La tercera pandemia y el sufrimiento social

El balance es que la economía comienza a sumergirse en una recesión histórica que será la tercera pandemia de los años recientes. Los números de la caída de la actividad son de catástrofe. Lo notable es que este resultado no es un producto inesperado, sino buscado.

09 de mayo, 2024 | 00.05

Este miércoles volvieron a conocerse datos de la Industria y la Construcción que suman al conjunto de indicadores de desplome de la economía real, es decir de la producción material. El índice de producción industrial manufacturero (IPI) registró en marzo una contracción interanual del 21,2 por ciento y mensual del 6,3. A la Construcción le fue todavía peor, el ISAC, el indicador sintético de la actividad de la construcción, mostró un derrumbe, siempre en el tercer mes del año, del 42,2 por ciento interanual y del 14,3 mensual. Como siempre, ninguno de estos números fue previsto por “las consultoras de la city”, siempre moderadas con los gobiernos “market friendly”.

Si usted, lector, no está familiarizado con el seguimiento de las variables económicas es probable que estas cifras le digan poco, que sean apenas un dato más entre la maraña cotidiana de información. Hablar de números suele ser generalmente tedioso. Sin embargo, si se toma el trabajo de parar la pelota y detenerse un momento podrá descubrir su gravedad. Lo primero que destacan es la velocidad del freno de la actividad desde que inició el nuevo gobierno, lo segundo es la magnitud de la caída. Y lo tercero, que no surge estrictamente de los números, es que frente a la magnitud de destrucción no se vislumbran indicios de que el fenómeno vaya a detenerse.

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El balance es que la economía comienza a sumergirse en una recesión histórica que será la tercera pandemia de los años recientes. La primera fue el resultado del mega endeudamiento macrista, cuando el gobierno de la alianza PRO-UCR, tras mantenerse durante dos años en los primeros puestos del ranking mundial de tomadores de deuda, regresó al FMI y comenzó a aplicar un ajuste clásico. La segunda fue la pandemia propiamente dicha del Covid-19 y la tercera es la súper recesión en marcha. Hablamos aquí de “pandemia” porque los números de la caída de la actividad son de catástrofe, un parate que sólo puede ocurrir en casos de cataclismos, como una pandemia o una guerra, pero el “éxito” de LLA es que logró estos fenómenos sin guerra y sin pandemia y con el aditivo nada desdeñable de “en tiempo récord”. En síntesis, la recesión histórica es el primer balance de la economía de Javier Milei.

Lo notable es que este resultado no es un producto inesperado, sino buscado. El pensamiento libertario es portador de un primitivismo asombroso, que también está incluido en las versiones más moderadas del neoliberalismo clásico, y que sostiene que no puede haber estabilización sin ajuste doloroso. Como suele suceder, incluso en los disparates económicos se puede encontrar un componente de verdad. Los ajustes siempre implican transferencias de recursos y las devaluaciones siempre frenan la economía. El punto está en el grado y control de estos fenómenos en función de objetivos de mediano plazo.

En sociedades normales el rol de la política económica es conducir el ciclo económico. En la reciente experiencia del Frente de Todos, por ejemplo, el objetivo post pandemia fue primero recuperar y luego sostener el nivel de actividad para no perder las elecciones. A pesar de que la economía se estaba quedando sin dólares y que el cepo dilapidaba las pocas divisas que se conseguían por la vía comercial, el objetivo principal era evitar la caída de la demanda, lo que se consiguió a costa de la inflación y lo que finalmente hizo que las elecciones se pierdan de todas maneras. Persiste la creencia en que sin sequía se habrían conseguido los dólares necesarios para tener una inflación más baja y, en consecuencia, no se habrían perdido las elecciones. Como siempre, la historia contrafáctica suele ser bastante inútil, pero lo que se quiere destacar es que, con prescindencia de los resultados, el objetivo de la política económica de Alberto Fernández fue sostener la demanda y la actividad. De lo que siempre se trató, más allá de la necesidad política de conservar el poder, fue de evitar el sufrimiento social.

Para LLA en cambio, el sufrimiento está subordinado a la estabilización. Existe la firme creencia de que el parate productivo es la puerta de entrada al freno de la inflación. Efectivamente, si la demanda se derrumba en algún momento del futuro las subas de precios no serán convalidadas por los consumidores, pero no por virtud macroeconómica, sino porque simplemente no habrá compras. Lo que hay detrás de una caída de la actividad tan violenta como la que muestran los números es destrucción de empresas y comercios. La contrapartida es un nuevo ejército de desempleados, de trabajadores, comerciantes y pequeños empresarios cayéndose del sistema. El desplome de la actividad es el principio del aumento sostenido de la desocupación. Las consecuencias sociales del ajuste comenzarán a ser cada vez más palpables y serán parte del paisaje cotidiano. Los aparatos de legitimación del sistema, los periodistas-voceros que reparten las culpas del nuevo presente en la casta, los privilegios de “los políticos” o el gobierno precedente, no darán abasto.

La segunda creencia es que la estabilización es en sí misma reactivante. De nuevo aquí también hay un componente de verdad. Estabilizar la macroeconomía es un punto de partida para cualquier recuperación sostenible, pero no si para lograrlo se destruye el aparato productivo, como está sucediendo. Es probable que cuando la paz de los cementerios se haga insoportable muchos militantes libertarios descubran, más que tardíamente, que el surgimiento del odiado keynesianismo fue la sistematización teórica de la respuesta a la gran depresión de los años 30 del siglo pasado. Cuando todos los componentes de la demanda, como el Consumo y la Inversión, son escuálidos solo puede empujar el Gasto del sector público. El nuevo problema existencial es que la recesión también destruye la recaudación, lo que vuelve utópica la búsqueda del superávit fiscal, presunta fuente de todas las virtudes económicas. Llegado este punto, la única manera de gastar será mediante el déficit, lo que entrañará la creación de agregados monetarios. Será el momento en que todo lo solido libertario se desvanecerá en el aire. En el camino, el sufrimiento social habrá llegado a extremos que dificultarán la sostenibilidad política del extraño experimento al que se lanzaron el 56 por ciento de los votantes del balotaje.