26 de octubre, 2022
Lolo Amengual es un artista inasible que pasa de la historieta a la ilustración, de la arquitectura a proyectos empresariales, de la edición a la escultura y de todo esto al diálogo con Goya en astral.
Última entrega de los artículos de Judith Gociol que recorren toda la obra de Lolo Amegual. Un grande entre grandes. No dejes de leer los artículos anteriores: El regreso del Señor Gráfico / 1 (Los inicios); El regreso del Señor Gráfico / 2 (la revista Orzuelo); El regreso del Señor Gráfico / 3 (La imprenta); El regreso del Señor Gráfico / 4 (el naufragio) y El regreso del Señor Gráfico/ 5 (A flote del humor).
No te olvides de leer la tira final de Los piratas del Orzuelo escrita en colaboración con el mítico Osvaldo Lamborghini.
Por Judith Gociol
Lorenzo, Lolo, Amengual es un artista acostumbrado a abrir y cerrar etapas. Así como, luego del golpe militar de Onganía, cambió Córdoba por Buenos Aires y la universidad y la arquitectura por la gráfica, en el marco del horror social que significó la última dictadura militar, atravesó otro quiebre profesional y personal, alguien a quien conocía de Córdoba, muy vinculado a la revista Confirmado que le advirtió: «Hay bronca con vos, ¡quedate en el molde!”». Y Amengual, recién divorciado y con dos hijos pequeños, tenía razones para creerle. «Yo militaba en un grupo independiente con el que hacíamos historietas como un medio de difusión ideológica, de temas políticos. La advertencia recibida, junto al cierre de numerosas revistas, me dejaron fuera del mercado».
Se refugió entonces en la realización de las más de 900 páginas de la enciclopedia: El maravilloso mundo de la tecnología que firmó con seudónimo (LAM) y a raíz de ese trabajo fue invitado a viajar a Nueva York, para trabajar durante unos meses para Children’s Television Workshop (CTW), productora de Plaza Sésamo y The Muppets y algo ya publicaba en Italia y en Alemania, vía las gestiones de Marcelo Ravoni, el mismo que representaba a Quino, a Oski, a Alberto y Enrique Breccia y a Roberto Fontanarrosa.
El mundo le abría posibilidades pero eso exigía instalarse en Estados Unidos y él decidió regresar. Tiempo después recuperó la idea de viajar. «Llevaba mis ojos a engordar a los feedlots de Nueva York, Milán y Madrid. Los he pastoreado a conciencia en el Museo del Prado y en el Kupferstickabinet en Berlín, y puedo dar fe de la verdad del refrán que dice: `quien mastica lo que ve, algo termina aprendiendo´».
Y entre uno y otro movimiento fue constituyéndose:
«Soy argentino: cordobés y al mismo tiempo Buenos Aires es mi ciudad. También me siento madrileño y español. Tengo debilidad por Berlín y me gusta Los Ángeles Y también el Cuzco, La Paz y Asunción. Corre sangre de inmigrantes pobres por mis venas, la de mis abuelos y mi padre vascos, mi madre nacida aquí, hija de Santina, esa abuela italiana crecida a orillas del rio Pó, quien me enseñó a amasar tallarines y a hacer la Bagna Cauda, me leyó a Edmundo de Amicis y me contó la vida de Garibaldi con lágrimas en sus ojos, y es en este menjunje enmarañado, difícil de expresar en palabras, donde se cimienta mi ser y mi dibujo».
De vuelta de Estados Unidos, ya en Buenos Aires, retomó sus tareas como diseñador gráfico. Durante los 25 años siguientes, trabajó también como comunicador, asesor y publicista. «Con un colega construimos una mini mesa de animación que nos permitía generar gráficos estadísticos coloreados sobre película fotográfica de 35mm. Una vez enmarcados se podían proyectar sin problemas. Los bancos y las empresas grandes nos encargaban los gráficos que necesitaban para exponer ante sus patrones o sus accionistas —cuenta Amengual, que siempre se dio maña para reinventarse— Generamos mucho trabajo, por suerte las computadoras tardaron algunos años en suplantarnos».
Mientras, el dibujo siempre estuvo presente, siguió allí «pero se hizo secreto, privado, dejó de ser mi voz pública».
Hasta 1999.
El Lolo sabe fechar exactamente el momento en que retomó el trazo como actividad central, a razón de ocho o diez horas diarias. A la par, recuperó también su tarea como hacedor de libros.
Al principio fueron los volúmenes que compilaron su obra: Así en la tierra como en el cielo, Humorbo y el —todavía inédito en libro— de los piratas.
En el ínterin ilustró José Martí. La edad de oro, al que sumó Chiquitazos, chiquitotes, pequeñitos, grandulotes, de Beatriz Ferro publicado por Estrada en 1974 (un cuento infantil en el que continúa la línea pop de esos primeros 70) y La conquista de México según las ilustraciones del Códice florentino con textos adaptados por Marta Dujovne, y montaje gráfico suyos, lanzado por Nueva imagen en 1978.
