26 de octubre, 2022
Rescate
Hugo Csecs, Luciano De La Torre, Guillermo Roux, Alvará, Salvador Schiffer, Carlos Cruz y Luis Cendra, entre otros, fueron los artistas argentinos que se encargaron de ponerle cara a las portadas de Más Allá. Carlos Altgelt concluye -con esta última entrega- un repaso inigualable a las mejores tapas que se publicaron entre los 48 números de lo que fue la mejor revista ciencia ficción argentina.
Si te perdiste las notas anteriores, podés leerlas acá.
Por Carlos Altgelt
«Sobre gustos no hay nada escrito»
Dicho popular
La expresión que abre este artículo realmente no tiene ningún sentido y ahora añadiremos nuestro granito de arena a los cientos de miles de textos escritos sobre gustos.
Se nos habían quedado «en el tintero» nada menos que 18 portadas sin comentar. En esta última parte hablaremos brevemente sobre ellas.
En lugar de dividirlas por autor, lo haremos por temas, comenzando con aquellas que casualmente, para el que esto escribe, se encuentran entre las mejores de todas las 48 que decoraron las portadas de Más Allá.
Obviamente esta es una opinión subjetiva y, desde ya, que me interesaría saber la opinión de los lectores de estas reseñas.
A mi entender, la portada que se llevaría el primer premio sería la lograda por Hugo Csecs, que ilustró uno de los primeros números, el No 5 de octubre 1953. La elegimos no solamente por la calidad de su diseño, sino también por el tema: un robot, en este caso de la Cruz Roja (¿Espacial?) acarreando a un astronauta herido en un asteroide.
La ilustración no representa ningún relato de la revista, pero tal vez la idea se le ocurrió al artista argentino al recordar la famosa escena hacia final de la película El día que paralizaron la Tierra, estrenada en Argentina a fines del año anterior. Vemos allí cómo Gort, el gigantesco robot extraterrestre, acarrea a Helen Benson (en realidad un liviano maniquí) a las entrañas de su plato volador.
Lo cierto es que tres años después de esta portada de Más Allá, otro robot intergaláctico se haría famoso, el recordado y querido Robbie.
La segunda carátula que nos impresionó en su momento fue la de enero de 1956. Tal es así, que con mis recién cumplidos quince años se me ocurrió copiarla. Aún recuerdo que no me gustó cómo dibujé la nariz respingada de la niña. Christian Vallini Lawson le llevó una copia a la casa de su autor, Luciano de la Torre, quien agradeció el inesperado obsequio.
Un año antes, de la Torre había realizado otra tapa con motivo navideño. Dejemos que Wada Elfenbaum, joven «masallera» y co-editora del Boletín Más Allá junto con el citado Vallini Lawson y Darío Lavia, editor de la revista Cineficción, describa lo que ella considera el epítome de «una imagen que vale más que mil palabras».
«Es una de mis portadas preferidas. Me gusta porque la evidente operación retórica de contrastar pasado y futuro nos transmite optimismo, algo un poco escaso en estos días. El público lector de 1954 se enfrenta a lo desconocido en todas direcciones. Dejando a un lado el estilo norteamericano de las dos situaciones representadas, el lector mira hacia la izquierda e interpreta que se trata de un pasado que intuye, pero que no conoció materialmente. Mirando hacia la derecha, un posible futuro que quizás no llegue a conocer. La distancia entre una y otra imagen es abismal, pero allí está el lector de 1954 como nexo, haciendo un esfuerzo imaginativo y optimista en ambas direcciones. Si el futuro posible de la derecha parece demasiado descabellado, no puede evitar preguntarse si los protagonistas que habitaron la imagen de la izquierda hubieran concebido la posibilidad de un futuro como el que se vive en 1954. Seguramente les hubiera parecido tan inverosímil como la imagen de la derecha para quienes habitaban 1954».
