La crisis y “la cuestión Cristina”

23 de abril, 2023 | 00.05

Empezamos esta nota con una recomendación que ya más de una vez se ha hecho desde esta columna: volver a escuchar el mensaje público de Cristina Kirchner el 18 de mayo de 2019. En estas horas posteriores a la renuncia de Alberto Fernández a una eventual candidatura presidencial en las próximas elecciones, es muy importante no dejar que se borren las huellas de un episodio político trascendente para el país como es la propuesta que la actual vicepresidenta hizo al país en aquella oportunidad. La decisión del actual presidente fue tomada en un momento dramático de la vida nacional. En un momento en que la fragilidad económica y política del país ha llegado a un punto de enorme gravedad por la confluencia de procesos económicos internos y de graves circunstancias internacionales que atravesaron al actual gobierno desde el primer día: los grupos poderosos estuvieron -y acaso, siguen estándolo- convencidos de que es posible lograr un final catastrófico para el gobierno del Frente de Todos.

La decisión del presidente desactivó -por lo menos en términos inmediatos- las operaciones destituyentes que empezaban a tomar cuerpo en los sectores beneficiarios del país financiarizado y sometido al rigor de los grandes mandamases del orden mundial unipolar. Sin embargo, el tiempo apremia y las decisiones frente a las que se encuentra el gobierno son urgentes. Incluyen la emergencia económica, pero no pueden ignorar lo que es el problema político principal, que es el de aliviar la grave situación económico-social que estremece a grandes y crecientes sectores, incluidos masas de trabajadores regularizados que no cobran lo necesario para hacer una vida digna. El dramatismo de la situación es innegable; pensar que la decisión presidencial termina con la angustia nacional y social sería un tremendo error. Sería necesario, entre otras cuestiones, revisar el obstinado rechazo a otorgar un aumento general de salarios de suma fija, lo que implicaría terminar con la fábula del “perjuicio” que esa decisión acarrearía para los trabajadores sindicalizados, un argumento que une penosamente a los sectores empresarios con un sector del sindicalismo que confunde su situación corporativa con los intereses de la clase que dicen representar.

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Sin embargo, más allá de toda duda, una tarea que deberá afrontar la coalición gobernante será también la de producir un orden en su interior que hasta ahora no ha alcanzado. No alcanzó un excelente documento como el que la “mesa” del frente aprobó hace -aunque parezca mentira- muy poco tiempo. Es necesario establecer, en los tiempos más breves que sean posibles, la forma de resolver sus principales candidaturas. Para pensar seriamente en términos políticos, es necesario y urgente resolver “la cuestión Cristina”. Es decir, hay que saber qué lugar quiere ocupar la ex presidenta en este proceso. Hasta ahora, la cuestión de su proscripción de facto encarnada por el fallo judicial de primera instancia, que la condena al ostracismo político y la cárcel, ha operado como una restricción: con toda razón, se ha interpretado el grotesco fallo en su contra como el ejercicio de una proscripción. ¿Lo es? Para algunas interpretaciones leguleyas, hechas circular desde el propio interior del gabinete presidencial, no lo es. El único lugar desde el que se podría defender esa interpretación es desde el de ignorar el lugar político que ha decidido ocupar la justicia federal argentina, es decir de su papel de garante de los intereses de las fuerzas políticas dominantes (que claramente no equivalen al peso de sus partidos satélites). Más allá de las sutilezas: hay un proceso de proscripción en marcha, y la cuestión, vista desde el peronismo y de las fuerzas del Frente, es el de cómo enfrentarlo. ¿Es la abstención electoral de la vicepresidenta un camino propicio desde esa posición? ¿O por el contrario es la lucha en ese terreno una de las armas más potentes para enfrentarlo exitosamente?

Para el peronismo es crucial resolver adecuadamente un dilema que aparece en forma recurrente: ¿Es Cristina la expresión más potente de esta etapa de la política popular argentina o es simplemente la jefa de una facción interna del peronismo? En la solución de este interrogante se juega el destino político del país, incluido centralmente el futuro del peronismo. Claro que en la vida política los roles sectoriales y generales se mezclan: la larga vida de la centralidad de CFK en la política argentina no deja de ser un activo sectorial para quienes se identifican con ella. Así ha sucedido también en los duros y complejos tiempos políticos de estos últimos años: una parte de la fuerza política cristinista se apoya en su centralidad para la disputa posicional interna y no siempre con los mejores modos. Pero extraer de esta realidad la idea de que es posible defender posiciones sectoriales en el peronismo combatiendo ese liderazgo y contribuyendo a su extinción es, no solamente opuesto al pensamiento y a la historia del peronismo sino perjudicial para sus intereses actuales y, lo que es peor, para cualquier intento de recuperación política del país.

Claro que la palabra de la líder será la que decida. Pero, a la vez, habrá que aceptar que ella ponga condiciones. Porque la aceptación de su candidatura central es la entrada -de ella y de todos los que reconocen su liderazgo- en una etapa política muy crítica, expuesta como estaría a la derrota electoral y al asedio incondicional de sus enemigos en el caso en que ganara. No se podría decir que sería la “ambición” de Cristina un argumento a favor de su aceptación de esos riesgos: no habría forma de explicar con esos argumentos su decisión de 2019 que formó el Frente de Todos y llevó a Alberto Fernández a la presidencia.

Ahora bien, la aceptación de CFK y su eventual -y ciertamente muy compleja- victoria electoral no debería verse como una solución mágica para el país. El problema principal de la Argentina no se reduce a quién sea el ocupante eventual del sillón presidencial. Está en los efectos de la experiencia del gobierno de Macri. Macri hizo que el FMI vuelva a constituirse como un actor político interno, el más poderoso, además. Nada puede hacerse sin el consentimiento de los burócratas del fondo que examinan nuestras cuentas como si fueran propias. Nunca como en estos tiempos este control adquiere un relieve geopolítico. Eso quedó claro en la “amable” reunión del presidente y un grupo de ministros con Joe Biden. Sin muchos circunloquios el inquilino de la Casa Blanca “apretó” a sus contertulios. Les dio a entender que Estados Unidos no quiere relaciones importantes de nuestro país con China. Es el modo del lenguaje del imperio en un amable diálogo con los representantes de una de sus colonias, en este caso poseedora de riquezas y recursos que la capital imperial considera propios. Y ese discurso, como diría el tango de Cadícamo, “va a entrar en el pasado”. Argentina es candidato a entrar, dentro de pocos meses, en los BRICS, la comunidad que hoy integran Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica y a la que se agregarán varios países influyentes de Asia y de África. Esa cuestión nacional no estará ausente de la expectativa por el resultado de nuestra elección del próximo octubre.

Está en juego el lugar de Argentina en el mundo, que es inseparable, como decía Perón, de la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación.