“¿Por qué no pensar que podemos?”, les devolvía Diana Zurco a sus colegas trans de la peluquería, cuando, ante la mirada atónita de ellas, les manifestó que no quería ser más asistente, que añoraba con ser administradora del local. Como respuesta, obtuvo una larga carcajada y una sentencia: por ser como son, les tocaban otros roles. Soñar con eso era una pérdida de tiempo.
Ese no iba a ser el único episodio en donde la rebeldía le iba a ganar a la resignación. La historia de vida de Diana comienza como la mayoría de las historias de las personas trans en el mundo: con una desventaja. No poder vivir como una realmente es, en una sociedad que hace que mira pero no ve, es violento y desigual, y muchas veces tiene un costo. No por nada las personas trans tienen un promedio de vida de 37 años, según CIPPEC. La marginalidad comienza en la casa, sigue en la escuela, se refuerza en la adultez cuando las posibilidades de conseguir un trabajo formal son casi inexistentes y solo queda la calle (se estima que la informalidad laboral ronda el 80%, según ATTA). Diana tiene 42 años y, en el Día de la Visibilidad Trans, lo recalca como quien sabe que no es un dato menor. Sobrevivió.
Sus primeros años transcurrieron en Hurlingham, entre su casa y el colegio católico al que asistía. Las primeras vivencias del terror suceden en esa época, cuando, con mandatos e Iglesia, debía reprimirse: “No poder expresarme desde chiquita, no poder exteriorizar mi identidad de género llevaron a que no haga cosas por temor, rechazo a la discriminación y la burla”, recuerda. Hubo una salida temporaria a ese dolor en su dormitorio, cuando su mamá, un poco prediciendo el futuro, le regaló un centro musical con doble cassetera: “Jugaba a grabarme, a hacer radio o a presentar canciones. Me acuerdo que se había puesto de moda las voces femeninas de la cadena 100 y me gustaban esos colores de voces, me gustaba cómo sonaban. Imaginate cómo veía el mundo, en la década del 90 en Argentina, a un nene de un colegio católico haciendo voz femenina”, reflexiona.
En esas cuatro paredes podía verbalizar lo que era su mundo interior, mundo que “no cuadraba con ese universo de lo socialmente aceptado, de lo masculino, del macho”, recuerda. Para ese entonces, empezaba a preguntarse qué estaba pasando, por qué no sentía ni vivía como los demás. Iban a faltar varios años para que se aprobara la ley de identidad de género que permite tener un nombre en el DNI acorde a la identidad autopercibida, pero en ese camino hacia el mundo de lo posible hubo momentos de depresión y profunda tristeza: “Encontraba a Diana y decía: ´Yo soy Diana y me parece que tengo que vivir como tal porque me identifico así´, pero era ir contra el mundo”.
A los 17 años el peso de la burla, el bullying y el estigma empezaron a hacer estragos: “Estaba harta, colapsada. Toda la agresión que reciben las personas trans termina haciendo que abandonen la escuela, que no quieran ir a los hospitales porque también hay violencia. En mi caso, el abandono, la desidia y los abusos llevaron a generar heridas que fueron calando hondo. Estaba atormentada porque continuamente se me burlaban o me hacían bullying por el hecho de expresarme y eso llevaba a que no pueda tener una vida tranquila”, relata.
¿Cómo se sale de esto? Si bien la salida es colectiva y con ayuda profesional, Diana recalca que, en su caso, encontró sus propios mecanismos para vivir una vida mejor: “Me empecé a auto-descubrir, a experimentar la resiliencia, como un buey que se lame las heridas. O me iba al tacho, que se me pasó por la cabeza y se habla poco de los suicidios en la comunidad LGBTQI+, o empezaba a pensar que por qué me tenía que resignar, por qué el mundo me decía a mí que yo no podía”. En la casita del fondo del terreno de su hogar, encontró un nuevo refugio. Pincita en mano, leía libros o artículos de alguna historia de superación o de algún avance en materia de derechos LGBTQI+. También se dejaba pequeñas notas de aliento por toda la habitación para cuando la “Diana menos luminosa” volvía a aparecer: “Lo mágico de eso era que me daba mi propia orden y venía desde una Diana que tiene fuerza, que es la que soy y la que quiero ser”.
Para ese entonces, empezó a hacerse caso a sí misma y mirar el laberinto desde arriba: “El primer panorama que aparece en una chica trans cuando comienza a salir del cascarón después de la adolescencia es la calle, la prostitución. Pensás que nadie te va a dar trabajo. Yo vi la prostitución y las drogas de cerca, pero algo me salvaba, una energía que me decía que vaya para allá”.
El rol de su mamá fue clave en el proceso de ser quien es. Empleada doméstica y salteña, se embarazó de Diana a los 17 años. Tuvo que enfrentar los primeros años de esa maternidad sola, ya que el padre biológico de la periodista desapareció. Ella remarca que esa fue una de las primeras grandes heridas en su vida. A sus 4 años, su madre se casó con el que, hasta el día de hoy, Zurco llama papá.
Fue un cura el que la instó a hablar con sus padres de manera patologizante. Lo que primero empezó como una charla sobre el bullying que recibía en la escuela, terminó con ella explicando que no sabía si le gustaban los hombres o las mujeres: “No le dije que me autopercibía como Diana por temor. Ante mi confusión sobre mis gustos, me respondió: ´Hay una luz de esperanza’. Lo que no sabía es que esa luz de esperanza para mí es ser quien soy y feliz”.
De esa primera charla con sus padres, recuerda que sintió sorpresa: “Por el registro que tenía de otras historias trans yo estaba segura de que me echaban. Mi papá me dijo: ‘¿Cómo vas a pensar eso?’ El hecho de tener techo y comida me cambió la vida porque en nosotras el primer destino es la calle”.
