26 de octubre, 2022
Guillermo Saccomanno rememora su larga relación profesional y de amistad con Domingo «Cacho» Mandrafina, y también reflexiona acerca de Manila, la nueva serie que hoy comienza a publicar Fierro y que los tiene por autores. La esencia del mal, en tiempos de hipócritas correcciones sociales, por momentos, parece ser el único camino auténtico de creación.
Con «Cacho» Mandrafina nos conocimos en los 70. Trabajábamos para la editorial Columba. Pero no fue hasta fines de esa década que empezamos a colaborar juntos. Fue para Ediciones Record. Y fue «El condenado» la primera serie que hicimos y continuamos todavía. En más de un sentido «Cacho» es, en mi opinión, un auténtico discípulo de Breccia y, como Breccia, es ahora un maestro. Toda su obra conjunta con Carlos Trillo lo prueba de sobra. Tiene esa capacidad para tornar expresionistas luces y sombras, indagar en la penumbra y convertir los personajes en seres tan atribulados como inolvidables. Cuando digo personajes no me refiero tanto al plantado de los héroes como a los secundarios que expresan aquello que los héroes no pueden porque los héroes terminan deviniendo rictus, tics, maquetas. Me refiero a aquellos que no son la cara de la justicia sino esos otros que son tanto los malos como sus víctimas, que arrastran el pesar de una existencia marcada por el dolor.
«Manila» es nuestra nueva serie. Empezamos, como siempre, ignorando dónde nos llevaría. Somos de la idea de que los protagonistas se definen, como nosotros, por sus acciones. La base de arranque fue el «Richard Long», esa historia breve y noir, ejemplar en su concentrado de pathos, que Oesterheld y Breccia crearon en el 65 para una revista femenina de la editorial Atlántida. Increíble esta pieza contradictoria con la revista y no menos con la editorial reaccionaria que más tarde sería emblema de comunicación de la dictadura. Si se piensa que la trama conjugaba la ecuación del sistema capitalista: sexo-dinero-poder, «Richard Long», en sus tres páginas, es una perla negra pionera del género. «Manila», creemos, viene de ahí y procura estar a su altura.
Desde el comienzo no se sabe muy bien quién es este tipo, pero sí que se gana la vida en el borde. También ignoramos cuál es la ciudad y el tiempo en que pasan sus aventuras, pero no hace falta: nuestra sociedad va camino a parecerse a esa debacle si ya no estamos ahí. Lo que sabemos: viene de un pasado tormentoso, es un tipo curtido, se comporta tanto como detective o matón a sueldo y su ética – si el término cabe – es cuestionable en una sociedad que no lo es menos y que, en su hipocresía, se jacta de corrección política y se maneja con eufemismos como daños colaterales. En este punto, nos damos cuenta, nuestro personaje no encaja con la moral y el puritanismo careta. Es individualista, maniqueo, previsiblemente machista, y no cree ni confía en las buenas intenciones porque, cada uno y cada una que vienen a encargarle un caso tampoco vienen con buenas intenciones. ¿Por qué no? ¿Por qué no explorar esa zona neblinosa donde el bien y el mal se confunden? Ahora bien, ¿se puede en la actualidad, cuando la autocensura suele ser más peligrosa que la censura, escribir y dibujar hoy un personaje que, en sus tramas demuestra estar más cerca del mal que del bien? Reformulo: ¿Qué significan el bien y el mal? Manila a veces parece saberlo, pero no nos dejemos engañar. Porque sus autores han decidido - y no desde ahora – explorar el atractivo del mal.
Buenos Aires, julio de 2021
Primera página de Richard Long de Alberto Breccia y Héctor G. Oesterheld, 1965, revista Karina.
Guillermo Saccomanno
Escritor, periodista y guionista.
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