Más allá de las humoradas en las redes sociales (el agente de prensa de Meryl Streep debe estar preguntándose todavía qué carajo pasó) resulta difícil imaginar otra figura cuya muerte genere la conmoción global que causó la muerte de Diego Maradona. Por un día, las tapas de los diarios en papel dejaron de ser obsoletas: sirvieron para mostrar la magnitud de un fenómeno que no se aprecia de la misma forma en la fugacidad siempre urgente de las pantallas. Y no es sólo la omnipresencia de su rostro y de su nombre, porque los medios, desde Nueva York hasta Teherán; desde Ciudad del Cabo hasta Estocolmo, no se limitaron a consignar el suceso. Cada portada transmitía respeto, admiración pero sobre todo cariño.
Esto, que no puede sorprendernos en los medios argentinos, por supuesto, ni en los italianos, resultó especialmente llamativo en los diarios de Inglaterra. Lo describió a la perfección el periodista uruguayo Gonzalo Curbelo: “Maradona no sólo dejó afuera a los ingleses del Mundial 86 -cuando tenían tal vez el mejor cuadro mundialista que hayan tenido- apelando simultáneamente a la trampa deshonesta y la magia, como buen bicho bipolar que era, sino que se dedicó a bardearlos vitriólicamente durante años, veneno al que los medios ingleses solían responder recordando con desprecio la “mano de Dios” y resaltando sus numerosos papelones con ese amarillismo en el que se destacan también los británicos.”
“Pero ante la aparición de la Señora Muerte, prácticamente todos los medios ingleses al dar la noticia y extenderla, lo hicieron con el respeto -e incluso esa extraña emoción- que produce la partida de un adversario formidable. De quién se admira hasta en el deteste y que con su propia existencia nos demuestra el ourobouros que es toda pasión. Me parece una señal saludable en este tiempo en que el enchastre, la puñalada trapera y la lluvia de mierda indiscriminada se han vuelto recursos aceptables contra un oponente eventual, que no necesariamente es un enemigo, sino alguien con quien tenemos un lazo y que nos espeja. Los que no entiendan eso, que la sigan chupando.”
El fenómeno resulta doblemente destacable toda vez que la muerte del ídolo coincidió en la misma jornada con la publicación de los datos de caída de la actividad económica en el Reino Unido a causa de la pandemia, que revelaron la recesión más importante de los últimos 300 años. Una caída de la actividad económica más importante que durante la gran helada de 1709, o que la que causaron las guerras napoleónicas, la primera y la segunda guerra mundial. Para The Guardian, el periódico inglés por excelencia, esa noticia no fue la más importante del día y sólo ocupó un segundo lugar, literalmente debajo del homenaje al gran verdugo del ego británico. Mother, ho visto Maradona.
Un Rolls Royce lleno de tierra
Aunque sea predecible, no deja de resultar llamativo cómo un sector de la élite argentina es impermeable a la emoción que aúna a un pastor en las colinas de Bangladesh con un intelectual de Oxford, un taxista en Lima y un jeque en Dubai. Lo esencial quizás sea invisible a los ojos pero hay gente que no puede reconocer el valor de lo auténticamente popular ni aunque se pose sobre sus narices o le toque el culo en el medio del desierto. Esa falta de aprecio por lo propio, esa subestimación de la argentinidad reproduce a escala global los tropos del gorilismo y no deja de ser una forma sofisticada de aquello. Para su escala de valores, Maradona representa el éxito del país que no quieren que sea.
Lo dijo, por ejemplo, Beatriz Sarlo, convocada a opinar sobre la muerte de Maradona en un canal dizque periodístico (a quién se le ocurre). “Argentina empezó el siglo XX siendo uno de los 15 mejores países del mundo y lo terminó siendo uno de los 15 peores”, señaló, con una ligereza impúdica que seguramente le causaría pena a la intelectual que ella misma supo ser. Sin datos que respalden semejante afirmación, su sentencia no es más que una versión refinada del lugar común macrista sobre los setenta años que arruinaron al país y que coinciden, sin pruebas ni dudas, con la existencia del peronismo. Por supuesto, alcanza con chequear unos pocos datos para desnudar el sofisma. No va a molestarse en hacerlo.
