04 de agosto, 2021

Rescates

Reportaje a un fabricante de zombis

«Reportaje a un Fabricante de Zombis» se editó en el n° 15 de diciembre de 1985. No dejes de leer los cuentos del Conde Lai, titulados: Rockeros y otros escandalososMueran los potables y blanditos, además de la investigación «¡A bailar rock con el Conde Lai!» de Matías Raia. Ilustró Sergio Langer.

Reportaje a un fabricante de zombis

No quiso dar su nombre verdadero, claro está. Lo comprendemos. He de llamarlo, por lo tanto, Dr. X, como en los chistes. A lo largo de la entrevista yo tenía cruzados los dedos de los pies y de las manos. Cagado en las patas, como quien dice. «Se lo nota algo nervioso, joven», dijo socarronamente el Dr. «Es su carisma», contesté por poner algo. 65 años, con aspecto de lobo estepario hessiano, sustero, anguloso («seco») y muy fuerte. Inútil sería buscarlo en Bs. As. Acaba de ganar una beca para perfeccionarse en Haití.

Periodista: Con honestidad: ¿existen los zombis, Dr.?

Dr. X: (me mira con asombro): Naturalmente que sí. Hay tantas maneras de fabricarlos, que hoy día resulta facilísimo. No tiene más que pegarse una vuelta por Suipacha y Córdoba, o Viamonte y Florida, y los verá de a docenas. Justo porque son sitios insospechables. Callao y Santa Fe, sobre Santa Fe, además.

Periodista: Pero… ¿aquí? ¿en Bs. As.?

Dr. X: ¿Qué suponés? ¿Qué el vudú es sólo cosa de negros? Mire: Los otros días, en Larrea al 600 vi a un japonés que había hecho un zombi con un coreano. «Se nota que ya le enseñó a caminar», pensé. Era indudable, pues en vez de llevarlo de la manito, como si dijéramos, limitóse a efectuarle una mudra de dirección. El otro se puso en marcha y…

Periodista: Dr., se lo ruego: poco a poco. La gente no va a entender. Usted da demasiadas cosas por supuestas. Hay muchos, incluso, que ni siquiera saben qué es un zombi.

Dr. X: Entonces va a ser mejor que empiece por el principio. De cualquier forma, no puedo menos que decirle que tanta ignorancia me aterra. O por lo menos me confunde. Es… increíble. La sobrenaturaleza, en esta ciudad, es algo aburrido y común. Pero en fin: dejemos eso. Un zombi es muerto que camina. El ocultista lo ha reanimado con el auxilio de la magia y de la fisicoquímica. He leído en una estúpida revista yanqui que los futuros zombis son aletargados con una droga que los paraliza y sumerge en estado de coma. Si se usa más veneno del necesario la resurrección es imposible. Hay que robar los cuerpos del cementerio a las 8 horas de la inhumación, etc. Tonterías. Lo ideal es que uno prepare a la víctima, futuro zombi. Antes de liquidarlos el constructor estudia sus hábitos alimentarios, pues luego de reanimados comerán lo mismo que cuando vivían; sólo que en pequeñísimas cantidades, claro está. Cierto que suelen usarse drogas , para hacer más fácil el proceso, pero no son indispensables. Y en todos los casos el muerto que uno desentierra está muerto pa’ siempre. Si uno se apresura a sacarlo es para que no se deteriore demasiado, por ninguna otra causa. Los cementerios de Escobar, Boulogne, etc. son nuestros favoritos. De este último la saqué a Cristina, una zombi que me duró tres años. Me dio muchas satisfacciones, narcisismo aparte.

Periodista: ¿Cómo son los zombis, en su aspecto externo?

Dr. X: Ojos vidriosos. Ropas holgadas, que no están húmedas pero dan la impresión de estarlo. Caminan siempre junto a las paredes, rozándolas. Incluso a veces las chocan: por eso la gente, al verlos, supone que son cegatos. Usan zapatos acartonados, pero impecables y muy lustrosos. Excesivamente brillantes. Para fabricar a uno de estos regalones usted debe utilizar prácticas fisicoquímicas , como ya le dije, pero también otras francamente celestiales. Usa potestades. En Haití (me avergüenza citar algo tan conocido) invocan al Barón Samedi. Pero no es el único poder invocable. En verdad, cuando uno resucita a un zombi (o a una zombi: estas chicas marcan mi preferencia: estoy enamorado de la estética femenina), se encuentra una especie de muñeco de Frankenstein que depende totalmente de uno. Al principio son como bebés y uno debe enseñarles a caminar. El constructor pone sus dedos en cierta forma (los indúes lo llaman mudras) para dirigirlos. Él tiene que acompañarlos muy cerca, pues su presencia física importa en forma fundamental. Los hace caminar delante suyo, a dos o tres metros, y los acompaña por Viamonte al 600, sea un ejemplo, para que tomen sol y se pongan gordos y hermosos. Al principio es más difícil. Después ya puede seguirlos a diez metros, a veinte, etc.

