26 de octubre, 2022
Relato publicado originalmente en la revista Twist y gritos nª13 del 28 de septiembre de 1984. No dejes de leer la investigación «¡A bailar rock con el Conde Lai!» de Matías Raia. Ilustra Sergio Langer.
Por Alberto Laiseca
La relajación de las costumbres, en verdad, ha llegado a su extremo límite. Apareció por ahí una "danza" (de alguna manera hay que llamarla), atroz e inculta, donde las parejas se mueven a tal velocidad que a las damas se les desnudan por completo los tobillos. El hombre, además, aprieta a la mujer contra sí de manera tan estrecha, que ambos pechos se rozan una vez y otra con una escandalosa y abominable lujuria. Las jóvenes, en particular, no parecen tener conciencia de eso tan horrible que les sucede: antes al contrario chochas de gusto, parecen transportadas al séptimo cielo. No sé qué espera Su Alteza Serenísima para prohibir este baile demencial e indecente. Si las cosas siguen así pronto tendremos, en el propio Palacio, ¡la ebriedad y el desorden! Pero el peor de todos es un tal Wolfang Mozart, alias El Chacotón, con su última horrible ópera disolvente: Las Bodas de Fígaro, llena de intenciones equívocas.
Ilustró: Langer
Olvidé aclarar que la indignada nota anterior (con palabras más o menos parecidas) proviene de 1785, de un periodista de Viena, capital del Imperio Austrohúngaro, y no habla en contra del Rock and Roll (por ese entonces no existía), sino que despotrica enfurecido contra el Vals (entre otros asuntos). El Emperador de aquel entonces lo prohibió pero no tuvo éxito porque la gente lo bailaba de todas maneras, sin hacerle caso alguno. Afrodita, la Diosa del Sexo y del Amor, supo triunfar doscientos años atrás, así como ahora también derrota una vez y otra a los puritanos. El rock es libertad, es juventud, pero sobre todo es vida.
Durante muchos siglos los hombres pensaron que lo mejor de la criatura humana estaba en el corazón; luego vino la época materialista, donde se decía que lo más selecto se encuentra en el cerebro. Los jóvenes, según parece, tienen otra tesis: lo más importante está en la esencia vital de entrepiernas. El seso es el único órgano que jamás se equivoca, el que pinta todas las formas y dibuja todos los colores.
La lucha entre Thanatos y Eros (la Muerte, lo caduco, lo viejo, por un lado y el Erotismo, la vida, por otro) a veces toma formas un poco escandalosas, admitámoslo. El grupo vasco Tensión, de rock duro, decidió en 1980 dar un concierto en el cementerio de Pamplona. No llevaron guitarras eléctricas porque no tenían donde conectarlas y eran demasiado pobres como para traer equipos de energía. Se conformaron, pues, con violas comunes y unos parches y baterías completas. Aparte sacaron tres o cuatro placas para su nuevo LP que se las habría envidiado Drácula. La joda terminó cuando vinieron los muchachos de la Guardia Civil y los terraplenaron. Pero qué mal hecho, digo yo: Hubiesen dejado que siguiera la gran batalla entre la Muerte y el Rock. ¿Y si el Rock And Roll ganaba? A lo mejor la Muerte era derrotada para siempre y, a partir del maravilloso triunfo del grupo Tensión, nosotros los seres humanos adquiríamos vida eterna. Pero los malévolos enanos del espíritu (ojalá un gigante los matara a garrotazos) siempre estuvieron en contra del rock. No es sólo de ahora. La libertad, la renovación y el sexo siempre asustaron a los puritanos, sean del sistema que sean. Y si no podemos tomar un ejemplo del otro lado: a principios de agosto de 1960, en Chemnitz, Alemania Oriental (del lado comunista), unos jóvenes se reunieron en la plaza principal para escuchar a Elvis Presley con sus radios a transistores. Ahí nomás cayó La Ley (los Pibes de la Dura: bolches, en este caso), con la idea de quitarles los receptores y que así no siguieran oyendo las radios occidentales. Fueron recibidos alegremente a piedrazos y puestos en fuga. Después volvieron, los malditos, una vez que trajeron refuerzos de todas partes. Sólo así pudieron vencerlos. Al otro día el diario oficial de las Juventudes Comunistas Alemanas (Mundo Joven, se llama el pasquín) declaró indignado: "Ese Elvis Presley es un agente secreto de la guerra psicológica que los norteamericanos desarrollan en forma solapada contra el mundo socialista. Cualquiera puede darse cuenta de la clase de jóvenes perdidos que son los que lo adoran al tal Elvis, hijo analfabeto de un vulgar campesino, y que ni siquiera canta como un ser humano. Antes Presley era camionero; tenía, por lo tanto, un empleo honrado; ahora se dedica a pervertir a los jóvenes". Un poco contradictorios estos bolcheviques: aparentemente es honesto ser camionero, pero no ser campesino. Odian y desprecian, por lo visto, a la gente que trabaja en el campo. ¿Pero cómo: no era que todos somos camaradas? Por lo visto, y como decía George Orwell, "Todos somos camaradas, pero algunos somos más camaradas que otros". Los represores ni a los monos dejan tranquilos. Y si no véase. Un tal míster Reath, de África del Sur, enseñó a un mandril a tocar el piano. No es chiste. Esto ocurrió. El mandril es una de las clases de mono más inteligentes que existen. Estuvo seis meses amaestrando al pobre bicho para que aprendieron a tocar una pieza muy sencilla. Al fin lo consiguió, sólo que, por extraña coincidencia, a medida que el animal adquiría mayor destreza se volvía más furioso e irascible. Siendo ya un capo (una especie de Chopin de los monos) mordió a dos ridículos imbéciles que lo escuchaban tocar embobados. Asustado, el señor J.A. Reath se decidió a matarlo. Todo esto sucedió en setiembre de 1957, más o menos por la época en que Bill Haley fastidiaba a la "gente buena y decente" con sus Cometas. Si hasta los animales se sublevan ¿cómo no habría de hacerlo el ser humano? Más allá del chiste implícito en el hecho de que un mono toque el piano, lo cierto es que a los represores sus experimentos científicos se les salen de control.
Alberto Laiseca
Ilustró: Langer
Alberto Laiseca
Novelista, cuentista, actor.
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