26 de octubre, 2022
Semblanza
Alberto Heredia formó parte de una generación de dibujantes y guionistas que trabajó a destajo para alimentar un mercado creciente de lectores de historietas. Sus narraciones, enmarcadas en la ciencia ficción de la edad de oro, siempre coquetearon con la literatura infantil y juvenil y las temáticas más delirantes de la literatura factoide.
Todavía recuerdo el día que visité a Alberto Heredia para una entrevista. Lo recuerdo abriendo la puerta de su casa y caminando con ayuda de muletas (acababa de recuperarse de una operación), dispuesto a dialogar sobre lo que más lo apasionaba: la aventura, lo maravilloso y la ciencia ficción. Me recibió con alegría. Yo sólo era un aficionado al que le gustaba investigar. Fue la primera de muchas entrevistas y el principio de una querida amistad.
Heredia vivía en una casa llena de estanterías, atestadas de libros viejos y de revistas de historietas. Gran parte de ese material se concentraba en temas fantásticos y de ciencia ficción. Sostenía que la gauchesca y la ciencia ficción eran sus dos tópicos favoritos.
Guardaba en su casa recortes de diarios sobre temas tan estrafalarios como platos voladores, máquinas extrañas, caídas de meteoritos o casos parapsicológicos. Eso, más adelante, lo usó como combustible para su propia ficción.
Durante mis visitas a su casa me enseñó sus archivos, donde tenía material de toda clase: originales suyos y de colegas, recortes y dibujos hechos por ilustradores famosos, porque él los había conocido a casi todos.
En la biblioteca del living me llamó la atención la cantidad de libros de realismo fantástico, ovnis, astronomía y parapsicología. Todos mezclados sin mayor orden. «¿Y de dónde te creés que saco todas mis ideas, nene?», me dijo acomodándose el pelo y los anteojos. En un estante se entreveraban Erich von Däniken, Arthur C. Clarke, Vincent Gaddis, Von Braun, Jacques Bergier o Louis Powells. Un poco más arriba, estaban los libros de ciencia ficción de los años 50s y 60s, y montañas de historietas tan amarillentas como hojas en otoño. A Heredia le gustaba trabajar sobre una amplia mesa del living, mientras tomaba un té o un café.
Del interior de esa humilde casa de barrio, surgieron, durante décadas, cientos de historias de imaginación portentosa y desinhibida. Casi silenciosamente, porque la fama siempre le fue esquiva. Pero Heredia no se preocupaba por eso, sólo le interesaba seguir escribiendo, imaginar mundos imposibles donde, con el encanto de lo extravagante, se entremezclaban robots, naves interplanetarias, brujos cósmicos, princesas y platos voladores. «Un adulto con alma de niño», lo definió una vez su gran amigo, el también escritor y guionista, Alfredo J. Grassi.
Este maestro de profesión nació en 1928 en Pergamino, provincia de Buenos Aires. De chico repartía sus horas entre la escuela, los juegos infantiles y la lectura aventurera. Sus influencias más tempranas provinieron de las historietas del diario Crítica y de la revista El Tony y la colección de libros del detective británico Sexton Blake, que leía su padre.
Una vez graduado, viajó a Capital con el diploma bajo el brazo, instalándose en una pensión: «Fue un tiempo de escasez y esfuerzo, pero nunca me divertí tanto». Es que en esa pensión recaló quien sería su gran amigo: Carlos Fernández Hart, con el que intercambió revistas e ideas. Juntos bautizaron a aquella pensión con el estrambótico nombre de «La albóndiga embrujada» porque cada vez que se sentaban a comer en el comedor general les daban: «unas albóndigas recalentadas tan duras que parecían llegar rodando solas hasta nuestro plato».
Su primer trabajo poco tuvo que ver con sus intereses literarios, ingresó a una fábrica de automóviles y luego a una empresa de electrodomésticos en Boedo. Ahí conoció a otro gran olvidado: Alfredo Insúa. Ambos lectores de historietas y de fantasía científica, pronto aunaron esfuerzos. Insúa, ya con algunos pinitos en el ambiente de historieta, logró hacerlo ingresar en el circuito editorial como guionista. A partir de entomces Heredia se abrió paso con mucho esfuerzo. Entre sus primeros trabajos figuran adaptaciones de libros de Frank Gruber para las revistas D’artagnan y El Tony, a fines de los 50s, encomendados por el propio Ramón Columba. En esa misma época ingresó a la editorial de Dante Quinterno, donde firmaba a veces con seudónimo guiones propios o adaptaciones. Este debut constituyó su afianzamiento definitivo como escritor profesional.
