemos la suerte de tener las secuencias temporales completas, desde el Triásico inferior hasta el Triásico tardío. Los tenemos en dos grandes cuencas, en San Juan y la Rioja y luego en Mendoza, que son muy ricas a nivel faunístico”. Y agrega: “Hacemos campañas paleontológicas en el parque nacional Talampaya, ubicado en la provincia de La Rioja, porque ahí hay rocas de edad triásica, que son de 230 a 250 millones de años”. La especialista refiere al momento en que todas las masas continentales estaban juntas; luego se empezarán a fragmentar y se originarán todos los vertebrados que hoy se conocen.
En el estudio de campo realizado en Talampaya, el equipo de investigación liderado por esta investigadora encontró arcosaurios de la línea evolutiva de los cocodrilos. Para concluir que se trataba de esa especie, tuvieron que unir un conjunto de huesos largos que habían hallado, con unas placas óseas bien ornamentadas, y unos cráneos encontrados con posterioridad. “Estudiamos cómo eran esos animales y cómo vivían en ambientes terrestres, al lado de lagunas o ríos, que comían y cómo se movían”, apunta.
Pero los paleontólogos no sólo buscan huesos o esqueletos. Incluso las heces fosilizadas, o coprolitos, pueden dar claves precisas del ambiente en el que vivían, su alimentación y sus comportamientos. “En una zona de Talampaya, encontramos miles de coprolitos de unos 25 centímetros; estudiamos su composición e inferimos el entorno”, relata Desojo. Habían estado caminando sobre lo que había sido una letrina comunal.
Del trabajo en territorio a la reconstrucción virtual
Los fósiles de los arcosaurios, históricamente, fueron examinados por los paleontólogos de manera directa y preparados por ellos y los técnicos para su estudio superficial. Sin embargo, la aplicación de metodologías modernas, como la tomografía, permite avances impensados relacionados con la reconstrucción de partes blandas, así como también, responder preguntas sobre sus modos de vida. En ese sentido, Desojo señala: “Hacemos estudios mediante tomografías para reconstruir la cavidad encefálica de estos animales y podemos ver, por ejemplo, si los lóbulos olfatorios en la región del hocico eran mas grandes, qué región del cerebro estaba más desarrollada para ser un animal cuadrúpedo o bípedo, y si utilizaban más el sentido de la vista que el del olfato”.
De este modo, aquellas preguntas que surgen del examen anatómico de los fósiles pueden ser contestadas a partir de los estudios tomográficos. Por ejemplo: ¿Qué tan fuerte mordía un animal extinto? ¿Qué movimiento podían realizar sus patas con respecto a la cadera? ¿Qué tan desarrolladas estaban las partes de su cerebro? ¿Tenía buena visión, olfato y/o audición? ¿Eran ágiles o de movimientos torpes? ¿En qué tipo de ambiente vivían?
En esa dirección, Desojo comparte una de las experiencias que lleva a cabo con su su equipo de investigación: “Estamos trabajando con colegas de Bariloche en reconstruir un gran carnívoro que vivió hace 230 millones de años, por medio de tomografías computadas que se hicieron hace más de 20 años en Estados Unidos, y con programas digitales especiales”. Y detalla: “Le estamos recreando el oído, el cerebro y viendo cómo se articula la zona de la nariz y de tejidos blandos que no están preservados en un fósil”.
Con todo, conocer los “secretos” que aún subsisten sobre estos animales extintos es clave para la civilización actual. Porque, como concluye Desojo, “muchas veces, de estos modelos biológicos se sacan ideas para elementos que nos sirven a los humanos en nuestra cotidianidad. Por ejemplo, los esquemas de los puentes”. Nada más, ni nada menos.
Con información de la Agencia de Noticias Científicas