26 de octubre, 2022
Clásico moderno
Desde la Fierro número uno la historieta intentó pensar la guerra de Malvinas; Tortas fritas de polenta fue su triunfo artístico.
Por Facundo Vázquez
La capacidad de narrar es tan inherente al ser humano que podemos considerarla una parte de nuestra naturaleza. Tal vez que las personas contemos historias sea tan inevitable como que los peces naden o los pájaros vuelen. También es posible que hayamos crecido tan inmersos en la cultura de la narración que hayamos naturalizado y nos cueste dejar de reproducir las estructuras tradicionales del relato. Haga la prueba. Intente narrar cualquier anécdota mínima que le haya ocurrido y verá como el cerebro solito la organiza en una introducción, nudo y desenlace. No creo que esto sea un problema para la ficción. La humanidad viene usando esas estructuras desde hace miles de años y siempre encuentra una forma de contar historias nuevas, atractivas y conmovedoras. La cosa se complica un poco cuando hablamos de la realidad, cuando queremos (o sentimos la necesidad imperiosa de…) narrarla. Sobre todo cuando se trata de un proceso de la crudeza y la violencia de la Guerra de Malvinas, inscrito en el no menos atroz contexto de nuestra última dictadura cívico-militar.
Existen crónicas y reportajes muy extensos y detallados sobre el conflicto. No hablamos de eso sino de los intentos de una aproximación artística porque ¿qué resquicio deja ahí la realidad al artista cuando cualquier estilización corre el riesgo de caer en lo abyecto de buscar la belleza en medio de la muerte?
Muchos artistas se acercaron al tema, no solo desde la historieta sino también desde la literatura y el cine pero ninguna obra parecía conformar enteramente al público. Algunas resultaban demasiado frías y documentales, otras eran acusadas de patrioterismo barato, incluso un grupo de ex combatientes llegó a expresar su disgusto por la forma en la que se habían visto representados en «Iluminados por el fuego», la película del año 2005 de Tristán Bauer.
En consonancia con las dos opiniones predominantes en la sociedad, se impusieron dos modelos en los abordajes artísticos del conflicto: el de la épica y el de la tragedia. Los protagonistas, de acuerdo con el género elegido, serán entonces héroes o víctimas indefensas. Y si la realidad no calza en la estructura prevista, se la hace calzar a presión.
Evidentemente, los argentinos necesitábamos hablar de Malvinas pero nadie parecía encontrar la voz adecuada para hacerlo. La forma en la que la realidad no se viera ceñida por la artificialidad de estos dos géneros que no acababan de reflejarla.
Y la revista Fierro no fue ajena a esa búsqueda.
En el año 1984, el número uno de Fierro traía la primera parte de «La batalla de las Malvinas», una serie con guiones de Ricardo Barreiro (1949-1999) que supo tener a varios artistas al frente de la faz gráfica. El editorial de Juan Sasturain rezaba: «El que supone que ‘Batalla de Malvinas’ generó muchas discusiones, supone bien. Si cree que no nos pusimos de acuerdo, acierta también y no es el único caso».
El conflicto era aún demasiado reciente, apenas habían pasado dos años y (perdón por el lugar común) las heridas todavía estaban abiertas. Aunque le dedicaron la portada del número dos, que se convirtió en un clásico y una de las imágenes más reconocibles que salieron del tablero de Oscar Chichoni, fue una de las pocas, si no la única, serie de aquella mítica época que no contó con el favor del público y se discontinuó sin haber terminado.
Pero demostraba el compromiso de la publicación con esa realidad histórica y su búsqueda de una voz que le permitiera expresarla. Búsqueda y compromiso que siguieron vigentes y resurgieron, por ejemplo, en el número 66 de la segunda época que le dedicó un suplemento especial al trigésimo aniversario de la guerra de Malvinas, reversionando la célebre portada de los ochentas. Justo un año después (al cumplirse el siguiente aniversario del conflicto), en el número 78, se publicará Tortas fritas de polenta en forma íntegra y dedicándole todas las páginas de la revista.
Es posible que al lector le causara algún asombro que Fierro le confiara una edición entera a Adolfo Bayúgar, un autor que, si bien había estado entre los ganadores del concurso «Oesterheld redibujado», seguía siendo poco conocido.
Pero cualquier duda se esfumaba al terminar de leer esta obra que todavía muchos consideramos la historieta definitiva sobre Malvinas. Por fin, esa búsqueda que comenzara tres décadas atrás se había visto cristalizada en una obra que supo tocar todos los registros que el tema exigía y convertirse en un clásico instantáneo.
En Tortas fritas de polenta, el artista integral Adolfo Bayúgar plasma el testimonio que obtuvo en varias entrevistas al ex combatiente de Malvinas Ariel Martinelli. El resultado es de una fuerza dramática arrolladora. Por la labor periodística y documental que hay detrás y por la maestría con la que el autor logró trasladar esa historia al lenguaje de la historieta, algunos comparan a Tortas fritas de polenta con Maus de Art Spiegelman. Y, aunque suele decirse que las comparaciones siempre resultan odiosas, en este caso me parece que es un gran elogio.
En la foto Adolfo Bayúgar y Ariel Martinelli
Desde el punto de vista del relato, considero que el mayor acierto de esta historieta es su apego a la realidad testimonial porque eso es lo que descoloca al lector y lo pone en un estado de vulnerabilidad emocional. Me explico: desde la «Poética» de Aristóteles el lector está acostumbrado a la estructura de la tragedia y a sus convenciones. Sabemos en qué momento se va a plantear el conflicto, en qué momento debe desarrollarse y, aunque la resolución nos conmueva, esa era una conmoción predecible porque toda la obra nos preparó para ese momento.
En la realidad eso no ocurre. En la realidad la tragedia te sorprende, te toma desprevenido y te pega cuando menos lo esperás. En Tortas fritas de polenta te pasa lo mismo. Martinelli no solo intenta recuperar sus recuerdos sino también la mirada de ese chico de diecinueve años que era en 1982 para quien, en medio de una situación histórica tan extrema podía ser importante el partido de River o ver las tetas de la Coca Sarli en una película. Entonces el lector se relaja y cuando la cosa se pone pesada, nos golpea con más fuerza.
Si la narración toma distancia de la tragedia, más aún se aleja de las convenciones de la épica. Hasta tal punto que, absorbido por la realidad de los personajes, por sus intentos de establecer cierta lógica en medio del desarraigo, el frío, el hambre y los bombardeos de los primeros días, uno llega a olvidarse que falta lo peor que es el combate. Porque el combate acá es un episodio más y ni siquiera me atrevería a decir que constituye el clímax de la obra.
El trazo de Bayúgar de apariencia simple pero, siempre, expresivo y tembloroso, resulta perfecto para el tono y el clima de la historia. Pero logra otra cosa que acaso sea más importante: que el testimonio de Martinelli no pierda nada en el proceso de adaptación y, por el contrario, salga ganando todo lo que le aporta con su brillante representación gráfica.
Tras su publicación en el número 78 de Fierro en abril de 2013, fue reeditado por La Duendes en 2014 (obteniendo el Premio Banda Dibujada) y por Hotel de las Ideas en 2016. Pero ese no será el fin de su trayectoria editorial porque Tortas fritas de polenta se convirtió en un texto imprescindible que vamos a seguir leyendo y comentando por muchos años más.
Facundo Vázquez
Licenciado en letras y especialista en historietas.
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