Es conocida la historia de esa majestuosa embarcación, un crucero de gran porte y supuestamente exento de todo riesgo en la navegación, que por ese motivo -por imprevisión o ahorro de costos- no contaba con suficientes botes salvavidas para la cantidad de pasajeros que transportaba. Que colisionó con un témpano que subyacía en las aguas por las que surcaba, otra vez lo esencial no era visible a los ojos ni a la razón, y de ese terrible naufragio los que salvaron la vida fueron mayormente unos pocos adinerados, no todos y, como siempre ocurre, el precio más caro lo pagaron los menos pudientes y quienes trabajaban (personal de servicios, de las orquestas, de la tripulación) para la empresa naviera.
Nadie muere en las vísperas
Es una frase que podría decirse, atendiendo a su pura literalidad, que señala algo que es de toda evidencia, puesto que nada podría ocurrir antes de que efectivamente suceda. En cambio, si le damos el sentido figurado o metafórico que le asigna ese refrán popular, estaríamos frente a una idea de un determinismo que radica en algo sobrenatural, religioso o divino, ligado a un destino que está marcado y por el cual lo que ocurra sucederá cuando deba suceder y no antes. De algún modo, inexorable, imposible de eludir como tampoco de adelantar su acaecimiento. Aunque la “muerte” llegase cuando se hubiera predestinado, esa visión no invalidaría la posibilidad de que venga precedida -en “las vísperas”- de una agonía más o menos extensa, cruenta y que permita prever ese desenlace fatal.
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Sin apelar a razonamientos metafísicos ni celestiales, ciñéndonos a los hechos como datos del presente, que por sí mismo informan sobre la realidad actual y la que se avizora a cercano plazo, conscientes de que su lectura e interpretación así como estarán cargadas de subjetividad no por ello le restarán entidad a aquéllos, me propongo recoger algo de lo que viene aconteciendo desde el domingo 19 de noviembre de 2023.
Las pujas por los futuros cargos en el Ejecutivo y en el Legislativo, con los ojos también puestos en el Poder Judicial -sea que acompañe con su clásico oportunismo o finalmente arbitre esas disputas, por acción u omisión- denotan un desenfreno tal y una vertiginosidad que volatiliza toda certeza acerca de los nombres en danza. Salvo algunos, claro, que ya ejercen los roles asignados y que son viejos conocidos de la población memoriosa.
De todas formas, las incertidumbres se circunscriben a los nombres que se barajan para tal o cual puesto, pero no radican en los personajes nominados o auspiciados sobre los cuales pesan absolutas certezas en cuanto a su pertenencia a una “casta” antipopular -ligada a lo peor de la política-, con antecedentes “curriculares” -en algunos lindantes con un prontuario- cuyos pergaminos más notables resultan de sus prácticas antidemocráticas e intolerantes de toda diversidad, de su rol de entregadores seriales de la riqueza y soberanía nacional, de su negacionismo en materia de derechos humanos o su ostensible empatía militante con los genocidas, de su vocación de “servicios” -orgánicos, inorgánicos o reclutadores de espías-, de su voluble personalidad que le facilita acomodarse en cualquier espacio que se le abra u ofrezca.
Para evitar quedar atrapado en esa suerte de casa del Gran Hermano, ni errar sin rumbo en los enredos de idas y vueltas, lealtades declamativas y defecciones evidentes o imitaciones falaces de la conducta del tero -que no pone los huevos donde pega el grito-, en orden al análisis que propongo y al título de esta nota haré hincapié en el mundo del trabajo.
El trabajo, un valor en caída libre En la Bolsa de Valores de la vida los “papeles” que corresponden al trabajo vienen registrando una baja notable, cae su cotización día a día y vaticinan sus operadores que seguirá profundizándose esa tendencia, sin atinar a pronosticar hasta qué punto habrá de llegar la caída.
El acendrado individualismo que se verifica en todos los ámbitos de la sociedad no ayuda, claro está, a la búsqueda de una salida que contenga al conjunto, sino que se persigue sólo la satisfacción o cobertura de lo propio y, es así como, la confusión potenciada por la incertidumbre contribuye a aumentar los precios y a reducir los costos.
El alza desmedida e irracional de los precios refuerza su condición “ganadora” en la tradicional competencia con los salarios, cuyos reajustes se demoran por estrategias patronales de negociación paritaria que dilatan los acuerdos y resisten consensos que contemplen razonablemente los intereses de las partes, ni obtengan verdadera consideración las necesidades impostergables de las personas que trabajan.
El trabajo concebido sólo como “factor” de la producción, deshumanizado y privado de su sentido social, es el primer componente de la estructura de “costos” al cual se dirigen las medidas empresarias con el objeto de dar con una ecuación que sostenga o incremente sus niveles de rentabilidad.
Las grandes empresas, incluso Corporaciones multinacionales, que históricamente han crecido al ritmo de un constante enriquecimiento -que poco o nada ha derramado en quienes trabajan bajo su dependencia-, vienen en estas semanas adoptando medidas de todo tipo -muchasilegales- en desmedro de sus planteles de personal.
