26 de octubre, 2022
Vida y obra
Artista multifacético de origen chileno. Hombre de mil rostros y oficios, Ojeda/Artó -o cualquiera de sus otras transmigraciones que eligió en su dilatada carrera- dedicó su vida a arriesgarse. Una mirada frívola consideraría que su obra no cuajó; otra apostaría a que sus grandes hallazgos todavía están por descubrirse. No dejes de leer/mirar «La multiplicación de los cuadritos», doce páginas de Ojeda publicadas en Fierro y El Péndulo.
Por Osvaldo Aguirre
Eduardo Ojeda Ortiz de Chile -tal su nombre artístico- escribió novelas y poesía, hizo ilustraciones, historietas y cine en súper 8, se desempeñó como productor y redactor de radio y televisión y tiene su propia editorial «hoy en terapia intensiva por la pandemia maldita». La historia continúa a través de la pintura y de la realización de micros audiovisuales de quince minutos puntuales donde habla sobre libros, dibuja y expone sus puntos de vista sobre el arte y el mundo. A la vuelta del tiempo, sin expectativas del reconocimiento que alguna vez buscó y sin más pretensión que hacer lo que quiere hacer, produce con alegría y con intensidad, «como cuando era pibe».
Nació en Pantaleón Véliz Silva, Chile, en 1946 y vive en Buenos Aires desde 1976. Llegó de paso con el plan de seguir viaje hacia Europa, pero encontró trabajo a las 48 horas de arribar al país y la residencia se volvió definitiva cuando formó pareja y fue padre de seis hijos, de los que «le quedan» cinco. También había tenido una etapa como crítico de teatro, cuando la lectura de los libros de Antonin Artaud lo impactó de tal manera que asumió el seudónimo de Artó; y con ese nombre publicó dibujos en Chaupinela, El Péndulo, Humor y Fierro, miniaturas de extraordinaria composición en que una página podía multiplicarse vertiginosamente hasta alcanzar 64, 120 y hasta 171 cuadros.
Los seudónimos de Ojeda siguen esa pauta, son marcas de artistas a los que admira: Jean Nicolas Arthur Rimbaud, cuyo segundo nombre adoptó al firmar como Nicolás Aguirre Pizarro (a la vez protagonista de Manos arriba) y también como Nicolás Guls (en este caso combinado con Wols, el seudónimo del pintor y fotógrafo alemán Alfred Schulze, «que demoró dos años en pintar una acuarela de 50x70»), y el cineasta lituano Jonas Mekas, referencia de su etapa como realizador en 8 y 16 mm, de donde derivó Jonás M.
En los micros que publica actualmente en Youtube bajo el título de «Libros para gente con estudios incompletos», Ojeda Ortiz cuenta que a los 16 años tuvo un conflicto con su padre y descubrió los billares Ahumada y el mundo del arte y la literatura al visitar por azar la Biblioteca Nacional de Chile. Pero la lectura y también una revelación definitoria para su vida remitían a un período anterior en la infancia: «Cuando yo era muy chico, leía Vidas ejemplares, una revista que publicaba historias de santos que iban a la selva a enseñarle a leer a los hijos de los jíbaros y de los alacalufes. También El llanero solitario, Superman, Red Ryder, Roy Rogers, el Halcón Negro y, sobre todo, el inventor Ciro Peraloca [en Argentina, Giro Sintornillos]. Algunas de esas revistas traían en la contratapa avisos de cursos por correspondencia como el de la Tensión Dinámica de Charles Atlas y el curso para dibujantes Gane fama y fortuna con un lápiz». De ahí vienen el título de «su obra total», seis libros, y un poderoso impulso de juventud: «Cuando tenés menos de 20, y estás empezando te parece que lo podés lograr, que basta con escribir un par de libros y Jelou, misia Fortune. Pero no, la cosa es un poco más difícil».
La primera parte de Gane fama y fortuna con un lápiz agrupa las novelas Manos arriba, Bellas Artes y Danza clásica, ambientadas en Santiago de Chile y en Barcelona, un «work in progress» de 652 páginas y edición limitada a 100 ejemplares reunido en 2011 por Malas Palabras Buks, su sello editorial. La segunda parte de Gane… son otros tres títulos que transcurren en Buenos Aires a partir de la década del 80: Buenos Aires 25+6 años viviendo en… (2008), La sucia calle (inédito) y Yo invento muy poco (2010), publicado con el título de Señor, dame tu fortaleza. (Dámela y no me la quites). El anuncio de las revistas de historietas de su infancia y las promesas que parecía contener también resuenan en Libros para gente nacida sin fortuna (2020), su primera serie de programas en Youtube, donde publicó 144 micros.