Operación «Sol», dibujos Taggino y guión de Al Ausni, uno de los tantos seudónimos de Heredia.
En un país donde sobraban dibujantes pero escaseaban guionistas, su tarea comenzó a ser muy requerida. De a poco, empezó a trabajar en tándem junto a Arturo del Castillo, Mutt Ribas, Carlos Casalla, Franz Guzmán y otros del mismo calibre. Fue muy dúctil desarrollando argumentos enmarcados en diferentes géneros como el western, la gauchesca, el bélico o la ciencia ficción.
Durante la década de los 60s, se cruzó con José Taggino. Ambos tenían pasiones similares y sentían admiración por la estética interplanetaria, bien detallista y perfeccionista de Alex Raymond, creador de Flash Gordon. Fruto de esa manía nació la historieta Operación Sol Negro para la revista Emboscada y John Speed investigador espacial en Rayo Rojo.
A principios de los sesenta, se lució en la revista Patoruzito con adaptaciones como 20.000 leguas de viaje submarino, de Verne o con narraciones propias como Los azules velos del misterio, Contraataque atómico, Aviadores argentinos en el Congo y, sobre todo, con una historieta que despertó ecos entre los lectores: El hombre de la Vía Láctea junto al inseparable Taggino.
Eran días de trabajo desenfrenado, a su labor como gerente de cuentas en la empresa de electrodomésticos, se le sumaban los pedidos de guiones. Escribía de madrugada mientras su familia dormía. En la naciente revista Delito de Divito, por intermedio de Insúa, publicó como hack writer (un término peyorativo que usan los estadounidenses para definir a los escritores que trabajan a destajo, a veces muy mal remunerados), El hombre de vidrio; El imperio de los mobsters y Perfume para la muerte. Todas ellas de 1960.
A mediados de los 60s y 70s, ya afincado como guionista, comenzó a desarrollar argumentos para personajes de autoría ajena como “Bull Rockett” o “Misterix”. Durante este período tomó contacto con García Ferré (creador y editor de la revista Anteojito) y comenzó a realizar guiones para Hijitus y la revista Larguirucho; su innato espíritu infantil lo capacitó mejor que nadie para este difícil oficio.
También en la década del 70 realizó una serie de aventuras para la revista Meteoro de Editorial Abril (39 números entre 1975-1978). Allí trabajó con Carlos de la Canal y Clemente Montag en dibujos.
A inicios de los 80s, desarrolló para García Ferré la historieta de ciencia ficción Ekatón, el pueblo perdido del espacio (más información sobre esta saga y sus muñecos en la reciente nota Encuentros cercanos de cualquier tipo escrita por Toni Torres).
Esta historieta marcó como un relámpago a toda una generación de chicos cuando apareció publicada por entregas en la revista Anteojito, durante el verano de 1980, con Franz W. Guzmán en lápices.
El suceso fue tan grande que los niños de aquel entonces se acercaban a su casa de Lomas de Zamora para preguntarle por las peripecias y orígenes de los personajes. Pocos meses después, se publicó Ekatón como novela en edición de bolsillo. Fue quizá el único momento de «fama» que conoció Heredia
Alberto I. Heredia fue autodidacta. Su escritura tal vez nunca fue brillante estilísticamente, pero siempre refulgió por su frescura, inocencia, imaginación infinita y por su abordaje infatigable a los temas más clásicos de la ciencia ficción. Probablemente sea el autor más relevante de fantasía científica argentina, juvenil e infantil, tanto por su originalidad temática como por el volumen significativo de su obra.
Quien relea hoy sus cuentos, epopeyas espaciales y aventuras podrá asomarse, por un momento, al alma de este autor olvidado que falleció en 2006 en el Policlínico del Docente.
Christian Vallini Lawson
Traductor, cuentista y coleccionista de literatura popular.
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