Horacio Rodríguez Larreta esperó toda su vida este momento pero nunca pensó que sería así, con la banda de favorito deshilachada después de una desgastante maratón en la que ni siquiera está seguro si va primero o segundo o tercero, con los fantasmas de Antonio Cafiero y Daniel Scioli susurrándole al oído sus historias de favoritos que se quedaron antes de tiempo, que no llegaron, que tuvieron que soportar la sensación de perder, entre los dedos de la mano, aquello que anhelaron toda su vida y sintieron, por un breve instante, que no se les podía escapar. Pero se les escapó. El alcalde porteño todavía está a tiempo.
Sufre, sin embargo, de cuatro problemas que ponen en jaque sus ambiciones, obstáculos en cada recodo del camino a la Casa Rosada, que lo amenazan con perder no solamente esta chance, la que viene planeando desde, por lo menos, 2007, sino quitarle, además, todo lo que construyó hasta ahora, alejándolo incluso del premio consuelo de una segunda oportunidad. De regreso en el primer casillero, el verdadero kilómetro cero, menos fotogénico que el lugar elegido para grabar el video con el que lanzó su candidatura. Rodríguez Larreta tiene una sola ficha. Plata o mierda.
El primer problema que tiene es que toda su vida se perfiló como un moderado y le toca hacer su jugada más importante, la que marcará el balance de su vida, en una época en la que pagan mejor las posiciones extremas. A juzgar por el video, su mensaje de campaña insistirá por ese lado, un discurso anti grieta que no convence a muchos propios, votantes de Juntos por el Cambio, que le exigen mucho más, ni a los ajenos, que perciben, a través de las grietas de un blindaje mediático hoy descascarado, que esas promesas de pacificación y tolerancia no tiene ningún asidero en la realidad.
El segundo problema es que ese discurso, además, le resulta imposible de sostener ni bien sale del ámbito controlado de un video con guión y ensayos y se entrega a la ligeramente imprevisible tarea de contestar preguntas de periodistas que no acostumbran a incomodar a sus interlocutores. A pocas horas de lanzarse, en sus primeras entrevistas, dejó claro los límites de su posición: “Con este gobierno no me veo acordando en nada”. Sería bueno que explicara con qué criterio le resulta preferible dialogar con el neofascismo que representan Javier Milei e incluso algunos dirigentes relevantes de su propia coalición.
El tercer problema del alcalde es Mauricio Macri. Su ex jefe político y la persona que lo sponsoreó durante buena parte de su carrera, hoy parece obstinado en alejarlo del éxito. La forma en la que lo destrató durante el lanzamiento de su precandidatura impactó en el ánimo del equipo del jefe de gobierno. En las horas previas al anunciado paso al frente de HRL, Macri sorprendió con su visita al flamante bunker de María Eugenia Vidal, alguna vez alter ego del precandidato y ahora adversaria. “Ambos sentimos un optimismo esperanzador acerca del cambio que se aproxima”, posteó.
El contraste con el mensaje que le dedicó al alcalde fue notorio. Incluso en las fotografías que eligió el expresidente, sonriendo con Vidal en un encuentro a solas, más serio junto a Rodríguez Larreta en un contexto público. En las dos, Macri habla y su interlocutor escucha. La pregunta que cabe hacerse es hasta dónde está dispuesto a apretar en la tarea de condicionar su sucesión. Si son ciertos los rumores verosímiles que le atribuyen responsabilidad sobre las filtraciones que exponen la relación promiscua entre funcionarios porteños, jueces, fiscales y servicios de inteligencia, el límite se confunde con el horizonte.
Y ese es, justamente, el cuarto problema: el teléfono de su ministro de Seguridad y Justicia en uso de licencia, Marcelo D’Alessandro, cuyo contenido se publica por entregas, como una serie de espías, saca a relucir el entramado de corrupción y negocios que HRL gestionó durante 15 años, primero como mandamás del gobierno de Macri, luego como titular, él mismo, de ese cargo. Se presume que existe más material, que puede salir a la luz en el peor momento posible, para obligarlo a bajarse o a negociar cargos, políticas o favores. Es un candidato apretado desde el día cero.
