26 de octubre, 2022
Arqueología extraterrena
«Hacia mundos extraños», creada e ilustrada por Pedro Gutiérrez, es una de las historietas de ciencia ficción seminales de la Argentina. Su escasa visualización y el difícil acceso al material original, la han relegado a un bochornoso olvido. Su imaginación prodigiosa, el talento artístico de Gutiérrez y su ambientación nacional, hacen de este trabajo que ahora recupera FIERRO, una rara avis en la producción de esos años. Para acceder a la historieta, aquí.
En la literatura argentina, la ciencia ficción tuvo un desarrollo continuo, aunque tímido, desde fines del siglo XIX. Gran parte de esa producción aún es mal conocida por los investigadores y el público lector, en parte por la desidia cultural que nos caracteriza y también porque mucho de ese material todavía permanece oculto en revistas de escasa tirada y en pequeñas ediciones de autor. El material existe, pero está disperso y sin catalogar. Las investigaciones que se hicieron en ese campo no fueron aún lo suficiente exhaustivas como para acallar a los descreídos que siguen pregonando la inexistencia de esa clase de literatura en el pasado lejano de nuestras letras. La historia de la ciencia ficción argentina está sembrada de cráteres sombríos que todavía esperan ser iluminados. Casi podría decirse que esa historia fue escrita en el lado oscuro de la luna.
A diferencia de la literatura, la visibilidad y afán de imitación de la historieta hizo imposible sostener la misma teoría de infertilidad en el marco del noveno arte. Las historietas de ciencia ficción en la Argentina se remontan a fines del siglo XIX y se desarrollaron con fuerza durante todo el siglo XX. Fueron el vehículo ideal e ineludible del entretenimiento juvenil, por lo cual se pueden encontrar ejemplos tempranos en revistas como PBT, Caras y Caretas o La Vida Moderna y, en los 30s y 40s, en semanarios como Pif Paf, RaTaPlan, Cara Sucia, Pilucho, Fenómeno, Figuritas y hasta en tiras que aparecieron en diarios como La Razón.
Este breve pantallazo nos sirve de introducción para presentar la historieta de ciencia ficción que hoy el lector de Fierro tiene la oportunidad de comenzar a leer. Hasta la fecha, era solo conocida por los coleccionistas más acérrimos y especializados. Fue creada y dibujada por Pedro Gutiérrez para la revista Cara Sucia y se tituló Hacia mundos extraños.
Cara Sucia fue una creación de Luis A. Reilly, viejo colaborador de Patoruzú, cuya idea estuvo muy emparentada, en un comienzo, con la revista ideada por Dante Quinterno. El semanario contaba con las colaboraciones de Adolfo Mazzone que dibujó, entre otras cosas, Mi sobrino Capicúa; la primera Vaca Aurora del genial Mirco Repetto; Raúl Rosarivo que desarrolló historietas como Tanker el invulnerable o Forkis, el hombre que volvió a la vida (ambas con climas recargados, góticos y lóbregos). Otras historietas que pasaron por el semanario fueron Nemesio de Bourse Herrera; Agapito, el león de Guratti; El doctor Bubby de Reilly y Villafañe; El gallito Sofanor de Blay; Ñandusa de Marino o las extraordinarias viñetas de Divúlguenlo que ilustraba Fola.
En el número ocho Cara Sucia (31 de julio de 1940), Pedro Gutiérrez inició el trabajo por el cual merece ser recordado: Hacia otros mundos. Un space opera en toda su salsa cuyo argumento parece creado sobre la marcha, a medida que Gutiérrez iba bosquejando los cuadros que poblaban las dos páginas que se publicaban semanalmente. La creación libaba de las historietas que el lector promedio leía en aquel entonces (basta pensar un poco en Buck Rogers y sus amenazas espaciales) y en la ciencia ficción más primitiva, todavía anclada a los desmanes folletinescos y cuyos coletazos, los lectores argentinos, pudieron leer en autores franceses tardíos como Gustave Le Rouge o Arnould Galopin, donde la figura del sabio y el joven discípulo es una constante, heredada de la novelística verneana.
Pedro Gutiérrez nació en Buenos Aires en 1908 y, como gran parte de los dibujantes de su generación, estrenó lápices en la editorial Dante Quinterno donde realizó la historieta La barra de Candelario; también colaboró en la revista La Novela Semanal, en la Editorial Estampa, y en Figuritas donde realizó tiras humorísticas e historietas serias y donde, a su vez, reeditó la serie Hacia mundo extraños. Fue director y dibujante de la revista Ping-Pong e ilustrador publicitario. Tardíamente colaboró en las publicaciones Fantasía e Intervalo.
El dibujo de Gutiérrez fue dúctil y su labor fue más reconocida en el aspecto humorístico que en la historieta seria donde, en realidad, su arte resaltaba. Este giro más formal lo reservó para revistas de aventuras como las que realizó para Columba o en historietas que publicaba de manera circunstancial en algunas de las revistas en las que colaboraba (en Figuritas publicó, además de la reedición de Hacia mundos extraños, la historieta con visos fantásticos titulada El indio Namboré). En suma, el estilo de Gutiérrez iba de la tira cómica a la realista, con plumines recargados y muy plásticos, en la línea de Alex Raymond que, a todas luces, fue la principal fuente de inspiración gráfica del argentino.
La trama de Hacia mundo extraños es casi un cliché de la ciencia ficción que se estilaba en los años 30s y principios de los 40s, cuyas obras más populares aún estaban lejos de la cavilación filosófica o humanista. La ciencia ficción de entonces era más un vehículo para la aventura estrambótica que otra cosa.
