26 de octubre, 2022
Rescate
Chesley Bonestell fue uno de los mejores ilustradores astronómicos de la llamada «Edad Dorada de la Ciencia Ficción» y de los inicios de la carrera espacial. Sus ilustraciones fueron refundidas en diversas cubiertas de la revista «Más allá». Su obra fue tan inspiradora que hoy resulta imposible determinar la cantidad de científicos o dibujantes que deben a la visión de su trabajo la elección de sus destinos. En este nuevo artículo, Carlos Altgelt repasa las portadas de «Más allá» inspiradas en Bonestell y algunos de sus trabajos y anécdotas más conocidas.
Por Carlos Altgelt
«Quien ponga pie en la superficie de Marte
por primera vez verá una vista, una belleza, un
mundo que nos trajo Chesley Bonestell décadas antes».
David Aguilar, autor y artista espacial
Al ver una pintura del planeta Saturno por Chesley Bonestell, la artista brasileña Kim Poor comentó que fue «la pintura que lanzó mil carreras». No sólo coincidimos plenamente con esta moderna discípula del Maestro —como lo llama ella— sino que creemos que fueron innumerables las ilustraciones de Bonestell que influyeron en las carreras de muchos adolescentes, de allí el título de esta entrega.
Es más, hay que destacar que Poor no se refería solamente a la influencia de Bonestell sobre futuros artistas plásticos, sino que incluía también las carreras de científicos e ingenieros que, entre otros logros, enviaron al hombre a la Luna.
Además de la tapa del número 26 de la cual hablamos la vez pasada, ahora nos toca completar el trabajo de Bonestell reproducido en Más Allá, específicamente la de los números 4, 8 y 30. Por motivos que desconocemos, en todas las portadas publicadas se incurrieron en modificaciones a la obra original.
Empezaremos con la número 8, atribuida erróneamente a Mel Hunter en Más Allá (la firma de Chesley Bonestell puede verse claramente en la portada original, abajo y a la derecha de la tapa de la revista estadounidense, ilustrando la novela Hijo de Marte que Más Allá publicó en sus tercer y cuarto número).
El navío espacial rumbo al planeta rojo está siendo reparado por tres astronautas. En la versión argentina, estos intrépidos exploradores han pasado al primer plano mientras que en la ilustración original eran apenas un detalle secundario. Pudiera parecer una opinión «sacrílega», pero al que esto escribe encuentra más atractiva la versión colorida «hecha en casa».
Podría especularse que al retocar la obra de Bonestell los editores de Más Allá no quisieron mencionar a su autor pero… ¿por qué atribuírsela a otro gigante de la ilustración espacial como Mel Hunter?
No, en realidad los editores de la revista no tenían ningún problema en modificar los trabajos de Bonestell… ¡cómo si necesitasen de mejoras!
En el número 30 se reprodujo una tapa, esta vez no de su alma mater (la revista Galaxy) sino de su competidora, The Magazine of Fantasy and Science Fiction (F&SF).
Esta pintura de Bonestell, que ya había debutado en F&SF en febrero de 1952 con portadas hechas especialmente para la revista, comenzó una serie de cinco tapas dedicadas a la exploración de Marte. Todas estas portadas, luego fueron utilizadas en un libro de Viking Press de 1956 escrito por Willy Ley y Wernher von Braun sobre el mismo tema.
A simple vista pareciera que se trata de la misma escena, pero pronto percibimos que el cohete ha desaparecido reemplazado por un promontorio rocalloso y que la nave espacial ahora está rodeada por los expedicionarios. Otra vez ignoramos a qué motivo se debieron esos cambios.
En las páginas 144 y 145 del libro mencionado de Ley y von Braun, se reproduce esta pintura en toda su espléndida belleza.
Para el purista que recuerde los comentarios de nuestra nota anterior sobre lo puntilloso que era Bonestell cuando se trataba de detalles en sus pinturas, debemos hacer el siguiente comentario:
En las dos tapas que hemos tratado aquí, se ve una nave espacial con alas aerodinámicas, detalle totalmente inútil para la minúscula atmósfera de Marte, con un centésimo del volumen de la terrestre. Pero la explicación de este desacierto de aplicación de ingeniería espacial es bien simple. En los años 50 poco se sabía sobre los detalles físicos de nuestro vecino planeta. Aún se especulaba si Marte tenía canales construidos por una antiquísima civilización ya desaparecida. Hubo que esperar hasta la misión Mariner 4 para sacarnos esa duda.
