26 de octubre, 2022
Carlos María Federici es un artista heterogéneo de origen montevideano. Su producción literaria e historietística (gráfica y escrita) rememora la edad dorada de los géneros populares. Coleccionista él mismo, supo recrear en sus obras el auténtico sense of wonder de los materiales literarios e historietísticos del período de oro del pulp estadounidense. A pesar de esta impronta foránea, la obra de Federici mantiene en todo momento su propia voz y originalidad, cualidad que la hace única en su tipo. Compartimos con los lectores la charla -dividida en dos partes- que mantuvimos con el autor de Jet Galvez.
Lea aquí la primera parte.
En la Argentina, el material de Carlos María Federici siempre nos llegó de rebote y mal. Pudimos leer sus cuentos, a medida que los hallábamos dispersos en los ciento y pico de números de la revista española Nueva Dimensión. Conocimos su labor como editor, dibujante y escritor en su audaz creación de principios de los 80s, titulada Más allá de la medianoche. Revista de la que fue director y donde pretendió revivir, en un mismo formato, dos glorias pasadas: las revistas de horror pulp y las historietas de espanto estadounidenses, previas al nefasto código de censura. Otros textos aparecieron en fanzines o en ediciones de corta tirada que alcanzaron a cruzar el río, como el catálogo de Montevideo Comics, que sirve de antología de gran parte de su obra historietística.
Por todo ello, el Federici que vimos y que conocemos, en alguna medida, es fragmentario. Tal vez de ahí su sempiterna condición de «culto» para aquellos que son fieles a sus hallazgos.
Teniendo en cuenta sus dos facetas creativas, ¿cuándo decide que una obra merece ser historieta y otra un texto literario?
Es mucho menos trabajoso, y menos arriesgado también, producir una obra escrita que una dibujada. Y hay más probabilidades, o al menos así me ocurrió a mí, de llegar a publicar un cuento que una historieta. Así fue el proceso de Dos caras para un crimen, que como usted sabe se cortó en una veintena de días, y no volvió a presentarse ocasión de resucitarla, de manera que años después decidí transformarla en novela y, aunque tampoco era fácil ubicarla (imposible en mi propio país), finalmente logró editarse en un editorial mexicana.
Tira original de Barry Coal
Justamente, la novela es una adaptación y conclusión de su tira Barry Coal, que salió en las páginas interiores del diario Extra en el año 1968, tiene la particularidad de tener un personaje de raza negra como protagonista y dos ayudantes blancos. ¿De dónde surgió esa creación suya?
El personaje de Barry Coal surgió de mi lectura de la revista «Ellery Queen» (edición chilena, de la que creo tener todos los números editados) y de otras novelas del género, pues pude comprobar que la variedad étnica, etaria y de género en la concepción de los detectives era multifacética, ya que estos investigadores de tinta, papel e ilusión constituían una gama de personalidades diferentes y definidas, como el inglés elegante, el «hardboiled» a la americana, la solterona, el belga, el chino, el iraquí, el ciego, el dipsómano..., pero ningún afrodescendiente. Entonces, en pro de la originalidad, que no de la reivindicación (ya que esa raza no necesita de mi pobre prosa a esos efectos, aparte de que mi escritura evitó siempre todo tipo de embanderamiento, sean cuales fueren mis criterios personales), se me ocurrió crear este detective que, por otra parte, y como creo haber comprobado, fue el primero de su clase dentro de la historieta. Me explico: se considera que la iniciática fue «Dateline: danger», de John Saunders y Al McWilliams, iniciada el 11 de noviembre de 1968, y calificada modernamente de «integrada», pues la protagonizaban dos personajes, caucásico uno, afroamericano el otro. Pues bien: Barry Coal (y esto lo vine a descubrir muchos años más tarde) vio la luz el 7 de octubre del mismo año, precediendo a la otra, inconscientemente, por una pizca más de un mes. Y además (y de esto me hizo percatar una nota periodística escrita más adelante todavía), Barry Coal tenía dos ayudantes blancos, lo que le confería mayor preeminencia aún. Claro que esto no fue deliberado, porque, como digo, no hubo afán reivindicatorio en esa creación.
Dice el autor: «Barry Coal se publicó en los inicios del sistema offset en nuestro medio, y evidencia algunos defectos de color».
