Sería importante que todos -y particularmente los dirigentes principales de las fuerzas que componen el Frente de Todos- pudiéramos preguntarnos qué es lo que se está jugando en el conflicto en el que está inmerso. Seguramente los grupos más críticos dirían que lo que se está jugando es la situación social de los grupos más vulnerables en un contexto de inflación y de marcada agudización de la desigualdad social. Para quien escribe, esto es inobjetable.
El problema consiste en que ese planteo, como todo planteo político, demanda que quien lo formula, tenga un claro programa de acción eficaz y sustentable. En un notable texto sobre estos problemas, Gramsci escribe que la previsión sobre lo que va a ocurrir incluye, necesariamente un “programa” para influir en esos acontecimientos. Ese programa tiene que incluir un relevamiento de recursos, una táctica, una clara idea sobre cuáles son los sectores sociales dispuestos a acompañarlo. Claramente, esto no se escribe para disfrazar un planteo de inacción en espera de que “estén dadas las condiciones”; se plantea, más bien, como un punto de vista favorable a que el plan alcance consistencia y tenga éxito en la reversión de un preocupante clima político-social que amenaza su conversión en un extendido clima social antipolítico e indiferente a la democracia.
¿Ocupa un lugar importante en la elaboración de ese “programa” la cuestión de la continuidad del Frente de Todos? Parece muy problemático, desde mi perspectiva, la prescindencia respecto de la alianza que permitió ganar la elección y hoy es tanto o más importante que entonces, en una situación política claramente desfavorable. Fue Cristina Kirchner quien dijo, en su discurso del 18 de mayo de 2019 que necesitábamos una amplia unidad electoral para ganar los comicios que ocurrirían poco después, y una coalición todavía más amplia para ejercer el gobierno. ¿Perdió vigencia esta idea? Por otro lado, es innegable que existe una relación -real y no inventada- entre la amplitud político-ideológica y la radicalidad de la política que se promueva: cualquier interpretación opuesta a esta articulación lleva a la pasividad o a la aventura. Dicho fácilmente: si la fuerza más enérgica en su planteo transformador quiere mayor amplitud, tendrá que tener capacidad para administrar esta relación entre la profundidad de la propuesta y la heterogeneidad de su base de apoyo.
Claro que el escollo principal que surge radica en la propia propuesta original de CFK, que estableció que la cabeza de la fórmula fuera uno de los dirigentes más representativo de lo que podría llamarse “el peronismo moderado”. ¿Se equivocó Cristina? Hay, efectivamente, quien señala que fue un “error histórico”, lo que, en la practica querría decir que la derrota se ha consumado. Y lo peor de este fatalismo es que va opinando sobre la historia en forma paralela a los acontecimientos que van ocurriendo, sin tener -y mucho menos difundir ni discutir- un planteo alternativo sobre cómo construir y desarrollar una fuerza transformadora. Se abre de este modo un vacío entre la enunciación y la construcción política. Y ese vacío político es crítico. Ese vacío, esa relación incierta entre el curso deseado de la historia y las herramientas que pueden ser construidas para abrirle paso, es el punto nodal de la política transformadora. Sin esto, la política se reduce al deseo, a la queja o a la observación pasiva. La sola enunciación de buenos propósitos no nos acerca a la meta.
Además, hay que considerar entre nosotros al tic tac del reloj político, a su calendario y sus fechas claves. Desde aquí puede proponerse que la tensión principal se coloque en la próxima elección presidencial. Quien participe en este empeño de un modo lúcido, que no se agote en los cálculos de la representatividad que su propio grupo adquiera en el proceso, sino que gire en torno de los objetivos políticos debe prever cuáles son los centros de atención que definirán la escena clave de la etapa. De un mojón decisivo para las luchas como es el próximo resultado electoral nacional. Está claro que las políticas gubernamentales que se pongan en marcha a partir de ahora, particularmente en lo que concierne a la redistribución de los recursos materiales, serán decisivas. Tal vez esto sea lo que hace que la preocupación principal se deposite en los recursos políticos que pondrá en escena el gobierno para revertir una situación muy delicada en lo social y muy incierta en lo económico.
El hecho es que la discusión ha empezado y se ha desarrollado hasta aquí de un modo muy lamentable: con los medios concentrados de comunicación como su principal y casi único escenario, con gestos de pelea y mutuas acusaciones; con amenazas y ninguneos. Y casi sin participación popular. Ni hablar de ideas de movilizaciones dirigidas a sacudir el estado de ánimo imperante. A poner en cuestión, por ejemplo, los gestos anticonstitucionales y desestabilizadores como el fallo de la Corte que “le ordena” al poder legislativo cómo tiene que ser la composición del consejo de la magistratura, decisión que la Constitución le asigna muy claramente al Congreso. Y a hacerlo con la gente en la calle. Con mucha gente, como fueron la amplísima y exitosa acción contra el 2x1 dictado por la misma corte a favor de los genocidas. Eso podría constituir un escenario adecuado, en reemplazo de los mensajes cifrados a través de los medios.
Quien esto escribe está absolutamente [1] convencido sobre la radicalidad de las transformaciones que deberíamos alcanzar en un tiempo deseablemente breve. Cambios que deberían, según esta opinión, incorporar un proceso de discusión -primero popular y luego institucional- de una nueva constitución para nuestra nación. En la línea del exitoso proceso popular chileno que le da a su democracia un tenor más intenso que haya tenido hasta ahora desde la experiencia de la Unidad Popular en los años setenta. Así también, quien escribe opina que esa hoja de ruta demanda muchísima responsabilidad. Si en aras de un proceso más radical y más rápido se empieza por revisar negativamente el discurso de CFK de mayo de 2019, y se da por fracasada la experiencia de amplia unidad que terminara con el gobierno de Macri, entonces estaremos contribuyendo no a la potencia y radicalidad del proceso popular sino a una nueva derrota, de consecuencias muy duras, casi inimaginables, para el pueblo y la democracia argentina.
Ya avisó la señora Lagarde, presidenta del FMI que el programa acordado con la Argentina no era viable y servía solamente a los efectos de ordenar la “transición” hacia un nuevo gobierno. No es mucho el tiempo que queda para orientar en una u otra dirección a la política argentina.