Del período como estudiante de Bellas Artes recuerda su integración a un grupo de poetas y artistas, la amistad con el poeta y pintor Ricardo Bezerra (1941-2016), María Cristina Matta, Carlos Peters y Oskar Vega Etcheverry, entre otros, y las clases de Estética de Luis Advis (autor de «La Cantata Santa María de Iquique») y de Jorge Elliott en la cátedra de Morfología del arte: «Era un elegante personaje académico amante de la decadencia cultural de Occidente con reloj de oro, pipa y chaleco, fornido y de estatura napoleónica, que dominaba desde el marxismo a la Biblia, había traducido a Chaucer y a mediados de los 60s hablaba de Nicanor Parra y explicaba qué era la antipoesía, antes de que lo hiciera el crítico y poeta jesuita Ignacio Valente. El profesor Elliot me deslumbró y todavía hoy lo recuerdo con simpatía. Cuando enseñé en la universidad quise copiar su estilo mezclando a Boris Vian con César Vallejo y a Caravaggio con Roberto Arlt. Pero a los pibes solo les interesaba aprobar. Fue un fracaso. Huí despavorido hacia el costado del tablero y nunca más fui profesor de nada».
El problema del joven Ojeda era cómo lograr la fama y la fortuna que prometían las revistas, «porque uno no sabe cómo funciona el sistema; y cuando sabe es igual a descubrir una ilusión óptica». Participó en concursos, envió manuscritos a escritores reconocidos -entre ellos a Juan Liscano, Héctor Libertella y Julio Cortázar, de quien se hizo lector a partir de Historias de cronopios y de famas-, y se puso en contacto con la Agencia de Carmen Balcells «gracias a Gabriel García Márquez que la nombraba como defensora de escritores muertos de hambre”. Quizás no alcanzó “la fortuna en metálico lo que buscaba», pero en el trayecto se definió como el artista inclasificable que es.
En 1983 la agencia de Carmen Balcells aceptó representar sus dos primeras novelas, Manos arriba y Bellas Artes. «Ellos estaban más admirados que yo porque era difícil que aprobaran dos novelas, y además yo no tenía contactos -cuenta Ojeda-. Trabajaban con informes de lectores que vivían, por ejemplo, en España, en Francia, en Argentina o en México, y los dos o tres o cuatro tenían que coincidir en la recomendación. Entonces viajo a Barcelona y ahí entiendo cómo es la cosa». Esa experiencia es el asunto de su novela Danza Clásica.
Ojeda no solo era inédito y marginal en relación a los autores chilenos consagrados en Europa -José Donoso, Jorge Edwards y más tarde Isabel Allende-, sino que también había sostenido una postura beligerante con respecto a los escritores «progres sin brazo derecho», como Antonio Skármeta, Ariel Dorfman o Enrique Lihn, con quien tuvo un encontronazo a partir de una visita a Santiago de Chile del pintor Oswaldo Guayasamín, «quien pregonaba ser el Picasso latinoamericano del Guernica mientras aceptaba realizar retratos pagos de lo más granado de la pituquería y la diplomacia de esos días». Las novelas permanecieron casi una década en la agencia de Balcells en el estado de «aprobadas», mientras circulaban en Anagrama, Planeta, Plaza & Janés y Montesinos. Pese a los informes positivos, «Tu Sam tenía razón con su puede fallar» porque las tratativas no se concretaron, y como último intento hubo un contacto con Ediciones De la Flor, en Buenos Aires, que obtuvo otro rechazo.
La experiencia le enseñó que el talento es accesorio para la publicación de un libro. «La gente se mueve en círculos, en circuitos, mejor dicho, que se ayudan y difunden entre ellos aprovechando el lugar que ocupan o que les tocó en suerte en la sociedad de consumo -afirma Ojeda-. Hay circuitos de teóricos del correcto escribir, de feministas apasionadas y didácticas, de gente adinerada que defiende el punto y coma y la urbanidad en la mesa, de defensores de los valores del campo, del pasado y presente de la problemática gay, de las señoras que leen novelas eróticas o de los que, son mayoría, le copian sin que se note a don Jorge Luis… Por eso digo ahora que hay que ir a los talleres literarios, para conocer gente, cosa que yo no hice. Al ser tan outsider no te integrás. Conocer gente, tener contactos lo es todo».
