26 de octubre, 2022
Humor ácido
Inéditas desde su aparición en la revista Satiricón, a principio de los años 70s, estas historietas del «Negro» Fontanarrosa tienen todo lo necesario para espeluznar al más recatado de los lectores y despertar risa incómoda en el más audaz.
Por Judith Gociol
Para evitar equívocos, mejor aclararlo de entrada.
Varias de las historietas que Roberto Fontanarrosa publicó en la revista Satiricón son un rara avis en su obra: por su formato de historietas independientes y autoconclusivas (que utilizó otras veces, pero no habitualmente), por un estilo gráfico que luego se modificó radicalmente y por el uso impiadoso de la parodia, de la ironía y, sobre todo, de la sátira, quizás –incluso– con una munición más pesada que la del propio Boogie, el aceitoso, en el que también trabajaba en los inicios de la década de los 70s.
Vistas hoy son sus versiones políticamente incorrectas de acontecimientos coyunturales, historietas, libros o películas de ruidosa y exitosa aparición en los medios y lo representado es, justamente, el uso extremo de esos recursos, sin mediatintas ni almibarado.
Satiricón fue creada por Oskar Blotta, director «irresponsable» de la revista; Andrés Cascioli, director creativo; y Pedro Ferrantelli (el director responsable era Dios, según figura en el staff). Apareció en noviembre de 1972, unos días antes de que Fontanarrosa cumpliera 28 años y poco después de que el flamante artista hubiera participado de la Primera Bienal de Humor e Historieta organizada en Córdoba, foco aglutinador de dibujantes talentosos. Publicaba ya las series «Boogie, el aceitoso» e «Inodoro Pereyra, el Renegau» en la revista Hortensia, de modo que con su ingreso a Satiricón se convirtió en colaborador de las dos publicaciones que renovaron las viñetas de los años 70s.
El «Negro» –como le decían casi todos– estaba a punto de dar un salto profesional. Recomendado por Caloi, en 1973 fue convocado por Clarín cuando el diario comenzó la nacionalización de su página de historietas. A la vez, publicaba su primer libro de narrativa: Fontanarrosa se la cuenta (aparecido en el sello Encuadre, la pequeña editorial rosarina de su amigo Juan Martini); el primero de humor: ¿Quién es Fontanarrosa? (Ediciones de la Flor, el sello que sería su casa de toda su vida) y el primero de dibujos: Retratos (Homenaje), una pequeña carpeta de bellas obras publicadas por Alberto Burnichon, intelectual desaparecido por la última dictadura militar.
El Negro de las historietas de Satiricón es un humorista datado en ese interregno: en una publicación y en una década en particular.
El autor oriundo de Rosario –«ese pueblito perdido de Bolivia», según la revista– figuró en el staff del mensuario desde el primer número, aunque sus trabajos aparecieron a partir del segundo; colaboró prácticamente en todas las ediciones, ya sea con unas páginas de cuadros de humor gráfico (a veces organizadas en torno a un tema), con algún chiste suelto acompañando una nota periodística o con las historietas que aquí se presentan.
De modo novedoso, la publicación incorporó a lo cómico elementos de las publicaciones de interés general y lo que caracterizó su humor –volcado, justamente, no solo en cuadros e historietas sino también en los textos periodísticos– fue la falta de piedad. Satiricón se planteaba a sí misma como intencionalmente irreverente, corrosiva y hasta insolente en torno a dos tópicos centrales: la política y el sexo llevado, incluso, a lo escatológico.
Cuando en la tercera edición, la periodista Alicia Gallotti le preguntó al popular boxeador Oscar «Ringo» Bonavena si tuvo experiencias homosexuales y si le gustaban las revistas pornográficas, las ventas se dispararon y por mucho tiempo no bajaron.
Temas como la liberación femenina, la crisis de la virilidad y el deseo convivían en las páginas del mensuario con diversas y contradictorias representaciones de la mujer que podía ser exaltada como objeto sexual tanto como protagonista de sus propias fantasías, según sostiene Mara Burkart, en su libro De Satiricón a Humor. Risa, cultura y política en los años 70s. Si por un lado había artículos que recuperaban el sentir femenino, redactadas por mujeres que eran parte del equipo, en el humor dibujado prevalecía la cosmovisión masculina.
Fueron 25 números, que salieron hasta marzo de 1976: el segundo y el sexto fueron calificados de «exhibición limitada» por las autoridades municipales y entre la edición Nº 22 y la 23 pasó un año en el que la revista estuvo prohibida por decreto del gobierno de Isabelita. El golpe militar determinó su cierre definitivo.
En lo que va de la breve primavera camporista a la última dictadura militar –pasando, sobre todo, por el gobierno de la viuda de Perón– fue consolidándose en la sociedad una violencia (guerrillera, estatal y paraestatal) que quedó a la orden del día.
Incluso en el humor.
