Debe entenderse, con absoluta claridad, que en la actual coyuntura económica “el instrumento para el triunfo de la burguesía en la lucha de clases es la alta inflación”. Si en esta descripción se utiliza un lenguaje deliberadamente marxista no es solo por su precisión analítica, sino porque se pretende subrayar una característica principal: que la alta inflación afecta a la economía como un todo, pero tiene ganadores y perdedores muy claros. Ganan quienes saben moverse en los vericuetos del capital financiero, ganan quienes pagan salarios y pierden los asalariados, ninguna novedad. Sin embargo, el problema nunca es tan sencillo. “En un contexto de alta inflación” los ganadores y perdedores no son el resultado de una voluntad deliberada dadas las relaciones de poder, sino el producto de la dinámica que se genera al interior de la economía, por eso frenarla es una cuestión de supervivencia.
Luego, en tanto hay ganadores y perdedores hay intereses y si hay intereses hay ideología. Dicho de manera más concreta: resolver el problema de la alta inflación debería ser una mera cuestión técnica si no hubiese ideología, por eso pareciera que no existe una solución única, sino múltiples. Pareciera que hay soluciones ortodoxas, heterodoxas y mixtas. Agréguese que hay decenas de miles de páginas escritas sobre cómo combatirla, desde el infantilismo monetario más primitivo a variados programas de “estabilización de shock”, todo matizado por la experiencia de los también múltiples ejemplos históricos, desde Latinoamérica a la Europa del este post soviética pasando por el caso exitoso de Israel en los ‘80. Cada una de estas experiencias pueden relatarse y luego compararse para encontrar puntos en común. Es seguro que cualquier integrante responsable de los equipos económicos de los últimos años repasó los planes Austral, de Convertibilidad, Real y la solución israelí, entre otras. Combatir la alta inflación no es un secreto. Las herramientas técnicas existen y son conocidas. La cuestión de fondo, sin embargo, es que ninguna solución de los procesos de alta inflación fue centralmente técnica, sino esencialmente política. La clave también es conocida: se necesita el consenso de todos los actores sociales involucrados en el marco de la conducción de un estado poderoso.
En este escenario, la semana que pasó causaron algún revuelo entre quienes participan del debate económico las declaraciones de Emmanuel Álvarez Agis proponiendo las claves centrales de un plan antiinflacionario sintético. En muy pocas palabras, lo que sostuvo Álvarez Agis fue que en la economía existe un grave problema de precios relativos que debe conjurarse. Para ello propuso básicamente devaluar el peso, subir fuertemente las tarifas de los servicios públicos, pero a la vez compensar los efectos de estas medidas subiendo también los salarios y aumentando las retenciones a las exportaciones. A ello le sumó la necesidad de cortar la inercia inflacionaria mediante un congelamiento de precios y salarios por 180 días. Dijo más, pero esta es la síntesis de la propuesta.
Desde el punto de vista técnico la propuesta de Álvarez Agis es correcta, pero desde el punto de vista político impracticable.
Veamos el problema más de cerca. Precios básicos de la economía. Uno, tarifas: ¿alguien cree que los precios de las tarifas no están atrasados? Si lo que se paga, por ejemplo, por los consumos de energía no cubre los costos de producción de esa energía entonces alguien debe cubrir la diferencia. Para el caso lo hace el Estado vía subsidios. Subsidiar el consumo de servicios públicos no está ni bien ni mal técnicamente, es una decisión de política redistributiva. Si los subsidios crecen permanentemente como porcentaje del PIB, entonces hay un problema. Si además se debe importar energía en un contexto de escasez de divisas el problema se vuelve mayúsculo. Luego, un subsidio demanda recursos públicos. Si se debe decidir entre gastos alternativos, subsidiar a la clase media quizá no sea el gasto más eficiente, aun desde una mirada redistributiva.
Dos, dólar. El nivel del tipo de cambio, en tanto precio básico de la economía, también es una variable distributiva. Cuanto más barato está el dólar mejor para los consumidores. Sin embargo, para mantener un determinado precio del dólar hay que tener con qué. Si la cantidad de dólares que la economía genera no alcanza para cumplir con las importaciones y los compromisos externos entonces el precio del dólar no se puede mantener salvo que estén entrando capitales bajo distintas formas, como deuda o inversión extranjera. Actualmente los dólares son escasos y variantes como el dólar soja indican que el presente desdoblamiento entre oficial y paralelos no está funcionando. Dicho sea de paso, que nadie vuelva esperar liquidaciones al oficial. Otro indicador indirecto de atraso cambiario es la clase media viajando por el mundo. Pero el dólar, como las tarifas, está atrasado dada la disponibilidad real de dólares existente. Argentina tendrá muchos dólares en el futuro si hace las cosas bien, pero en el presente el nivel de reservas del BCRA indica que no tiene todos los dólares necesarios para la transición.
