Las operaciones de guerra judicial (lawfare) y las noticias falsas (fake news) crecieron y se reprodujeron en suelo democrático. El poder desde hace varios años las utiliza para derrotar gobiernos populares, inhibir el pensamiento crítico y disciplinar lo social: son tácticas orientadas a la captura ideológica.
El modus operandi detrás del lawfare
La novedad de esta época es el modus operandi: la exhibición perversa, sin escrúpulos éticos ni pudor, donde no se oculta que se trata de operaciones. La derecha vernácula exhibe la acción mafiosa sin camuflaje, mostrando el argumento mentiroso o falso como si fuera una prueba verídica. Por ejemplo Clarín, La Nación y los sicarios de la televisión, indiferentes a los datos de la realidad y las evidencias judiciales, continúan hablando de una inexistente oferta para vacunarse por debajo de la mesa, de la corrupción K o de la venganza de Evo Morales que encarcela a adversarios políticos.
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Se trata de un show mafioso jurídico-comunicacional, con una puesta en escena sin límites, en la que se pueden exhibir bolsas negras como si fueran cadáveres con los nombres de dirigentes sociales, apedrear la comitiva presidencial o clausurar un hospital. El mensaje tanático es amenazante y no se detiene ante el sufrimiento social en plena pandemia: el objetivo es desestabilizar al gobierno.
El lawfare y las fake news constituyen formaciones patológícas de la democracia; nada tienen que ver con el conflicto político entre adversarios y proseguirán hasta que se encuentren estrategias políticas capaces de limitarlas.
El gobierno no responde con la velocidad y los límites que requiere la grave situación. Por el contrario, el campo popular, con una destreza muy superior a la institucional, encontró durante el gobierno macrista mecanismos militantes que funcionaron - y continúan haciéndolo-, como antídotos frente al fascismo y el odio naturalizados en la vida cotidiana.
Ante el triunfo electoral de Cambiemos en 2015, un novedoso lazo militante se articuló desde las bases de manera autoconvocada. La “resistencia”, como se autodenominó el movimiento, surgía como organización de afectos orientados políticamente en rechazo al neoliberalismo. Resultó un sostén en múltiples sentidos: rechazó las medidas a favor del mercado, protegió con el cuerpo los derechos adquiridos y asistió a los que dejaba desamparados el gobierno neoliberal. Se formó en redes, en cibermilitancia, aprendió a descifrar mensajes, aggiornó las comunicaciones, etc., pero lo más destacable es que la militancia fue un pilar en lo afectivo.
Comenzó a crecer en ese campo una ruta diferente a la conducta de odio o indiferencia establecida por el poder. Surgió allí algo así como una contraconducta que se oponía al modo impuesto por el gobierno. La militancia se convirtió en una forma de lazo que sostenía una ética referida a la forma de actuar y comportarse en la vida común.
Transformó el odio en conflicto y en amor político, se opuso al desprecio y al deseo de muerte estimulados por el neoliberalismo, pasiones tristes en sentido spinoziano, que conducen a la pasividad y esclavitud. En contraposición, emergieron pasiones alegres y democráticas, imprescindibles para la potencia y la acción.
La resistencia logró, en medio de la selva neoliberal, hacer del semejante un compañero. Fue una experiencia democrática, pedagógica y política que se construyó como un lazo materialista, no idelizado, que afectó los valores y las formas de construir comunidad.
A tres meses del triunfo del Frente de Todxs que logró vencer en las urnas al macrismo, de la noche a la mañana se produjo una coyuntura dramática agregándose de manera nefasta el coronavirus al virus neoliberal. Sobrevino la pandemia, la emergencia sanitaria, económica y la angustia social: la vida fue invadida por muerte, enfermedad, angustia, miedo y paranoia.
En medio de la tristeza producida por la mixtura de los dos virus, no es fácil mantener un estado anímico medianamente alegre, imprescindible para continuar la batalla. En las últimas semanas, una seguidilla de acontecimientos permitieron cambiar el tedio triste y aplastante de la pandemia produciendo un giro positivo en el estado anímico del campo popular.
La llegada de las vacunas, el avance de la campaña de vacunación -a pesar de las operaciones en contra-, el discurso del presidente al comienzo del año legislativo, que lo mostró decidido a limitar el accionar mafioso del poder judicial. Pero lo que impactó profundamente tanto en las bases militantes como en los dirigentes del Frente de Todxs, fue el alegato histórico de Cristina, principal víctima del lawfare. La líder del pueblo ejerció su propia defensa frente a la inventada causa del dólar futuro.
El alegato de Cristina Kirchner por la causa del dólar futuro
Cristina, acusando a la casta judicial, mirando a los ojos a ese poder representado en el Juez Petrone, desmontó pieza por pieza el lawfare. Responsabilizó a esa mafia como el principal aparato que comanda la producción de mentiras y de odio social, patología civilizatoria que atenta contra la justicia, la política y la democracia.
Cristina produjo un movimiento opuesto al lawfare: de la judicialización de la política a la judicialización de las operaciones. La vicepresidenta, en sintonía con el discurso de Alberto, afirmó un límite que separa la justicia de la corrupción.
La indiscutible líder del pueblo habló y causó un profundo entusiasmo, que nada tiene que ver con la felicidad neoliberal ni la revolución de la alegría, sino con la esperanza de un saneamiento institucional capaz de restituir la justicia y la política.
El entusiasmo popular, la pasión lúcida más conveniente para la política, y la buena actitud con la cultura, son signos de un cuerpo social revitalizado, aunque habite circunstancialmente en la virtualidad.
Un campo popular entusiasmado, una militancia activa junto a la campaña de vacunación, con Cristina y Alberto en sintonía, constituyen un tablero promisorio capaz de vencer la muerte cotidiana del oscuro virus neoliberal.