15 de agosto, 2022

Análisis de una publicación

Todo sobre MÁS ALLÁ: Filmando el pasado.

A partir de un relato de Horace Gold, el sagaz lector Carlos Altgelt repasa en esta cuarta entrega sobre la revista MÁS ALLÁ la historia de cómo el hombre, además de intentar viajar en el tiempo, pensó en los modos de registrar las imaganes de lo que ya no está. No dejes de leer la IntroducciónEl día de los Trífidos, y Basureros del Espacio

Todo sobre MÁS ALLÁ: Filmando el pasado.

«¿Qué nos aguarda en el pasado?  Cuando tengamos

una máquina para escrutar el tiempo pretérito, habrá que

cuidarse mucho para no interferir en él y cambiar la historia».

Más Allá No 1, junio 1953

La introducción a este relato del editor de Galaxy fue mucho menos descriptiva que lo indicado arriba. Es más, fue la única vez que un relato no apareciera en el índice ni con un sumario en la típica introducción que acostumbraba a usarse en los pulps de aquel entonces.

Horace Gold publicó este cuento con el seudónimo Dudley Dell en el número de septiembre de 1951. La introducción decía: «¡Una breve historia programada demasiado tarde para ser incluida en la página de contenidos!»  ¡Y él era el editor!

La historia ataca un tema tan tradicional como antiguo ya que data de cuatro siglos antes de Cristo: el viaje en el tiempo, asunto que ha ocupado un espacio muy importante en la literatura, tanto de ficción como científica y lo hace con un enfoque muy novedoso.

No se trata de una máquina del tiempo a la que nos tiene acostumbrados la ciencia-ficción, sino de una cámara que permite filmar el pasado pero sin sonido.  La singular idea de Horace Gold es que de esta forma, el ver el pasado en lugar de visitarlo físicamente en persona, se evitan paradojas, entre ellas la clásica de asesinar a tu abuelo antes de que hayas nacido.

Un grupo de científicos del Instituto Biofilm investiga a personalidades del pasado, con énfasis en aquellas que en el transcurso de sus vidas sufrieron paranoia o delirios de persecución.  Con ese fin hacen uso de la Cámara Biotempo, semejante a una filmadora.

La historia se centra en el grupo que quería descubrir por qué Newton se volvió loco.  La película muda de su vida lo muestra con una infancia normal y de joven como un genio sin par al descubrir la ley de la gravitación, la composición de la luz solar y el invento del cálculo diferencial e integral antes de cumplir 25 años de edad.  Lamentablemente, luego de estas hazañas Newton comienza a actuar de forma extraña.  Obsesionado con el misticismo, se dedicó a la búsqueda de la quimérica piedra filosofal que transformaría metales básicos en preciosos.

Un día, el primer signo de su enfermedad sicótica se vio en el monitor.  Newton, aferrado a un candelabro de plata como si fuese un arma, comienza a revisar todos los rincones de su habitación, una mueca de terror en su rostro.  El grupo del Instituto Biotempo continuó investigando al sabio inglés hasta que, transcurrido un cierto tiempo, se acostumbraron a verlo mirando hacia arriba con una sonrisa en sus labios.  El miedo de esa primera experiencia lunática había desaparecido.  Ya en su lecho de muerte leyeron en sus labios sus últimas palabras: «Mi ángel guardián, me has vigilado con sumo cuidado y delicadeza durante toda mi vida.  Estoy contento de encontrarte ahora».

Perturbado al ver esto, uno de los hombres de ciencia exclama: «Todos ellos tuvieron delirios de persecución, que alguien los estaba espiando.  Y tenían razón.  ¡Éramos nosotros!».

Lo interesante de esta historia es que los investigadores no cambiaron el pasado, pero si lo influenciaron. Un relato similar es «One Time in Alexandria» de Donald Franson (Analog, junio 1980), donde «one time» es un juego de palabras que puede traducirse como «una vez» o «un tiempo».  Un arqueólogo investiga la mítica biblioteca de Alejandría con un visor especial de rayos infrarrojos que le permite verla antes de que fuese completamente destruida por un incendio.  Todo va bien hasta que un día comienza el desastre.  ¿La causa?  El calor de su aparato.

Todas estas son fábulas… ¿o podría descubrirse un método para ver el pasado?  Veamos.

No sabemos si Pellegrino Maria Ermetti leyó este cuento de Horace Gold.  Lo cierto es que el 2 de mayo de 1972, un título en el semanario ilustrado La domenica del corriere proclamó a los cuatro vientos: «Se ha inventado la máquina que fotografía el pasado». 

El artículo de cuatro páginas relata con lujo de detalles incluyendo un esquema del supuesto invento del monje benedictino italiano que era capaz de ver el pasado.

Si bien es cierto que la revista tendía al sensacionalismo —dos semanas antes la imagen de un plato volador aparecía en su portada visitando los cielos de Milán— la posibilidad de viajar en el tiempo sobrepasaba las expectativas de sus lectores.

Dado el nombre del dispositivo, Cronovisor, sospechamos que su inspiración podría haber sido el cuento corto de Isaac Asimov titulado «El pasado muerto» (Astounding, abril 1956), considerado por muchos como uno de sus mejores relatos. Vemos allí que el Cronoscopio de Asimov permite observar directamente eventos pasados con un rango máximo de 120 años.

Quizá el sacerdote se inspiró al leer «Il pasato morto» en las páginas de Galassia (versión italiana de Galaxy) de octubre de 1962.  Claro que su invento no estaba limitado a una centuria sino que le permitió ver el rostro atormentado de Jesús, si bien un poco difuso, durante la Crucifixión.  El hecho es que antes de morir, Ermetti confesó lo obvio: todo era una falsedad.

Continuará...

 

Carlos Altgelt

Carlos Altgelt

Escritor, coleccionista y especialista en historietas