26 de octubre, 2022
Invasiones prodigiosas
Extraterrestres, alienígenas, xenomorfos y destructores de mundos. Un recorrido por las percepciones nacionales de la invasión extraterrestre, desde Héctor G. Oesterheld hasta la actualidad feminista. La evolución de una forma de mirar la invasión hasta lo invadido. Metáforas y eufemismos de los cambios que vivimos en nuestra sociedad que, para muchos, suele ser alienígena y para otros una forma de sobrevivir al rechazo.
Por Mariela Acevedo
¿Qué nos puede enseñar la presencia alienígena en los relatos? Me animo a arriesgar una hipótesis y a jugar a demostrar que es cierto lo que digo.
Es esta: Si tiramos del hilo de la ciencia ficción en la que aparecen extraterrestres podemos asistir al pasaje de la metáfora de la invasión al del encuentro alienígena en el espejo, de ellos a nosotres. No es novedad que la ciencia ficción suele ser un vehículo de crítica social: en ella podemos rastrear la percepción que tenemos de la alteridad y de la forma de vincularnos con lo extraño. Literalmente, alien o xeno es quien porta la marca de extranjería, aquel que viene de más allá de la frontera de lo conocido, lo familiar y por lo tanto, inofensivo. Por el contrario, lo desconocido se traduce así en lo monstruoso —inteligencia y maldad en partes iguales— que la mayoría de las veces viene a aniquilar a la raza humana. Así, lo que llega del otro lado, lo que cruza el espacio para hacerse presente, es interpretado como amenazante, aquello que trastoca nuestra gris vida terráquea e invade nuestro terreno seguro.
La invasión es una premisa recurrente en los relatos clásicos de ciencia ficción y ha alimentado nuestro imaginario sobre «eso», «la cosa» o los «enanitos verdes» en múltiples relatos en libros, series, películas y —por supuesto— historietas, durante la última centuria. Las transformaciones sobre la percepción y la narración que hacemos de estos «intrusos» nos da excusa para recorrer algunas de las principales narrativas gráficas en las que los monstruos pasaron de ser «ellos» para tomar la palabra y la primera persona por asalto.
Entre los años 50s y los 80s la invasión como motivo puede ser rastreada en las historietas de distintos autores. El género va a decaer luego, y en las ocasiones en que sea retomado, lo será usualmente como homenaje o parodia de las denominadas space opera. Y aquí una primera parada para marcar este subgénero dentro de la ciencia ficción. El debate sobre términos precisos tiene ríos de tinta: ciencia ficción o ficción científica refieren a límites difusos en el que se incluyen una gran cantidad de subgéneros como el que nos interesa aquí —las space operas, con encuentros entre dos razas intergalácticas y viajes espaciales— que se fusionan con otras literaturas especulativas como el cyberpunk y el steampunk, las ucronías y distopías, y la ciencia ficción feminista, y que a su vez se mezclan con otros géneros y subgéneros como el del relato fantástico y el terrorífico. A veces la presencia de ciertos elementos en la trama, nos permiten ubicar un relato en el género ciencia ficción aunque pudiera ser que eso que sucede en Marte en el año 3000 no sea más que la descripción de un sistema político existente en la tierra en el siglo XX. Así, las Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury pueden ser leídas también como ficciones que metaforizan otras conquistas y formas de sometimiento demasiado humanas. O «They Live» (1988), la mejor película en la filmografía de John Carpenter, que muestra una sociedad dominada por una élite alienígena con poder político, económico, mediático y represivo, lo cual solo es una excusa narrativa para realizar una aguda crítica al archiconocido capitalismo salvaje.
Lejos de proponer una lista exhaustiva de las historietas que recorrieron estos tópicos, picamos aquí y allá algunas ideas que estas historias —que llamaremos de invasiones extraterrestres «clásicas» y que le pusieron el cuerpo a los aliens— nos permiten pensar: las relaciones de poder y sometimiento que de forma alegórica reescriben la historia y nos llevan de visita a la conquista del continente americano por parte del Imperio español o del imperialismo yanqui en su avance sobre América Latina.