La nueva tanda de esos chats extraídos, supuestamente, del teléfono de D’Alessandro, como las anteriores, parecen fácilmente contrastables a partir de elementos que fueron verificados por terceros. En este caso, además, el caso del número dos del Ministerio Público Fiscal, Juan Manuel Olima, interlocutor del ministro porteño en una de las conversaciones, reconoció su veracidad. A diferencia de lo que sucedió con los cuadernos de Centeno, que una vez peritados se revelaron llenos de enmiendas y tachaduras, en este caso, a priori, no se percibe ninguna falsedad.
La nueva filtración estuvo cuidadosamente planificada para causar el mayor efecto expansivo posible. No solamente coincidió, con minutos de diferencia, con el lanzamiento de Rodríguez Larreta. También se dio a conocer inmediatamente después de que el juez federal Sebastián Ramos negara, bajo juramento, en la comisión de Juicio Político del Congreso nacional, tener un vínculo estrecho con D’Alessandro. En los chats aparecen mensajes entre los dos donde demuestran estrecha confianza y manifiestan la disposición a ayudarse mutuamente. Incluso, el ministro, aparentemente, le consigue autos al juez.
Sólo puede leerse como un mensaje mafioso para condicionar a futuros testigos. Para evitar un problema similar, el fiscal Carlos Stornelli, convocado a declarar en la comisión, ya avisó que no va a asistir. No se le puede reprochar nada: la estrategia de hacerse el boludo le está dando extraordinarios resultados. Desde 2019 se niega a declarar en la causa donde se lo investiga por espionaje y extorsión. Sus socios en esa trama están presos. Stornelli sigue actuando como fiscal de la Nación, desde donde continúa cumpliendo con su rol en la maquinaria de persecución y de impunidad. No existen las consecuencias.
Desde hace meses se sabe, a ciencia cierta, que un grupo de jueces, fiscales, espías y funcionarios del PRO, incluyendo a D’Alessandro, viajaron juntos a un resort de lujo en Lago Escondido invitados por dos ejecutivos del Grupo Clarín. Existen manifiestos del vuelo y videos que dan cuenta del hecho, además de los chats sobre cómo buscarían encubrir las pruebas de esos delitos, que anticipan, paso a paso, lo que efectivamente hicieron. La mayoría de ellos benefició a Clarín en algún expediente. No pasa nada. No existen las consecuencias en la Argentina.
No solamente estos delitos no tendrán consecuencias legales, porque todas las denuncias terminan en causas radicadas en Comodoro Py, donde juegan de local y se cubren las espaldas mutuamente. Tampoco podrán ser sancionados disciplinariamente, porque el órgano encargado de hacerlo, el Consejo de la Magistratura, permanece bloqueado desde que, hace un año, el presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, lo tomó por asalto. Ahora se entiende por qué. La cobertura mediática, en tanto, se encarga de minimizar el castigo social. No existen las consecuencias en la Argentina si sos uno de ellos.
Pero el problema más grave, a esta altura, no es una Corta Suprema que tiene los meses contados, gane quien gane las próximas elecciones. Tampoco la anquilosada estructura de Comodoro Py, que terminará por caer, víctima de su propio peso, más pronto que tarde. El problema es que el Poder Judicial está fagocitándose a sí mismo, a merced de la voluntad y para beneficio de un puñado de funcionarios corruptos, sus socios y sus amigos. Este nivel de corrupción e impunidad exhibido sin consecuencias desde la cúpula impacta en todos los niveles de la administración de Justicia.
Si los miembros de la Corte Suprema y los poderosos camaristas federales se comportan de forma impúdica, ¿qué se puede esperar del resto de los jueces, esos que, con sus decisiones, afectan la vida, la libertad y la propiedad de millones cada día? Los que deciden divorcios y sucesiones, los que deben proteger al consumidor de las corporaciones, al laburante del patrón, los que resuelven los pleitos entre vecinos, ¿alguien puede confiar en que van a administrar justicia en lugar de buscar un beneficio, si ven que una cosa no tiene recompensa ni la otra castigo?
Cuando el Poder Judicial deja de ser árbitro y se mimetiza con una parte, como sucede en la Argentina, la sociedad se queda sin herramientas para dirimir sus conflictos. Es el grado cero de la cohesión cívica, el opuesto absoluto a la comunidad organizada. La consecuencia es que se debilita el pacto social y entra en vigencia la ley del más fuerte. En este país resulta muy evidente quién es el más fuerte. Como de costumbre, para saber quién está detrás de algo, conviene preguntarse, antes que nada, quién es el principal beneficiado con eso.
