Alberto Fernández decidió viajar a Brasil rodeado de tres prospectos presidenciales (el ministro de Economía, Sergio Massa; el jefe de Gabinete, Agustín Rossi y el embajador Daniel Scioli) porque pensó que esa foto podría fortalecerlo en el duelo que, aún hoy, fuera de carrera, y mientras el legado de su presidencia pende de un hilo tan frágil como la solvencia del Banco Central, porfía contra su vicepresidenta.
Tomó el riesgo de subirlos al avión incluso sin un acuerdo cerrado, confiando en que su relación personal con Luis Inaçio Lula Da Silva permitiría zanjar las diferencias en una reunión cara a cara para poder anunciar, al final de la jornada, un mecanismo para dispensar a la Argentina del uso de dólares en el comercio bilateral, similar al que ya establecieron los dos países, cada uno por su cuenta, con China.
Las dos presunciones quedaron rápidamente descalificadas. Ni la foto lo fortaleció en una pelea que, a esta altura, solamente existe en su considerable autoestima ni su amistad con Lula, a quien fue a visitar a la cárcel cuando fue preso político, sirvió para lubricar el acuerdo. Para el brasileño, un jugador en el tablero global, los intereses de su país están por encima de consideraciones ideológicas o personales.
Fue un mensaje doméstico (aunque grosero con la visita) el chiste respecto a que Fernández volvería a la Argentina tranquilo pero sin dinero. Lula asumió bajo la sombra de una amenaza golpista que sigue vigente; lidia con un Banco Central quintacolumnista y sufre tensiones durísimas al interior de su coalición. Cada cable que corta para desactivar una bomba puede hacer estallar todo.
Eso no significa que el presidente brasileño no tenga entre sus prioridades sostener la estabilidad de Argentina; simplemente no está dispuesto a hacer por ello nada que ponga en riesgo la propia. El ministro de Finanzas, Fernando Haddad, llega el lunes a la Argentina y a fin de mes viajará a China a destrabar el financiamiento del Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, que dirige Dilma Rousseff.
El resultado de las negociaciones será un acuerdo similar al que ya empezó a correr con China para pagar las importaciones con yuanes. Según información de la secretaría de Comercio, en el mes de abril ese mecanismo permitió el ahorro de 1087 millones de dólares, más de la mitad del intercambio bilateral. Los cálculos indican que el comercio en reales podría brindar un alivio equivalente.
Otro pasaje del mensaje de Lula tuvo menos repercusión pero es más significativo: “El FMI sabe cómo se endeudó la Argentina, sabe a quién le prestó el dinero y por lo tanto no puede seguir presionando a un país que sólo quiere crecer, generar empleos y mejorar la vida del pueblo”, sostuvo. Un alineamiento absoluto con la posición argentina, inédito en un líder con su relevancia global.
En ese discurso utilizó una expresión muy gráfica. El FMI, dijo, debe “tirar a faca do pescoço” de Argentina. Sacarle el cuchillo del cuello. Había dicho lo mismo sobre el organismo, con las mismas palabras aunque sin especificar que hablaba del caso argentino, hace pocas semanas en Shanghai, cuando acompañó a Rousseff en la asunción al frente del NBD-BRICS en el marco de una visita de Estado.
Sucede algo llamativo: al contrario de lo que dice el discurso prefabricado de la oposición y los empresarios que se twittean encima, Argentina no está aislada del mundo. Al contrario: incluso en esta coyuntura que se parece mucho a una crisis, con las reservas al rojo vivo y en un año electoral de conclusión imprevisible, aparecen manos tendidas dispuestas a colaborar para dejar atrás lo peor.
Es más, los principales actores globales no solamente miran con expectativas al país, sino que las identifica, en este momento, con el peronismo, que aún en estado de ebullición ofrece mejores garantías que una oposición cuyo menú arranca en un ajuste salvaje que no toma en cuenta entre sus variables el delicadísimo humor social y termina en la legalización de la venta de órganos.
No sorprende esa afinidad en el caso de Brasil o de China, que si recibe luz verde desde Buenos Aires está dispuesta a acelerar la integración de Argentina con los BRICS, realizar los esfuerzos que sean necesarios para garantizar la estabilidad y avanzar con inversiones estratégicas en materia de energía, comunicaciones, equipamiento para la defensa y logística.
Sí, en cambio, puede extrañar a un observador poco atento el viraje que está haciendo el gobierno de los Estados Unidos, en el marco de un debate interno donde se define la forma de encarar el proceso de transformación global en curso y la pérdida de hegemonía, pero también la amenaza sistémica que significa en Washington la radicalización de la derecha.
El apoyo explícito y contundente del presidente Joe Biden a Lula fue un factor determinante en el ajustado triunfo contra Jair Bolsonaro y en el Frente de Todos hay quienes se preguntan si podría hacer lo propio para impulsar a un candidato en agosto y octubre. Si dependiera de la Casa Blanca ese respaldo estaría garantizado, creen en el gobierno argentino. Otros factores de poder lo resisten.