El mundo de lo posible
A sus 32 años, Diana empezaba a tener otra narrativa de su propia historia. Quería serle fiel a la niña que, encerrada en su cuarto, jugaba a ser locutora. Fue así que después de dar todos los exámenes y quedar seleccionada entre 1500 personas para ingresar al ISER, su vida dio un giro: “Luego elegían 60 entre el turno mañana y el turno noche. Quedé, me esforcé y estudié mucho. Siempre va a quedar mi duda de si mi voz encuadraba para lo que buscaba la academia en ese momento, porque existía una idea muy estereotipada de las voces a la hora de elegirlas, pero quedé”. Terminó su carrera vendiendo sándwiches para hacerse unos pesos y poder pagar el transporte público y los apuntes, ya que no contaba con computadora en su casa.
Con sus decisiones existía un Estado que acompañaba. En el año 2012 se aprobó la ley de identidad de género que, entre otras cosas, dio acceso a las solicitudes de cambio de nombre en el DNI según la identidad autopercibida: “Fue histórico porque respeta la sola voluntad de la persona que no tiene un DNI con su verdadera identidad y que no necesita ir por una orden judicial o por un estudio médico para pedirlo”, expresa.
Con el nombre Diana en el DNI, pasaron trabajos, pasaron experiencias y ella seguía siendo esa chica que le devolvía a la resignación la pregunta de por qué no podía ella también. Hasta que un día fue convocada para ser la primera periodista trans al frente de un noticiero central de la TV Pública: “Encontrarme trabajando en los medios para mí fue algo inédito. Siempre digo que no debería ser necesario que se remarque que soy trans, pero soy consciente de que es necesario que sea noticia para que el día de mañana deje de serlo. Lo que no se nombra no existe”, reflexiona. Desde que ocupa ese espacio, recibe decenas de mensajes de personas trans de todo el país y el mundo: “Me dicen: ´No sabía que una mujer trans podía llegar a ser conductora. Me llenás de energía para hacer lo que estoy soñando´”.
El cupo laboral trans y el Día de la Visibilidad
El cupo laboral trans fue otro hito en la historia argentina porque implicó la promoción del acceso al empleo formal para las personas travestis, transexuales y transgénero. La iniciativa establece que el Estado debe contratar al menos el 1 por ciento de la dotación de la administración pública a personas trans.
Que exista esta ley permite hacer tambalear las cifras y estadísticas que evidencian la desigualdad de la población trans: el 70% de ellos, ellas y elles no fueron a una entrevista de trabajo, según Contrata Trans, una organización sin fines de lucro que ayuda a las personas a insertarse laboralmente. Brindarles una profesión digna es el puente a una vida mejor. Sin embargo, queda mucho por hacer: “Todavía dentro de la sociedad existe mucho machismo. Estas leyes son un avance, pero sigue existiendo la intolerancia y la discriminación por más que tengamos una ley de identidad de género y el cupo laboral trans. Es un proceso lento de aceptación porque adentro de las casas todavía se sigue opinando con discursos retrógrados”.
Ella lo llama “un trabajo de hormiga” y recuerda las palabras de una amiga que, durante muchos años, se dedicó a la prostitución y que, ahora, con los cambios, tiene un empleo formal: “Estaré incluida, tendré un trabajo formal, una obra social, pero una cosa es sentirse incluida y otra cosa sentirse integrada”.
En eso también trabaja Diana, en evidenciar qué pasa cuando te dejan de lado, no te hablan o no te saludan. Cree con firmeza que el haber transformado el no puedo en hacer sucedió para ayudar a otres y que el primer paso es informarse sobre los derechos conquistados: “Me tengo que hacer cargo del lugar al que llegué y lo digo con gusto. Con mi fuerza de voluntad y de carácter voy a acompañar y decirles que nosotras y nosotros podemos seguir adelante. El mensaje que le puedo dar a un chico o chica que está pasando un mal momento por su autopercepción es ese: que saquen aquel talento que tienen dentro de sí y que nadie, jamás, les diga que no pueden”.
Frente a los discursos de odio que siguen existiendo hoy en día en los horarios centrales de la televisión, reflexiona: “No saben lo que sufrimos o no se ve, por eso surge este análisis liviano y superficial, desconectado de la historia del colectivo y la realidad trans. La población más grande pasaba la mayor parte de los días en un calabozo, solo por el hecho de expresar su género, las llevaban presas. Ahora es el Estado el que les devuelve todo eso. Se habla de reparación histórica, pero lo que surge siempre desde la sociedad es lo primitivo, la mezquindad y la intolerancia. Son personas que se cierran porque han crecido en el privilegio”.
Diana cree que es importante que exista un Día de la Visibilidad Trans: “Es para visibilizar que existimos en el mundo, sobre todo las que estamos vivas activando o militando. Es una instancia para poder mostrar y visibilizar todo lo que hace falta alrededor de les que existimos. La ley de matrimonio igualitario, la ley de identidad de género y la ley de cupo laboral trans son una herramienta palpable, tangible y concreta donde se realiza el cambio. Nuestro país es vanguardista: hubo una articulación entre la política y la lucha, por la que muchas compañeras dejaron la vida”.
Así como Diana necesitó de esas historias para soñar con una sociedad más libre, la pantalla de la TV Pública que se enciende e ilumina con su presencia es un recordatorio de que existe otra vida posible. A ella la acompañaron las leyes, pero también un profundo sentido de creer que nunca se retrocede, se avanza. Y si cuesta, se podrá prender la televisión, otra vez, para verla y escucharla.