En lo que al peronismo corresponde, un rápido vistazo de la situación deja en evidencia que una derrota en la elección presidencial tendrá consecuencias trágicas y probablemente imposibles o muy difíciles de revertir por generaciones. Mientras el Frente de Todos sigue enfrascado en debates bizantinos, comisiones cuyo propósito no puede explicar ni siquiera quienes la propusieron y candidaturas con poca vida útil, sigue postergando la discusión de propuestas para el futuro, una materia que parece haber cedido graciosamente, y sin ofrecer resistencia, al mensaje ultraindividualista del neofascismo.
Si todavía guarda esperanzas de torcer el destino trágico de la patria en manos de una mafia sin ataduras, los dirigentes peronistas con vocación de poder y de política de en serio, debería plantear ya mismo una nueva agenda que corra el eje de debate hasta alinearlo con las necesidades de la sociedad, incluso aquellas que todavía no tienen un nombre. El peronismo tuvo sus mejores momentos cuando supo ponerse a la vanguardia de la sociedad, cuando instauró derechos que todavía no eran reclamados por la mayoría, cuando supo interpretar la sensibilidad popular de la época que le tocó en suerte.
Esta semana, en el Congreso español, el diputado Iñigo Errejón, dio un discurso en el que planteó algunas premisas de las que puede partirse para discutir las características de una nueva propuesta política para las mayorías, que apunte a devolver a la política a las masas desencantadas, que le dispute el sentido común a la ultraderecha, discutiendo el individualismo como praxis y el significado del concepto de libertad, que fue apropiado por esos sectores. Hay conceptos en la propuesta de Errejón que el peronismo puede hacer propios sin modificar una coma:
- “Si mañana desaparecieran las benzodiacepinas, el alcohol, la cafeína y los antidepresivos, España colapsaba. Y sin embargo hacemos como si no pasara nada, como si fuera normal un modelo que solo subsiste con toneladas de psicofármacos. Todos en algún momento no podemos más, nos rompemos, tenemos la sensación de no hacer o no ser nunca lo suficiente”.
- “Este malestar no te pasa solo a ti, es una condición de época: la época del malestar. Y tiene que ser politizado. Cuando alguien dice que no hay que politizar las cosas te está diciendo que las vivas solo, que las vivas en silencio y que las sufras solo. Politizarlo es decir que tiene causas, que tiene soluciones, que de esto se puede salir pero no se sale solo, se sale juntos, como pueblo. Un país es lo que te cuida cuando no cuida nadie más de ti”.
- “Una política del siglo XXI se tiene que hacer cargo de esto que nos pasa o no se hará cargo de la época. Se tiene que hacer cargo del derecho al tiempo y del derecho a la pausa, a parar, porque nadie es libre si no tiene tiempo. Se tiene que hacer cargo de una renta básica universal que garantice el derecho a una existencia libre. Libre del miedo a final de mes, libre del agobio, libre de no saber si vas poder pagar un techo, libre de saber si vas a poder formar una familia. Y se tiene que hacer cargo del radical reparto de la riqueza para que la tranquilidad no dependa de tu herencia o de tu código postal”.
En un momento en el que la derecha en la Argentina está tan sobregirada pero al mismo tiempo existe una demanda tan fuerte de algo distinto hacia el sistema político, demanda que, ante la falta de creatividad y sensibilidad popular del peronismo, termina yéndose a propuestas ultraindividualistas, como la de Javier Milei, o al voto en blanco, como hicieron millones de personas en 2021, esta clase de propuestas aparece como una oportunidad de oro para recuperar la iniciativa y esa impronta vanguardista en materia de derechos de las mayorías que caracterizó a las épocas memorables de este movimiento.
En otras palabras, el Frente de Todos debe preguntarse, con urgencia, cuáles son hoy, en 2023, las vacaciones pagas, el aguinaldo y la seguridad social. Qué conquista puede ofrecer de la magnitud de las primeras moratorias previsionales, de la AUH, del plan Conectar Igualdad. ¿Qué hay para ofrecer a los pibes que trabajan flexibilizados por la economía de plataformas, a los adultos que pierden su empleo y quedan marginados del mercado formal, a los que tienen trabajo pero no llegan a fin de mes, a quienes viven colgados del pincel? Se necesitan nuevas soluciones para los nuevos problemas.