Fuego libre

Ray Bradbury publicó Fahrenheit 451 en 1953 y desde entonces no hay modo de disociar cualquier referencia a la quema de libros de esta novela de ciencia ficción distópica; en 1966 François Truffaut  le puso imágenes en una adaptación cinematográfica muy celebrada; y en marzo de 1974 –en el número 16, de la revista Satiricón– Roberto Fontanarrosa tiró todo respeto por la borda para dar su propia versión ilustrada del texto.

En esta trama, dibujada con una línea y unos planos funcionales y notables, no hay bombero que infrinja la normativa ni se cuestione la ética de sus acciones; el de la historieta es un represor monolítico, que lleva al extremo razonamientos, conclusiones y lugares comunes ideológicos, hasta el límite de lo absurdo. En esa imagen, basada en la supuesta brutalidad e ignorancia militar en relación a los libros, se apoya el efecto humorístico que cruza casi todos los cuadritos.

No era poco decir –ni dibujar– en una Argentina donde la fuerza parapolicial de la Triple A había empezado a actuar y la violencia estaba a la orden del día. La cultura fue  parte de un mismo premeditado y estudiado plan de desaparición de personas que la última dictadura llevó al paroxismo.

En el número siguiente al de «Fahrenheit», en Satiricón, el humorista Jorge Limura dedicó su página a las prohibiciones de libros en una revista que venía siendo censurada.

Difícil saber qué pensaría Bradbury de esta parodia en la que quedó involucrado sin expresar voluntad ni consentimiento: esta re-versión está firmada como Ray Fontanarrosa.

Te recomendamos leer, si no lo hiciste, los artículos anteriores: Prohibido para literales y Joda gaucha.