26 de octubre, 2022
Proyectos que caminaron hacia callejones sin salida y que Amengual llama «naufragios». Esas desventuras no lo afligen, Lolo es consciente que toda obra encuentra su tiempo y su espacio y que si no, resta como consuelo el ejercicio legítimo del arte. No dejes de leer los artículos anteriores: El regreso del Señor Gráfico / 1 (Los inicios); El regreso del Señor Gráfico / 2 (la revista Orzuelo) y El regreso del Señor Gráfico / 3 (La imprenta).
Por Judith Gociol
Comunicador, recopilador de historias y de anécdotas y lector amplio y voraz, Lolo Amengual tiene una gran facilidad para imaginar y producir proyectos que hace por iniciativa personal, de pura gana, con gran conocimiento y que, en general, no se ajustan a las reglas del mercado: «naufragios», llama el dibujante a esa sección —física y mental— donde quedan las iniciativas «hundidas, heridas, abandonadas y olvidadas» en las que se embarca. «Son ideas que me emocionan y que hago aunque sin evaluar las consecuencias» y por ello quedan desplazadas cuando la necesidad de «parar la olla termina por copar la cancha, tareas matasueños, como decía Fontanarrosa», cita.
Al igual que «Los Piratas del Orzulo», la historieta que hasta ahora había quedado inédita, tiene otros materiales producidos en esa misma década de 1970 que, al menos por ahora, no tienen destino impreso.
Con voluntad de continuar la veta humorística que desarrollaba por entonces, el dibujante se propuso ilustrar el Código Penal. «Algunos artículos arbitrariamente elegidos» fueron incluidos en Humorbo, el libro publicado por Ediciones de la Flor pero la serie completa quedó trunca por decisión del propio creador: «Hice algunos intentos, pero miré a mi alrededor y me di cuenta de que detrás de cada delito hay personas que sufren. Es algo serio, me dije, y de pronto me desapareció la sonrisa».
Y eso que el Lolo estaba acostumbrado a manejar un humor ácido, a veces erótico, tirando a color negro. Pero sabe que todo tiene un límite. No herir al otro es el suyo.
Por aquellos años cayó azarosamente en sus manos una rareza, un libro de Charles Fourier, un socialista utópico, observador crítico de su tiempo que, para reflexionar sobre las relaciones de los sexos y encarar cambios sociales, hizo un preciso informe: una Clasificación Científica de los Cornudos. Se valió de 80 tipologías para mostrar el fraude que supone la unión familiar.
«Si el matrimonio no existiera, no habría cornudos», sostenía el pensador francés en un libro en el que desarrolló el tema con toda seriedad, pero que, complementado con el enfoque humorístico de Amengual, habilitaba la risa al mejor estilo de las «traducciones» —reinterpretaciones extemporáneas de viejos manuales de buenos modales, por ejemplo— que realizaba su amigo Oski.
«Retomarlo a Furier hoy —cree el dibujante— no tiene sentido porque la sociedad cambió y el tema perdió actualidad: los cuernos, igual que el colesterol, la hipertensión, y el calentamiento global, se incorporaron a la vida cotidiana. Como dirían los abogados: «el tema caducó por extinción del delito».
Los dibujos que sobrevivieron, muy en la línea y los colores pop de los 60 y los 70, tenían un grado de experimentación técnica (como todo lo del Lolo) compartida con su colega y compinche Luis Scafati, mientras miraba a Roberto Páez. «Se cubría el fondo con témpera, dejando sin cubrir el trazo del dibujo, luego, se pintaba con tinta china toda la superficie del papel. Una vez seca se sumergía en agua la hoja completa, a cuyo contacto la tempera se licuaba y se desprendía arrastrando la tinta seca que la cubría, solo quedaba en negro la imagen dibujada, donde la tinta china había sido absorbida directamente por el papel, esta una técnica muy sencilla para realizar monocopias».
El otro trabajo «naufragado» es muy posterior, de 2005 y, según su autor, surgió con intención de homenaje a Roland Topor: dibujante, escritor y cineasta francés, con quien Amengual se reunió en 1985 en París. De ese encuentro surgió la idea de adentrarse en Cándido de Voltaire y retomar su retahíla de tragedias y humor pero desde la experiencia de otro de los personajes, el sirviente Cacambo —nacido en Tucumán— para desplegar, a través de él, una mirada desde Latinoamérica. No es una ocurrencia diletante: lo singular de este texto de Voltaire es que sus personajes han transitado parte de sus desventuras en Argentina y Paraguay. A diferencia de los intentos setentistas, a esta búsqueda la siente todavía con posibilidades de ser modificada, corregida, expandida.
Sostiene Amengual: «Todo nuevo proyecto requiere de una fase exploratoria. Descubrir el “corazón” de la idea que te motiva, los temas que te preocupan, activar tu imaginación y probar tu herramienta. Concretar un proyecto siempre es una pugna entre tus limites, tu experiencia y tus necesidades expresivas».
Por eso tiene la humildad, la paciencia y la capacidad crítica como para entender que «aunque no se concreten, los naufragios no son fracasos». De algún modo esos bocetos, pruebas, apuntes y originales se reciclan en otras concreciones: «Una idea torcida hace surgir otro camino». Así que, de un modo y otro, en un tiempo o en el siguiente, algo de todo sobrevive y llega a la costa, a salvo. Como los Piratas del Orzuelo.
Judith Gociol
Periodista, investigadora, editora y curadora.
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