19 de octubre, 2021

Relectura

La delgada línea negra

En 1980 comenzó a publicarse en la revista Superhum® la serie «Los Enigmas del P.A.M.I.» con un estilo y un humor que la dupla de Enrique Breccia y Carlos Trillo ya habían ensayado en 1976 con la historieta «El reino azul». La siguiente nota desentraña los misterios detrás de la blancura aniñada y la línea finita que caracteriza muchos de los trabajos de Enrique.

La delgada línea negra

La línea de la sombra (The Shadow Line: A Confession, 1917) es una novela de Joseph Conrad que habla sobre el inicio de la vejez y la nostalgia de la vida que queda atrás. Enrique siempre fue un adepto a la novelística y a los climas del escritor polaco devenido en inglés. Y también fue toda su vida un cultor de la línea. Pero esa línea, a su vez, tiene muchísimas caras. La de Los enigmas del P.A.M.I. (1980), podemos decir, es su línea más delgada.

Ese trazo al límite de lo infantil y cruel tiene un origen muy familiar. Es el que usa Enrique cuando habla íntimamente con los dibujos. Es el que utiliza cuando ilustra alguna anécdota durante una sobremesa, cuando dejaba un mensaje sobre un mueble antes de irse a algún lado (tiempos en que el celular no existía para beneficio de la humanidad), o cuando se le da por retratar a los comensales o familiares. Es la línea rápida que, por lo general, hace con algún bolígrafo de punta delgada, una birome o lo que tenga más a mano. Son esos dibujitos que quedan por ahí y que, en gran parte, el tiempo los pierde.

Un dibujo en la frontera de lo naif y lo jodón que fue ideal, más adelante, para ilustrar sus críticas políticas como las viñetas y portadas que poblaron la revista Jotapé, sus bombas incendiarias de El Mangrullo de Adán Lucero o las páginas de La isla de Martín García para la revista Feriado Nacional. Porque ese dibujo con letras cursivas, aniñado, que transmite tanta inocencia, también tiene un dejo de perversidad. En esas páginas repletas de blanco, puede decirse que está la blancura del miedo que señaló Borges en el Moby Dick de Herman Melville. En esa línea ambivalente, entre el blanco y el negro, entre el bien y el mal, entre la inocencia y la corrupción, Enrique encontró el equilibrio perfecto de lo satírico y del humor.

Tarjeta de fin de año que realizó Enrique Breccia a pedido de su cuñado Norberto Buscaglia

Además, ese estilo, tan puro en sí mismo, es tal vez uno de los que más reflejan su faceta pictórica, ese aspecto de Enrique que se relega y que nunca se lee al revisitar críticamente su obra. La línea delgada de Enrique está contaminada por muchas obsesiones que recorrieron la primera faceta del lienzo del autor del Sueñero. En Los Enigmas…, por ejemplo, están esos mosquitos gigantes, que se abalanzan como kamikazes a las narices de los viejos; las caras mirando hacia arriba; están esos planos inmensos y esos escenarios lejanos, vacíos, que transmiten la misma desazón que los cuadros de Enrique donde la geografía pampeana está siempre presente, esos horizontes que tan bien representan el infinito y que reflejan, a su vez, el llano del océano marensurense.

Naturalmente, Los Enigmas… nacieron como una broma privada entre dos amigos. El autor de los dibujos, así lo recuerda para Fierro:

«Con Carlos siempre hacíamos bromas imaginándonos viejos y jubilados. Sin darnos cuenta, las aventuras de los dos jovatos se hicieron cada vez más elaboradas así que decidimos escribirlas. Lo hacíamos en cuadernos escolares. Uno escribía un cuentito corto y el otro le respondía. Las historias estaban ligadas entre sí y eran divertidas, ridículas e impiadosas con los protagonistas.

»Recuerdo el verano del 77 compartido en Mar del Sur cuando incluso íbamos a la playa con nuestros cuadernos y nos leíamos las aventuras en voz alta, como una especie de payada.

»Ignoro qué será del cuaderno de Carlos, el mío se perdió en una de mis tantas mudanzas.

»Ese fue el origen de la idea, que pasado un tiempo el talento creativo de Carlos desarrolló con el desopilante título de Los Enigmas del P.A.M.I. Jamás nos divertimos tanto haciendo una historieta, y se nota».

Media página de la historieta La leyenda del Mojón publicada en Libro de los lectores de Fierro, junio de 1986.

