13 de diciembre, 2021

Entrevista

Tintas chinas al óleo: Ángel «Lito» Fernández

Charla con uno de los grandes maestros de la historieta mundial. Ángel «Lito» Fernández, auténtica leyenda del noveno arte, es autor de grandes hitos historietísticos como Precinto 56, Martin Hel, A través de oceanía, Dennis Martin y una larga lista de clásicos. Distentido y lleno de experiencia, Lito Fernández habló con Fierro de los secretos de su técnica, sus inicios en la profesión y su relación con tantísimos colegas y guionistas. Una entrevista imperdible. 

No dejes de leer aquí la inigualable obra de Lito Fernández y Carlos Trillo publicada en Fierro: Detectives sordos, mudos y malos

Tintas chinas al óleo: Ángel «Lito» Fernández

Nacido en 1941, Ángel «Lito» Fernández es uno de nuestros más importantes dibujantes, de todos los tiempos. De chico trabajó junto a su padre haciendo reparto de revistas y diarios y, esa cercanía con el papel, sirvió para subyugarlo y adentrarlo en el mundo de las revistas de aventuras e historietas.

Así se lanzó a dibujar en su juventud y apenas fue visto por los editores, su trabajo comenzó a ser requerido para una variedad enorme de editoriales; por eso, en poco tiempo, sus dibujos ya animaban las mejores revistas argentinas de historietas. Su carrera ininterrumpida continúa aún hoy después de décadas; y hay nombres de series o personajes que son sinónimo de Lito Fernández; Dennis Martin, Grace Henrichsen, A través de Oceanía, Gala, Martin Hel, Invasión ’55… ¿Cómo no reconocer los rasgos de sus inigualables dibujos, sus característicos claroscuros? Imposible. Tener un estilo reconocible es uno de los principales atributos para un dibujante, y Lito Fernández lo tiene.

También ha ejercido como Profesor de Dibujo, y si bien su nombre está muy asociado a editoriales como Columba y Record por el volumen de su producción publicada allí, asimismo ha aparecido en decenas de otras casas editoriales, y sus servicios han sido requeridos continuamente desde el exterior, publicando en EE.UU., Italia, Inglaterra, Chile, España… Toda una carrera de logros artísticos y en la cual Lito también ha acumulado imperdibles anécdotas, trabajando junto a los guionistas más relevantes de aquí y del exterior: Alfredo J. Grassi, Roberto Barreiro, Eugenio Zapiettro, H. G. Oesterheld, Chuck Dixon y muchísimos más. Con esa sencillez de los grandes, nos abrió las puertas y pudimos entrevistarlo y conversar con él largamente. Otras dos entrevistas recientes en revistas de papel se suman; una en Victoria Ciencia Ficción, aparecida en Julio de este año, y otra próxima a salir en Cineficción, donde Lito se explaya sobre temáticas como la ciencia ficción y el cine. Esto da una idea de la vitalidad juvenil de Lito y de la fuerza intrínseca de su obra.

Página de la serie Conexión Vierna. Guion de Oscar Manuel Armayor y dibujos de Ángel Alberto Lito Fernández, 1985. Crédito de Juan Carlos Massa.

Lito, se ha hablado mucho de tus famosos claroscuros. Y leí que algunos investigadores de la historieta te los atribuían más a la influencia de Frank Robbins que a Milton Caniff. ¿Es así? ¿Con cuál te identificás más? ¿«Johnny Hazzard» es una referencia insoslayable en tu carrera? Te pregunto esto porque a pesar de esa posible influencia creo que con el paso del tiempo pasó a haber un «estilo Lito Fernandez» que es único, distintivo. Por ejemplo, yo veo un dibujo tuyo —tus chicas, tus chinos, tus malos— y sé que solamente pueden ser de Ángel Lito Fernandez… no cualquiera logra eso.

Sí, probablemente con Frank Robbins me identifiqué más porque fue lo primero que me llamó la atención, después Milton Caniff, y lamento que haya sido así. Yo hubiera querido que fuera al revés; que me hubiera encontrado primero con Milton Caniff. Con respecto al estilo «Lito», bueno, yo no me llamo Frank ni Milton y entonces tenía que salir lo que salió posteriormente (risas). Después de mucho tiempo, a la larga, siempre sale finalmente el estilo de uno, porque no todos tenemos la misma sensibilidad, por más que yo imitara a uno u otro. Con esos ilustradores nos une el metiér del Dibujo. pero el estilo de cada uno sale a relucir finalmente, sea bueno o no.