La falta de autoestima nacional como praxis política es una constante de la dirigencia de derecha argentina, que no concibe que los pobres tengan tanto derecho como ellos a comprarse un celular o un televisor, irse de vacaciones a la playa o cambiar el auto aunque todavía sirva. Resulta evidente cómo la mera existencia de Maradona se subleva contra ese determinismo conservador de meritócratas que no soportan que un pibe que nació en la villa más pobre del conurbano haya llegado no solo a codearse sino a ser admirado por los más poderosos, sin traicionar sus orígenes. Usaba Rolex de oro y bajaba la cocaína más pura con champán francés en una mansión de Montecarlo. Pero seguía siendo Pelusa, de Fiorito.
Los voceros de ese desánimo político se solazaron esta semana replicando una nota de la agencia Bloomberg que determinaba que la Argentina, junto a México, eran los peores países en un ranking que medía, supuestamente, la calidad de vida durante la pandemia de coronavirus. Las notas en los medios de comunicación fueron levantadas por dirigentes opositores y trolls (cada vez cuesta más distinguir unos de otros) que coparon la agenda pública con esa supuesta noticia sin detenerse en analizar los detalles. Convengamos que nada atrae más a las inversiones extranjeras, esa entelequia que aman de manera no correspondida, que gritar a los cuatro vientos que el país es una mierda.
La bronca es mi combustible
El informe de Bloomberg ordena a 53 países con economías de más de 200MM de dólares anuales teniendo en cuenta diez variables, cinco que tienen ver con la respuesta al Covid-19 y las otras cinco con la calidad de vida en general. Argentina aparece en el fondo de la tabla, sólo por delante de México, algo que en primer lugar resulta llamativo porque en ninguna de esas diez columnas, tomadas de manera individual, el país figura entre las últimas tres posiciones. En muchas, de hecho, está en mitad de tabla, por encima de otros que cuentan con mejores recursos para hacer frente al coronavirus y no ingresaron en la pandemia arrastrando tres años de recesión económica.
Por caso, en la variable de muertes cada cienmil habitantes durante el último mes, la Argentina (puesto 52 en el ranking general) figura por encima de Suecia (16), el Reino Unido (28), los Estados Unidos (18), Holanda (23), Suiza (26), Portugal (33) e Italia (40), entre otros países. En la tasa de mortalidad del último mes está mejor que España (41) e Italia y en la tasa de fatalidad para el mismo período supera la performance de Arabia Saudita (32), Turquía (30), Egipto (25) y Sudáfrica (35). En la variable que mide el prospecto del acceso a vacunas queda mejor parada que Vietnam (10), Hong Kong (12), Tailandia (15), Emiratos Árabes (17), Rusia (22) y hasta Taiwan (¡3!), junto a otra docena de países.
Algo parecido se repite en las columnas que califican la calidad de vida. En la que mide la dureza de las medidas de restricción, está ubicada encima de Bangladesh (24), Malasia (29), Irlanda (20) y Chile (38). En la que mide reducción de movilidad, muestra mejores resultados que Israel (21), Reino Unido, Francia (45), Irlanda y cinco países más. El peor lugar lo ocupa en la tabla que predice la caída del PBI para el 2020, que no tiene en cuenta los pronósticos previos a la pandemia, que ya eran malos para Argentina. Aún así, mide mejor que España, Perú (51) e Irak (39). En la variable que refleja el sistema de salud, aparece en mitad de tabla. Y en el índice de desarrollo humano, todavía un poco más arriba.
Es fácil evitar la conclusión apresurada que plantea Bloomberg y aquí repitieron como loros los voceros del desánimo: somos los peores. Hacer zoom out ayuda a entender mejor. Sin ir más lejos, la portada histórica de The Guardian del miércoles nos mostró que el Reino Unido atraviesa su peor crisis en 300 años, desde cuando la Argentina todavía no existía. Aquí, en un país al que la pandemia impactó en plena crisis neoliberal, gracias al trabajo del Estado y la sociedad civil la tragedia se sobrelleva sin que se repitan escenas como las que se vieron en 2001. “La bronca es mi combustible”, dijo Maradona cuando ganaba todo. A lo mejor enojarse con los que nos tiran abajo sin compartir el riesgo de correr esa suerte sea el primer paso para salir adelante.