El protagonista es un preadolescente de nombre Tom que se cuela como polizonte en una nave con destino a Marte. El vehículo fue creado por el profesor Blake, su ayudante Glen Martin y el mecánico Morgan. A medida que avanza la historia, Gutiérrez da un golpe de timón y detalla que la nacionalidad de sus protagonistas es argentina. Alejándose de esta manera de la corriente tan común en esos años de imprimirle un barniz anglosajón a las historietas para hacerla más atractivas a los lectores.
En una gloriosa demostración de síntesis gráfico-narrativa, Gutiérrez resuelve el viaje a Marte en apenas ocho cuadros. Y en sólo dos páginas, sumerge al lector en el planeta rojo, en la fantasía más exótica, sin necesidad de largos preámbulos ni de mayores explicaciones que el de un cohete lanzado al espacio con destino a otro mundo.
El planeta rojo de Gutiérrez está poblado por insectos gigantes y por unos marcianos belicosos. Estos seres, de estatura pequeña, ocultan sus rasgos dentro de unas armaduras que los asemejan a hombres abejas y son dados al rodeo aéreo de insectos. Hay duelos de espadas, damiselas en apuros, fortalezas feudales, selvas frondosas, y villanos perversos.
Más allá de la imaginación prodigiosa y desvergonzada que esgrime Gutiérrez, lo notable de su trabajo es su capacidad de imbuir al lector con la «sensación de maravilla» (el sense of wonder) que debían tener los buenos cuentos de ciencia ficción de aquellos días para transportar al lector a otro mundo (Alex Raymond fue un maestro en esto, y en otra línea de dibujo, también lo fue Basil Wolverton o los dibujantes de la EC comics). Los monstruos inmensos que acechan a los aventureros, los hombres primitivos y las princesas interplanetarias que abundan en la historieta son elementos dignos de una portada de Planet Stories, donde autores como Leigh Brackett o Ray Bradbury descollaban.
Este ciclo de aventuras se extiende por diecinueve entregas hasta que la aventura marciana finaliza.
El indio Namboré, historieta de Gutiérrez para la revista Figuritas, año 1943.
Gutiérrez propone, en el siguiente episodio «Monstruos en la calle Florida», un giro narrativo completamente inusual y cuyos ecos serían amplificados posteriormente por la máquina creativa de Héctor G. Oesterheld. El número 27 de la revista Cara Sucia, publicado el 09 de diciembre de 1940, cambia también la caratula de la historieta por la de Tom, explorador de mundos extraños (y a partir del número siguiente por Tom, de vuelta a la Tierra). La variación sustancial reside en que la aventura deja de ser interplanetaria (descarta la fanfarria estelar a lo Raymond y vuelve al barrio) y traslada la amenaza marciana a un escenario familiar y reconocible para el lectorado del semanario: la populosa calle Florida. Ahí los protagonistas deben enfrentarse a insectos gigantes que siembran el pánico sobre los peatones, adelantándose, también así, casi diez años, al período de oro hollywoodense de los insectos pantagruélicos, inoculados con esteroides radiactivos, del cine clase B de Jack Arnold y adláteres.
Gutiérrez fue uno de los primeros autores en tomar la posta en exportar la aventura fantástica a escenarios conocidos y familiares para los lectores. Diecisiete años antes de que los gurbos y los escarabajos asediaran Buenos Aires, la capital porteña fue un campo de batalla donde, las gigantescas alimañas que poblaban el Marte imaginado por Gutiérrez, sembraron la destrucción. Cabe preguntarse si la idea de los escarabajos que usó Oesterheld para su creación inmortal fue inspirada, consciente o inconscientemente, por la lectura o conocimiento de la obra de Gutiérrez.
Luego de estos episodios, las peripecias juguetean con el fantástico folletinesco, plagado de ingenios mecánicos y villanos de cotillón, en un arco argumental que se corta sin mayor desarrollo y que da lugar a la siguiente aventura inspirada, desvergonzadamente, en la famosa novela de H. G. Wells: La guerra de los mundos. El libro de Wells era ampliamente conocido por los lectores de aquellos días gracias a la traducción que había realizado, a principio de los años 30s, la editorial El Tábano del diario Crítica, y de las adaptaciones que abundaron en semanarios, como la que realizó, a principios del siglo XX, la revista Papel y tinta. La aventura, entonces, se aleja de la urbe y tiene lugar en el campo argentino. El desenlace, lamentablemente, nunca se dio a conocer, quién sabe por qué circunstancia editorial, dejando trunca una guerra interplanetaria entre argentinos y unos invasores diminutos de origen desconocido.
Hacia mundos extraños —o su continuación inmediata titulada Tom, de vuelta a la Tierra— por su calidad gráfica y ambientación, es, sin duda, uno de los ejemplos más interesantes y ricos de nuestro acerbo de ciencia ficción nacional. Su argumento aún está lejos de las sutilezas literarias que pulirían escritores como H. G. Oesterheld o Ricardo Barreiro. Las ambiciones de Gutiérrez como guionista eran, al parecer, casi nulas. Su único objetivo fue maravillar y eso lo supo hacer con creces. Nos regaló algunos de los momentos más hermosos de nuestra historia de la historieta, momentos que merecen ser recordados y que Fierro, con esta puesta a punto del material, pretende hacer.
Queda en el lector la curiosidad de indagar más sobre los misteriosos planetas y las fantásticas aventuras que, con ánimo lúdico y no poco genio, propuso hace más de ochenta años el dibujante Pedro Gutiérrez.
El estilo humorístico de Gutiérrez, revista Figuritas, julio de 1940.
LEA AQUÍ EL PRIMER CAPÍTULO DE «HACIA MUNDOS EXTRAÑOS».
Mariano Buscaglia
Es guionista, editor y novelista. Realizó las series Museo y Mano Blanca, en Fierro, con Patricia Breccia. Es Jefe de Redacción de la revista.
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