Y muchas gracias por lo que decís al final sobre mi estilo. Pasó que después de visitar a don Ramón, el fundador de Columba, me dijo «Mirá, copiá a este, hacé una cuadrícula para que te salga igual, todo», pero lo que me dio para copiar era de Franz Guzmán. Y bueno, esas fueron mis primeras referencias. Como te dije, primero Robbins. Milton Caniff fue mucho después, y fue así que al final me interesó más Caniff que Robbins, no solo porque tenía un dibujo increíble sino porque su forma de pasar a tinta… ¡era como si estuviera pintando en blanco y negro! Era muy suelto. Leí cómo trabajaba una vez que él estuvo internado en un hospital: era en una revista francesa que vi en Córdoba, me la mostró el fundador de HORTENSIA, y ahí vi el boceto que él hacía de una tira, un boceto muy perfecto, pero no tenía nada que ver después con la tinta, y luego tuve también una tira de él en mis propias manos que había venido a través de un colega de Córdoba que coleccionaba este tipo de cosas y vi que Caniff corregía con témpera blanca. Había una cordillera de témpera en algunos cuadros. Corregía, se equivocaba, volvía a corregir en un mismo cuadro, en un mismo sector del cuadro, muy impresionante todo.

Caruso, Zanotto, Albiac, Zapietro, Lalia, Lito Fernández y Ascanio (foto de Armándo Fernández).

¿Qué remembranzas tenés de tus maestros Breccia y Borisoff? ¿Cómo era trabajar con ellos? ¿Te quedó alguna enseñanza o consejo en especial que te hayan dado?

¿Cómo era trabajar con ellos? Fantástico, te puedo decir. Uno era nuevo en esto. Con Borisoff era una fiesta porque era un tipo con buena onda, ¿viste? Un adulador, también. Me quedaron enseñanzas, claro que sí, sobre todo de Alberto (Breccia), sobre todo de él. Por ejemplo, él te decía: «Mire, el historietista es como esos esclavos romanos que son lanzados a la arena y tienen que luchar contra los leones, prácticamente mano a mano». ¡Y era bravo! Yo tenía esa imagen romana en mi mente y pensaba «¡Pero la p…! ¿Cómo voy a hacer? Pero bueno, no me importa, si hay que hacerlo lo vamos a hacer». Y bueno, era así, había que dejar hasta la última gota dibujando. Y lo de Ángel Borisoff al estudiar, era tratando de que todo sea con modelos, me pareció maravilloso, ¡y sorprendente cuando una vez faltó la modelo y una alumna se ofreció a posar! Me pareció maravilloso también eso. Y maravillosa (risas).

Al dibujante, ¿le gusta leer o eso lo distrae de su trabajo?

¡No, no! ¡No lo distrae! Creo que la lectura es importantísima, yo leo mucho, me atrapa mucho más aquello que está enraizado con un clima descriptivo y a veces en cosas muy puntuales, y no se me aparta de la cabeza hasta que termino el libro o hasta que termino esas partes. No me distrae en absoluto, me absorbe completamente. En estos tiempos trato de leer distintos autores. Descubrí por ejemplo a los autores japoneses, Kabawata, Mishima, entre otros, es realmente sorprendente como a través de la primavera, de las flores, va describiendo historias humanas y uno no deja de sentir el perfume de eso que él está describiendo. Realmente es mágico, quizá es algo propio de los japoneses, pero realmente maravilloso. Y después leo de todo, aventuras, un poco de todo.

¿Se puede decir que en «Dennis Martin» y «Grace Henrichsen» alcanzaste la madurez como artista? ¿En esa época quedó plasmado tu estilo propio? Algún investigador cita tu trabajo «La otra victoria» (RAYO ROJO, 1963) como el inicio del «estilo Fernández».

Y… no sé, uno no se da cuenta de eso. Quizá en los últimos laburos de Dennis que creo que los hizo Ray Collins (Eugenio Zappietro), me gustaron mucho los guiones que él hizo, es un gran gran profesional. Vos sabés que no recuerdo lo de «La otra victoria». Sería bueno poder volver a ver eso para descubrir cómo era lo que hice, aunque sea un cuadrito.

Página de Martin Hel, Robin Wood-Lito Fernández, DÁrtagnan, 1995.

¿Y qué hay de tus historietas de espionaje? Te lo digo porque vos como nadie supiste captar el espíritu de esa década colorida y turbulenta que fue la del 60; el pop art, las poleras de cuello alto, las minifaldas, la música Beat, la psicodelia… en cada cuadro, en cada adminículo del vestuario las encontramos. ¿Te costó capturar ese paradigma de la época? ¿Cómo recordás esa década?

Bueno, eso me gustó mucho. Es verdad eso de que era una década colorida. Con respecto a eso de las poleras, el vestuario, no, no me costó nada dibujar todo eso. Al contrario, me divertía. Tenía amigos en «El Melancólico», que era un hotel viejísimo, cuadrado, ahí enfrente de la estación de Belgrano R, verde, rodeado de árboles viejos y no podemos olvidar quiénes habitaron ese hotel. Yo sacaba las imágenes de todo lo que veía, la gente, las mesas, el lugar en general.

No sé si a vos te ocurre lo mismo, pero «A través de Oceanía» me parece una de las mejores historietas argentinas de aventuras. Es emotiva, maneja rápido la acción, enfoca los sentimientos, y tus dibujos le dan más fuerza al guion. Supongo que fue placentero dibujarla.