La tira, como Vito Nervio en su momento, alentaba a los lectores a resolver el crimen por sí solos y, además, había lanzado un concurso literario. ¿Cómo surgieron esas ideas?
La idea del concurso no fue original, sino inspirada en una historieta de Patoruzito, dibujada por Alberto Breccia, aunque no la emblemática Vito Nervio, sino una especialmente creada para esa finalidad, de concurso entre los lectores, «Los ojos de Kali», creo recordar que con guion de Alfredo Insúa, aunque en esto puedo equivocarme.
Anuncio del certamen «Descubra al criminal» para la tira Barry Coal
¿Cómo fue el proceso de traspaso de la tira de historieta de Barry Coal a la redacción de la novela Dos caras para un crimen?
Para transformar una historieta en novela fui consciente desde un principio de que la ausencia de la parte ilustrada debía sustituirse con un enriquecimiento en lo documental. Fue así que procuré conseguir toda la «data» posible sobre la ciudad de Nueva York, de diversas fuentes, desde material bibliográfico de la Biblioteca «Artigas-Washington», regenteada por los EE. UU., hasta fotos provenientes de la misma ciudad, que solicité por correo a la Municipalidad. (¡Ah, si hubiese podido obtener todo eso mediante una serie de «clics», como actualmente!...) Luego tropecé con un grave inconveniente (típico en mi trayectoria): la editorial mexicana se había mudado de domicilio, y en el proceso se extravió mi manuscrito. Recuérdese que aún estábamos en los tiempos heroicos de la mecanografía y el detestable papel carbónico. ¡La única copia existente, fuera del borrador, estaba en poder del editor de Rastros, al que se la remitiera tiempo atrás! No hubo otro remedio que cruzar el Plata para reclamarla. Por fortuna, la misma estaba intacta. (Posiblemente el hombre ni la hubiera leído, lo cual no era nada halagador, aunque muy útil en aquel trance.) En resumen: el proceso se royó tres años de mi vida, antes de que el dichoso libro apareciese. Tuvo un tiraje de 15.000 ejemplares, lo que para Uruguay habría sido impensable; pero —tenía que haber una espina— solo un par de ellos, para el autor, alcanzaron estas playas del «Deep South» latino.
En una entrevista habló de la desafortunada selección de cubierta que tuvo esa novela…
Efectivamente, en uno de los pocos argumentos míos en que no se cometía un femicidio, me pusieron una mujer muerta en la carátula. Y en la contratapa, un desafortunado resumen que revelaba un punto fundamental de la intriga. ¡Imperdonable! Y hubo algún lector que me lo atribuyó, para peor...
Su primera novela policial fue La orilla roja que se publicó en 1972 en colección especial de Rastros, allí usted desarrolla una elaboradísima trama policial que transcurre en la costa de Uruguay. ¿Cómo fue su experiencia al escribir esta novela?
Por haber sido primeriza creo que funcionó bastante bien. Aunque Onetti (a quien conocía por ser funcionario de la Intendencia, como yo, si bien estábamos en distintas reparticiones y, ¡Dios sabe” en distintas categorías también) me señaló, con razón, un flagrante error, que intenté enmendar cuando la convertí en folletín ilustrado con mis dibujos. Aprovecho para apuntar aquí que me cupo un raro privilegio: mis primeros “pinitos” en la escritura fueron gentilmente revisados por una trilogía de escritores fundamental: el nombrado Onetti, Mario Benedetti y Carlos Martínez Moreno. Todos ellos tuvieron la indulgencia de alentarme. Lo cual, por supuesto, no garantiza la calidad de mi producto; pero es un agradable recuerdo. Respecto a la experiencia, fue satisfactoria en cuanto a la escritura, pues por entonces yo estaba muy empapado de la lectura de material de esa especialidad, como lo he manifestado antes. La ciencia ficción vino un poco después, aunque terminó por desplazarla, un poco de acuerdo a la preferencia general de los lectores, también.
La orilla roja tuvo sus secuelas: Mi trabajo es el crimen (1974) y El asesino no las quiere rubias (1991), con el nexo del personaje del comisario Dorteros, que aparece en todas, aunque en distinta función.
¿Y cómo fueron esos encuentros con Onetti?
