A este año de presidencia pro témpore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el Gobierno de Alberto Fernández buscó convertir a este foro -que solo existía muy laxamente desde 2010- en el principal escenario de discusión política, económica y social de la región, y, desde esa plataforma, convertirse en la voz de América Latina y el Caribe en el mundo. La cumbre de jefes de Estado y Gobierno del próximo martes en Buenos Aires es un paso central en esa estrategia, especialmente en un momento de mucha convulsión política en el vecindario. Por eso, la participación y el apoyo al flamante presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva será central, pero también la presencia de los Gobiernos de Venezuela, Cuba, Nicaragua y Estados Unidos en una misma mesa.
Casi la mitad de los miembros de la Celac estarán representados por su presidente o primer ministro y esto incluye al venezolano Nicolás Maduro y el cubano Miguel Díaz-Canel. En total son 15, además de dos vicepresidentes -de Costa Rica y El Salvador- y 13 ministros de Relaciones Exteriores. Solo habrá dos ausencias, según prevén desde Cancillería: las islas caribeñas de Antigua y Barbuda y Mancomunidad de Dominica.
Entre los mandatarios que llegarán el lunes o el martes que viene a Buenos Aires se destacan la mayoría de los sudamericanos: el boliviano Luis Arce, el chileno Gabriel Boric, el paraguayo Mario Abdo Benítez, el colombiano Gustavo Petro, el uruguayo Luis Lacalle Pou, la hondureña Xiomara Castro, entre otros.
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Entre los invitados especiales, se destacan el presidente chino, Xi Jinping, quien se espera participe con un mensaje grabado; el titular del Consejo Europeo, Charles Michel; el asesor presidencial especial para las Américas de Estados Unidos, Christopher Dodd; la canciller de Senegal, Aissata Tall Sall, como representante de la Unión Africana; el director general de la (organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura) FAO, Qu Dongyu; y una representante de la Asociación de naciones de Asia Sudoriental, cuyo nombre aún no se confirmado. Además, seguro habrá una representación de India, una de las potencias en ascenso con la que Argentina intensificó su cooperación durante la pandemia, y, quizás también de Indonesia. Estos dos últimos países son los presidentes pro témpores del G20 en 2023 y 2022, respectivamente.
Las ausencias que más se notarán serán la del mexicano Andrés Manuel López Obrador, un líder que no suele participar en cumbres internacionales, asunciones o encuentros multilaterales y envía a su canciller y uno de sus posibles sucesores, Marcelo Ebrard -con excepción de su relación bilateral con Estados Unidos, su vecino que condiciona sin dudas el presente y futuro económico mexicano-; y la del ecuatoriano Guillermo Lasso, quien adujo problemas de agenda, aunque no son pocos los que vincularon la decisión con la tensión que generó el otorgamiento de asilo político a una ex ministra de Rafael Correa que actualmente se encuentra en la embajada argentina en Quito. Desde el correismo, denuncian que su condena por corrupción es otro producto de lawfare; desde el Gobierno de Lasso, en cambio, defienden el proceso judicial y no le autorizan un salvoconducto para que abandone el país.
Otros dos mandatarios que no estarán serán el nicaragüense Daniel Ortega y la peruana Dina Boluarte. En el primer caso, hace años que está acosado por denuncias y reclamos internacionales por violaciones a los derechos humanos y represión contra la oposición. La segunda, en cambio, asumió hace apenas un mes y medio tras la destitución y detención de su antiguo compañero de fórmula, Pedro Castillo, y desde el primer día enfrenta una ola de protestas masivas que pide su renuncia, el cierre del Congreso y elecciones inmediatas. Ya suman más de 50 muertos en eesa crisis, la gran mayoría por la represión policial.
El hecho que estos dos Gobiernos, el nicaragüense y el peruano, decidieran enviar a sus cancilleres aún en medio de estas situaciones internas y regionales tensas habla de la importancia que se le está dando a esta cumbre. Y razones no faltan.
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Un contexto especial para una cumbre especial
Por un lado, se trata de la bienvenida oficial de Brasil de vuelta a la Celac -el ex presidente Jair Bolsonaro la había abandonado hace dos años por "falta de resultados"-, y de Lula -un dirigente que supo dirigir junto a Néstor Kirchner, Hugo Chávez y Evo Morales, el período de mayor integración regional moderna- de vuelta a la región como presidente. Y esta bienvenida, además, cobró aún más importancia por el ataque a la democracia que sufrió el veterano dirigente de izquierda en Brasilia a solo una semana de asumir.
El apoyo a Lula y a la democracia de la mayor potencia sudamericana será un elemento central de la cumbre de la semana próxima.
Por otro lado, esta cumbre coincide con uno de los momentos de mayor convulsión de la región de los últimos años. No es solo Brasil y la radicalización del movimiento bolsonarista. En Perú, los presidentes siguen cayendo con una facilidad que carcome la legitimidad, la credibilidad y, a la larga, la estabilidad del resto de las instituciones democráticas. Prueba de ello es la debilidad con la que nació el actual Gobierno de Dina Boluarte. En Bolivia, en tanto, la recuperación de la democracia hace dos años enfrenta aún los embates -en forma de paros, protestas y sangrientos disturbios- de sectores que participaron activamente en el golpe que derrocó a Evo Morales.
La contracara de esta creciente tensión es la rehabilitación de la relación bilateral entre Venezuela y Colombia, a partir de la asunción de Gustavo Petro en Bogotá en agosto pasado. Restablecieron el vínculo político, abrieron la frontera y empezaron a hablar de uno de los problemas humanitarios más urgentes de la región: el masivo flujo de desplazados y refugiados venezolanos presentes en toda la región, pero especialmente en ese país vecino.
El final de la confrontación bilateral abrió, además, otros escenarios auspiciosos. Por ejemplo, Petro consiguió abrir un diálogo de paz con la principal guerrilla que opera en su país con el apoyo de Venezuela como garante. Durante mucho tiempo, el conflicto interno colombiano fue tratado como un problema solo de ese país; sin embargo, más allá de los enormes estragos humanos que provocó y sigue provocando en esa población, su continuidad afecta a la resto de la región, ya que es terreno fértil para que crezcan las redes de tráfico de armas, drogas y hasta personas.
La cumbre de la semana que viene también hará evidente otra rehabilitación, la de Maduro. El año pasado, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sorprendió al enviar a dos de sus asesores más cercanos para reunirse cara a cara con su par venezolano en su oficina en Caracas. Luego de eso se sucedió una liberación de presos estadounidenses, una relajación de sanciones que permitieron que la norteamericana Chevron comience a explotar y exportar nuevamente petróleo de ese país sudamericano, y, finalmente, en París, un acuerdo mediado por Francia y con Argentina y Colombia como garantes para reabrir el diálogo político entre el Gobierno chavista y la oposición antichavista en Venezuela.
El último gesto de esta serie lo dio la Casa Blanca esta semana al decidir que Christopher Dodd, asesor presidencial especial para las Américas, participe de la cumbre, en la que también estarán Maduro y Díaz Canel.