Adrede, o más probablemente como parte de un clima de época, se filtraron escenas y situaciones dibujadas que quizás también fueron naturalizadas por los lectores de ese 1974 pero que, leídas con el diario del lunes, no dejan de ser significativas, incluso desde sus títulos: «Los secuestros de Crist» en el Nº14; «Garrá los libros si sos brujo», acerca de la censura de material bibliográfico por Jorge Limura, en el 17 y «Canas al aire», en el 19, en el que Viuti incluye una escena de tortura.
Este era el contexto (gráfico) de las historietas de Fontanarrosa.
Según sostiene Burkart, Satiricón intentó criticar cierta mediocridad de la cultura masiva jugando con sus propios elementos, desde la cultura masiva misma. Y eso es, exactamente, lo que hizo el humorista en estas tiras que Fierro revisa y presenta.
Escritas y dibujadas entre agosto de 1973 y marzo 1976, Fontanarrosa tomó como base argumentativa, por ejemplo, la novela Farenheit 451 de Ray Bradbury y su trasvasamiento cinematográfico realizado por François Truffaut; el libro Viven que narra las secuelas de un accidente aéreo –que a continuación se presenta–; el best seller Tiburón, cuya película se integró poco después al llamado cine de catástrofe, muy en boga por entonces y del que Fontanarrosa recreó también Infierno en la Torre, megaproducción dirigida por. John Guillermin
Del ámbito historietístico versionó un episodio del Pato Donald y su Tío Rico y otro de «Lindor Covas, el cimarrón», la popular y longeva historieta de Walter Ciocca. Del imaginario costumbrista popular recreó figuras como la del Rey Momo o Papá Noel.
Es decir: El «Negro» reconoció la médula de esas historias y sus mecanismos de llegada al alma de un público masivo (la estudiada dramaticidad, el despliegue de recursos técnicos…) y eligió un par de momentos significativos de esas producciones mediatizadas; pero de inmediato le dio su propio giro estético y narrativo.
El método era sencillo y práctico, a su parecer: «Con esto se me simplificaba el trabajo, porque ya tenés el tema, la anécdota básica ya dada, y luego lo distorsionás».
Y vaya distorsión…
Con desfachatada libertad tomó para el lado que se le cantó. Se fue por las tangentes apoyado en los recursos que se volvieron característicos de su estilo: el juego con los arquetipos, los estereotipos y con las connotaciones de las palabras; los pequeños chistes y remates entre cuadro y cuadro; las referencias a la sociedad de consumo; a la publicidad (ámbito en el que había trabajado como creativo) y a otros motivos de la coyuntura de los setenta, jocosamente extemporáneos al relato original.
Las reinterpretaciones de Fontanarrosa tienen resoluciones pragmáticas, despojadas de sentimientos, con personajes que hablan en ese castellano de serie televisiva mal doblada, y que aunque tengan nombres en inglés todas sus decisiones carecen del glamour hollywoodense, más al estilo autóctono de «lo atamos con alambre o con cinta Scotch».
No hay héroes como el arquitecto lindo y valiente de Paul Newman, ni bomberos arrepentidos de quemar libros, ni alegrías como las del Carnaval. El único salvavidas frente a estos tiburones es el humor. El negrísimo humor del «Negro».
Son versiones Lerú porque las dos horas y pico de duración de la película o las cientos de hojas impresas quedaron condensadas en dos o tres páginas en las que se da por sabido el argumento completo. El autor y la revista presuponen a un público informado, que cuenta con los elementos necesarios para entender la parodia y es capaz de reírse de sus propios tics de clase media urbana.
Con todo este bagaje, el propio humorista se incorporará poco después, a partir de su ingreso al diario Clarín, a esa industria cultural de masas de la que va a formar parte, sin perder del todo los recelos.
Boogie no nació con intención de ser el protagonista de la larga saga que fue, sino como un guiño de Fontanarrosa a su amigo Crist. Habían ido juntos al cine a ver Harry, el sucio y se rieron de lo exageradamente malo que era el personaje protagonizado por Clint Eastwood, pero también celebraron lo bien hecha que estaba la película, que es la misma apreciación que se deja entrever en las producciones que Fontanarrosa eligió para parodiar y satirizar en Satiricón. «La observación del Negro fue que el personaje principal era el revólver, no Harry Callahan», recordó el dibujante cordobés.
Al tiempo, el rosarino le mandó a Crist de regalo una página dibujada con el título «Boogie el aceitoso», en evidente remisión al personaje de la película. Crist colgó la hoja en una plancha de corcho, frente a su mesa de trabajo, que es la que Alberto Cognigni, director de Hortensia, descubrió, un día que estuvo de visita. «Esto va en el próximo número», fue todo lo que dijo. Y ahí nomás apareció en la revista, sin que su autor supiera.