En realidad el contacto no fue demasiado cercano, pero sí tuve oportunidad de mostrarle algunos textos, y me enteré por él de que había leído «La orilla roja», de la que me advirtió, con su característico hablar entre seco y autoritario: «Hay algo que está mal». Y en verdad yo había cometido una pifia autoral (si se toman en cuenta las normas para una novela policial de detección), que fue no explicar el motivo de un punto básico: el porqué de las ropas de De Charles en la víctima. Claro que fui consciente de ello al escribir la novela; pero no había pensado en una crítica tan incisiva como la del grande de Onetti... Como dije antes, procuré enmendar el error, o la omisión, por mejor decir, en la versión para folletín de 1976, atribuyendo la anomalía sartorial a una estratagema del asesino, que hizo embriagar a su víctima en potencia para conseguir sus (retorcidos) fines. Por lo demás, Onetti era vecino, y creo haberlo visitado alguna vez por motivo de algún certamen, aunque en esto la memoria me falla un poco... Hablando de certámenes, fue sonado el asunto del concurso de cuentos de «Marcha», en plena dictadura, en que tanto Onetti como Mario Benedetti fueron jurados, y premiaron un relato que a todas luces escocía al régimen. Como resultado, ambos fueron confinados en prisión; y tiempo después, superado el mal trance, fui a ver a Onetti por otro asunto, y su empleada me dijo que estaba recluido en su domicilio y no se comunicaba con nadie a causa del trauma de aquella enojosa situación que le tocó vivir. Eso es cuanto puedo recordar de un contacto que, como queda dicho, no fue cercano, pero sí memorable.
Muestras del folletín de La orilla roja publicado en 1976.
Gran parte de su obra, tanto gráfica como narrativa, desarrolla temas afines a la literatura sobrenatural ¿De dónde proviene su simpatía por el terror?
Creo que la afición por lo terrorífico (y no me pregunte las razones de esto) existe en gran parte de los niños, cuando se inician en la lectura; hasta diría que en una mayoría. Así fue en mi caso, por lo menos. Luego, con las historietas de La Prensa, Editora Sol y otras similares, esta predilección se exacerbó, con el añadido, más adelante, de las viejas películas de la Universal que se veían en la TV, y las versiones coloridas de la Hammer, que comenzaron a poblar las pantallas de nuestros cines. Una anécdota que he referido más de una vez, es que solía pararme, a los 11 años, frente a la vitrina de un cine de barrio (hoy taller mecánico), donde se anunciaba La guarida de Frankenstein, y me lamentaba del veto para «menores de 12», que me impedía solazarme con aquellos deleitables goces macabros... ¡Quién iba a decirme, entonces, que tantos decenios más tarde, la tecnología me iba a permitir reunir una colección virtualmente completa de DVDs del género... y para ver cuantas veces se me antojase, en la intimidad de mi hogar!
¿Es cierto que tiene la colección completa de la célebre colección de Narraciones Terroríficas que editó Molino a fines de los 30s hasta mediados de los 40s?
Narraciones Terroríficas fue un ítem imprescindible, adquirido en la célebre Librería Ruben, de usados..., poco a poco, hasta que una vez di con el «filón» de una colección casi completa, y no recuerdo cómo, pero logré sufragarla, pese a lo exiguo de mis economías. Cuando está de por medio la afición, no se regatea...
¿Qué autores de horror admira?
Los autores admirados son demasiados, pero podría nombrar, sin que ello implique prevalencias de unos sobre otros, y, por supuesto, no pretendiendo una nómina exhaustiva, a Frank Belknap Long, Howard Philips Lovecraft, Robert Bloch, Seabury Quinn, Manly Wade Wellman, Clark Ashton Smith...; sería de nunca acabar.
¿Cómo fue su experiencia en 1985 como editor, dibujante y redactor de la revista de culto Más allá de la Media Noche, donde combinó literatura con historietas e, incluso, con ensayos?
