26 de octubre, 2022
Historias delictivas
La obra de Jim Thompson completa el triángulo más poderoso de la novela negra americana junto, claro, a la de Hammett y Chandler. Mientras que ellos abrieron las ventanas para dejar ver la oscuridad que cubría la vida en las grandes urbes, Thompson la dejó pasar hacia el interior de sus personajes. «¿Cómo es posible que alguien pudiera crear un personaje como el sheriff Corey?» se pregunta Chiabrando y, como siempre, arriesga respuestas. Ilustra Fuchi Bayúgar.
Sé que no soy el único ha leído y releído 1280 almas para tratar de entender cómo es posible que alguien pudiera crear un personaje como el sheriff Corey, capaz de poner en práctica los métodos más retorcidos de la justicia, tan inusuales como caóticos, para que al fin el único que saliera beneficiado fuera él mismo. Y que cuando alguien le decía que sus acciones eran incorrectas o incompresibles, él contestaba algo así como: «no digo que no pero tampoco digo lo contrario». Y así finalizaba la discusión, con todos confundidos, incluido el lector. Menos Corey, claro.
Al fin entendemos un poco mejor cuando sabemos que el autor de semejante obra maestra se llamaba Jim Thompson, hijo de un sheriff corrupto que debió huir de la justicia para terminar cavando pozos de petróleo. El que lo entendió de verdad fue Robert Polito, pero para eso debió escribir una extensa biografía que tituló acertadamente Arte Salvaje. Ahí nos da una certera descripción de la literatura del bueno de Jim que ayuda a entender un poco mejor las cosas: «Leer una novela de Thompson es como estar atrapado en un refugio antibombas con un maníaco parlanchín que además resulta ser el controlador antiaéreo». Clarito, ¿no? Estamos ante una bomba de tiempo.
En esa misma biografía, Freddie Thompson, la hermana, cuenta que Jim llevaba una libretita negra donde anotaba los nombres de los que lo habían jodido. El plan era obvio: devolverles la afrenta. Lo dijimos, una bomba de tiempo.
Thompson murió el 7 de abril de 1977, casi olvidado por todos. Pero el hombre tenía fe en su escritura y como quién dice«no se olviden de darle de comer al canario» le dejó instrucciones a su esposa para que conservara textos inéditos y documentos: «Me haré famoso unos diez años después de muerto», aclaró por si fuera necesario. Y acertó. Porque más o menos desde entonces hacia acá, no hubo otra cosa que reediciones tras reediciones y traducciones varias, además de adaptaciones al cine de la mano de gente brava como Sam Peckimpah, Stephen Frears o Bertrand Tavernier. Luego, los lectores y cinéfilos del mundo adoptamos al maníaco parlanchín para siempre.
Y un día los lectores subimos a Jim al pedestal de los grandes, nada menos que al lado de Chandler y Hammett. Esta parte ya es más conocida. Marcel Duhamel, en su rol de editor, eligió 1280 almas para el número mil de la famosa colección Série Noire de Gallimard que él mismo había creado y cuyo nombre, según dicen, fue sugerencia de Jacques Prévert. El libro salió en 1964, en francés antes que en inglés, y fue el último libro importante que editara Thompson en vida. Hasta ahí el homenaje era evidente, pero años después se organizó una encuesta de lectores que terminaría por poner esa novela tremenda y algo inclasificable en el tercer lugar de importancia de toda la colección, luego de El largo adiós, de Chandler y Cosecha roja, de Hammett. En el mundo de la literatura negra no debe haber premio mejor.
Aviso para los perezosos de la lectura y buceadores de joyas cinematográficas. Hay una adaptación de 1280 almas a cargo de Bertrand Tavernier. Se titula Coup de torchon y la acción se traslada del sur de los EEUU a África. El sheriff Nick Corey está encarnado por Philippe Noiret, acompañado por una jovencísima Isabelle Huppert, dos garantías sobre la garantía. Coup de torchon es un peliculón que a la vez te deja algo desconcertado, igual que el libro.
No estamos en clase de psicología aplicada para decir que el mundo sofocante de Thompson surge simplemente de la casualidad de ser hijo de un sheriff corrupto. Pero es que Jim, el parlanchín, ya se había encargado de darle una vuelta de tuerca a esa relación en la novela El asesino dentro de mí. Allí el sheriff Lou Ford vive una vida aparentemente normal cuando en realidad es un desquiciado con tendencias asesinas. Un psicópata, bah. Si eso no es una venganza dirigida al padre se le parece bastante.
