17 de marzo, 2021

Dibujo argentino

Testimonio Cristeano

Ya son más de 16.000 viñetas las que Crist produjo para la contratapa del diario Clarín. Esas ventanas, al decir de José María Gutiérrez, son el pasaje a un mundo interior esplendoroso y, a la vez, feroz. Un mundo que tiene un Creador y un creador que tiene sus seguidores, nosotros, los cristeanos. Entrá a ver La mancha Voraz, las doce ilustraciones que Crist seleccionó para Fierro.

Testimonio Cristeano

El trasero de Clarín tiene mucho de Hortensia

Hace casi cincuenta años el diario Clarín, en un genuino «toque de atención para la solución argentina de los problemas argentinos», presentaba su contratapa repleta por un cuerpo de tiras y viñetas creadas para la ocasión por autores nuestros, quedando por un tiempito como testimonio para magnificar la jugada, los ancestrales gringos Mutt y Jeff. Este acto lo convirtió en «el diario que se empieza a leer por atrás», es decir, por sus historietas. El trasero de Clarín era una fiesta.

Ese fue un seleccionado lleno de negros: el negro Caloi, el negro Fontanarrosa, el negro Crist. Un salteño, un rosarino, y un santafecino-cordobés por adopción. Completaban la federalización del staff el sanjuanino Aldo Rivero, y el polacordobés Ian, con quien los dos negros de la provincia de Santa Fe establecían en el diario la embajada de Hortensia, artefacto de prensa con el que desde 1971 Alberto Cognigni le sacó patente y le dio cuerda al humor cordobés y entonces sopló un aire fresco para el humor argentino, como dicen en un catálogo de las parentales bienales del humor y la historieta. Hortensia, sin tener que salir de Córdoba capital, logró distribución nacional y llegó a tirar cien mil ejemplares por número. Se dice que sin Hortensia no hubiera sido Satiricón ni todo ese después. ¿Será así? Lo indudable es que la Hortensia nutrió con mucho el trasero a Clarín. 

En ésta los creadores no se pisaban los callos, porque en esa página todos eran bien diferentes, pero había uno entre ellos que era mucho más diferente de todos: Crist.

El mal humor de Crist

Crist había estado en Hortensia desde el comienzo. Para entonces ya era célebre. Había tenido su sección fija en Rico Tipo (1967), y luego también en Patoruzú (1968). Había ganado el concurso con el que la revista Gente (1969) buscaba sumarse a la renovación del humor gráfico que se había venido operando durante los sesentas, y los dibujos de Crist refulgían como una de las más frescas propuestas de esa renovación.

Crist dibujaba tan bien y era tan diferente que, cuando quería, podía darse el lujo de no hacer chistes en las secciones de humor donde publicaba. En Hortensia pudo predicar esa radical emancipación del chiste publicando una página de historieta como «García y la máquina de hacer pájaros», (con la que además se bautizó a la más potente máquina de rock progresivo de la Argentina): en ella se diría que domina el absurdo como en Landrú (a quien homenajeó durante años situando junto a su propia firma en lugar del gato landrusiano a un cristeano ratoncito), si no fuera porque el disparate nunca bajaba a tierra para cerrar y provocar el efecto cómico en el lector. La serie se articulaba en los diálogos de García y Caballero sobre el funcionamiento de esa especie de lavarropas donde tirabas harina, un poco de agua y un plumero y te salía un pájaro (y si la harina estaba vencida, un pterodáctilo).

La poética de Crist anidaba y reina en el dibujo, y la condición de imprevisto que detona el efecto cómico del chiste, en él está en toda la extensión del dibujo, no sólo en la porción del remate. La gracia es inmanente a su dibujo, así que prescindió de hacerse el gracioso. Sin embargo en su descomunal producción hay muchísimas de las formas posibles del humor, desde la secuencia muda hasta el latigazo de la réplica ingeniosa, y en ninguno supeditó sus figuras y composiciones al fin de causar risa aunque fue adaptando sus formas discursivas al medio.

En Clarín, Crist ha publicado, al día de hoy, cerca de dieciséis mil (¡16.000!) viñetas. En ellas practica un modo donde el dibujo lo llena todo, y el texto es siempre un comentario sobre algún tema de la actualidad de los que suelen escapársenos en el vértigo del menú de noticias que fija el periódico. Pone el ojo en algo que está afuera de la primera plana o al costado del titular.

Para el modo habitual de lectura fugaz o urgente de un diario es difícil captarlo. Y aún menos en esa celda de 10 x 10 cm donde se imprime. El único modo de leerlo bien es ampliarlo, darle a la pantalla completa, abrirlo como lo que realmente es, y lo que siempre fue: esa celda en la dictadura del impreso es en verdad una ventana. Allí fue donde comenzó su prédica para muchos de nosotros, los cristeanos.