La experiencia no fue del todo buena. Porque no se respetó mi función directiva, y fue una lástima. No digo que la revista se haya malogrado por esta razón; implicaría soberbia de mi parte. Pero sí diré que, habiendo más posibilidades que en otras ocasiones, pues se contaba con buen financiamiento, la gestión fue mal enfocada. Solo se publicaron dos números. Y muchos años más tarde tuve la satisfacción de que me llegaran mensajes de Argentina recordándolos, como es el caso del notable y galardonado cineasta Cristian Ponce, quien afirmó que lo había inspirado la lectura de mis revistas en su infancia, e incluso filtró un pequeño homenaje a la revista en una serie web de su factura; y del cantante de tangos Sergio Logioco, también estudioso del género, que me dijo que MADLM había sido la primera revista de terror que leyó, y la recuerda hasta el día de hoy.
¿Cuáles eran, entonces, las ideas que tenía para la revista?
Mis ideas en principio fueron universalmente adoptadas, por cuanto el proyecto entero dependía de mi iniciativa, siendo único en el medio en aquellos días; y a mí me correspondió suministrar la totalidad del material, que consistía en relatos «prestados» de Narraciones Terroríficas e historietas del género fotocopiadas de mis colecciones de revistas de terror. No debe olvidarse que no se contaba aún con las maravillosas facilidades del escáner... Pero no se me atendió para nada en ítems fundamentales, como la selección de ilustradores y el diseño de las páginas. Los dibujantes escogidos (no por mí) eran buenos profesionales, pero, salvo alguna loable excepción, no tenían idea de la ilustración «terrorífica» conjugada con algo de buen gusto. De forma que lo gráfico dejó mucho que desear. Además (y esto era típico en nuestras publicaciones, o por lo menos yo me encontré varias veces con ello) el primer número, que debió ser presentación y «gancho» para la potencial audiencia, estuvo plagado de errores tipográficos y, como digo, pobremente ilustrado. ¿Qué anzuelo para compradores puede ser ese?
«El galardonado cineasta Cristian Ponce con ejemplares de los dos únicos números publicados de mi revista Más allá de la medianoche (título no elegido por mí, con el que estuve en desacuerdo, por serlo además de una novela de Sidney Sheldon; se me desoyó)», nos dice el autor.
En su novela Umbral de las tinieblas combinó elementos de la literatura y el cine clásico de horror con componentes de la mitología pergeñada por H. P. Lovecraft. ¿Cómo consiguió conjugar todo eso en el texto?
Es curioso que siendo el terror uno de mis géneros favoritos como consumidor de narrativa, cine e historietas, no haya producido más relatos propios de esa vertiente. Lo atribuyo a mi temor, después de haber visto y leído tanto y tan bueno, de no lograr acertar con un tema o enfoque original y distintivo. Entonces opté por lo que me quedaba: un popurrí de los temas clásicos, que creo haber conseguido mezclar con cierta pericia para conseguir un totum que no defraudase al lector. Por ahora no recibí quejas. Y creo no equivocarme si digo que Umbral... fue el primer libro de autor uruguayo que integró el tema de los Mitos lovecraftianos a su trama. Hoy menudean.
La encarnación en folletín de la novela, 1985.
¿Cómo fue el proceso de publicación de esa novela?
Fue peliagudo fue conseguir que la publicasen. Primero lo logré en forma de folletín (una modalidad, entre paréntesis, que rescaté tras por lo menos tres décadas de no cultivarse en el país, con La orilla roja, en 1976, en El Diario), aunque, escrita en 1977, con aspiración a continuar la línea folletinesca comenzada, debió esperar a 1985 para que me la aceptasen en el mismo órgano de prensa, y esto en condiciones menos favorables que las anteriores. Cinco años más tarde, la editorial «Yoea» decidió publicarla; y finalmente, ya en este siglo, realicé una versión digital, que considero definitiva, con efectos sonoros incluidos, para la página web «Urumelb», llevada por uruguayos en Australia. No sé si continuará vigente.
Dinkenstein es una historieta que lo trajo de regreso a uno de sus primeros amores, el personaje de Frankenstein y la obra de Dick Briefer, a la vez que las películas clásicas de monstruos y hasta la ciencia loca alemana de la Segunda Guerra. ¿Cómo llegó a gestar ese personaje?
Creo que «dormía» dentro de mí desde aquel momento de mirar las carteleras, a los 11 años, suspirando por los «liberados» 12. Y, claro, la notable historieta de Dick Briefer también influyó. Pero, curiosamente, la inspiración del rostro del personaje se basa en el protagonista de la película mexicana «El Monstruo Resucitado» (1953, Chano Urueta), por cierto que de memoria, pues no volví a ver la película hasta unos 60 años después... (Ahora, por cierto, figura en mi colección.)