Luego de siete meses de travesía, la sonda espacial tomó las primeras fotos cercanas del planeta. El que esto escribe nunca podrá olvidar su sorpresa —y desazón— al ver esas fotos en blanco y negro mostrando una superficie salpicada por centenares de cráteres. Parecían fotos de la Luna, no de canales para transportar agua. Esos 25 minutos que tomó durante su rapidísimo pasaje por el planeta, un 14 de julio de 1965, fueron el fin de un romántico sueño, al menos para mí.
Así llegamos a «la pintura que lanzó mil carreras». Si bien no apareció en ninguna tapa de Más Allá pero sí en su interior (número 6), vale la pena describirla para interiorizarnos en la forma de trabajar de Chesley Bonestell.
Aunque no es necesario que una pintura astronómica parezca una foto para ser realista, las de Bonestell se caracterizaban por la sensación de «estar allí». No olvidemos que sus comienzos en el arte fueron como pintor de las llamadas «mattes paintings» para los estudios de Hollywood. Las pinturas «mattes» era la técnica que usaban los estudios, hasta tiempo reciente, para crear paisajes imposibles en alguna escena del rodaje. Estas pinturas hiperrealistas se realizaban sobre vidrio para luego ubicarlas frente a la cámara y producir un efecto de falsa perspectiva con los actores u otros escenarios. Una de las más famosas colaboraciones de Bonestell con esta técnica fue para la película de 1950 de George Pal, Viaje a la Luna (Destination Moon).
La realidad fue que las obras de Bonestell eran fotografías pintadas. Pero con ello no queremos decir que Bonestell tenía una varita mágica para transportarse a nuestro satélite natural y a las lunas de Saturno. Más bien, nos referimos a una técnica que usó desde un principio y que era la de construir un modelo de plastilina, yeso y arcilla, fotografiarlo en blanco y negro con una cámara estenopeica (para conseguir máxima profundidad focal) para luego pintar la foto. Tal es así que sus primeros trabajos fueron conocidos como «pinturas fotomontajes».
Abajo vemos la famosa ilustración de Saturno desde Titán («la pintura que lanzó mil carreras») seguida por la foto en blanco y negro del modelo construido por Bonestell.
Esta impresionante vista de Titán, el satélite más grande de Saturno —y segundo en tamaño del sistema solar— fue pintada por Bonestell como parte de una serie de seis ilustraciones para la edición de la revista LIFE (29 de mayo de 1944) por las cuales recibió 30 mil dólares, una suma considerable para la época.
La montaña a la izquierda nos recuerda a una escena de la película Encuentros cercanos del tercer tipo —Steven Spielberg, 1977— cuando Roy Neary (protagonizado por Richard Dreyfuss) construye frenéticamente en la sala de estar de su casa, con barro y yuyos que extrae de su jardín, un gigantesco modelo de la formación geológica del cuello volcánico situado en Wyoming —popularmente conocido como la «Torre del Diablo»— que lo tenía obsesionado.
Hablando de películas, recordemos brevemente el paso de Bonestell por Hollywood.
Al poco tiempo de la publicación del libro de Willy Ley La conquista del espacio del cual ya hablamos en nuestra entrega anterior, el productor de cine George Pal lo llamó para colaborar como pintor de telones de fondo para la película Viaje a la Luna (Destination Moon).
Allí conoció al autor de ciencia-ficción Robert A. Heinlein en cuyo libro Rocketship Galileo se basaba la película y que, en ese momento, trabajaba como asesor técnico de la producción.
Tanto Heinlen como Pal pronto descubrieron que Bonestell no sólo era un pintor de escenas foto realistas sino que también era un ardiente defensor de sus ideas. Obsesionado con lograr escenas lo más cercanas posibles a la realidad, se opuso a que el cohete lunar de la película aterrizase en el cráter Aristarco como lo pedía el libreto. ¿El motivo? Algo que probablemente ningún espectador se hubiese dado cuenta: desde ese cráter la Tierra aparecería muy alta sobre el horizonte y no se la vería en ninguna escena. Aristarco además no tenía ni la forma, ni la altura de sus paredes, ni la distancia al horizonte adecuadas para que el planeta Tierra se encuadrara dentro del plano.
Bonestell pujaba para que la película, dentro de lo posible, fuese precisa científicamente. Eligió entonces el cráter Harpalo ya que está ubicado en una latitud más alta que el elegido originalmente y entonces sí la Tierra se vería más cerca del horizonte durante la filmación. Hasta se tomó el trabajo de asegurarse de que la fase de nuestro planeta fuese la correcta vista desde el paisaje lunar.