Sin duda, es insoslayable el nombre de Héctor Germán Oesterheld en compañía de Solano López primero (1957-1959 en revista Hora Cero) y junto a Alberto Breccia después (para Gente en 1969), con quienes en las dos versiones de esa primera parte de El Eternauta profundizó en la figura de la invasión para darle cuerpo a esos seres inteligentes y crueles, Los Manos, que terminan siendo títeres de quienes nunca muestran su rostro: Los Ellos. El Eternauta es una saga que no deja de expandirse. Mucho se ha escrito sobre esta doble primera parte: a la segunda parte (1977) en el contexto de represión, radicalización y desaparición del guionista le siguieron otras continuidades que revisitaron la historia, imaginaron derivas y propusieron historias paralelas. En 2003, Solano López y el guionista Pol Maiztegui se propusieron retomar la historia al final de la primera parte, por lo que esta cuarta parte —El regreso— actuaría como una segunda parte de aquella de resistencia del grupo original que ve caer la nieve mortal en Vicente López. Los Manos se han integrado a la sociedad: la invasión ha triunfado y Martita, la hija de Juan Salvo, tiene de «padrino» a un Mano. La analogía con los hijos de desaparecidos apropiados por los genocidas es casi transparente. También hay una prolífica producción de reescrituras que homenajean la obra El Atajo en 2007 de la Biblioteca Nacional o El Manuscrito novela gráfica de Marcelo Pulido y José Massaroli (Historieteca, 2016) que sigue los pasos del guionista desaparecido cruzando ficción y realidad en los últimos días de HGO. A través de reediciones, homenajes y hasta concursos se ha revisitado la obra y ha renovado las razones para volver a leer lo que a esta altura es un relato coral. El Eternauta, sin embargo, no es la primera ni la única ficción en la que Oesterheld exploró las narrativas sobre extraterrestres: además de las historietas, este tema apareció en sus cuentos, en relatos cortos y hasta en figuritas que ubicaban a la Argentina como «domicilio de la aventura», al decir de Juan Sasturain o como escenario de «nuestras invasiones extraterrestres» título del ensayo de Felipe Ávila que recorre toda la producción de Oesterheld en torno a este tópico. Allí Ávila despliega tramas y revisa la producción oesterheldiana de Rolo, el marciano adoptivo, Rul, de la Luna, algunos episodios de Sherlock Time, por supuesto el mencionado El Eternauta (en sus versiones y continuidades de 1957, 1962, 1969 y 1976), Marcianeros, Una muerte, Mala Bebida, El Astrón de La Plata, Guerra de los Antartes!! (de 1970 y 1974), Platos Voladores al Ataque!! (una colección de figuritas o cromos realizados junto a Alberto Breccia, reeditadas en 2002 por Doeyo), Marvo Luna, La cosmonave fantasma, La trampa y el arma, Paraíso, Primero en Marte, Galac Master.
Desde la investigación académica, se ha escrito especialmente —aunque no de forma excluyente—, sobre El Eternauta y el compromiso político de la obra y legado de Oesterheld en múltiples oportunidades (el núcleo de investigación de Córdoba con Von Sprecher a la cabeza ha dedicado varios libros, con artículos de Sebatián Gago, Lucas Berone y Federico Reggiani) y Lauri Fernández publicó su tesis de maestría sobre HGO en 2012.
Menos atención ha recibido otro guionista con una prolífica obra que también incursionó en las invasiones, guerras interestelares y en galerías de villanos alienígenas. Me refiero a Ricardo Barreiro, que en Bárbara junto al dibujante Zanotto imagina una resistencia a la invasión alienígena en el escenario de una Argentina devastada. Hay un artículo de Alejo Steimberg (2005) en el que realiza un trabajo comparativo entre el El Eternauta de Oesterheld y Breccia al que ubica en el contexto de la dictadura de Onganía y el Slot Barr de Ricardo Barreiro y F. Solano López que se publica justo al inicio de la última dictadura (1976). En ese texto, Steimberg señala que hay algunos elementos coincidentes en el planteo argumental que acercan los dos relatos (un grupo —al que pertenece el protagonista— que resiste a un enemigo identificado con los países que responden al imperialismo norteamericano) y las figuras heroicas que casi por azar encuentran ese lugar en la historia: Juan Salvo, que puede viajar por distintas dimensiones al ser alcanzado por una fuerza que lo envía a Continuum 4 y Slot-Barr que descolla en inteligencia al acoplarse a un parásito extraterrestre llamado Lim que tiene alojado en el cerebro.
Sin embargo, a pesar de algunas similitudes podemos apuntar con Steimberg que el héroe humanista de Oesterheld se diferencia del protagonista de Barreiro. Juan Salvo llega a establecer una verdadera comunicación con algunos Manos disidentes y aunque los personajes femeninos —Elena y Martita— solo sirven como motivación para el héroe errante hay un propósito que no llega a ser claro en el personaje de Barreiro: Slot-Barr se reduce a pelear y a coronar sus logros con conquistas sexuales bien machunas, llegando incluso a la violación como castigo de la reina amazona (y por supuesto lesbiana) en el último episodio de la serie. A pesar de que como señala Steimberg se trate de dos formas heroicas bien distintas, podemos notar que en estas historias ellos —rodeados de otros varones que ayudan a concretar su misión— perciben al alienígena o a las mujeres como «lo otro» a alcanzar, dominar o… a destruir. Estos dos relatos conservan la perspectiva masculina en la narración: el héroe, solo o acompañado, lucha y resiste a la tropa alienígena. Le dicen «aventura».
Más cerca en el tiempo, los extraterrestres de Diego Agrimbau y Lucas Varela en Prosopagnosia uno de los episodios de la serie publicada en Fierro y que luego fue compilada bajo el título Diagnósticos (Hotel de las Ideas, 2017) revisitan el tópico de la invasión extraterrestre y la suplantación de individuos por alienígenas como en la película «Invasion of the Body Snatchers» de 1978 (basada en la novela de Jack Finney de 1955, tuvo diferentes versiones cinematográficas en los años 1956, 1978, 1993 y 2007) pero con una estética similar a la «They Live» de John Carpenter. Su intención es explorar el lenguaje historietístico y algunos recursos como los emoticones que sustituyen los rostros de los humanos usurpados.
