26 de octubre, 2022
Homenajes
La obra gráfica de Kalondi, dispersa en revistas y libros de difícil acceso, es fundamental para trazar líneas acerca de la historia de la ilustración y del humor argentino. Fue uno de los pilares de la renovación gráfica junto con Quino, Copi, Brascó, Landrú y un largo etc., que se produjo a fines de los 50s y que revolucionó las formas del humorismo patrio. En esta primera parte, Osvaldo Aguirre detalle los comienzos del dibujante, su oficio como diseñador gráfico (oficio aún no «reglamentado» por aquellos años) y su inquebrantable libertad creativa. No dejes de visitar «Kalondi, Cronista de sombras», una series de dibujos creados para el diario El Cronista en los años 90s.
Por Osvaldo Aguirre
Héctor Compaired es menos conocido que Kalondi, el apodo con el que firmó sus trabajos como humorista gráfico e ilustrador. En El Decamerón negro, recopilación de leyendas africanas del antropólogo alemán Leo Frobenius, el nombre designa a un personaje que se salva de situaciones peligrosas a través de los cuentos que inventa, y Héctor lo recibió de un maestro en la escuela República de Cuba, de Charcas y Costa Rica, donde cursó la primaria en la década de 1940. Pero en su caso no se trataba tanto de una destreza con las palabras sino más bien con el dibujo.
«Cuando yo corría un grave riesgo de sacar un cero en una prueba de matemática -le contó a la periodista Laura Linares en 1988-, hacía un dibujito de un chico con un globito de pensamiento en el que aparecían todas las variantes del problema, aunque no tuviera el resultado. Al maestro le hacía gracia, no me reprobaba, pero aseguraba que yo era un Kalondi».
Explicarse a través de las imágenes, dibujar como forma de vincularse con los demás y de interpretar al mundo fueron parte del sello personal de Kalondi. «¿Viste cuando la gente dice “te lo explico o te lo dibujo”? -señala Juan Pablo Compaired, hijo de Kalondi-. Bueno, mi viejo lo dibujaba. Cuando hablabas con él, decía “no, mirá”, sacaba un papel y hacía un dibujo, un mapa, un esquema, pero siempre lo contaba gráficamente».
En la anécdota de infancia suena raro que Kalondi imagine una dificultad precisamente en matemática, la materia que más le gustaba. Después de la secundaria siguió la carrera de arquitectura «porque tenía matemática y tenía dibujo» y se recibió en 1959, a los 25 años. Por entonces ya había publicado colaboraciones de humor gráfico en Tía Vicenta y era amigo del secretario de redacción, el periodista y escritor Carlos del Peral (Carlos Peralta).
Del Peral lo convocó hacia fines de 1959 para colaborar en Tarea, revista publicada por la Universidad de Buenos Aires durante el rectorado de Risieri Frondizi, donde hizo humor e ilustraciones junto con Quino, Copi y Miguel Brascó, y al año siguiente en 4 patas, «el semanario satírico mensual» al que le bastaron cuatro números para introducir una ruptura en los modos de hacer humor en la Argentina.
Kalondi ilustró las portadas de 4 patas y expuso un mundo creativo en distintas direcciones: la arquitectura, a través de una parodia y una crítica hacia los nuevos diseños urbanos al presentar el «plan piloto de una ciudad ideal»; la mirada cáustica hacia la actualidad, en una serie de dibujos sobre el tema de la bomba atómica; sus reversiones de iconos culturales, en una maravillosa «Mitología para armar».
En una entrevista publicada en el número 2 de El grillo de papel, en 1960, responde como lo hacía desde chico, con dibujos. Ante la pregunta por cómo se ve a sí mismo esquiva la tentación narcisista del autorretrato y toma el interrogante al pie de la letra: dibuja sus brazos y la parte inferior de su cuerpo. Y a propósito de lo que piensa de Saul Steinberg representa a los nuevos dibujantes como descendientes del ilustrador rumano.
«Kalondi era un adorador de Steinberg, como todos nosotros en esa época -recuerda Lorenzo Amengual-. Tenía una preocupación particular por cómo dibujar, de una forma que hoy se ha perdido, donde el dibujo era tan importante como la idea. Por ejemplo, hizo una serie en la que emulaba la técnica de la cartulina enyesada: dibujaba sobre baldosones de yeso con tinta negra y después con un cortante, con una punta, rascaba el yeso y hacía retoques en blanco».
En otra nota de la época, para el segundo número de la revista Tiempo de cine, también recurre a lo que era su mejor forma de expresarse. Después de la exhibición de Tire dié, la película de Fernando Birri, en el Cine Club Núcleo, los organizadores realizan una encuesta entre los espectadores, a la que Kalondi responde con dibujos y textos breves. «Pensé que había amigos míos que no sabían de Tire dié», dice, al pie de una ilustración que muestra a un hombre leyendo Ficciones, de Borges; y cuando le piden su opinión sobre el film contesta: «yo no juzgo, estoy afuera, yo quiero trabajar como ustedes, humildemente, mostrando».
«Sobra la comicidad, pero, ¿quién hará reír a los argentinos», se preguntaba Primera Plana en una nota del 19 de febrero de 1963 que describía una situación editorial complicada: «en estos momentos en Argentina no existen revistas humorísticas que vendan más de 20.000 ejemplares». Según el artículo, el cierre de 4 patas había provocado una dispersión de los dibujantes hacia otros países u ocupaciones; Kalondi, en particular, trabajaba como diseñador en Agens, la agencia de publicidad del grupo Siam Di Tella, y como ilustrador en el semanario de Jacobo Timerman.