Es probable que esta decisión del artista haya influido en la elección de este cráter en el artículo de von Braun y Fred L. Whipple en Collier’s Weekly del 18 de octubre de 1952 donde describen una riesgosa expedición para investigarlo. Parte del artículo apareció en el número 33 de Más Allá con el título «Harpalo».
Abajo reproducimos un dibujo (Más Allá N° 32) que muestra la zona elegida para el aterrizaje en el artículo citado, esto es Sinus Roris y al cráter Harpalo hacia el noreste.
Es de destacar la obsesión de Bonestell con los más ínfimos detalles y la precisión con las que realizaba sus obras. Puntilloso al extremo, trataba de conseguir el máximo realismo en sus ilustraciones, hasta el punto de estudiar la posición de las estrellas vistas desde otro planeta para poder reflejarlas correctamente.
Heinlein quedó impresionado. «El Sr. Bonestell —comentaba— sabe más sobre la superficie de la Luna que cualquier otro hombre vivo».
Bonestell ganó «la batalla de los cráteres» pero perdió «la batalla de las grietas».
Para lograr la perspectiva adecuada, el productor George Pal utilizó rayas en el piso lunar, parecidas a quebraduras en un lago helado, en lugar del polvo ceniciento sugerido por Bonestell. La idea del productor era conseguir una perspectiva de distancia al mostrar claramente un contraste de campo cercano y lejano: las grietas que pisaban los astronautas en primer plano, se irían haciendo cada vez más pequeñas a sus espaldas, dando así una sensación de distancia.
Lo curioso es que hay un detalle que quizá se le escapó tanto al productor como al propio Bonestell y es el siguiente. Es muy difícil juzgar distancias en la Luna, como por ejemplo, cuán lejos está una montaña. Esto es debido a la carencia de atmósfera. Al no haber aire, no existen turbulencias, ni niebla ni partículas de polvo flotando en el ambiente: los objetos distantes aparecen tan nítidos como los cercanos. La ilusión óptica es que los objetos lejanos parecen mucho más cerca de lo que en realidad están, un problema que se agudiza al no haber objetos conocidos para usar de referencia, como un árbol o un automóvil.
George Pal tal vez consideró a Bonestell como un terco y obstinado, pero el productor no era ningún tonto y lo invitó a colaborar en la producción de otras películas de ciencia-ficción, entre ellas Cuando los mundos chocan y La guerra de los mundos.
Fotograma de la película Destination Moon.
Las inquietudes de Bonestell por la precisión de su trabajo continuaron luego de su paso por los estudios de cine de Hollywood.
De hecho, nada menos que el propio Wernher von Braun recibió las críticas, constructivas siempre, del exigente pintor.
«Mis archivos —comentaba el visionario alemán— están llenos de bocetos de cohetes que había preparado para ayudar en su obra, sólo para que él me los devolviera con preguntas penetrantes y detalladas o ardientes críticas por alguna inconsistencia o descuido».
No obstante, los dos continuaron trabajando juntos y von Braun escribiría más tarde que «las imágenes de Chesley Bonestell son la representación más precisas de esos lejanos cuerpos celestes que la ciencia moderna puede ofrecer. No digo esto a la ligera. En mis muchos años de asociación con Chesley, he aprendido a respetar, no a temer, la obsesión de este maravilloso artista por la perfección».
En la foto los vemos durante su colaboración para el artículo de Collier Weekly del cual hablamos en nuestra entrega anterior.
Para terminar con esta reseña, pasemos ahora a la tercera tapa de Más Allá de este artículo, la del número 4 de septiembre de 1953.
La vista de Saturno es ahora desde Mimas que en aquel entonces se lo consideraba como la luna más cercana al anillado planeta (actualmente se han descubierto nueve satélites más próximos).
Comparando la tapa de Más Allá con un libro dedicado al arte de Bonestell, parecería que ambas ilustraciones son prácticamente idénticas, aparte de la inclinación a 45 grados de los anillos en la revista argentina. (Aclaremos que la pintura original de Bonestell es la de la izquierda).
Pero en una segunda mirada a esta última nos damos cuenta del agregado de unos expedicionarios en la cima de un promontorio. No hay ninguna explicación sobre este agregado en la acostumbrada descripción de la portada en la página del índice, salvo el optimista comentario de que una vez conquistada la Luna, uno de esos hombres sobre la superficie de Mimas «podría ser USTED».
No sabemos quién fue el encargado de agregar a estos astronautas pero creemos haber descubierto de dónde fueron prácticamente copiados.