En esa línea y con esa línea, llegarían otras historietas, no muchas más. La primera de todas fue El reino azul, dibujada en 1976 y editada dos años después en Italia. Luego, para la Fierro realizó Mustafá, publicada en la sección pigliana de «Argentina en Pedazos», le siguieron La Fea y La leyenda del mojón que salieron en los extras de Fierro. Hubo algunas páginas en la revista Feriado Nacional, con guiones de Martín García, pequeñas ilustraciones para Humi y algunas viñetas y portadas para la revista militante Jotapé.

Y está la yapa, una gema olvidada, titulada Don Segundo, el relojero. Fue otra colaboración de la dupla Enrique y Carlos. Tanto en temática como en estilo va por el mismo lado que Los Enigmas… Pero el misterio que rodea a esta historieta, su desconocimiento entre los especialistas, tal vez se deba a dos factores: por un lado su brevedad y por el otro el medio en que se difundió: la revista Siete días (insólito destino para los historietistas). Esta serie mantiene con Los Enigmas… la obsesión por el paso del tiempo y su manera de reparar o de ahondar en los errores que se cometen durante ese transcurrir ineludible. Al término de los seis capítulos de las aventuras de los viejitos —don Enrique y don Carlos—, los lectores de Fierro tendrán la oportunidad de disfrutar de estas pocas páginas de Don Segundo, el relojero.

 

Viñeta inicial de Don Segundo, el relojero.

Los Enigmas… fueron breves, como esos viejitos enclenques, estaba destinada a morir pronto. Lo que el lector lamenta, dada la calidad y el genio que exhibieron Trillo y Breccia en esa serie. Una aventura que, más allá de la broma íntima, se situaba en la Argentina del bicentenario. A pesar de la alusión estatal del título (transformada en sigla misteriosa) las referencias políticas son casi nulas, porque la historieta va por otro lado. Se concentra en las aventuras de don Enrique y don Carlos Triyo. El primer enigma tiene que ver con el hambre. Los dos siguientes se titulan Lav Estori II (guiño al éxito melodramático Love Story protagonizado por Ali MacGraw y Ryan O'Neal en 1970) y Lav Estori (esta vez en el sentido de Historia de laboratorio). Este último desarrolla las peripecias de un científico loco, caricatura de Alberto Breccia, que tras conseguirlo todo con una máquina milagrosa solo anhela la paz… aunque tampoco mucha. Sigue La boteya que Enrique la planteó como una historieta independiente, en homenaje a la muerte reciente de Oski, y que, en un principio, no estaba vinculada a Los Enigmas… (el Enriquito que se pasea por la playa es más joven y atlético que el viejo jubilado) pero dadas sus similitudes puede leerse como una especie de historia tangencial. Le sigue ¿Dale que éramos astronautas? una reformulación del Principito, pero más aventurera y fiel al espíritu lúdico de los niños. A modo de anécdota, el chiquito que lleva a los viejitos al espacio es un retrato fiel de Martín, el hijo mayor de Enrique que, por aquel entonces, era apenas un chiquito de 8 años. La última historia publicada fue Genoveva, una relectura del Fausto de Goethe donde el viejo Triyo olvida pedir lo esencial a «Zatán» para alcanzar su deseo.

Dibujo de Enrique realizado luego de una excursión con hijos de amigos a las afueras de Mar del Sur, 1988.

Todos los incidentes están plagados de momentos frustrantes que imprimen humor a la serie. Los viejitos se ahogan, se duermen, tosen, pishan o pedorrean mientras intentan salir con éxito de los embrollos en los que se ven inmersos por las circunstancias. Cada cuadrito es un regalo a los ojos, plagado de detalles y de chistes secundarios, y la narración acompaña el andar vacilante y pausado de los viejos, como se demuestra en las últimas tres páginas de Lav Estori.

Enrique tuvo pocas oportunidades de volver a divertirse con estos trazos. Las exigencias laborales lo impidieron. Pero la línea sigue ahí, lista para dispararse ante la anécdota íntima, ante el suceso que merece ser ilustrado. Esas cosas tan lindas que persisten en el recuerdo y que nos hacen reír tanto, como esos dos viejos jubilados, que se hallan tan cerca de la muerte y también del principio, o sea, de todo lo que tiene una historia para ser perfecta.

Pero dejemos algún espacio en blanco para la imaginación, como lo hicieron don Enrique y don Triyo en Los Enigmas... Cóf! Cóf!

Autorretrato de Enrique para ilustrar su sensación de nulidad antes las nuevas tecnologías gráficas.

Mariano Buscaglia

Mariano Buscaglia

Es guionista, editor y novelista. Realizó las series Museo y Mano Blanca, en Fierro, con Patricia Breccia. Es Jefe de Redacción de la revista.