La doctrina cristeana

El cuadrito de Crist era una ventana abierta al palacio del dibujo en toda su extensión. Crist no era exactamente un humorista. «El humor  es una actitud que se puede transformar en un oficio», nos ha dicho hace algunos años. Aún más que Fontanarrosa, en Clarín era evidente que no hacía, que no haría nunca una figura de «mono» cómico.  Su complemento en el diario llegó cuando Menchi Sábat se pasó desde La Opinión para ilustrar los artículos de política y cultura. A partir de ese momento el matutino fue, por ambos, una incitación para enamorarse para siempre del dibujo.

No dibujaría «monos╗, porque Crist no respondía a la tradición dominante del humor gráfico local. Su imaginario y sus figuras no venían de la brillante cátedra de Garaycochea, o de Ferro, o de Battaglia, ni del Quinterno industrial, o de la matriz de Lanteri. Por una parte, él había mamado puro Pratt en la cuna, desde la misma portada de la Hora Cero donde los ponjas se le avalanzaron a bayoneta calada cuando pibe. Y por otra parte, su dibujo manaba de otra tradición que era la de los artistas gráficos  que desde la ilustración habían llevado el dibujo a una instancia considerable entre las artes con mayúscula en ese ámbito imperial que antes simplemente lo soslayaba. En Crist y algunos otros camaradas, aparecían nítidamente fuentes exógenas al humor gráfico argentino, especialmente la de los maestros Carlos Alonso (con quien Crist colaboró en su taller), o Castagnino, y en la raíz, el expresionismo de Lajos Szalay.

Cuando miramos un dibujo de Crist estamos mirando todo el linaje del arte del dibujo, expansivo hacia atrás y hacia los costados, hasta llegar al extremo oriente, mientras sus trazos nos empujan hacia adelante, hacia donde nos lleve la gran ola de tinta china.

Algo definitorio en su modo de afrontar la cosa es ese ademán salvaje, ese impulso de línea espontánea, lanzada a su destino, libre y a veces enloquecida. Con ello recupera para el humor gráfico algo que si le ha sido tradicional, porque estaba en las nunca reeditadas primeras tiras de Patoruzú: el salvajismo. Aunque puede evocar ora a Picasso, ora a Sterle o a Steadman, el dibujo de Crist es irrenunciablemente argentino: su mancha de tinta es también una mancha de tinto, su cuerda es folklórica, y sus obras están atravesadas por una poderosa tracción a sangre criolla.

El cristobrero

Entonces nos habló y dijo: «La urgencia por la entrega del laburo diario te hace olvidar las ideas de autolimitación, eso de pensar “ah, no, yo esto lo quiero dibujar como Sterle”. No hay tiempo para esperar la inspiración, y de ese sacar el trabajo para adelante como sea todo el tiempo, te sale el estilo». Nos dijo que en el estilo importan más los errores que los aciertos. Lo que sale sin querer, ahí a donde te llevó el ritmo de trabajo. «Los accidentes forman parte del dibujo y son los que le dan personalidad, fuerza, resolución y carácter».

Es en la exposición de la obra original donde la pasión de Crist se manifiesta plenamente. Si el quiosco fue durante tantas décadas una galería al paso, la obra de Crist ha recorrido un camino paralelo que se agigante en estos tiempos en que aquella galería fenece como tal.

Ver aquellos mismos dibujos que estaban en el diario y las revistas en los paneles de las muestras de humor, era una experiencia reveladora. Ya no eran una ventanita, ahí uno se metía al palacio mismo. Sus trabajos pasaron de luchar contra la impresión, a las galerías y a los salones internacionales, tal como ahora podemos verlos en su esplendor, una vez mas, gracias a FIERRO que lo convocó para que hiciera una selección de sus obras que preparó junto a su compañera María Teresa: estas piezas de escenas sin palabras, de un humor universal, legible por todo el mundo, que van de la lacónica viñeta del Alma de Nogal al ímpetu plástico del Che Vip.

Dicen los que escribieron los evangelios que Cristo expuso sus enseñanzas a través de parábolas. De algún modo, Crist también. Estos doce dibujos exponen que su humor es metafórico, oxímoron que esplende en el formidable Coya Virtual, por decir un ejemplo.

Bienaventurados los que aprecien esta galería de trabajos más o menos recientes, que contienen en sí el alma de los miles de dibujos que Crist hizo sobre el tablero y la pared, sobre servilletas y libretitas, en estudios, bares y peñas, porque en ellos reside la Buena Nueva de Crist, de Cristóbal Reinoso, que transmutó el vino en sangre y la sangre en tinta. Los cristeanos les llamamos el milagro de la mancha y la línea. Amén.

(Fotografía de tapa Ramiro Pereyra publicada por el diario La Voz del Interior, 28/6/2015).

 

José María Gutiérrez

José María Gutiérrez

Ensayista e investigador