Si alguien le hubiera preguntado a Jim si realmente era una venganza, quizá hubiera contestado dando algunas vueltas, o hubiera repetido aquellas palabras: «Existen treinta y dos maneras de escribir una historia y las he usado todas, pero sólo existe una trama: las cosas no son lo que parecen». Quizá lo que nos quería decir es que la ley no es lo que parece. O que los padres no son lo que parecen. O algo así.
Es fácil decir que estos escritores, como dijo Chandler a propósito de Hammet, sacaron «el asesinato del jarrón veneciano para arrojarlo al callejón» y así escribieron la contracara del sueño americano. Thompson fue más lejos: puso en jaque a la mismísima pesadilla nacida de aquel sueño que se había roto hacía rato, que había explotado frente a la cara de cada familia apoltronada frente al televisor. Jim es un verdadero grano en el culo del progreso, con su mundo repleto de corruptos, golpeadores, pusilánimes, abandónicos e infieles. Jim les está diciendo, al que quiera escuchar, que con gentuza así la violencia llegará de algún lado, más temprano que tarde. Basta leer la descripción del momento en que el sheriff Lou Ford intenta matar a su amante en El asesino dentro de mí, que para colmo de males, en su versión cinematográfica es el bombón de Jessica Alba.
Si leído es duro, filmado es casi insoportable. Insoportable la pasividad de ella. Insoportable la calma con la que él ejecuta la tarea que se ha impuesto para que sus patéticos planes encajen. Eso sí, hay que reconocer que la pesadilla americana es muy fotogénica también.
La biografía de Jim resumida se la dejamos al también escritor de novela negra, Alexis Ravelo, que en su blog Ceremonias, escribió: «Thompson se crió en una familia que iba de un lado para otro, afectada por los vaivenes de la conducta errática de su padre. Y él mismo comenzó pronto a trabajar. Mientras todavía estudiaba, fue botones en el Hotel Texas, donde conseguía drogas, putas o sexo a los clientes. Y por la mañana, iba al instituto. Para aguantar, se dedicaba a beber, lo cual provocó que tuviera su primer delirium tremens a los 19 años (…) A lo largo de su vida, sería empleado de pozos de petróleo, vagabundo, estafador, redactor de revistas agrícolas, guionista y autor de novelas por encargo».
Había nacido en 1906 en Oklahoma. Era cherokee por parte de madre. Y había sobrevivido a la gran depresión de ´29 y padecido la caza de brujas de McCarthy. Como Chandler, Jim Thompson empezó a escribir novela criminal relativamente tarde, alrededor de los cuarenta años. Lo curioso es que sus veintinueve novelas publicadas en vida las escribió entre septiembre de 1952 y marzo de 1954. Diecinueve meses para construir una obra y una leyenda. Entre ellas están las más importantes: El asesino dentro de mí, Noche salvaje, El criminal, Una mujer endemoniada, Asesino burlón, Un cuchillo en la mirada, El exterminio. Sus editores recién llegaron a publicar todo lo que les había entregado en 1957.
Su aporte al cine no fue poca cosa. Escribió los guiones Atraco perfecto y Senderos de gloria para Stanley Kubrick. El director Stanley Kubrick alabó El asesino dentro de mí como «probablemente la descripción más escalofriante y creíble de la retorcida mente de un criminal que yo haya leído jamás». La relación entre ambos fue caótica pero fructífera. Ahí están las películas para comprobarlo.
Y un día llegó el ostracismo. No es que haya sido un escritor secreto. Sus novelas agotaban tiradas de doscientos cincuenta mil ejemplares. Pero un día dejó de publicar y fue olvidado rápidamente. Sus últimas publicaciones fueron novelar una película de moda y una serie de televisión. A su muerte, su obra estaba descatalogada. A su funeral fue muy poca gente. El anuncio que la familia había enviado a Los Angeles Times se había extraviado en algún cajón. Nadie quería hacerse cargo del maníaco parlanchín.
Queda el final de la anécdota que cuenta su hermana Freddie, la de la libretita negra. Dice ella que cuando Jim se deshizo de ella tenía «ciento ochenta y dos nombres». No lo podemos asegurar, pero quizá alguien salvó su vida ese día.
Ilustraciones de Fuchi Bayúgar.
Javier Chiabrando
Escritor y músico.
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