En una pila de suplementos literarios tiene un ejemplar de Babelia con una entrevista a Jorge Herralde, el editor de Anagrama. Ojeda despliega el diario y señala la foto que muestra a un joven Herralde leyendo El viejo indecente, de Charles Bukowski. «Ellos tienen un sentido del negocio que no es habitual poseer por estos lados. Acá la mayoría de los escritores que no tienen el signo peso tatuado en la muñeca siguen esperando que aparezca 'alguien' con mucha mosca y los descubra. Y eso no ocurrirá jamás», dice.
En Buenos Aires tampoco tenía relaciones en el ambiente de la cultura. En 1975, invitado a un encuentro de Arte Video en el Centro de Arte y Comunicación de Jorge Glusberg como único representante del Arte Pobre Chileno con su obra Mi vampiro amor, aprovechó para ir a mostrar sus «historietas ratas» en la oficina de Chaupinela, en San Martín y Córdoba. Llamó a la puerta y según recuerda Andrés Cascioli y Carlos Trillo recibieron con interés sus dibujos «y decidieron publicar una página con el título de 'Artó y Pfeiffer un solo corazón'». También se vinculó con la industria cinematográfica: le ofrecieron trabajar en dibujo animado en los laboratorios Alex y en el estudio de García Ferré e incursionó en el súper 8 «con moderado éxito»: Historia general del cerebro, un cortometraje de cinco minutos sin sonido y en blanco y negro, fue premiado en 1978 en el Festival Internacional de Toronto.
A pesar de las publicaciones, mantenía distancia y no dejaba de ser un solitario. O el medio no terminaba de aceptar una obra que afirmaba una singularidad irreductible a estereotipos o modas. «Como en Uncipar [Unión de Cineastas de Paso Reducido] me dijeron que no había lugar para mí les escribí directamente a los tipos de Toronto; entonces mandaron invitaciones para tres cineastas a Uncipar y aparte una para mí», dice. Después se vinculó con el taller de Cine Experimental del Instituto Goethe, a cargo de Miguel Bejo. Un catálogo de la Bienal de Humor e Historieta de Córdoba registra su currículum en cuatro líneas apretadas, sin ninguna ilustración, a diferencia de los dibujantes conocidos. «Tuve problemas por hacer esos cuadritos -recuerda a propósito de sus páginas de humor-. A Cascioli le gustaban, me decía 'vos tenés que irte a París', pero otros se burlaban porque lo veían como algo muy intelectual. El chiste era que se pagaba igual que otra colaboración. Cuando me preguntó si quería dibujar en Humor o en Fierro, elegí Fierro, era mucho más cercano. No publiqué tanto tampoco».
Durante más de 40 años Ojeda Ortiz siempre ha tenido su base de operaciones sobre las avenidas Directorio o San Juan, desde Centenera, pasando por José María Moreno, Avenida La Plata, Avenida Boedo y hasta 24 de Noviembre. Actualmente trabaja en un departamento que es a la vez biblioteca, archivo y atelier. «No me obligo a nada, no sé qué voy a hacer en el día, estoy como a los 17 años cuando me fui de mi casa», dice, y se ríe. Su escritorio es una especie de centro en torno al cual orbitan bibliotecas fijas y móviles, cajas con recortes de diarios y revistas, papeles sueltos, publicaciones actuales y antiguas —«me interesa todo, la revista Hola, Noticias, Diario Popular, Babelia, Ñ, Radar y el suplemento de libros de Perfil, los viejos Diario de Poesía y todo lo de los libros de Uruguay, España y Chile»— , televisores y computadoras encendidas y un poco más allá el lugar donde pinta y reúne las obras que por ahora no tienen un destino determinado. «Me gusta estar acá -agrega-. No logro ordenar esto, es como que lo quiero ordenar pero no lo ordeno, entonces me quedo enganchado con una cosa o con otra. Soy un Benjamin de los barrios bajos cordilleranos».