Una vez más debemos recurrir a The Magazine of Fantasy and Science Fiction, esta vez a la portada de la edición de febrero de 1952, cuyo autor fue —¡vaya sorpresa!— Chesley Bonestell.
Prestemos atención a los hombrecillos abajo a la izquierda. Si invertimos la tapa y los agrandamos para poder verlos mejor (izquierda), parecen el modelo del anónimo artista «masallero» (derecha).
Estos astronautas, encaramados sobre masivas montañas, avistando en la lontananza los inmensos valles por explorar, casi invisibles en el majestuoso panorama, son típicos de las pinturas de Bonestell.
Ahora bien, ¿cuán correcto había sido Bonestell en la representación de Saturno en el cielo de Mimas?
En un sitio de la Red titulado Treasure Hunter, el anónimo autor hace una interesante comparación —«gracias a las maravillas de la tecnología moderna» según atesta— entre lo imaginado por Bonestell y lo visualizado con la ayuda del programa Stellarium. Este software permite ver el cielo no sólo desde la Tierra sino también desde otros planetas y lunas del sistema solar.
En el caso de Mimas, Saturno (sin contar los anillos) tiene un diámetro 74 veces más grande que la Luna vista desde nuestro planeta.
En esta comparación vemos a la izquierda la pintura de Bonestell y a la derecha la del programa Stellarium. El resultado es realmente sorprendente. ¿Cuánto faltará para que el primer ser humano lo vea personalmente?
Sin duda, Bonestell no era un artista promedio ya que prestaba mucha atención a los más ínfimos detalles. Tenía siempre presente a sus pinturas: una vez terminada no se olvidaba de ella. Se mantenía al tanto de cualquier descubrimiento astronómico o de algún detalle que se le hubiera escapado.
Una costumbre suya era agregar notas en la parte posterior de sus pinturas con comentarios sobre las mismas. En una de ellas escribió 30 años después de haberla terminado: «Me di cuenta de que las columnas deberían ser 1¾ (un entero más tres cuartos de otro entero) veces más gruesas».
Conociendo esa característica, Kerry O’Quinn, director de la revista Starlog, le pidió revisitar la «pintura que lanzó mil carreras», esto es, Saturno visto desde el cielo de Titán para publicarla en la portada del número dedicado al arte de la pintura espacial. Corría el año 1978 y la idea era tener en cuenta los descubrimientos realizados durante los casi 35 años transcurridos desde su publicación en la revista Life.
Más grande que el planeta Mercurio, con un diámetro 50% mayor que la Luna, Titán es el único satélite del sistema solar que posee una atmósfera. Y es justamente ese factor que hizo revisitar a Bonestell su famosa pintura.
Casualmente, fue en ese mismo año de 1944, cuando la pintura fue publicada en Life, que Gerard Kuiper confirmó que este gigantesco satélite poseía una tenue atmósfera de gas nitrógeno y metano.
«Total y constantemente cubierto de nubes», explicaba Bonestell al entregar su pintura, «se sabe que Titán es rojizo y que tiene una atmósfera delgada».
La diferencia con el original es muy sutil: el cielo ya no es tan oscuro, es azul cristalino y Saturno aparece más difuso.
A fines de la década del 70 y principios del 80, las sondas interplanetarias Pioner 11 y las dos Voyager confirmaron la presencia de atmosfera en Titán. Lamentablemente las cifras de Kuiper se habían quedado cortas, muy cortas.
Kuiper había subestimado significativamente la densidad de la espesa atmósfera de Titán. En realidad, es diez veces mayor de lo indicado por sus cálculos y dos veces más densa que la terrestre.
Este descubrimiento echó definitivamente por tierra la romántica vista de Saturno: las densas capas de neblina opaca hacen que el planeta sea prácticamente invisible desde la superficie de Titan.
Poco importa esto, es irrelevante.
De hecho, gracias a que en los años 40 se ignoraba este detalle, Bonestell nos regaló su magnífica pintura. De hacerlo hoy, probablemente sería parecida a la realizada por un pintor anónimo de la NASA y que reproducimos abajo.
Un asteroide ha sido nombrado en su honor. Al respecto, Carl Sagan comentó que «es lógico que le devolvamos un mundo a Bonestell, que nos ha dado tantos». Posteriormente, un cráter de Marte también ha sido designado «Bonestell».
En nuestra próxima entrega hablaremos sobre 10 tapas de Más Allá que ya habían aparecido en otras revistas de ciencia-ficción.
Carlos Altgelt
Escritor, coleccionista y especialista en historietas
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