El caso Boudou: una historia de revancha y sumisión

02 de enero, 2021 | 19.00

El reciente fallo judicial contra Amado Boudou puede ser interpretado –y de hecho lo fue- como una venganza contra el ex vicepresidente, por las decisiones que impulsó como funcionario del gobierno de Cristina Kirchner. Esto es cierto, pero incompleto. Hasta en ese punto nos movemos en el interior de las luchas corporativas. Muy importantes como son, y más en tiempos duros como los que transitamos, estas querellas –sobre todo cuando emplean sin mediación alguna la violencia de estado- deben ser comprendidas en el interior de otro tipo de lucha: la lucha política, la lucha por el poder. 

Cuando el diario Clarín coloca en su tapa un comentario judicial –generalmente “premonitorio” de alguna decisión oficial al respecto- no está solamente activando una decisión favorable a sus intereses en tanto grupo económico. Para merecer ese lugar, la “noticia” debe tener, no solamente interés corporativo, sino relevancia política. ¿Qué quiere decir esto? Que la acción tiene que intervenir en una lógica de disputa por el poder. Claro que Clarín es un diario. Y es parte de un gigantesco cartel empresario, diversificado en sus áreas de desarrollo, que ostenta posiciones monopólicas u oligopólicas en un conjunto de segmentos del mercado. Claro, también, que el grupo, en tanto empresa, utiliza sus recursos en defensa de sus superganancias. Esa es la historia de cómo un “diario” pudo entreverarse entre los grandes jugadores del poder político real en Argentina; mano a mano con los grandes terratenientes, los principales grupos financieros y hasta con círculos representativos de la gran potencia mundial hoy en declive. El objetivo es la acumulación de capital, de eso no hay duda. 

Sin embargo, no es esa la especificidad del lugar del grupo en la vida del país. La historia de sus éxitos económicos se entrelaza con grandes acontecimientos políticos del país, en el último cuarto del siglo pasado, particularmente con uno: con la última dictadura cívico-militar de la historia argentina. ¿Por qué pudo aprovechar esa instancia terrible para su fortalecimiento económico y su conversión en una fuerza política operativa? Es la historia de los grandes consorcios comunicativos concentrados, la de aprovechar su control sobre el insumo más preciado en el interior de la cultura capitalista, la información, para constituirse en grandes grupos económicos y, sobre esa base edificar poder político propio. No es banal la caracterización de esta etapa histórica como “capitalismo informacional”: toda la extraordinaria potencia económica de los emporios comunicativos está asentada en esa función, a la que Gramsci llamaba “cultural”. El grupo Clarín es, ante todo, una fuerza política. Y su conductor un especialista en el manejo de la estrategia y la táctica. Entiende perfectamente la relación entre el dinero y la política, que consiste en que en una sociedad donde el dinero, como dice Francisco, es dios, el poder está tan entrelazado con la potencia económica que casi siempre es muy difícil discernir el límite entre ambos. Dinero para hacer política y política para hacer más dinero es la fórmula. Esa es la clave estratégica del “antiestatismo” del grupo: un estado democrático potente y en manos de fuerzas populares es un obstáculo importante –casi el único- para la acumulación de poder capitalista. El grupo no es todo el bloque de poder pero es el único conglomerado económico que tiene, junto a su objetivo específicamente económico, ese rol cultural, la formación de la opinión de una sociedad. 

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¿Por qué Boudou?, sería la pregunta. ¿Por qué la persona del ex vicepresidente es el código elegido para emitir el mensaje de que la guerra va hasta las últimas consecuencias? Si lo que venimos diciendo es consistente, la explicación tendría que estar en el valor simbólico de ese nombre. Su condición de símbolo de una etapa política es innegable: nada menos que parte de la fórmula presidencial del más aplastante triunfo del movimiento popular desde el triunfo de Perón en 1973. No debería olvidarse cómo Cristina lo presentó como el candidato elegido para acompañarla. En aquella circunstancia dijo la entonces presidenta de la nación que Boudou representaba la “lealtad”. Pero no la lealtad personal sino la lealtad con un proyecto, con un sueño de país, cuyos perfiles habían sido definidos ideológicamente y representados de modo profundo y ante millones de argentinos y argentinas en las jornadas del bicentenario de la revolución de mayo. 

Pero se puede indagar más aún en el contenido del símbolo y de la lógica del apriete público del diario al juez que tramitaba la causa. Es la actualización de un mensaje para quienes hoy cumplen cargos públicos en el gobierno: el riesgo sobre su futuro no es genérico ni hipotético, es concreto y real. Boudou tenía que estar donde está porque no es tan solo una persona sino que es un “caso” (Horacio González lo colocaba hace unos días en la estela del célebre “caso Dreyfuss” de la Francia de fines del siglo diecinueve). El vicepresidente mandato cumplido debe ser perseguido y humillado como caso testigo del destino de quienes se tomen en serio del discurso político democrático, nacional y popular. Convenientemente sazonado con jueces venales, testigos pagados y pruebas truchas, el caso es vendido como ejemplo de corrupción y venalidad. Pero el sentido estratégico de la elección ejemplarizadora tiene más que ver con el presente que con el pasado. 

A muchos les sonaron un poco duras las palabras que dijo Cristina hace poco en La Plata, cuando instó a quienes tuvieran miedo que se busquen “otro laburo”. Hace ya  un tiempo – el tiempo de los Kirchner- que en la Argentina la política democrática no es la vida plácida de un cártel,  en el que aquellos a los que les toca ser oposición critican pour la galerie a quienes gobiernan para así ganarles la próxima elección y después seguir haciendo en el gobierno lo mismo que hacían ellos. El antagonismo político tiende a reconocer en la política su alma conflictiva, agonal. Eso provoca tensiones y molestias. Pero así es la democracia, cuando se la entiende en términos de resolución colectiva de nuestro presente y nuestro futuro. En tanto lo que hoy suele ser designado con ese nombre es la práctica de una “carrera política”, alejada tanto de los peligros que trae la lucha como de cualquier sueño emancipador. Carreristas hay y seguramente los seguirá habiendo, pero mejor es reservar el nombre de políticos a los que cultivan los sueños y aprovechan cualquier oportunidad para intentar hacerlos realidad. Como Amado Boudou.