26 de octubre, 2022
A mediados de los 60s y 70s, Isidoro Cañones en Buenos Aires y Piturro en Córdoba fueron los grandes protagonistas de las historietas picantes y humorísticas. Como todas lo productos de éxitos, muy pronto los kioscos se vieron poblados de imitaciones que intentaron arañar la popularidad de sus predecesores. Pero fueron pocos los que tuvieron el encanto y la picardía que supieron esgrimir los auténticos plaboys de la historieta nacional.
Por Toni Torres
En la historia de la historieta argentina, cuando hablamos de galanes, rompecorazones o «tipos langas», de esos que terminan siempre a los besos con alguna mujer, tenemos en nuestro país dos cátedras contrapuestas y similares. Por un lado, el gran Piturro, maestro de Córdoba Capital, que en su provincia y con su editorial, Julio Olivera, tuvo sus propios continuadores llamados Soccotroco y Juan Tiento. Y por el otro, aquí en Capital Federal, es indefectible citar al maestro de la cátedra del ruido, al rey de los «play boys», don Isidoro Cañones. Tanto Piturro como Isidoro son personajes enormemente conocidos por los buenos lectores de historietas. Por lo que mi propuesta es detallar a continuación las copias y derivados (a veces baratos) que surgieron a partir de estos dos personajes que, como en todos los circos de éxito, con el tiempo comenzaron a crecerles enanos.
A mediados de los 70s, la editorial MO-PA-SA publicó al llamado Bebé Lamadrid. Sólo conozco un número, el primero, y sospecho que no salieron más. El Bebé era un personaje en la línea de los creados por Julio Olivera, un personaje que iba de galán pero sin demasiada fortuna. A diferencia de Piturro, el personaje del maestro Olivera, cuyos don juanes estaban rodeados de chicas voluptuosas; el dibujo del Bebé era demasiado lineal, impersonal, donde apenas se distinguía un personaje del otro y sus argumentos eran demasiado sosos, quedando a años luz de las aventuras y múltiples enredos que vivía el cordobés, por lo que no hicieron más que inclinar la balanza hacia abajo.
A cargo del dibujo —y posiblemente del guión— estuvo Prys (Prystupa) que intentó realizar su propia versión del «Chupón» de Piturro, pero mientras nuestro amigo cordobés era un maestro pícaro y cuartertero, el bebé no pasó nunca de ser un porteño llorón.
Nuestro segundo personaje es «Chapalino» cuya revista homónima tuvo un número uno publicado por la Editorial Viveprys (Violini, Vecchio y Prystupa) en Agosto de 1977 y, extrañamente, un segundo número uno, en septiembre del mismo año, bajo el sello de la Editorial Purrete. La revista fue pergeñada por los tres humoristas arriba nombrados y contó con dibujos de Vecchio y chistes de Prys.
«Chapalino» siguió las líneas del Bebé Lamadrid, pero tanto el guión como el dibujo fueron algo superiores. Lo que no significaba que la copia superara al original de Olivera, al igual que el Bebé con su «chupón» inspirado en Piturro, la principal característica de Chapalino fue la que se deriva de la bizarra etimología de su nombre, o sea, la de «chapar». Hijo de su época, muchos de los argumentos de Chapalino se sumergían en lo políticamente incorrecto, rozando límites hoy inimaginables.
En mayo de 1978, la Editorial Tamar comenzó a publicar «Pirulo rompedor de… corazones» título que, para evitar burlas y malos entendidos entre sus lectores —de mentes no poco procaces y sucias—, fue cambiado prontamente por el más sintético de «Pirulo rompe corazones». Félix Saborido, con una línea personal y agradable, en un estilo inspirado en el Isidoro de Quinterno, colaboró en los dos primeros números. Pirulo es otro de los tantos personajes que atendieron a la cátedra del galán de la revista Patoruzú. Se caracteriza por ser carilindo (fruto del trazo eximio del maestro), pero además era el más vividor, el más chanta, aprovechador, mentiroso, y, por cierto, el menos confiable (o, lisa y llanamente un «garca»). A diferencia de las dos revistas anteriores, en los dos primeros números de Pirulo se estableció un variopinto reparto de personajes secundarios que acompañaron al protagonista en sus aventuras.
Pirulo vivía en un conventillo junto a toda su familia (padres, hermana y cuñado). El padre, de nombre don Genaro, encarnaba la figura del tano laburante de cortas miras; su madre el papel de la progenitora sobreprotectora y su cuñado el de avaro o amarrete. La pensión era regenteada por una mujer que tenía una hija de nombre Monona que, naturalmente, era uno de los amores de Pirulo. Por último, también vivía allí su mejor amigo, Juancho, contraparte del protagonista, perdedor nato en el amor, incapaz del arte del levante y víctima de los peores esperpentos femeninos. A pesar de la amistad que los unía, Pirulo, como buen personaje pícaro, no dudaba en aprovecharse de su amigo en cuanta oportunidad se presentaba. Por lo que, Juancho era la contraparte perfecta del protagonista y el balancín que lo equilibraba al tocarle siempre a él la peor parte del postre.