Haciendo hincapié en lo dicho anteriormente, aquí presentamos lo que consideramos las peores tapas de aquellas que aún no habíamos tratado anteriormente siendo aquella de los números 22 (microscopio electrónico) y 48 (sistema nervioso de un hombre) zafarranchos no dignos de Más Allá.
En orden ascendente de número y a riesgo de que me tilden de insensato, comienzo con la del No 9, ilustrada por el maestro Guillermo Roux. Desde que la vi por primera vez en aquel verano de 1954, me pareció muy desproporcionado el tamaño de las fortificaciones respecto al de los asteroides.
La sigue la realizada por el ignoto artista Alvará para el No 34, un himno a lo insulso y tal vez representativo del apuro con el que a veces se trabajaba en la editorial y al que nos referimos al hablar de “Réquiem” en una entrega anterior.
El director de arte Salvador Schiffer (Salva) se sacó de encima, probablemente mientras tomaba el desayuno, la del No 37, mientras que Raúl Alonso, asiduo colaborador de la Editorial Abril en las tapas de la revista Claudia, hizo lo propio con la del No 46 firmando con el seudónimo de Kali.
De las 11 tapas restantes, dos de ellas, con sólo mirarlas, cuentan toda una historia.
La primera es la del No 11 por Guillermo Camps señalando la esclavizante labor de las ‘mulas’ de la novela «La isla del dragón». Esta obra de Jack Williamson desarrolla el novísimo tema de la ingeniería genética, tan de moda en nuestros días y algo que Julio Orione demuestra en forma, diríamos, cinematográfica en la tapa del No 17. Poniendo ambas portadas una al lado de la otra, hasta pareciera que los protoplasmas de la derecha se han convertido en las «mulas» de la izquierda. El doctor Frankenstein era en «poroto» al lado de esto.
La tapa del No 31 por el prolífico Carlos Cruz, fue una que utilicé como tema de una de mis cartas publicada en la sección «Proyectiles dirigidos» en el número de noviembre de 1956. En ella me refería al comentario de un lector que aseguraba que las portadas de Más Allá mostraban «escenas que serán comunes dentro de 50 años».
Transcribo mi carta.
«Empezaré por el comienzo de toda revista: las tapas. Antes no podía distinguirlas de la contratapa. Sin embargo, las de los últimos números son sencillamente magníficas. Por otra parte no estoy de acuerdo con Luis Cendra (M. A. No 36). Acaso el cohete partiéndose en dos al chocar con la atmósfera (portada del No 31) ¿no es una escena común en nuestros tiempos?»
Pero en realidad, en mi entusiasmo juvenil, me equivoqué. Si los cohetes se parten en dos, no es por entrar de vuelta en nuestra atmósfera, ya que ésta no es una «barrera» en sí, como la del sonido. Por el contrario, al aumentar la densidad de la atmósfera durante la reentrada el cohete, de forma aerodinámica como la V-2 de la tapa en cuestión, se va estabilizando, se endereza y cae a tierra de punta, destruyéndose (si no tiene paracaídas) al estrellarse contra la tierra. Es un caso muy distinto con las naves espaciales, como el transbordador espacial o las de la serie Apolo, puesto que cuando retornan del vacío del espacio exterior, deben hacerlo con un ángulo adecuado para no desintegrarse o «rebotar» hacia el espacio. Seguimos con otra de Luciano de la Torre, inspirada sin duda por fotos de la época.
Seguimos con otra de Luciano de la Torre, inspirada sin duda por fotos de la época.
Continuamos con dos de Guillermo Camps en los comienzos de la revista.
En esa seguidilla de tapas que tanto me entusiasmaron en mi juventud, se encuentra esta de Alvará con astronautas que recuerdan a aquellos de la película Viaje a la Luna de 1950.
Y cerramos este artículo —y la serie— con una sucesión de tapas ilustradas por este artista de quien, a pesar de haber participado activamente no sólo en las portadas sino también en ilustraciones de páginas interiores de Más Allá, sólo sabemos la inicial de su nombre y su apellido: J. Eusevi.
Carlos Altgelt
Escritor, coleccionista y especialista en historietas
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