Pero tal vez la space opera que todos recordemos de la Fierro en su segunda etapa, sea Segundo Círculo de Ariel Zylberberg y Federico Menéndez en guión y Rodrigo Luján en dibujo. La aventura espacial reúne a dos héroes al rescate de una chica secuestrada por una red de trata intergaláctica, pero el verdadero personaje que se roba toda la historia es Penélope, una alienígena arácnida letal y muy sentimental que debería haber sido la portada de la novela gráfica y quién merecía más páginas y atención. Puede decirse que aún la historia es contada desde la perspectiva de los (anti)héroes, aunque las voces de las criaturas ya están en el aire.
Algo cambió en los últimos años. Las narrativas que tienen como protagonistas a los alienígenas exploran la soledad y extrañeza del mundo, la sexualidad, la incomprensión pero también se presentan como la figura de lo particular que ahora reclama una narración propia. Me gusta pensar que no es casualidad la emergencia de la figura alienígena que reemplaza al cyborg de Donna Haraway es como la evolución de un androide sin sexo a una figura mutante en la que han florecido cien sexos, un ente que no obedece ni se adapta sino que emerge y reclama un lugar por fuera de lo normal. Hay varias historietas que entran en esta descripción: Alien Triste de Pedro Mancini (Hotel de las Ideas, 2015) desde la tira gráfica y con remate humorístico se basa en mostrar lo alienado de ese ser en el conurbano bonaerense. La novela gráfica Alien de Aisha Franz (Musaraña, 2018) introduce la figura en la exploración sexual de una niña que se asoma al mundo tratando de entender los cambios que le suceden a ella, a su madre, a su hermana. Pero seguramente esta figura adquiere toda su potencia en las novelas Alienígena de Femimutancia (Autoedición, 2018; Hotel de las Ideas, 2019) e Intensa de Sole Otero (Hotel de las Ideas, 2019).
Aunque ambas novelas refieren a la emergencia de esta figura en la trama de manera central e indagan en la sexualidad y la soledad lo hacen con recursos bien distintos aunque en ambos casos, los relatos tienen conexiones con el feminismo. El trabajo de Femimutancia parece encarnar la propuesta de un feminismo posthumanista, interseccional, transinclusivo en el que se funden ritmos de cumbia y acordes de guitarra con letras de denuncia al heteropatriarcado blanco. La vida comunitaria y el activismo construyen un paisaje para habitar un mundo alienado, donde el capitalismo no ha sido derrotado pero se le sigue dando batalla...aunque sea inútil. Hay una sensación de desesperanza...el amor no salvará la tierra, pero entonces hay que estar en buena compañía y esperar a que todo estalle. La primera novela gráfica de Femimutancia sintetiza todo eso y plasma un tiempo en el que el feminismo se apropia de la figura alienígena y la hace propia. No puedo dejar de pensar en el terror de Cecilia Morel, primera dama de Chile, frente a la revuelta de octubre de 2019. Ante las manifestaciones populares, se filtró un audio en el que Morel señalaba que sería hora de ceder privilegios frente a la horda enfurecida a la que calificó de «una invasión alienígena». Su miedo no podía ser más acertado.
Por otro lado, la novela de Sole Otero se sostiene en una parodia de las historias de abducción clásicas —subvierte el principio en el que las mujeres suelen ser apropiadas para ser fecundadas con genes extraterrestres— para narrar la obsesión alienígena por un muchacho terrestre. Esto le sirve a Sole para desplegar reflexiones humorísticas en torno a las relaciones entre varones y mujeres, sus deseos y todo lo que estamos dispuestas a hacer por conseguirlo. La historieta estrecha vínculos con el feminismo desde ciertos tópicos pero también desde una crítica sobre el avance de las libertades individuales, lo que podría ubicar la perspectiva de Otero en el feminismo liberal, una suerte de camino personal al empoderamiento.
La figura del alienígena llegó a la teoría como «xenofeminismo» (Helen Hester, 2015) una corriente que retoma de las artes, los relatos de ciencia ficción y las narrativas las figuras xenomorfas del alien, que asusta porque viene de más allá, pero que en sus últimas andanzas por las viñetas nos cuenta que su soledad está llena de historias.
En este arco que recorrimos fuimos de la aventura clásica, donde el alienígena eran los otros que venían a usurpar cuerpos y espacios al relato gráfico que recupera esta figura que ahora habita al lado, o en las cercanías, con una voz propia que nos interpela o que incluso se anima a mirarnos desde el otro lado del espejo.
Mariela Acevedo
Es una académica dedicada a la investigación en feminismo e historieta. Fue directora de la revista Clítoris. Administra el sitio www.feminismografico.com
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