10 de diciembre, 2020

Cine bizarro

Шахматная горячкаf (el deporte favorito del hombre)

Crónicas afiebradas de películas que probablemente nadie verá en Netflix/3.

Шахматная горячкаf (el deporte favorito del hombre)

Una de las mejores películas de este pandémico 2020 fue The Hunt con Hilary Swank liderando una banda de ejecutivos progres dedicados a cazar un grupo selecto de energúmenos de clase baja e ideas trogloditas. Esta película indie dirigida por Craig Zobel es la última entrada, en casi 90 años de films, sobre un género casi tan antiguo como el cine sonoro: el de los millonarios aristocráticos —o simplemente nazis— dedicados al siniestro deporte de la cacería humana.

El juego más peligroso

Todo empezó en 1932 con el superclásico The Most Dangerous Game (conocida en castellano como El malvado Zaroff) que contaba la sangrientas prácticas deportivas de un aristócrata ruso decidido a convertir en sus presas a los náufragos que iban a parar a una isla transformada en coto de caza (y llena de arrecifes puestos para hundir barcos al por mayor).
La película es memorable por muchos motivos, empezando por el hecho de que fue producida y codirigida por Merian C. Cooper y Ernest B. Shoedsack, los creadores del primer e inigualable King Kong. Película con la que compartió no solo el mismo decorado selvático y una de las máximas heroínas del cine fantástico, el objeto del deseo del gorila, Fay Wray. La inusual estrategia de Cooper fue repartir los elevados costos de producción requeridos por King Kong con esta otra película de la RKO. O sea, sin The Most Dangerous Game no hubiera sido posible una película llena de antológicos efectos especiales de stop motion animation como King Kong.


Pero además The Most Dangerous Game tiene uno de los grandes villanos del Hollywood Pre-Código Hays (el así llamado mecanismo de autocensura que utilizaron los estudios durante las tres décadas siguientes). El gran actor de teatro Leslie Banks dio una performance increíble como el aristocrático Zaroff. Un cazador harto de matar animales y dispuesto a ir por una presa más interesante. Lo genial de Zaroff es que está convencido que les da a sus víctimas reglas justas y hasta a posibilidad de quedar en libertad si pudieran eludir su jauría de mastines y su horda de lacayos cosacos luego del amanecer, algo obviamente inviable hasta el momento en que naufraga en la isla el plebeyo —pero experto cazador— interpretado por Joel McCrea. La leyenda  asegura que la duración original del film era de 76 minutos, pero que algunas escenas, relativas con el salón de trofeos de Zaroff, eran excesivamente gore, incluso para la libertad que tenían los productores de la era Pre Código. Por eso esta gran película apenas dura 65 minutos, que, de todos modos, incluye atrevidas insinuaciones sexuales (el otro codirector, enfocado en los intérpretes, Irving Pichel, que pocos años después introdujo el lesbianismo vampíricos en La hija de Drácula —1936—, era un experto en actuaciones audaces desde el morbo y lo sexual) y, sobre todo, el famoso salón lleno de cabezas-trofeos de las presas humanas del villano ruso. Imagen aún impactante en pleno siglo XXI. Sin duda, hay huellas de ese salón de trofeos a lo largo del mejor cine fantástico de cualquier época, empezando por una escena memorable de Depredador —1987—, un monstruo feroz pero que al menos no cazaba a los seres de su planeta.


La fuerza de estas imágenes y la genial actuación de Leslie Banks , más algunos detalles expresionistas como la manera de filmar a los mastines de Zaroff, unos simples Gran Daneses  que al ser enfocados desde ángulos rarísimos parecen verdaderamente infernales, capturaron la fascinación del público que, en aquellos años, ya estaba muy familiarizado con el relato original del periodista y escritor Richard Connell (1893-1949).

Todo cuento tiene un comienzo

Connell había sido un precoz cronista deportivo desde 1903. Cuando sólo tenía 10 añitos ya trabajaba para el periódico de su papá en una próspera localidad del Estado de Nueva York. Apenas un lustro más tarde Connell se postuló como candidato al Congreso y dejó a su hijo teenager a cargo del periódico. De este modo, Connell junior fue oficialmente editor a sus núbiles 16 años. Connell también empezó una carrera en publicidad, hasta que se inició la Primera Guerra Mundial y de golpe se encontró en una trinchera en Francia, lo que cambió un poco su punto de vista sobre la vida y, especialmente, sobre la muerte. Su Zaroff claramente es una metáfora sobre esos europeos aristocráticos y millonarios que pueden matar millones de semejantes sin pestañear o, incluso, convenciéndolos de que morirán por algo que realmente vale la pena, como alguna rancia monarquía centroeuropea.

