26 de octubre, 2022
Homenaje
Fierro se suma al adiós popular. Y lo hace a partir de una fotografía de 1955 aparecida en la revista Dibujantes (año 2, n°15) en donde se anunciaba la llegada al humor argentino de una "joven y promisoria" figura: Joaquín S. Lavado.
Por Esteban Podeti
Alguna vez, al parecer, Quino tuvo pelo. Quino fue pelado tantos años que resulta difícil reconocerlo en esta foto: no sólo por el pelo en sí, sino por el aire sabio y respetable que otorga una calva, una calva en serio, no esas peladas de máquina que abundan en gimnasios y cervecerías artesanales. Es difícil respetar a alguien con demasiado pelo, y una de las primeras palabras que nos surgen, al ciudadano de a pie y muy especialmente a los humoristas y dibujantes argentinos, es «respeto». Porque eso es Quino para nosotros: un Prócer inalcanzable, no apenas un «profesional», un «colega», un «admirado artista» o cualquier otra de esas etiquetas en la que es posible tener pelo como si fueras un rockero o un actor.
Los personajes de Quino también solían ser pelados. Puede ser una tara gráfica del Maestro, como los dientudos de Oski y los narigones de Fontanarrosa, o una señal de cómo se involucraba con sus criaturas, condición importantísima en un creador. Eran pelados los pobres oficinistas tiranizados y eran pelados los poderosos y corruptos ejecutivos que los tiranizaban: Quino vivía en todos sus personajes, en los buenos y los malos, en las víctimas y los victimarios. Esto le permitía la creación de un universo sólido y no de un panfleto superficial. Mafalda, en cambio, tenía mucho pelo. No sé. No quiero llevar la teoría demasiado lejos. Quiero creer que tenía pelo porque era una niña.
Así como los dos tipos humanos de Quino eran el Pelado Infeliz y el Pelado Tirano, su humor puede abrirse en dos vertientes: una cómica, ácida, irreverente y otra con pretensiones de profundidad, de tintes algo solemnes. Esta última suele tener gran prensa y es acompañada con frases de admiración y elogios.
Es paradójico, o tal vez de absolutamente natural, que el más intelectual de nuestros humoristas se haya transformado al mismo tiempo en el símbolo del humor sentimental: recordamos más a Quino por algunas frases cursis de Mafalda (y el fenómeno universal de las Mafaldas apócrifas) que por sus innumerables chistes sólidos, crueles y perfectos. Tal vez sea por nuestra propia pereza, más amante del aforismo que de la narración, o por la obra totalizadora del Maestro, capaz de cubrir chistes enigmáticos, de construcción matemática, lenta (casi como una película de suspenso) y que terminaban en un estallido, pero también la clásica reflexión social y emotiva de Mafalda haciendo mohínes a cámara.
Tengo un recuerdo de la infancia: mi padre encontrando a mi tío de espaldas, aparentemente sollozando, y luego descubriendo que, en realidad, estaba leyendo un libro de Quino, (posiblemente Gente en su sitio), efectivamente lagrimeando pero de carcajadas contenidas, producto de la acumulación de chistes y remates. Lo que vemos aquí es una hermosa alegoría, la alegoría del artista/héroe que, sobrándole el paño para buscar la lágrima fácil, la profundidad impostada (a veces cediendo a esta tentación), despliega todo su genio y conocimientos para despertar la risa, esa emoción desprestigiada.
[INSERTE AQUÍ SU MAFALDA LLORANDO]
Esteban Podeti
DIbujante, y humorista, autor de «El cartoonero» publicado en Fierro segunda época.
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