En ese sentido son elocuentes las expresiones del embajador Marc Stanley en una conferencia de prensa en el InterAmerican Dialogue, junto a su par argentino, Jorge Argüello, en la que hizo una suerte de autocrítica al reconocer que el gobierno de Estados Unidos “necesita nuevas herramientas” para “ser competitivos con China” en la región. “Se necesitan dos para bailar tango”, graficó.
Mientras el equipo del ministerio de Economía lleva adelante una negociación contrarreloj con el Fondo Monetario para encontrar alguna forma de alivio financiero, en la que el peso de la administración de Estados Unidos puede torcer la balanza, Stanley, por primera vez, replicó explícitamente uno de los principales reclamos argentinos ante ese organismo, que hasta ahora nunca fue atendido.
“Debemos permitir que países de ingresos medios califiquen para obtener oportunidades que, a menudo, son para países de ingresos más bajos. Argentina es un país de ingresos medios pero que está experimentando un 43 por ciento de pobreza y todavía tiene desafíos ante la falta de recursos del Banco Central”, planteó el embajador, haciendo suyos argumentos del libreto argentino.
Las razones de este giro potencialmente copernicano, si se traduce en hechos concretos, debe buscarse en la política doméstica. Biden acaba de anunciar que en 2024 buscará, con 81 años, un segundo mandato. Necesita, para ganar, un mensaje que hable de futuro y le permita dejar atrás cuatro años marcados por pandemia, guerra, inflación y crisis financiera. Cualquier casualidad no es coincidencia.
Los cimientos de ese plan, un “nuevo Consenso de Washington” parado en las antípodas del anterior los exhibió el Consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, probablemente el más importante de los funcionarios de la mesa chica del presidente, en un discurso de más de una hora en el Brookings Institution, un think tank centenario, el jueves 27 de abril.
Allí, Sullivan planteó que el gobierno noretamericano debe tener cuatro prioridades: la recuperación de la clase media, la competencia pacífica con China, la transición energética y, como consecuencia de esas tres, la última y más importante que es la consolidación de la democracia dentro de los Estados Unidos, que se considera aún en riesgo ante la derecha radicalizada.
Además, el Consejero sostuvo que no son cuestiones que puedan resolverse de manera doméstica sino que requieren un nuevo enfoque de política exterior porque existen “grietas en los cimientos” del “orden económico internacional” que construyó Washington a partir del final de la II Guerra Mundial. “Este momento exige que forjemos un nuevo consenso”, propuso.
Algunas de las premisas para este nuevo consenso, que enumeró Sullivan en su discurso, resultaron novedosas para su audiencia pero deberían ser familiares para los argentinos. Dijo el funcionario:
- Que los mercados no siempre asignan el capital de manera socialmente óptima y por lo tanto es necesaria la intervención del Estado.
- Que la liberalización del comercio no debe buscarse por sí misma sino que es una herramienta que no siempre es la adecuada.
- Que privilegiar las finanzas sobre la economía real fue un error.
- Que la integración económica no debe conducir a una alineación en otros valores.
- Que la crisis climática y la desigualdad económica cambiaron todo.
- Que la teoría del goteo o derrame, la represión de los sindicatos, los recortes de impuestos, la desregulación y la concentración corporativa empeoraron las cosas.
- Que el impacto de China no fue anticipado ni abordado adecuadamente por Estados Unidos.
- Que el resultado combinado de todos esos factores puso en peligro la estabilidad democrática en Washington.
- Que la era de esperar soluciones de distribución a posteriori ha terminado.
- Que es necesario un sistema económico internacional que funcione para los asalariados.
- Que las medidas económicas que tomen los socios de Estados Unidos deben contemplar la preservación de los sistemas democráticos y los pactos sociales.
- Que no debe limitarse el crecimiento de China porque su desarrollo y el desarrollo de otras potencias emergentes es bueno para la estabilidad global.
- Que se necesita una reforma profunda de las instituciones financieras multilaterales, incluyendo la IMC, que debe dar cuenta de la presencia de una economía masiva que no está regida por el mercado.
- Que la estrategia económica dejó de centrarse en construir lo que es necesario construir. Y que ahora debe reorientarse para construir capacidad de resistencia ante shocks como pandemias o desastres naturales.
- Que esa reorientación beneficiará a la clase trabajadora porque creará empleos de calidad. Y finalmente
- Que no todos los empleos son iguales y que la calidad del trabajo es importante.
El escenario global se alineó para darle una bola extra al peronismo, que deberá jugar con destreza si no quiere perderla rápidamente. Es una oportunidad para dar un cierre ordenado a este mandato y llegar a las elecciones con chances de gobernar otros cuatro años. Por supuesto, como en el meme, corresponde preguntarse a qué costo. Difícilmente la respuesta sea más onerosa para el país que una derrota.