(Richard Connell, autor del cuento)
El cuento (también conocido como The Hounds of Zaroff) fue publicado en la revista Collier's en 1924 y se convirtió en un éxito inusitado, dándole a Connell el premio O’Henry, y reeditado cientos de veces en revistas y selecciones de cuentos de todo el mundo durante esa época (la primera  edición en castellano fue traducida como «Los sabuesos de Zaroff», en 1958, por la editorial Labor). El público popular, nada intelectual, claramente amó al cazador plebeyo americano que podía vencer a ese bastardo ruso súper culto y refinado que tocaba el piano con mirada perdida mientras soñaba con las cabezas de sus huéspedes colgadas en la sala de trofeos.

Otro juego más mortal

Y claro, sólo pasaron unos pocos años para que el odio del mundo democrático hacia otros villanos europeos aún peores se exacerbara. Así que pronto la RKO produjo la primera remake de la producción de Merian C. Cooper, esta vez con mucho menos presupuesto y con la dirección de un joven y brillante Robert Wise, que venía de debutar con la celebres películas  de terror del productor Val Lewton que habían salvado de la quiebra al estudio pocos años antes: La maldición de la pantera —1944—, secuela de Cat People de Jacques Torneur, y la mítica última reunión de la dupla Boris Karloff-Bela Lugosi, Los profanadores de tumbas. Ahora Zaroff era Krieger, un nazi fugitivo al final de la guerra que no podía dejar de cazar a individuos de razas inferiores (o sea , todo el resto de la humanidad). Esta Game of Death (El juego de la muerte, 1945), no consiguió ser un éxito de taquilla como la original. Faltaba un mejor elenco y, lo cierto, es que un actor talentoso pero no brillante como Edgar Barrier no podía borrar la memoria del genial Leslie Banks. La película era tan barata que realmente necesitó el talento como montajista de Wise (que no por nada había compaginado El ciudadano de Orson Welles). El astuto futuro realizador de La novicia rebelde supo utilizar cada toma subjetiva, plano de los decorados y las cabezas-trofeo del Zaroff del 1932 e incluso casi todos los planos de los perros de la película original, sin que nadie que haya visto muchas veces el primer film pueda llegar a darse cuenta.
A propósito de Orson Welles, el gran actor y director protagonizó una versión radiofónica de The Most Dangerous game en uno de sus famosos envíos en el éter. Por supuesto, en el papel del villano ruso.

Variando las jugarretas

Volviendo al cine, a partir de Game of Death, con los años empezaron a reproducirse las variaciones sobre las andanzas de Zaroff o algún émulo tipo Krieger. Literalmente, a lo largo de las décadas se rodaron más de un centenar de películas ya sea con adaptaciones oficiales del cuento de Connell, plagios apenas remozados, variantes modernas o incluso versiones para series de TV exitosas, generalmente paródicas. Vale la pena recordar los episodios de programas como La isla de Gilligan, El agente 86, Los ángeles de Charly, Hulk, Hawai 5-0 y hasta llegar a un episodio de Halloween de Los Simpson. Uno de los más recomendable es el episodio de El agente 86 y la 99: Isle of the damned (1966) donde la pareja de espías van de vacaciones a una isla solo para ser cazados por el dueño del lugar.

Dos presas sabrosas

Sin duda la extensa lista convierte a El malvado Zaroff en el film más copiado de la historia del cine. Entre este centenar largo de títulos hay auténticos bodrios como versiones de cárcel mujeres producidas por Roger Corman para el director filipino Eddie Romero, y varias versiones futuristas de la era del directo a VHS. Pero también hay un puñado de excelentes films de culto empezando por un papel inolvidable de Richard Widmark como el  famoso escritor beodo que cae en una avioneta en medio de la selva centroamericana donde se esconde Trevor Howard, nada menos que un británico que traicionó a su país con los nazis durante la guerra y que ahora debe vivir oculto y obviamente va a cazar a la accidentada celebridad que lo reconoció. Run for the Sun (Fuga hacia el sol, 1956) fue el primer Zaroff en pantalla ancha en formato SuperScope, muy bien aprovechado, igual que las locaciones centroamericanas por el talentoso director y también guionista inglés Roy Boulting. Hay un detalle maravilloso sobre el destino: Widmark guarda como amuleto una bala que encontró en la guerra y nunca disparó, pero aquí lo salva metiéndola en el agujero de una cerradura y detonándola al golpearla con una roca.


