La discusión sobre qué tetas se pueden mostrar en público no es nueva. Durante la última década y a partir de la lucha de los feminismos logró visibilizarse cómo la cultura de la sexualización habilita comportamientos en algunos espacios mercantilizados, como los medios de comunicación y las redes sociales, que en otros contextos sociales generan cuestionamientos. La doble moral que recae sobre los cuerpos de las mujeres indica que siempre habrá lugares habilitados para una teta erotizada, pero no para una madre amamantando o una performance política que exponga el torso desnudo de una mujer.
La semana pasada Romina Malaspina, una de las conductoras del noticiero de Canal 26, se mostró en ese segmento televisivo luciendo un top transparente que dejaba ver su pecho casi por completo mientras desarrollaba un informe económico sobre el valor del dólar. El episodio tomó trascendencia, las imágenes se viralizaron, se sumaron otres al debate como Sol Pérez, quien también trabaja en dicho medio, y comenzó un ida y vuelta de acusaciones que no hicieron más que reducir y farandulizar un debate posiblemente enriquecedor. La ex participante de Gran Hermano utilizó sus redes sociales para defender su derecho a exhibirse y afirmó que mientras sigamos “viendo tetas cómo algo “anormal” vamos a seguir para atrás”. Además esta semana agregó: “A mi salir en tetas me EMPODERÓ AÚN MÁS. En cambio a ustedes sus críticas las hizo más ridículas aún de lo que ya eran. Y es por eso que siempre se ríen de ustedes. SORRRRYYYYYY MICIELAAAHHH”. Como consecuencia de esto Canal 26 logró aumentar su rating en ese rango horario y en los últimos días llegó a superar por momentos a TN, con picos de 2 puntos, para colocarse en el tercer lugar de audiencia.
Lo que una persona puede hacer o no con sus tetas es completamente personal y no amerita discusión desde ningún punto de vista. De hecho muchas mujeres consideran que sexualizándose producirán algún beneficio para ellas y vinculan la decisión de hacerlo a la cuestión del empoderamiento y el reconocimiento profesional. El énfasis del sentimiento subjetivo de empoderamiento puede traducirse en este caso en una forma de controlar la propia cosificación en un contexto mediático donde la mujer es valorada por su apariencia según patrones de belleza previamente establecidos y consumida como una mercancía más que satisface el deseo masculino. Cabe preguntarnos entonces: ¿es acaso esto un acto realmente empoderador o se trata de una práctica posible fruto de una serie de “privilegios” que reproduce aún más el estatus inferior asignado a las mujeres?
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No es casual que el tema haga tanto ruido al mismo tiempo que comienza a pensarse en Argentina una ley de paridad de género y cupo trans en los medios de comunicación, espacios dominados por una visión patriarcal. El proyecto plantea reducir la desigualdad de género, es decir incorporar más mujeres y personas trans a los espacios, y producir nuevos formatos narrativos. Según indicadores de 2011 de la Fundación Internacional de Mujeres en los medios el 75% de los puestos de toma de decisiones y poder a nivel global son ocupados por varones. En nuestro país lo mismo ocurre con quienes trabajan en medios, puesto que solamente el 37 % son mujeres. El sistema de dominación masculina ha existido históricamente y se ha ido modificando para poder adaptarse a las circunstancias y seguir disciplinando. Pareciera que el método de resistencia corporativa a los cambios planteados por el feminismo fuera la redefinición de lo femenino reforzando la hipersexualización, pero ahora utilizando a su favor al slogan del empoderamiento femenino.
El “empoderamiento” a través de la sexualización es un hecho social. Muchas veces es utilizado para alcanzar el éxito o el crecimiento personal, pero termina legitimando la misma lógica de competencia por posiciones de privilegio que el feminismo cuestiona. Asumirlo desde una visión individualista empresarial con el mero fin de lograr que se haga la propia voluntad o llegar a un lugar de exposición socialmente reconocido es entender al poder como si fuera una sustancia o cosa que los sujetos tienen. Esta posición desestima la complejidad del poder institucionalizado y somatizado. Justamente la fuerza del poder radica en la capacidad de establecer las reglas y ocultar los hilos. Como explica Iris Marion Young: “las acciones conscientes de muchos individuos contribuyen diariamente a mantener y reproducir la opresión, pero esas personas por lo general están haciendo simplemente su trabajo o viviendo su vida, y no se conciben a sí mismas como agentes de opresión”.
La construcción de sentido en un sistema patriarcal se sostiene sobre la base de relaciones desiguales entre los géneros, que trascienden la voluntad individual. ¿ Existe entonces el empoderamiento femenino sin su carácter político, colectivo y relacional? Apelar a él indiscriminadamente y sostener una noción meramente práctica en los diferentes escenarios puede contribuir a desdibujar una lucha cuyo objetivo es construir un nuevo sistema de relaciones sociales y valores más equitativo para todes. Frente a ello transformar las relaciones opresivas implica articular las acciones individuales con las colectivas, desde una visión historizada. El empoderamiento en los medios no se trata solamente de redistribuir recursos entre mujeres, hombres y disidencias, sino de modificar las normativas patriarcales vigentes, intervenir en la agenda, abordar una ciudadanía inclusiva y promover otros modelos identitarios no estereotipados.