26 de octubre, 2022
Bajo el influjo artístico de la nueva ola humorística que provenía de Francia e Inglaterra, un grupo de jóvenes humoristas y dibujantes, entre los que se contaba a Caloi, Ceo, Alberto Bróccoli, Aldo Rivero y el propio Lolo Amengual, crearon la revista Orzuelo. El proyecto fracasó por la inexperiencia de los jóvenes artistas y la situación histórica que atravesaba el país aquel entonces, sin embargo, las creaciones que se gestaron en Orzuelo hoy son clásicos del séptimo arte. No dejes de leer la tira maldita de Amengual «Los piratas del Orzuelo».
Por Judith Gociol
Cuando, recientemente, Lolo Amengual se reencontró con «Los piratas del Orzuelo», la historieta que dibujó en 1973 y que creía perdida, se le vino a la memoria una frase de Roberto Jacoby: «¡Todos tenemos un gran futuro por detrás!» y es eso lo que, en alguna medida, vuelve a sentir ahora que las tiras son publicadas por Fierro por primera vez.
En aquella época de gráfico y publicista (en la agencia Cícero), Amengual intentaba preparar él mismo lo necesario para la reproducir sus trabajos camino a su impresión y publicación. Había instalado un taller de fotocromía casero, y por eso había fotografiado con una cámara antigua adaptada por él mismo las tiras de «Los piratas del Orzuelo», y guardado los negativos que, entremezclados con otros, quedaron en un paquete que no abrió durante casi cincuenta años. Hasta que los encontró, los llevo a pasar a papel fotográfico y luego los escaneó. De los dibujos finales solo apareció, hace un mes, un único original en papel: realizado con tinta china directa sobre una cartulina que mide 11 x 41 centímetros.
La versión resucitada logró una calidad impecable, y aunque debió ser restaurada no resultó modificada su estética ni su contenido, siquiera lo que actualmente podría considerarse políticamente incorrecto. «Muestro lo que hice, pensé, sin vergüenza, con sus cicatrices, sus remiendos y sus posibles incongruencias –puntualiza– ensamblada de la mejor manera que encontré». Este es su pacto de sinceridad con los lectores; el conjuro de una historieta que parecía maldita.
El proyecto completo era el de una revista, que tenía un título –Orzuelo– que identificaba una posición: «una revista que sea molesta como lo son los orzuelos, que se sienta su ardor en el ojo». Hicimos un primer armado, un modelo incompleto que nunca llegó a publicarse, hecha entre amigos que tenían entre 25 y 35 años, y se dedicaban al humor gráfico: Caloi, Ceo, Alberto Bróccoli, Aldo Rivero y Jorge Limura. Si bien no tenían entonces la trascendencia que lograron después, ya venían publicando y estaban a punto de despegue.
Salvo Amengual, todo el resto había pasado por las páginas de Tía Vicenta, la revista fundada por Landrú, uno los dibujantes que tenían como norte, junto a Quino, Oski, Carlos Garaycochea y Miguel Brascó, que era un gran articulador intergeneracional y un dador de laburo; predecesores formados bajo el influjo determinante de la línea del rumano Saul Steinberg
(Arriba) Quino, Garaycochea, Bróccoli. (Abajo) Mordillo, Oski y Amengual.
Tal como se ve en la foto, los humoristas se cruzaban en las publicaciones donde colaboraban, en exposiciones, en reuniones, en festivales... Los fundadores de Orzuelo se nuclearon también en torno a la Asociación de Dibujantes algunos incluso con cargos: Bróccoli en la Secretaría General (con Carlos Garaycochea en la Presidencia); Amengual y Limura como integrantes de la Secretaría Gremial (uno en representación de los humoristas y el otro de los ilustradores); Caloi en el Órgano Fiscalizador.
En ese momento de peronismo combativo en ebullición, ADA peleaba –puertas adentro y puertas afuera– por convertirse en un sindicato y tener personería gremial. «Éramos el brazo dibujado», dice ahora entre risas Domingo Cacho Mandrafina. Dibujante de la vertiente «seria» (la de la historieta de aventuras) y colaborador activo, desde la Secretaría Cultural, de un proyecto de asociación que terminó diluyéndose –como le pasó históricamente a la entidad- entre diferencias ideológicas, cuotas impagas y las dificultades con el alquiler.