La carga erótica de Pirulo sólo estuvo en los dos primeros números, repletos en insinuaciones sexuales y de chicas paseándose en ropa interior. A partir del número tres, la revista dio un giro drástico, se borró el crédito de los dibujantes (cabe la posibilidad de que los lápices y pinceles quedaran a cargo de Quartieri y Saavedra, veteranos de la Editorial Dante Quinterno). Los argumentos perdieron su carga erótica, inclinándose hacia la peripecia aventurera y el humorismo. El trazo realista de Saborido en los rasgos carismáticos de Pirulo, ante el cambio de dibujantes y de directivas, mutó por facciones más caricaturescas y traviesas. Incluso el personaje dejó de lado sus inclinaciones de ventajero, por actitudes más generosas y bondadosas.
Estas características y la adopción de un formato apaisado, la volvieron aún más deudora de la revista del conocido rey de los play boys, el famoso Isidoro. Incluso tomaron la fórmula de presentar las luchas de las tentaciones a través de la incorporación de un Pirulo diablo y otro angelical, algo que, cualquier lector no demasiado avezado, reconoce fácilmente en la fuente original del personaje de Quinterno. A los caracteres de ficción se sumaron luminarias de la farándula de aquellos días como Susana Jiménez; Carlos Monzón y Víctor Galíndez. Y, por último, el dibujo se fue pareciendo cada vez más al de Locuras de Isidoro, tanto es así que varias de sus portadas fueron copiadas descaradamente de esa revista arquetípica. «Pirulo rompedor de corazones» llegó hasta, por lo menos, el número dieciocho y fue reimpreso, durante 1989, por la Editorial el Delfín.
Por otra parte, en 1981, salió a la calle la revista «El Gran Pirulo» de Jorge Toro y Víctor Braxator (Mannken), revista que fue un desprendimiento de este personaje pero con un alto voltaje sexual, lo que la separaba de las revistas que atendieron esta cátedra.
En noviembre de 1978 se publicó «Barra Brava». Como indica su título se trataba de una barra de amigos. El guión era muchísimo mejor que el de todas las revistas anteriores y el dibujo era superior en calidad y, a la vez, el más parecido al de las Locuras de Isidoro.
El personaje principal se llamaba Toti y era el líder de la barra, lo acompañaba un amplio séquito de personajes que hacían que sus historias no fueran tan repetitivas como en otros casos, al enfocarse la acción en uno u otro personaje. Sus amigos eran Héctor —dueño del Bar donde se juntaban—; Fabián, eterno estudiante de Derecho, hijo de un tipo de mucha plata; Pichico que trabajaba de sereno en una cochera y le solía prestar los autos que cuidaba a la barra; Mantegazza, disc-jockey; Fugazzeta, motoquero y, por último, Dientes de leche, que daba la impresión de ser el más tonto, pero que, en cambio, era cinturón negro en todo tipo de artes marciales y siempre terminaba castigando a palos a alguien. La línea de esta revista era distinta y los personajes no gastaban sus energías en conquistas femeninas, sino que sólo intentaban divertirse y salir de farra. Seguía muy de cerca a la revista de Isidoro Cañones, con muchas chicas lindas y decentes, con personajes conocidos del momento, como por ejemplo Rafaella Carrá; pero se separaba de los lineamientos de «Las Locuras» en que era una revista un poco más aventurera. El protagonista siempre iba en barra y no era un «langa» que andaba solo. En ninguna revista figuraban los créditos del guionista ni del dibujante y los únicos datos que podemos agregar es que era publicada por la Editorial Avignon y que, al menos, se publicaron nueve números.
En Noviembre de 1981, apareció la revista «Pitongo». Fue editada por José Alfredo Seijas y dibujada y guionada por vaya a saber quién (aunque dada su calidad se podría asegurar que fue realizada por Héctor Torino o por algún otro profesional que, anteriormente, trabajó para Dante Quinterno). Se prolongó por, al menos, catorce números. La historieta seguía muy de cerca, sobre todo en el dibujo, a las «Locuras de Isidoro». Como contrapartida a las revistas que seguían la línea de Piturro, Pitongo y las revistas que continuaban la línea de Isidoro, poseía un guión más aventurero y menos osado. Si bien los personajes seguían siendo langas, el latiguillo de sus aventuras no redundaba en besar o no a una chica y aunque éstas eran sexis y bellas, no se paseaban semi desnudas la mitad de la revista. Por lo cual el objetivo editorial apuntaba más hacia el entretenimiento aventurero que hacia la panzada erótica. Pitongo tenía dos amigos: Carlitos, un pibe forzudo, y el Rafa, un diariero.
Si en Chapalino hablé de lo políticamente incorrecto, aquí en el número uno, casi tocan el techo en ese sentido. El argumento concentra la aventura en un boliche (una de esas pistas de patinaje tan de moda a fines de los 70s) que se asemeja más a una sórdida whiskería que a una disco. Ahí tienen raptada a una chica patinadora. Pitongo y sus amigos, luego de algunas peripecias, la liberan de sus captores. Pero, la historia, que podría tomarse como una crónica sobre trata de blancas, elude la moraleja y los raptores continúan con sus negocios sin mayor castigo e, incluso, uno de los malhechores consigue trabajo con Rafa, el diarero. Ausencia de justicia que recuerda mucho a los tristes desenlaces femeninos que se repiten en el presente.
Sin duda alguna, tanto Piturro como Isidoro, cada uno en su estilo, han dado cátedra en el ámbito historietístico y aunque han sido copiados nunca fueron igualados. Sé que nadie olvida a estos dos maestros que han hecho escuela. De esa escuela hoy conocimos a muchos de sus alumnos más destacados, cuyas historietas rara vez frecuentamos.
Toni Torres
Especialista en historietas, coleccionista, autor del Caballero Rojo.
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