El amante de Lady Frankenstein

El amante de Lady Frankenstein es, desde su título, un monstruo. Fusiona dos clásicos de la literatura inglesa cuyo génesis estuvo plagado de polémicas y rechazos. Por un lado, la obra inmortal de Mary Shelley (Mary Wollstonecraft Godwin) Frankenstein o el moderno prometeo (1818) y, por el otro, El amante de Lady Chatterley (1928) de D. H. Lawrence.
Frankenstein debe su popularidad (no su fama) al cine, donde la escasa fidelidad al texto permitió reformular la novela y descubrir, en ese transitar, modelos de lo más originales. Basta pensar en la multitud de versiones perpetradas por Universal Studios o la Hammer.
La novela gráfica gestada por Hernán Migoya, en guion, y Patricia Breccia, en dibujos, podría ser una versión tardía y desprejuiciada de la casa del Martillo, su contenido erótico se ajusta a la última etapa cinematográfica de los años 70s, en las que Peter Cushing o Christopher Lee solo tenían papeles secundarios.

Pero El amante de Lady Frankenstein, cuyo andamiaje es la obra de Lawrence y el mito sempiterno del monstruo, va un paso más allá. Es una parábola de la caída y de la redención. La idea de un nuevo hombre se multiplica en este libro y se ajusta al de una nueva mujer. Trasciende el bulbo teológico de la caída y del Paraíso perdido. Si Søren Kierkegaard habló de la angustia que arrastra la humanidad a través del pecado original, los amantes renacidos y reconstruidos a través del pecado —y de la culpa inherente— son capaces de recuperar el Paraíso perdido y, si no lo son, tienen el poder, en sus manos, de derribar sus puertas y de derribar también al ángel que lo custodia. Son creadores porque son capaces de destruir a su creador, de trascenderlo.
No podemos más que celebrar la aparición de este libro, publicado en España por Sapristi Comic, que devuelve a Patricia Breccia con toda la plástica de sus tintas y lápices y los visos eróticos que siempre dominó con tanto estilo y potencia, sumado o combinado a la pasta y sapiencia historietística de Hernán Migoya. El libro, ya lo dijimos, es un monstruo que no le teme a nada: no soslaya la escena guiñolesca más extrema, el erotismo pornográfico ni el gótico tremebundo. 

Los clásicos perduran por su capacidad infinita de relecturas, El amante de Lady Frankenstein es un repaso genial de dos grandes clásicos literarios y, además, una obra maestra en sí misma.