Reuniones laborales, familiares, de cumpleaños, de amistades, fiestas con DJ incluido, clases online, las plataformas de videoconferencia explotaron a partir de la pandemia por coronavirus. Y lo que parecía ser una alternativa fabulosa para no perder el contacto social y evitar contagios por acumulación de personas, se transformó en la pesadilla de los hogares. “En marzo me instalé Zoom, después Jitsi, después Google Meet y para una reunión tuve que bajarme Webex Meet que no usé nunca más pero todavía ocupa espacio en mi celular. Al principio todos teníamos charlas nerds de si tal aplicación te espía, si la otra te saca datos o permite hacer reuniones sin tiempo limitado, ahora tenemos un montón de apps, no nos importa si nos vigilan y estamos re podridos”, resume Pablo Castillo, gerente de una Pyme, el malestar del que –literalmente- habla el mundo entero y ya tiene nombre: “fatiga por zoom”.
La virtualidad en tiempos de coronavirus
La virtualidad, lo sabíamos antes de la irrupción del Covid-19, agota. Dolor de cabeza y espalda, ojo seco, contracturas, son síntomas propios de personas que pasan largas horas frente a la pantalla. Y en el escenario inusual que instituyó el aislamiento, se agrega una larga lista de reuniones virtuales que traen aparejadas nuevas circunstancias, harto difíciles de procesar para nuestro cerebro.
En un encuentro cara a cara, la comunicación fluye por distintas vertientes; los movimientos y las posturas corporales, la gestualidad, el tacto, incluso los aromas aportan información a nuestra psiquis. “Una videollamada demanda una mayor atención a las expresiones faciales, al tono de voz y al poco lenguaje corporal que se percibe. Todo esto consume mucha energía. Nuestras mentes están juntas y nuestros cuerpos sienten que no lo estamos. Esa disonancia hace que las personas tengan sentimientos encontrados y resulta agotadora”, explicó a la BBC el italiano Gianpiero Petriglieri, profesor asociado en la Escuela de Negocios INSEAD y suerte de gurú del “zoom fatigue” global.
También influyen los diferentes contextos. En reuniones presenciales, el espacio es compartido, la escenografía es la misma para todos; en cambio, en las tertulias virtuales hay tantos contextos como personas y el cerebro, aunque sea de manera inconsciente, busca descifrar el lugar en el que se encuentra cada interlocutor. A su vez, estamos abriéndoles una ventana a nuestro hogar, a nuestra intimidad, y nos preocupa la imagen que queremos y/o podemos dar. “En tu casa y en pantuflas no estás en modo reunión laboral; inserto en tu vida cotidiana te ves obligado a producirte para pequeños momentos, a buscar un fondo que se asemeje a una oficina y rogar que no se cruce el gato por la pantalla. Todas estas cosas, quieras o no, te ponen en estado de alerta”, dice Castillo.
“Cuando se borran los límites de nuestra identidad profesional y nuestra imagen social porque parece que todos los espacios se mezclan en la pantalla, el motor funciona a marcha forzada. Cuando solo tenemos una forma de conectar con otros, nos volvemos más vulnerables a emociones negativas. Es una forma sutil de empobrecimiento emocional que instala un estrés difícil de identificar y, por lo tanto, el síntoma termina siendo el cansancio como estrategia de desconexión emocional”, explica Raquel Ferrari, psicóloga clínica e investigadora del campo de la ciberpsicología.
Además, durante las videollamadas vemos nuestras propias caras mientras hablamos con otros, algo que no sucede en la vida cotidiana, o al menos no ocurría hasta la pandemia. Esto nos lleva a interpretar constantemente cómo nos ven y a evaluar nuestros gestos y modos de expresarnos. “Desarrollamos en nuestra vida diaria un nivel de autoconciencia natural que nos marca qué nos gusta o qué nos molesta, pero en general el nivel de esa habilidad es bajo, por eso la exposición sostenida a nuestra propia mirada genera un exceso de información con consecuencias en nuestra higiene mental”, dice Ferrari.
A estas experiencias novedosas en términos de interrelación se agrega otro factor que suma frustración y estrés: el temor, que muchas veces se vuelve realidad, de que se interrumpa o entrecorte la conexión en pleno desarrollo de una idea.
Encima, a la hora de descansar se buscan los jueguitos del celu, ver una película o un directo de Instagram, por nombrar algunas de las múltiples actividades que se realizan pantalla mediante. Para Raquel Ferrari, “la explosión sin precedentes del uso de esas herramientas ha originado una experiencia social que pone en evidencia lo que ya sabíamos: la interacción virtual es una experiencia difícil para el cerebro. Y si a este dato le agregamos la especial situación en la que nos encontramos, no es raro que nuestra mente y nuestro cuerpo acusen recibo”.
Cómo disminuir el estrés que produce Zoom
La mejor forma de bajar la fatiga que produce Zoom y otras plataformas virtuales es planificando las reuniones, tratando de que sean lo más breves posibles, que se toquen los temas prioritarios y, si la plataforma lo permite, tratar de ver sólo la imagen de los otros en la pantalla, no la nuestra.
Y recordar que hay vida más allá del ciberespacio. Como dice Ferrari: “Es tiempo de practicar el autocontrol, la calma y la atención plena en el aquí y ahora. Aprendamos a desconectar, organicemos y planifiquemos nuestra vida online. Tratemos de desdigitalizar nuestra vida todo lo posible”.