En 2005, cansado de las convenciones editoriales, fundó Malas Palabras Buks. Allí publicó entre otros de sus libros Historia general del cerebro (2007), con los dibujos realizados para la película homónima y 1974 Los dibujos del cerebro ex-pli-ca-dos (2017), donde reprodujo el prólogo de la edición anterior íntegramente tachado. En cambio, mantuvo como introducción un texto escrito por Ricardo Bezerra en 1974: «Artó trabaja con situaciones extremas, con hechos indispensables en la progresión intelectual […] No existen las claves, sólo libretas y registros, hojas blancas y un frasquito de tinta […] Yo no sé si algún día será clásico, no lo creo, él está contra la estupidez de que todos terminemos aburridos. ¿Esta noche cómo es la realidad? ¡No se sabe! ¿Cómo debe ser el arte? ¡No se sabe! ¡Nadie lo sabe!».
Ojeda / Artó publica sus dibujos junto con fotografías y textos breves que se entrecruzan en distintos niveles como aclaraciones, agregados entre corchetes y paréntesis, palabras y frases tachadas, digresiones, en distintos cuerpos y estilos de letra. «Cuando yo dibujé esta historia del mundo estaba lleno de furia porque la vida me estaba tratando muy mal», escribe en Historia general del cerebro, en alusión a la muerte por hidrocefalia de su primer hijo; pero «yo estaba equivocado, xq, sí, mañana será otro día», agrega, después de intercalar fotografías de sus tres nietos.
También publicó a nuevos autores argentinos: Jorge Sachero, Sebastián Díaz, Gilda Manso, Fernando Garriga, Florencia del Campo, Gonzalo Santos, Tadeo Pettinari, Sofía Amorrortu y Ezequiel González. Y en los tres volúmenes de Srtas de salón (2013) reeditó de modo facsimilar la colección de El puente de los suspiros (1878), hoja periodística dedicada exclusivamente a cuestiones de la trata de mujeres y la oferta sexual, junto con volantes y fotografías actuales sobre el comercio prostibulario.
Ojeda publicó 39 libros en Malas Palabras Buks, a razón de tres por año. «A fines de 2019 vi que ya no podía seguir editando, porque es caro y sin distribución moriste ardillita de Walt Disney, y empecé a hacer los micros», cuenta. Libros para gente nacida sin fortuna, la primera tanda, retomó un libro inédito (Manual para poetas nacidos sin fortuna) en el que reunió «notas para la gente que quiere empezar a publicar, viendo los problemas que tuve yo por inexperiencia”. Como lo explica en la primera entrega del ciclo, quiso dirigirse “a gente que no tiene título y no ha sido exitosa, pero que quiere escribir», «la gente joven [que] tiene la esperanza de entrar al sistema, triunfar y ganar mucho dinero», y que es también el público al que apuntan los micros actuales.
Entre otros documentos y facsimilares, reproduce en sus textos algunos de los rechazos editoriales con que se encontró. «Son libros que en nuestra opinión difícilmente un agente puede ofrecer. Mucha sátira, mucha ironía, diseño gráfico, fotografías. No es tanto el conocimiento específico sobre la realidad argentina, como el determinado tipo de humor, formas narrativas que se apartan mucho del mainstream. Estos comentarios son totalmente subjetivos. A lo mejor encuentran un agente que convierte uno de estos libros en best-seller, y no lo digo en broma», dictamina uno de sus evaluadores desde Alemania. «Ahora ya no me interesa publicar -afirma Ojeda Ortiz-. Cuando uno es inexperto y escribe supone que las cosas funcionan de determinada manera, creés que terminás el manuscrito y ya está. Y no está para nada finiquitado el asunto. Vale más tener contactos que tener talento. Esa es la manera de publicar».
Los micros en Youtube son entonces la forma de una enseñanza personal. «La experiencia mía es decirte: si no tenés guita y contactos aprendé a vivir con el no. Explico cómo funcionan los concursos, por ejemplo, donde hay quince tipos que leen por encima y seleccionan lo que la gente envía buscando algo que se pueda vender. Ojo, admiro al que es capaz de ganar plata en los concursos, como hizo Bolaño, porque es una mecánica muy difícil», dice.