En el año 2013, en la convención de historietas de Montevideo Comics, realizada en el Auditorio Nacional del Sodre, Uruguay, fue elegido como el protagonista principal del evento y se publicó un libro compilatorio sobre su obra. Nos gustaría saber ¿cómo recibió ese homenaje?
Este reconocimiento (inesperado para mí, por cierto) fue una gentileza de Matías Castro, el gestor virtual de Montevideo Comics, quien, según pude enterarme, había sido «fan», desde su niñez, de mis producciones, tanto en la narrativa como en la historieta. Una de las ventajas de ser viejo, al parecer... Además, me sumó el privilegio de comenzar, con ese libro compilatorio que usted menciona, una prestigiosa colección que hoy ostenta un collar de volúmenes, dedicados a profesionales de esta orilla tan meritorios como Fola, William Gezzio, José Rivera y muchos más.
¿Cómo ve en perspectiva sus logros y el panorama actual de la literatura y la historieta uruguaya?
Mis logros..., no abultan demasiado. Se me conoce y valora mucho más en el exterior que en el terruño. Desde el comienzo fue así, y acabé por asumirlo. Sobre el panorama actual de historieta y géneros considero aventurado opinar aquí. Sustento mis criterios, pero son absolutamente personales. Muchas gracias por su interés. Espero haber satisfecho, aunque fuese parcialmente, su curiosidad.
¿En qué está trabajando actualmente?
Durante el año pasado y lo que va de este, y sin perjuicio de haber escrito algunos relatos breves en forma ocasional, me he dedicado mayormente a una compilación, revisión y rescate de mis textos, ya que no soy un autor disciplinado; no llevo cuenta de fechas ni de orden, excepto para algunos currículos, que solo enumeran publicaciones en forma somera y general. Dado que estoy a años luz de ser un escritor prolífico, debo acudir al recurso de «sacarle el jugo», como vulgarmente se dice, a la magra producción extraída de mis remolonas meninges en los últimos 60 años. Y me cabe la satisfacción de haber visto publicado alrededor de un 95 por ciento de aquella, en algunos casos más de una vez, y con traducciones a diversas lenguas del globo. El porcentaje, ¡ay!, es sensiblemente menor si se enfoca el rubro «retribuciones». Afortunadamente no soy de naturaleza mercantilista.
Tengo, además, el proyecto de conjuntar en un volumen mis artículos sobre historietas norteamericanas de los años 50, publicados en las revistas nacionales Balaz” y Plan H, para mis secciones Golden Ch@t, Mazmorras Memoriales, El Extraño y El Viejo Editor, estando estas tres últimas presentadas por sus Anfitriones, cuyos dibujos adjunto a estas líneas.
A pesar de sus silencios intermitentes, Federici sigue activo en la banda oriental, bien consciente de su originalidad y de sus logros, aunque su humildad se lo impida reconocer. Sin lugar a dudas, es uno de los últimos pulp writers natos que quedan en este rincón surero del mundo. Una anomalía que escribió y dibujó como en la edad dorada de las historietas y como en la edad dorada de la literatura de masas. Un cultor de lo extraño que decidió pagar lo que fuera para ser lo que se le antojó ser.
En parte, esas rarezas, pueden ser explicadas por su carácter de coleccionista, acaparador de libros raros y de textos de género. Un hombre de talento que no sólo quiere leer todo sobre los géneros que lo apasionan, sino que también tiene resto como para crear historias e imágenes de todo eso que lo obsesiona.
Un caso único, surgido en algún laboratorio maravilloso, que se llama Carlos María Federici.
«Dinkenstein fue concebida para los EE. UU. (con diálogos en inglés), pero finalmente publicada en Argentina y en Bélgica. Inspirada en las películas de la Universal, pero, ante todo, en las historietas de Harvey Comics», confiesa Federici.
Mariano Buscaglia
Es guionista, editor y novelista. Realizó las series Museo y Mano Blanca, en Fierro, con Patricia Breccia. Es Jefe de Redacción de la revista.
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