Sí, a mí también me gustó mucho. Sobre todo, porque fue evolucionando. Al principio fue muy zigzagueante para mí, pero ahí pude poner cosas que me daban alegría y otras que me daban bronca, sacar cosas de adentro de ese momento, me sirvió para volcar en ella muchas cosas de mi vida personal. Pero en general coincido con lo que decís; fue placentero dibujarla.

Y tu experiencia de trabajar para el exterior, para otras culturas y mercados importantes, como Chile, EE.UU., Italia, Inglaterra, España… ¿fue interesante, más allá de la necesidad laboral?

Sí, pude laburar para todos estos lados que decís. Yo creo que fue más por necesidad laboral (Risas)… y explorar un poquito a ver si tenía esa capacidad para trabajar en esas culturas. Siempre aprendés de eso, viendo cómo viven en otros países, las costumbres que tienen. Más allá de a que a veces trabajás con el tiempo que te corre, la experiencia es muy buena.

Dada tu gran desenvoltura en los claroscuros, ¿es válido decir que sos principalmente un artista del Blanco & Negro? ¿Te sentís más cómodo que con el color? Recuerdo una cita tuya: «El negro da un clima que no da el color». Es una gran frase porque aparte es una linda verdad, basta ver las viejas películas en B&N de los años ’40…

Sí, concuerdo. El negro, para mí, da más clima. La alegría la podés dejar en blanco, porque el blanco es un color para la alegría. En cuanto a los intermedios, hasta el negro, que pesa, típico de pesimismo, o que es fúnebre, o como quieran llamarle. Y sí, uno se crio viendo películas desde los años 40. Vos sabés que mi vieja, sobre todo, me llevaba a ver películas de aquella época y algunas no eran para chicos, pero bueno, fue lo que me tocó ver y sorprenderme al verlas porque justamente anteriormente he dicho sobre la alegría o el clima que se va dando hasta llegar al negro.

Yo crecí viendo películas en B&N; americanas, mexicanas, argentinas, inglesas… y lo que me llamó la atención sobre las películas era que los ingleses hacen un culto de la iluminación… la película inglesa por lo general no es tan ruda o chabacana como la norteamericana que en un día de sol te ponen una luz de abajo para dar dramatismo, que sé yo… los ingleses en ese sentido son maestros de la iluminación. Han sido y lo son, aun en las películas de color.

¿Es verdad que un socio de Joe Kubert te ofreció hacer Steve Canyon?

Sí, la cosa fue así: no es que el socio de Kubert me ofreció hacerlo, sino que cuando vino acá a Argentina, se dio. Por otro lado, te cuento cómo fue: vino a cenar a mi casa. Era el vicepresidente de la Marvel. Cuando llegó a casa se charló esto… que entre paréntesis fue una cena muy linda porque había una pléyade de colegas; Solano López, Faluggi, Mandrafina, Caliva, Néstor Olivera creo que también estuvo… fue maravilloso. Él cada vez que venía acá a Buenos Aires me invitaba al hotel a que charláramos y almorzáramos juntos para comentar cosas de aquí y de allá.  Y esa vez me dice: «Vi tus cosas y me pareció que vos tenías que ser el ilustrador de Steve Canyon, te iba a proponer, pero no tenía tu teléfono ni tu dirección, ni tenía a nadie allá en mi país que te conociera a vos acá». Y bueno, lamentablemente se perdió la oportunidad para mí.

¿Editorial Columba fue tu gran vidriera o es una percepción del público?

En realidad yo anteriormente estaba en Editorial Yago, donde me había llamado el Tano Pratt para hacer Misterix, y luego fui a Columba, donde me dieron un guion; «Los Wilson de Texas»; fue el primer guion que yo hice para Columba, era una de cowboys moderna, había camionetas ya y todo eso, pero en el campo. Y me encantó, y bueno, después se terminó lo de Misterix en Yago y ahí continué con regularidad en Columba, quizá por eso se me asocia tanto con esta editorial.

¿Cuándo se trabaja más cómodo: de día o de noche?

Y mirá, lo ideal sería trabajar de día, pero a la noche hay más silencio; como diría Serrat «Las musas van bajando y se apoderan de uno»; las musas, los duendes, los fantasmas… y nadie te jode con el teléfono, nadie te molesta en general, podés escuchar música, suave, aunque yo no soy de oír música suave sino me duermo (risas). Si bien me gusta mucho el tango, trabajo bien oyendo rock, como si le diera a la batería con un hacha, y con la viola y todo ese tipo de cosas, aparte mientras dibujo zapateo, por ahí me pongo no te digo a bailarme una zamba pero muevo el pie al ritmo de la música… (risas).

Tira «Escombros», 2013, publicado en Télam.

 

Christian Vallini Lawson

Christian Vallini Lawson

Traductor, cuentista y coleccionista de literatura popular.