Esta mañana salí a hacer las compras y aproveché para dar una caminata un poco sin ton ni son, aprovechando el aire fresco de las primeras horas. Los porteros de la cuadra me saludaban con una sonrisa más amplia y un tono más asertivo. En los diálogos que alcancé a captar entre los paseantes, casi no hubo otro tema que los últimos resultados del Mundial.
“Ahora le toca con Croacia”, le decía una jovencita de shorts, sandalias y escueta remera a su compañera. “A Di María no lo pudo meter porque…”, comentaba un señor de cabeza encanecida a otro de su misma edad. “Paso a paso, no hay que adelantarse”, le comentaba una a otra de las clientas que hacían cola en la verdulería.
Una se queda pensando a qué responde semejante conmoción, la que nos hizo brotar lágrimas ante el llanto incontenible, interminable, conmovedor del hijito del entrenador Scaloni al finalizar el partido. Y no solo a los futboleros, también a los que solo sintonizamos un partido cuando juega Argentina.
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Antes que nada, dos aclaraciones. De fútbol no sé mucho más que lo que salta a la vista, no conozco la carrera de los jugadores y tampoco puedo discutir si una jugada fue posición adelantada, foul o penal. Si es mejor la estrategia 4-4-2 o 4-3-3. Y la segunda: como todos a esta altura de los acontecimientos, estoy al tanto de las cifras astronómicas y los negocios sucios que se cocinan en las altas esferas de este deporte que cautiva a multitudes.
Pero aún así, hay algo que se abre paso entre todo eso y estremece. Para una población a la que siempre le repiten que el suyo es un país “maldito”, que todo lo hace mal, que nuestros vecinos son mucho mejores, aún con menos recursos, que no tenemos futuro, es imposible ver a estos chicos jugar con semejante habilidad, belleza y corazón. Que se cayeran y volvieran a levantarse, como el clavo enmohecido. Eso es lo que llega al alma. Igual que cuando nuestros investigadores son reconocidos internacionalmente, cuando compiten con países del Primer Mundo en la venta de un reactor nuclear… ¡y ganan!, cuando se atreven a desarrollar un lanzador espacial, o son elegidos como socios para proyectos que se desarrollan en la frontera del conocimiento.
Jonathan Wilson, periodista especializado del diario británico The Guardian lo expresó con una elegancia envidiable: “fueron al infierno y volvieron”, jugaron con “anhelo”, con garra, con pasión, “hay comunión entre los jugadores y sus fans”. “Si tienen lágrimas, guárdenlas para el martes”, agrega.
Muchos, estoy segura, eligen soñar que esta selección es una metáfora del país, pero no del país de porquería que nos quieren hacer creer que somos, sino del que puede sobreponerse a todo lo que le juega en contra…
Disculpen, pero para mí (ya dije que no soy futbolera), con esto ya está, me doy por satisfecha. Todo lo que venga de acá en más (ojalá), es un extra. Gracias.