Creada en 1961 para articular la producción industrial y la comunicación de la compañía, Agens realizó los primeros trabajos en Argentina relacionados con el diseño corporativo. En la historia del comic suele ser recordada como el medio para el que Quino creó Mafalda, a partir de un pedido de Brascó para promocionar la marca de electrodomésticos Mansfield.
Agens conformó un notable equipo de trabajo con escritores, artistas gráficos, diseñadores y arquitectos. Junto con Kalondi, se encontraron entre otros Eduardo Joselevich, Guillermo González Ruiz, Nicolás Jiménez (después director de la revista Summa), Pino Migliazzo (de la Escuela Panamericana de Arte), Rubén Fontana, Martín Mazzei (diagramador de Chaupinela en los años 70), América Sánchez y Ronald Shakespear. Entre los creativos, además de Brascó, estuvo también Francisco Urondo.
«En las publicaciones no existía la expresión diseño gráfico, había diagramación. En las agencias de publicidad los redactores era gente de literatura, poetas, tipos que se ganaban la vida escribiendo, no publicistas. Y en la parte de diseño pasaba lo mismo, con artistas y gente de Bellas Artes», dice Lorenzo Amengual, que recuerda a Jorge Sarudiansky, también arquitecto, dibujante y diseñador en sus comienzos (entre otras publicaciones, del periódico CGT que dirigió Rodolfo Walsh). «El diseño no estaba definido socialmente como un oficio», agrega.
La agencia Agens realizó desde catálogos y manuales de uso hasta productos para promocionar a la empresa Siam Di Tella y diseños de la heladera, la plancha y los ventiladores de la marca Siam. Para Kalondi fue el principio de una trayectoria reconocida, que continuó con trabajos de diseño industrial para Aurora, Fate -en este caso con el arquitecto Silvio Grichener, creador de la calculadora Cifra 211-, Ika-Renault, Perfecta Lew, Canal 5 de Rosario y Textil Oeste. Mientras tanto formó pareja con la socióloga Dora Orlansky, vinculada al Instituto Di Tella, con quien tuvo a su hijo Juan Pablo (1968) y después de su separación en 1969 con la escritora Lilian Goligorsky.
«Los prototipos de los productos llegaban a casa y eran juguetes para mí -dice Juan Pablo Compaired-. La parte de Siam no la recuerdo porque yo era muy chico, pero sí los trabajos que hizo para Aurora: el logo original del encendedor Magiclick con el asterisco es la letra a mano alzada de mi viejo».
Además del Magiclick -«lo diseñó él»-, Kalondi pensaba sus propias invenciones. «Una de las cosas muy divertidas que había diseñado era una casa rodante plegable, con paredes abatibles, como una especie de acordeón. También proyectó lapiceras con distintas formas, muebles y otros objetos», agrega Juan Pablo Compaired, a su vez dibujante y autor del libro ¿Quién es JPC?.
El diseño fue también un juego para Kalondi, como muestra una página sobre marcas y logotipos imaginarios publicada en Primera Plana en 1965. Y un motivo de reconocimientos, como el premio que recibió en un concurso nacional de diseño de 1970 por el proyecto para un calefón de 16 litros.
La relación con el diseño y la arquitectura le permitió sentirse más libre en cuanto al dibujo y a la ilustración. «No era lo fundamental para comer, por lo que no estaba detrás de la editorial o de la revista. De cualquier forma, publicar era mucho más fácil en aquel momento», destaca Amengual.
En 1964 Kalondi ilustró el Manual del gorila escrito por Carlos del Peral y publicado por Jorge Álvarez. (Fue reproducido en Fierro trimestral en 2019). La ironía de su punto de vista derivó en un creciente escepticismo y en la crítica de las formas de poder -en los sistemas políticos pero también en las conductas cotidianas- y de la hipocresía pequeño burguesa. «El compromiso político me pareció siempre un riesgo inútil. Como ponerse a trabajar de torero con un pañuelito colorado. Una estupidez», escribió en Curso básico de historia, filosofía y gimnasia política, concebido «porque la política está entrando en el oscuro desván de los trastos obsoletos» y publicado en el Libro de Humor Político (Ediciones de la Urraca, 1975).
Al margen de lo ideológico, la instrumentación paródica del manual es una forma característica del humor intelectual de la época. Kalondi la adoptó en sus libros -el Manual del pobre (1996), definido por el autor como «el único manual de autoayuda que no ayuda» y el Manual del fracaso (1997)- y en colaboraciones para publicaciones periódicas, como el «Curso para aprender a votar» en Satiricón número 4 («Otra vez habrá jingles espantosos promoviendo a los candidatos, otra vez volverán los balbines de tus oídos sus hueras metáforas a colgar, otra vez se iniciará un ritual al que parece inevitable volver») o el «Método acelerado de humorismo moderno» del número 8 de la misma revista en el que parodia la publicidad de los cursos de dibujo que ofrecían un horizonte de éxito y dinero a los estudiantes.
El «Método acelerado de humorismo moderno», pese a la impronta paródica, contiene reflexiones que podrían dar cuenta de su forma de dibujar. Kalondi destaca la importancia expresiva de los gestos en la figura humana: «si las manos están, están haciendo algo, y si no métalas en el bolsillo»; los objetos, a la vez «son algo así como módulos portátiles que uno coloca en el dibujo para reforzar lo que uno quiere decir», de manera que «si quisiéramos decir “Matilde me engaña” necesitamos un vaso de whisky (un objeto) en manos de García: es decir un gesto fijo, una especie de subrayado que explicite más claramente las connotaciones dramáticas del caso».
Agradecimientos: Juan Pablo Compaired, Lorenzo Amengual, Laszlo Erdelyi, Marcial Souto.
Osvaldo Aguirre
Periodista y escritor.
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