En el micro «Tapitas y suplementos culturales» analiza contenidos de Radar («muy intelectual»), Ñ y Perfil y al mismo tiempo -con un método de exposición que le resulta típico- dibuja gráficos y figuras en una pizarra. «El suplemento tiene compromisos -plantea en el video, mientras traza un cuadrado con círculos en el interior-. Tiene básicamente críticas, es muy difícil llegar a una crítica grande. Hay unos segmentos más pequeños, ahí podés aspirar [hace unos rectángulos minúsculos] y colaboradores que hablan sobre distintos temas. Básicamente es eso. Si sos de derecha o si sos de izquierda ponés a los de tu bando. Es muy difícil inventar a alguien. Los chilenos, los peruanos, los españoles, los mexicanos seleccionan dos o tres cada diez años y los intentan meter por todos lados con la ilusión de hacer negocio. Igual el mejor juez es el tiempo».
El tiempo parece justamente otra preocupación particular de Ojeda. En los micros controla una y otra vez no sobrepasar los quince minutos que se fijó como límite, quizá porque esa es la duración de la fama según un dicho muy conocido de Andy Warhol. También registra la hora, minuto y segundos de sus ocurrencias y aclaraciones, tanto en el correo electrónico como en los libros. Además graba con anticipación y en cantidad, al punto que este año ya lleva 40 micros con un ritmo superior al de 2020; «les hablo desde el futuro», bromea, en referencia a la fecha de estreno de cada programa.
«A los 74 años lo que más vale es el tiempo», explica Ojeda y muestra un retrato de Herman Hesse que hizo para el suplemento literario del diario La Nación.
-En un dibujo de este tipo y tamaño me demoraba siete horas -dice. Y deja caer el diario en el escritorio.
En las páginas que hizo para Ediciones de la Urraca «lo difícil era la idea, dos, tres, cuatro días». El paso siguiente era el dibujo: «seis horas el lápiz, cuatro horas la acuarela y siete horas el rapidograph 0,2 y la témpera blanca».
«Hasta los 46 años escribía como deben haber escrito Bukowski, Henry Miller o don Roberto Arlt cuando no chupaban. Se me iba la vida», dice Ojeda. Pero la pasión no se extingue, en todo caso circula en nuevas manifestaciones de una obra signada por lo impredecible. Y retorna al punto en que parecía haberse perdido, como le ocurrió con la pintura: «Volví a pintar después de más de 30 años. Abandoné porque no tenía plata para comprar telas y pinturas, así de simple: si no tenés guita, no te podés hacer el Mondrian. Pensé en ganar el Premio Nacional con una tela de 2 x 1,50 metros dedicada a Fritz el gato y a las señoritas de Tribunales. Quedé seleccionado pero no gané. Después mandé al Manuel Belgrano y me dieron una mención. Ahí me di cuenta de que no iba a llegar, porque mandé un currículum donde decía que la última exposición que había participado era del año 1976. Sin el compromiso de hacer exposiciones, estoy pintando [en telas de] 1,5 por 1,5; voy a juntar 20 o 30 cuadros y ahí seguramente los venda todo por 2 pesos».
En el período en que dejó de pintar, la obra y los experimentos de Ojeda transcurrieron a través de la historieta y la ilustración. «Cuando fui a ver a Sábat, en Clarín, me dice esto [el retrato de Hesse] es arte -recuerda-, pero estaba Cardo y no había más lugar. Después publiqué retratos de escritores en el suplemento literario de La Nación y unas pocas ilustraciones mercenarias en La Opinión, Magazine, y revistas amarillentas como Aquí está y similares. También hice colaboraciones escritas en negro para la última página de La Razón y un par de escritos sobre Carlos Castaneda para Mutantia de Miguel Grinberg y una entrevista a Jorge Luis Borges para la revista Ercilla du Chili [sic]. En esos días me costaba ganarme el mango. ¿Por qué hacemos las cosas? Yo las hacía por guita. Entonces se pierde esa cosa juvenil que ahora siento de nuevo, que es hacerlo por hacerlo».
Luego de que su amigo Sebastián Díaz le enseñara a editar para YouTube, otro amigo le sugirió que podría intentar aprovechar económicamente los micros. «¡Yo no quiero monetizar nada! -protesta Ojeda-. Toda la vida hacés las cosas esperando recibir algo a cambio. Creo que ahora mi problema es pintar sin que me duelan demasiado los huesos de las manos». Sigue el consejo de Picasso: no perderse en explicaciones, estar en lo que se hace.
Osvaldo Aguirre
Periodista y escritor.
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