El fondo blanco de Saturno

En 1982, apenas salido del servicio militar, comencé a trabajar como periodista. Tenía diecinueve años. La segunda editorial en la que trabajé fue Abril. En la revista Radiolandia de esa época se mezclaban los asuntos de la farándula con los casos policiales y el mundo de lo oculto. Allí conocí a Enrique Sdrech, experimentado cronista de policiales.

Sdrech trabajaba por las mañanas con nosotros y luego se marchaba rumbo a Clarín. Era un gran narrador oral, y siempre nos comentaba los casos en los que estaba indagando. Él me sirvió de lejana inspiración para el personaje de Saturno. También usé mis recuerdos de una época en que las redacciones eran un tránsito continuo de personajes insólitos. Ahora son oficinas desiertas. Para saber el pasado de alguien había que visitar el archivo, y enfrentarse a un sinfín de nuevos y viejos recortes periodísticos.  

A pesar de su juventud, Matías San Juan resolvió magníficamente el clima de la época, con su estilo siempre claro y expresivo. Es dueño de una línea dúctil y elegante que hace propio lo que cuenta, y parece que hubiera visto lo que en realidad sueña.  

Cuando Lautaro Ortiz nos invitó a Matías y a mí a participar de este nuevo avatar de Fierro y me puse a trazar los primeros borradores del personaje, pensaba que había tomado el nombre de una familia que conozco. El padre, inmigrante, había puesto a sus hijos nombres de planetas. Pero recién ahora, al escribir estas líneas apuradas, me doy cuenta de que había otro origen simultáneo en el fondo de la memoria: Sdrech me contaba que en su juventud los diarios estaban obligados a darles a los tipógrafos botellas de leche, para combatir el saturnismo, la enfermedad que producía el plomo. Los tipógrafos, que preferían combatir el saturnismo con vino, les cedían la leche a los chicos pobres.