Una noche de 1951 mientras volvían de la estación de ferroviaria a la que iban cada día para ver a la locomotora del tren a Buenos Aires, su papá le dijo: «Mañana te voy a dar un libro, era de tu abuelo». A la jornada siguiente le entregó una edición rústica y de hojas amarillentas de La gloria de Don Ramiro. La tapa, con una figura negra sobre fondo bermellón, se le grabó en la retina y, si bien no entendió el contenido de la novela, la imagen lo conmovió de tal modo que sintió que quería ser dibujante. Recién, mucho después, supo que su autor era Alejandro Sirio, un desconocido para él.
Ilustración de Alejandro Sirio
Ya adulto —y en Buenos Aires—, Amengual comenzó a investigar sobre Alejandro Sirio. Removió archivos hasta dar, en 2001, con la familia del dibujante, residentes en Barcelona. «Después de reunirnos decidí meterme a escribir el libro». Esa experiencia concluyó seis años después, con la publicación de Alejandro Sirio, el ilustrador olvidado en el que rescata, de modo documentado y bello, tanto la biografía de este talentoso autor, como más de 300 reproducciones de su obra; el volumen fue diseñado emulando el estilo de las revistas ilustradas de principio del siglo.
La publicación abarcó, además, una gran muestra en el Museo Nacional de Bellas Artes, en Buenos Aires, en el Museo Caraffa en Córdoba y en el Museo de Chacras de Coria, en Mendoza
Sostiene Oscar Traversa en el prólogo a esta obra que, a su entender, marca un quiebre (más) en la trayectoria del Lolo.
«La modernidad y sus extensiones de nombre diverso, y más aún en nuestros días, ha dado lugar al curioso efecto que consiste en conocer menos a los productores de las cosas que más frecuentamos, tal cual suele ocurrir con los que dan forma a aquellos con los que cotidianamente se alimenta nuestra mirada; tal es el caso de la configuración de un diario, una revista, un libro (…) Hoy en este libro, al menos, la mirada de Amengual mirando a Sirio no es la que se deja capturar en el instante de una voluta o un matiz, sino en el largo trayecto donde se asientan las diferencias, en el lugar donde la eficacia analítica se cruza con el despliegue de la riqueza del texto. Es precisamente en esta intersección donde encontramos a Amengual como autor, quien nos ofrece un disfrute inesperado para los que solíamos tenerlo igualmente de las formas más anónimas de su trabajo».
Ilustración de Alejandro Sirio
Si ya la obra de Sirio había sido definitoria para la vocación del Lolo, la publicación de un libro en honor del biografiado volvió a serlo. Amengual se jubiló del diseño gráfico para dedicarse no solo al dibujo, sino a la litografía, los esgrafiados y la escritura.
A partir de entonces se sucedieron:
2012. ABC de las microfábulas, un libro objeto, en el que Luisa Valenzuela escribió cada texto con la presencia predominante de una letra del abecedario y el Lolo potenció en una edición bancada entre amigos con un sello editorial al que bautizaron, justamente, La Vaca. Esta versión fue editada en México y premiada, este 2021, por ALIJA.
2014. La Editorial Universidad de Quilmes lanzó Cábala Criolla, la representación esgrafiada de cada uno de los cien números de la quiniela, junto a la letra de un tango que nombra a cada figura.
2017. Dibujando el capital, una nueva edición de La Vaca, que recopila ilustraciones realizadas por el dibujante durante 1990 en la revista de negocios Mercado, para reflexionar sobre el desmoronamiento y caída de la convertibilidad.
2017. Apareció el que Amengual considera su mejor libro: Cartas a Goya. Correspondencia ilustrada. Es un trabajo —explica— «de género impreciso, cercano a la novela gráfica, formado por cartas y dibujos que he escrito a don Francisco de Goya, artista admirable, muerto hace casi doscientos años, a quien doy por vivo, porque viva está su obra. Comento episodios de la vida y la obra de este hombre, tozudo y comprometido y los comparo con sucesos del presente para poder reflexionar sobre actitudes tóxicas del comportamiento social, donde exclusión, ignorancia, violencia y explotación son barreras que aprietan sin dar tregua».
No exentos del humor punzante que le es constitutivo, todos son «nuevos espejos para la reflexión privada y la indignación contenida», tal como define el Lolo a estos caminos de experimentación en los que cada vez queda más explicitada la percepción hacia sí mismo y su relación crítica con el mundo.
Los Dimes y Diretes, por ejemplo, publicados por la revista Ramona, repasan —sin solución de continuidad— desde el concurso (con una barrita de dulce de leche como premio) que le ganó Jorge Bonino en una de las clases de dibujo para chicos en Villa María, hasta sus observaciones neoyorquinas o el aspa del molino que Van Gogh no dibujó en uno de sus cuadros.
Esta tarea de introspección se profundizó y, pandemia mediante, se materializó en la posibilidad de poner en orden papeles olvidados: así fueron rescatados Los piratas del Orzuelo, la historieta que llega a su última entrega junto con el fin de este 2021.
Judith Gociol
Periodista, investigadora, editora y curadora.
Te puede interesar
26 de octubre, 2022
23 de septiembre, 2022
15 de agosto, 2022
04 de julio, 2022