Subir los precios en pesos de las tarifas y del dólar provoca un shock inflacionario. La economía tiene tres precios básicos que determinan todos los demás: dólar, tarifas y salarios. Bien, la propuesta de Álvarez Agis también propone subir el tercero, los salarios…
Pero antes de seguir avanzando se necesita repensar. Los precios relativos deben acomodarse y, de paso, aprovechar la oportunidad para grabar a fuego el mensaje: “No debo distorsionar nunca más los precios relativos”. Ya eran conocidos los problemas de los atrasos tarifarios y cambiarios. También los de mantener tasas de interés reales negativas. Y en todos y cada uno de estos ítems se volvió a recaer en el error. La historia debería servir para algo. Ahora sigamos.
Combatir la inflación subiendo los tres precios básicos de la economía, cualesquiera sean las proporciones, no parece muy antiinflacionario. Por eso “el plan”, por llamarlo de alguna manera, propone también congelar la nueva foto freezando precios y salarios por 180 días y compensando el efecto precio de la devaluación con retenciones, un recurso técnico de manual.
Expuesto el plan es posible sacar algunas pocas conclusiones preliminares.
La primera es que el problema de precios relativos existe y su persistencia temporal es insostenible. Antes o después habrá que corregirlos o se corregirán, como casi siempre lo hacen en la economía local, a través de una crisis de proporciones.
La segunda es que el mecanismo de compensación de las retenciones está vedado en la práctica. El gobierno simplemente carece de poder político para implementar una suba.
La tercera conclusión es quizá la más compleja y demanda preguntarse lo más elemental ¿por qué se necesita un plan de estabilización? Una parte de la respuesta es que una inflación de tres dígitos destruye la economía, la planificación, la inversión, los salarios, etc. Además profundiza el riesgo de espiralización y las expectativas de devaluación. Se puede convivir malamente con una inflación del 30, pero no con una del 100 porque la dinámica económica se transforma. Sin embargo, existe otra razón más fuerte para estabilizar: los dólares no alcanzan. Si se produce un aumento del salario real se impulsa la demanda agregada y, por lo tanto, el crecimiento y las importaciones, es decir se aumenta la presión sobre los dólares escasos. Hoy no es posible estabilizar y crecer al mismo tiempo. Las restricciones reales existen. Estabilizar implica “necesariamente” frenar, de allí las resistencias que genera, aunque si no se estabiliza el freno llegará de todas maneras.
La cuarta conclusión es sobre los tiempos restantes. Antes de crecer se necesita una etapa de estabilización hasta que los precios se calmen, recién entonces se puede comenzar a recuperar el crecimiento. Es altamente probable que el tiempo que resta hasta las PASO ya no alcance para completar el ciclo estabilizanción-crecimiento. Pero es una realidad que puede matizarse. Si la inflación se calma automáticamente se genera un cambio de expectativas, aunque no exista una mejora inmediata de la economía real. Cuando se está mal no es lo mismo creer que las cosas estarán mejor que creer que empeorarán.
La quinta conclusión es la fundamental. Un plan de estabilización que demanda una etapa de transición con congelamiento de precios y salarios más retenciones supone no sólo mucha voluntad política, sino un Estado con capacidad para disciplinar a todos los actores involucrados. Sin embargo, no hay que pensar al Estado como a un Leviatán. El Estado, volviendo al preciso análisis marxista, es “el aparato de dominación de una clase social” y esa clase no se disciplina a sí misma. Si esto se traduce al contexto bajo análisis, y sin profundizar en las contradicciones internas de la clase dominante local, la conclusión es que cualquier plan de estabilización –en Argentina y en todo el planeta, como lo demuestran los casos exitosos– demanda como prerrequisito el consenso de los actores involucrados, de los capitales financiero, comercial, industrial y agrario y de los trabajadores. Reformulando la quinta conclusión, para salir del actual régimen de muy alta inflación se requiere mucha voluntad política y la construcción de consensos muy amplios. No está claro si en el actual momento de la lucha política este camino es posible. Detrás de los precios relativos hay relaciones de poder.
El último punto no es conclusión, sino el menú de opciones que tiene el gobierno. Si una es un plan de estabilización de shock al estilo del sugerido por Álvarez Agis, con todas las grandes limitaciones señaladas, la otra es tratar de “seguir llevándola”, intentar una estabilización parcial sin shock y sin buscar mayores acuerdos al interior de las clases dominantes. En este último caso no está claro si “se llega” con la actual disponibilidad de divisas. Se trata de un riesgo importante, porque cuando las decisiones económicas se postergan o no se toman, los acontecimientos pueden seguir su curso de manera autónoma. Dicho sin eufemismos, si la semi-estabilización no funciona podría desarrollarse una crisis que, dicho sea de paso, es la principal apuesta de la oposición político-mediática, lo que aumenta su probabilidad. Mirando hacia el futuro e imaginando lo pero resta un detalle, se necesita que las clases dominantes de la Argentina comiencen a pensar de una vez en términos de gobernabilidad ¿Realmente creen que la actual oposición sería capaz de gobernar una Argentina post-crisis? ¿Realmente creen que ese es el mejor escenario para el giro normal de sus negocios? Quizá sea hora de adelantarse y comenzar a activar los mecanismos de supervivencia.