Por último les hace un mudra de dirección y ellos salen de la casa del amo y van y trabajan, siempre haciendo lo que éste les ordene. Pero guarda: el robo de zombis está a la orden del día en el esoterismo. Cualquier mago puede hacer un mudra de enganche y quitárselos. Después que usted se rompió el culandreli para su fabricación, viene un Juan de los Palotes y se los hurta. No hay derecho. Por eso usted los protege con máquinas y exorcismos para que ello no suceda. Ya después. El fabricante está en condiciones de llevarlas (siempre pienso en “ellas”, y usted disculpe; las mujeres me enloquecen) a comer chorizos a la Costanera, a nadar, o a remar por el Tigre. Yo remo. Nunca permitiría que ellas lo hiciesen, no soy como algunos que dejan que las mujeres se encarguen de esa tarea. Soy un caballero. El símbolo sexual antes que nada.

Periodista: Eso es machismo puro. No creo que les resulte muy simpático a nuestras lectoras.

Dr. X: (me lanzó una profunda mirada. Cruzó las piernas. Encendió un cigarrillo. Le costó encender los fósforos. Al fin admitió): Hay otras escuelas, claro, pero cada uno se formó en la suya. A mí me enseñaron a ser respetuoso. Sea como sea: no me distraiga y permítame completar el informe. Hay quienes los fabrican para hacerlos trabajar en sus chacras como esclavos. Detestable. No hay cosa que me repela más que el zarismo en la magia. En Haití, a donde ahora me dirijo, es muy común. Me saco el sombrero ante la sabiduría tecnológica que ellos tienen, pero la cosmovisión, la tesis, deja mucho que desear. ¿Tanto les cuesta comprender que un zombi es hermoso por sí mismo, sin propósito ulterior? Trate usted de meter esta idea en sus cabezotas. Pues ya verá que no es cosa sencilla. Estoy bastante solo en esto y me invade un sentimiento de tristeza. Ya no se practica el arte por el placer estético, sino por las utilidades económicas. Y no tiene más que mirar a los caraqueños. Caso típico. Tengo un amigo que se fue a Venezuela por razones de negocios. En un prostíbulo de Caracas la madama le presentó a una pupila muy linda pero rarísima. Esta sonreía sin cesar, de manera boba.

Fellatiio mediante sintió en el enanito de sur —ese que hace flexiones— una frialdad en la punta. Muy extrañado y ya en Bs. As. me contó la anécdota. «Pero mirá que sos bolas —le dije— ¿Cómo no te avivaste, con todo lo que sabes de esoterismo? Después pretendes que te consideren un esote de alto grado. Me extraña. La totalidad de las pupilas de muchos prostíbulos caraqueños está compuesta por zombis. Son putas prácticamente ideales. Se dejan hacer cualquier cosa que el cliente quiera, no cobran salario y están siempre calentitas, con la temperatura adecuada que su fabricante les transmite. La frialdad que vos sentías en el enanito fortachón del sur se debió al clavo de cuatro caras que ellas tienen metido bajo el velo del paladar. Los constructores hacen esto para que el clavo no pueda rotar y así dirigirlas a voluntad. Si no les encajas un clavo sin rotación las memorias que tuvieron en vida pueden volver y las minas tienden a repetir sus historias». Mi amigo se agarró una terrible depresión: «Puta... haberlo sabido antes y aprovechaba para pegarles con una rama en las tetitas y así satisfacer una vieja gana sádica. Total... ¡como no protestan! Una naranja mecánica de bolsillo. El que no sabe es como el que no ve. Pero no importa. El año que viene viajo de nuevo a Caracas: es casi seguro. Y ahí sí: zombi que agarre la paga por todas, como en el poema de Guillén. La gasto».

Qué le iba yo a replicar a un amigo de tantos años. Cómo decirle que sus gustos me parecen deplorables. Tendría que pelearme con él. Cuando yo era joven siempre decía la verdad y rompía lanzas. Ahora no. Soy mucho más tolerante. Yo, a las mías, las hago desnudarse y les saco fotos artísticas que luego mando a concursos de fotos eróticas. Nada pornográfico, eh, guarda. Además siempre pierdo. Siento demasiado amor como para violar la frontera que me propone el respeto. Y ahora, si usted no lo toma a mal, mi avión sale a las siete.

Hubiese deseado hacerle mil preguntas, pero... en fin: quizá cuando retorne de Haití.

Alberto Laiseca

Alberto Laiseca

Novelista, cuentista, actor.