Ya antes había naufragado la revista Orzuelo y, en el mismo barco, los piratas de Amengual.
El personaje principal de esta historieta humorística es, obviamente, un pirata. El capitán Unquillo, un emprendedor –como dirían algunos hoy- condenado por su autor al fracaso, de moral algo resbaladiza, que quiere ser malo pero no le sale y, en su ingenuidad, no resulta temible sino querible. Un cuentapropista con familia tipo y ciertas desavenencias conyugales, que se larga a la desventura en una embarcación heredada y una tripulación que resultó un rejunte de impresentables.
El mar de fondo es el de los acontecimientos culturales, sociales y políticos, de una Argentina enrarecida en la que se avecinaba el naufragio: una mirada aguda sobre la clase media; los ardides publicitarios; el consumismo, la cruza entre lo considerado culto y lo menospreciado por popular; el sistema capitalista.... «En las tiras aparecen pocas mujeres –reconoce hoy su creador– el ama de casa convencional y consumidora, empleada o secretaria pero, a la vez, me sorprende la vigencia de otras tiras Quizás no sea el contenido de alguna página lo que adelanta el futuro sino que las acciones del presentes son las que atrasan el reloj».
El sentido de la frustrada revista en general, y de la historieta en particular, no era explícitamente político y menos aún partidario, pero había concepciones de época que estaban en el aire. La idea resultó, al decir del Lolo, «una proto-Mengano», en la que después publicaría, con «muchas páginas dibujadas, cuidado en el dibujo y un humor político desde un lugar ingenuo pero que tampoco ninguno negaba».
Los «orzuelo» seguían a los dibujantes ingleses y a los franceses en las revistas y libros que conseguían en librerías y quioscos especializados que las importaban. Así fue también cómo, tiempo después, arribó el estadounidense Robert Crumb.
El Lolo dibujaba en blanco y negro, con plumín, y tramas de letraset aplicadas. En ciertos gestos de su contenido y de su trazo se percibe la influencia de Al Capp, («quien pone en solfa los valores sagrados del estadounidense medio descubriendo la hipocresía de la sociedad en que se mueve») y de Benito Jacovitti («expresivo, exuberante, exaltado y a veces grosero»).
De izquierda a derecha: Benito Jacovitti y Al Capp.
La aventura empezó con toda la pompa tal como puede verse en la foto en la que están todos vestidos con uniformes de gala prestados por el teatro Colón: de izquierda a derecha, arriba posan Ceo, Caloi, Amengual y Bróccoli y abajo Félix (dibujante y propietario de un negocio de antigüedades en la recién inaugurada feria de la plaza de San Telmo que los proveyó de la falsa bomba depositada al pie), a su lado Aldo Rivero y Limura.
El equipo de Orzuelo.
Y terminó como el Titanic.
Ellos mismos abortaron el proyecto cuando cayeron en la cuenta de que no conocían el mercado, ni sabían de distribución y que los movía un «entusiasmo ingenuo tan enorme como su ceguera empresarial».
Entre los trabajos que planeaban publicar estaba una historieta de Caloi, protagonizada por Bartolo el conductor de tranvía, que fue luego desplazado por Clemente, y El Mago Fafá, de Bróccoli. Ambas tiras encontraron espacio en el diario Clarín cuando, ese mismo 1973, el matutino decidió nacionalizar su contratapa con humor gráfico vernáculo. Amengual presentó su trabajo pero sin éxito y luego hizo crecer la historia a pedido de Marcelo Ravoni, un representante de dibujantes argentinos en Italia, pero tampoco en Europa se concretó su publicación.
«Mis piratas –sostiene su autor– se perdieron en los múltiples naufragios y reflotes que modelaron mi vida. De modo que me parece apto, para presentar una historieta de gente de mar, recurrir a una verdad que conoce todo marinero y debe practicar todo dibujante: saber que para sobrevivir a un naufragio no se debe desperdiciar tiempo en llorar lo perdido, hay que concentrarse en recuperar lo que sirva, los materiales que la resaca acercó a la playa y con esas sobras hacer un bote y seguir».
Fue así como está historieta volvió a flotar.
(Foto de Humberto Rivas).
Judith Gociol
Periodista, investigadora, editora y curadora.
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