Una excelente y sobre todo muy inteligente variación, también a toda naturaleza, es la que dirigió e interpretó el legendario Cornel Wilde. La astucia de esta variante no oficial de Zaroff es que el héroe esta vez es un cazador blanco que ofendió a una tribu africana, o sea que se merece que lo cacen por creerse superior a los nativos, que lo obligan a probar un poco de su propia medicina (hay un mensaje anti caza mayor). The Naked Pray (La prueba del león, 1965) hasta logró una nominación al Oscar, donde por supuesto no se mencionó a Richard Connell dado que supuestamente no era un argumento original (Connell en los 40s también fue nominado por la Academia dos veces, incluyendo su guion para el clásico de Frank Capra, Meet John Doe, otra historia de plebeyos contra millonarios pero en otro tono muy distinto).

Un musculoso trofeo belga 

El guionista Chuck Pfarrer en principio se inspiró en The Naked Prey para Hard Target (Operación Cacería, 1993), pero luego de no poder venderlo durante un tiempo, le agregó más elementos de The Most Dangerous Game. Esta fue la primera película hollywoodense de John Woo que en 1993 se convirtió en el primer director oriental en filmar una producción de un gran estudio como la Universal. Como los productores no confiaban mucho en un chino que hablaba mal el inglés —y que venía de hacer películas ultraviolentas en Hong Kong—, contrataron a Sam Raimi (director de joyas como Evil Dead, Darkman o la primera trilogía de El hombre araña), que se pasó todo el rodaje sentado sin hacer otra cosa más que disfrutar del estilo de Woo que, para hacerse entender con los técnicos simplemente decía cosas como «esta ser la toma Sam Peckinpah». Sin duda es la mejor película que haya podido protagonizar Jean Claude Van Damme en toda su carrera, y sin embargo el astro karateca belga no quedó muy contento con Woo, que le dedicaba las mejores escena al nuevo heredero de Zaroff, nada menos que el brillante Lance Henriksen. El actor amó cada minuto de la película, donde interpreta a un mercenario refinadísimo —que por supuesto toca muy bien el piano— que organiza safaris en lugares miserables del tercer mundo. «Siempre hay algún pobre sitio donde podemos organizar nuestro negocio», dice este bastardo, acompañado por su lugarteniente, el sudafricano Arnold Vosloo, luego famoso por La momia —1999— de Stepehn Sommers. Hard target no tiene desperdicio, tanto en el aprovechamiento del lado pobre de Nueva Orleans, mostrando el tercermundismo estadounidense y consiguiendo que Van Damme diga diálogos contundentes antes de aplicar sus patadas voladoras. Por ejemplo, cuando le explica al villano por qué se enfrentó a todo el ejercito de mercenarios y millonarios armados hasta los dientes cuando perfectamente él podría haber huido. La respuesta es «los pobres también tenemos derecho a divertirnos».


Además de que es una de las mejores películas de acción de los 90s, Hard Target tiene el mérito de traer el cuento de Connell a tiempos modernos con capitalistas despiadados en un mundo lleno de desocupados que hacen cualquier cosa para poder mantener a su familia, incluyendo dejarse cazar con la esperanza de salir vivos y cobrar un gran premio en cash, lo que obviamente nunca sucede hasta la aparición de Van Damme. Algo que está claro desde el Zaroff de 1932, es que estos supuestos nobles llenos de espíritu deportivo, al final siempre tratan de hacer trampa.

La última cacería

Justamente este es uno de los detalles cuidados en la excelente variación de este 2020, The Hunt donde cambia el tono a la comedia negra y sátira social ultraviolenta —la mitad del elenco muere de maneras sumamente gore e imaginativas antes del primer acto— y muchos comentarios sobre la dictadura de la corrección política, las teorías conspirativas y la locura agresiva en las redes sociales. Lamentablemente a esta divertidísima, astuta y muy bien filmada película la agarró la pandemia y dado que no tuvo distribución en Argentina ni siquiera en streaming, recomendamos ingeniárselas de algún modo para encontrarla y disfrutar la gran escena de cacería en una cocina de lujo a cargo de Hilary Swank. 
Ya lo avisamos en el título de esta columna, se trata de películas que probablemente nunca  nadie podrá ver en Netflix.


 

Diego Curubeto

Diego Curubeto

Director de cine, periodista y crítico. Autor de «Cine Bizarro».