26 de octubre, 2022
Nota de tapa
Concebido por dibujantes y guionistas italianos, Misterix, el héroe de la pila atómica, tuvo su versión nacional de la mano del gran Eugenio Zoppi.
Por Laura Vazquez
Comencemos por lo obvio: Misterix fue la revista más vendida de su tiempo. Publicada entre 1948 y 1965 nació al abrigo del primer gobierno peronista, sobrevivió al golpe de Aramburu y a la infame «Revolución Libertadora» para terminar su ciclo en las turbulentas aguas de los desarrollismos locales y un nuevo golpe cívico militar. Los 40s y 50s son años que coinciden con un punto de expansión del mercado de producción de historietas en el país.
Este ciclo de «edad de oro» y de desarrollo exponencial de productos culturales se traduce en políticas concretas en donde Estado y Mercado hacen coincidir sus apuestas en materia de medios y circuitos masivos de la cultura, la educación y el entretenimiento. Al promediar los cincuenta, se editaban en la Argentina alrededor de sesenta revistas de historietas con material nacional y extranjero.
Al fragor de esta industria, editoriales como Abril, Códex, Frontera, Manuel Láinez, Tor, Columba, Quinterno, entre otras, ofertan en los quioscos sus series de entregas continuadas, éxitos populares de literaturas dibujadas, humor gráfico, folletines ilustrados y novelas por entrega para sus devotos lectores. En este contexto, editorial Abril nacionaliza el mercado de sus historietas comprando títulos y series de renombre (ya probados en el circuito editorial italiano) y los adapta para el público local. La estrategia comercial implementada por Cesare Civita no es exclusiva de la empresa sino abarcativa de un circuito editorial que hizo de la traducción y la transposición de productos y series un leiv motiv de su crecimiento cuantitativo y de estándares industriales.
Así nace la serie Misterix, como un producto concebido por dibujantes y guionistas italianos y que más tarde va tener su versión vernácula en las manos de Eugenio Zoppi y el veneciano Alberto Ongaro. La serie comenzó en la revista Salgari de Abril para luego y ya consolidado su éxito local entre los lectores argentinos, llevar su nombre insignia en su revista homónima. Los dibujantes y guionistas que la trabajaron exponen de manera elocuente el modo de trabajo de un producto triunfante en la industria: así Zoppi alterna lápices y estilos gráficos, como parte de un circuito venturoso y circular del modo de hacer historietas en el país.
Ahora bien, si el héroe nacido al fragor de la Italia posguerra, tuvo sus rasgos antifranquistas y su propia raigambre nacional, la adaptación argentina, aportó con el trazo de Zoppi una versión más ligada a las fantasías técnicas y populares de una Argentina que se soñaba moderna, cientificista e industrial. De allí probablemente, su éxito masivo en el mercado. Este héroe sin poderes y de relato fuerte de aventuras, parece encajar a la perfección con las expectativas de ascenso y crecimiento social de aquellos años de modernización periférica y proyectos de progreso social.
Ni kriptonita ni artificios varios: una pila bastaba para que nuestro héroe humanizado, prototipo del hágalo usted mismo y autodidactismo casero, pudiera combatir al mal y a sus múltiples agentes. Como en El Eternauta, un traje de hechura manual y escasos recursos de inversión, garantizaba la aventura sin los millones de Batman o la invulnerabilidad extraterrenal de Superman. No hay doble identidad ni dobleces en la trama: Misterix como Juan Salvo tiene una esposa, una vida mundana y una férrea vocación de un fenecido «humanismo».
Zoppi fue un dibujante completo: diagramador, publicista, autodidacta, maestro y activo militante del medio. En los años ochenta presidió la Asociación Argentina de Historietas. Trabajó en las editoriales más diversas del mercado: en Abril, en Columba, en Frontera, en Billiken, en Récord, en Abril o en los diarios La Razón, La Época, o las revistas El Gráfico y Gente, entre otras. Colaboró con los guionistas más importantes de su tiempo. La ductilidad de su trazo, tan cara al oficio del dibujante, resultó una ventaja comparativa que le permitió dedicarse a su profesión en una época en la que ser historietista todavía sugería sueños de ascenso social para las clases populares. Zoppi fue uno de los tantos profesionales que gracias a un mercado cultural accesible y transversal desplegó un oficio de fuerte tradición en la Argentina. Y lo hizo, además, desplegando estilos y géneros sin emplazamiento esquemático.
Laura Vazquez
Investigadora, guionista y redactora de la sección «Ojo al cuadrito» en la segunda etapa de Fierro.
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