«Cuando vi el primer Boogie publicado me entusiasmé y pensé en ir haciendo historietas que fueran parodias de distintos temas del cine y la televisión. Así hice historietas de guerra, del Oeste y de gauchos –contó el humorista en una entrevista realizada por Antonio Salomon para el catálogo la Tercera Bienal de Córdoba, en 1976–. Empecé con películas y luego con películas adaptadas de libros y después para poder mantener la producción, cuando se me agotó el tema, adapté los clásicos».
Algunas de las historietas de Satiricón podrían ser, de hecho, episodios de la serie del matón. Del primer Boogie, ese de pura acción, capaz de golpear sin remordimientos a la mujer que jura amarlo, de matar periodistas y psicoanalistas insistentes y de odiar, de cuerpo y alma, a negros, judíos y homosexuales. Ése dibujado con línea finita, que parece trazada sin que el dibujante despegara la rotring de la hoja; acompañada de detalles, de onomatopeyas a lo Pratt, de movimientos cinematográficos, planos cercanos y a cámara.
De un estilo similar al que Fontanarrosa –e incluso otros dibujantes, como Crist o Bróccoli–desarrollaba por entonces en sus cuadros de humor gráfico, en los que cada vez más crecían las texturas, los entramados y las volteretas con aire pop.
Un modo de dibujo muy alejado de los personajes de rasgos más caricaturizados, con la nariz grande y ganchuda, lo ojos de huevo, los cuerpos duritos que el rosarino realizó en los años 80s. Hasta llegar, a partir de la década siguiente, a la línea gruesa y contundente, con figuras cada vez más expresivamente deforme y un dibujo tendiente a despojarse, sin fondos, paisajes ni decorados y solo algunos detalles claves (flechas, rayas, círculos, una lágrima) para acentuar una intención o un estado de ánimo.
Mientras Boogie se publicó, Fontanarrosa recibió muchas cartas en contra de las actitudes del personaje «pero las más preocupantes –comentaba– fueron las que me llegaron a favor. Eran una cosa terrible, tipos contentos porque por fin llegaba alguien que le pegara a los negros y a las mujeres».
Una infeliz lectura literal, que olvida la parodia.
En Colombia, la historieta dejó de ser publicada porque los editores argumentaron que en el complejo contexto político de su país, el protagonista volvía simpática la imagen de los sicarios, frente los lectores.
«El Aceitoso», debe ser uno de los pocos personajes que no logró el amor de su propio creador. «El caso es que la gente como él, esa que tiene la violencia como gesto, me da mucho temor. No me gustan nada esos tipos que dividen las cosas con una línea tajante entre amigos y enemigos.[...] Sé, además, que Boogie me despreciaría mucho, por sudamericano de un país periférico y por hispanoparlante. No entraría dentro de sus amistades».
Trasladar mecánicamente la ideología de un personaje a su autor es una traición a los códigos de la ficción. Es errado equipar la cosmovisión vital de Fontanarrosa al racismo de Boogie, al machismo de los cuentos protagonizados por Mesa de los Galanes o al insensible pragmatismo de los personajes de las historietas de Satiricón.
Los trabajos de Fontanarrosa que Fierro presenta a partir de esta edición fueron digitalizados, restaurados y asimilados lo más posible a los originales en blanco y negro del dibujante, sin las presentaciones ni el color que la revista le agregaba a mano en ese estilo tan pop de la época, según el cual las pieles podían ser verdes, azules o naranjas y los personajes rubios en un cuadro y morochos al siguiente.
Las adaptaciones del humorista fueron compiladas en dos libros: Los clásicos según Fontanarrosa (primero por Ediciones de la Flor, en 1980 y luego por Planeta, en 2013) y Fontanarrosa. Historietas completa a todo color (Ediciones de la Urraca, s/f) pero las que se podrán leer a partir de ahora no fueron incluidas en esas reediciones quizás, justamente, por el riesgo de posibles malinterpretaciones en otros contextos de época y de lecturas.
La historieta que se reproduce a continuación, se publicó en el número 22 de Satiricón, el 22 de septiembre de 1974, y está basada en las experiencias que, en 1972, atravesó, un equipo uruguayo de rugbiers luego de que el avión en el que viajaban se estrellara en la Cordillera de los Andes.
Escrito por Piers Paul Read, el libro Viven recoge el testimonio de los 16 sobrevivientes, fue publicado en español en abril de 1974, y resultó un boom.
Aparecido cinco meses antes que la historieta, en su reinterpretación el «Negro» hace un cambio aparentemente menor pero significativo al llamarla «Vivos», una palabra con al menos una denotación y una connotación.
Es quizás el más brutal y desalmado de los trabajos presentados. De un humor al filo, a puro inconsciente, que juega con el imaginario de lo que la sociedad pensó pero no se atrevió a decir en este caso de antropofagia.
Negrísimo.
La advertencia queda hecha. El pacto interpretativo que requieren estas historietas ha sido explicitado en estas líneas. Así aceptado, pasen y lean por acá.
Judith Gociol
Periodista, investigadora, editora y curadora.
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