Se advierten cierres de plantas que responden a estrategias globales de localización/deslocalización según los vientos que corran y las “libertades” que se les asegure para obrar a su antojo, sin apego ninguno a una mínima responsabilidad social empresaria (RSE) que declaman en Foros nacionales e internacionales como puro marketing.
Los despidos, retiros “voluntarios”, no renovación de contratos laborales temporarios -a menudo fraudulentos-, se cuentan por miles a lo largo del país, incluso en regiones o localidades en las cuales difícilmente existan o puedan generarse nuevas oportunidades de empleo ni de trabajo a secas de cualquier índole.
Las suspensiones colectivas concretadas y anunciadas se multiplican en esas mismas empresas y sectores que lucen, desde hace largo tiempo, como de alta rentabilidad y rápida recuperación postpandemia.
El anticipo de vacaciones sin contemplación ninguna por lo que los y las trabajadoras con sus familias tuvieran previsto, es otra opción de hierro que se les “ofrece” como si el principio de indemnidad hubiera dejado de regir en Argentina. Principio básico del Derecho del Trabajo, que preserva derechos e intereses de las personas que trabajan frente a las alternativas propias del riesgo común empresario que, como la apropiación del fruto del trabajo, es de exclusiva responsabilidad e incumbencia del empleador, por ser del natural alea de los negocios que decide en la actividad que desarrolla.
Junto a esos males o como antesala de otros programados, similar a una plaga que se expande, ya se están planteando reducciones salariales directas o indirectas vía atraso de las recomposiciones periódicas en los ingresos y reconversiones de las remuneraciones atadas a demandas de productividad, extensión de las jornadas de labor o polivalencias funcionales sin respeto de las categorías profesionales.
Las empresas automotrices no son las únicas, pero se destacan entre los sectores que están llevando adelante esas políticas de achique y ablande; sin embargo, importa resaltar que según la Cámara que las agrupa (ADEFA) su obrar se justificaría en la caída en la producción del sector del 0,9% contra igual mes de 2022, aún, cuando reconoce que esa fue la primera retracción desde diciembre del año pasado.
Es decir, que una primera reducción productiva de menos del 1% en todo un año -y sin considerar las ganancias enormes acumuladas en los dos anteriores- bastan para hacer recaer todo el peso de esa situación en su personal.
Una deidad que exige sacrificios humanos
El endiosamiento del Mercado, que con tanta insistencia fuera puesto en el centro de la escena nacional por el presidente electo, invocando contar con “las fuerzas del cielo”, a la antigua usanza reclama ofrendas que importaran sacrificios de muchos en beneficio de unos pocos, los elegidos, los mejores, los de siempre.
He ahí la verdadera “casta”, la casta de las clases dominantes que hoy abrazan e impulsan un neoliberalismo que quiere, ya no de hecho sino de manera institucional, que el Mercado se adueñe del Estado y sirva exclusivamente a sus propósitos.
La prevalencia del Mercado sobre cualquier otro bien o valor fue ejemplificado por el propio Milei hasta el hartazgo, sin reparo ninguno en el nivel de barbaridades que implicaba (la libertad para la compra-venta de órganos, fue sólo un ejemplo entre muchos), y que en el campo laboral se exhibía expresamente en la Plataforma de La Libertad Avanza:
“REFORMA LABORAL 1.- Promocionar una nueva ley de contrato de trabajo sin efecto retroactivo, cuya principal reforma resulte eliminar las indemnizaciones sin causa para sustituir1o por un sistema de seguro de desempleo a los efectos de evitar la litigiosidad, 2.- Reducir las cargas patronales que gravan el trabajo, 3.- Promover la libertad de afiliación sindical, 4.-Promover la limitación temporal de los mandatos sindicales, (…) 10.- Achicar el Estado con la oferta de retiros voluntarios, jubilaciones anticipadas, revisión de contratos de locación de obra y de servicios que no puedan explicar su razón de ser.”
Cristiano Ratazzi, empresario por herencia y que suele no poner filtro para expresar sus ideas elitistas, enrolado en las huestes celestiales de Milei y parangonando al secretario de Empleo de Macri (Miguel Ángel Ponte) cuando decía que contratar y despedir a un trabajador era como comer y descomer, planteó: “¿Qué es un despido? Si hay algo que no se hace más, no se hace más, pero no es que sean despidos, son reajustes donde los tenga que haber.”
En su concepción, claramente deshumanizada, las personas ni siquiera serían “factores” a tener en cuenta, es puro economicismo de Mercado en el cual todo ronda a la producción, el producto, los sistemas productivos orientados exclusivamente a la rentabilidad del titular del Capital.
No hay mal que dure 100 años
El refrán se completa haciendo alusión a ni cuerpo que lo resista, que como otros tantos dichos populares suelen encerrar enseñanzas o verdades que la experiencia aquilata.
A pesar de ello, la realidad a veces desmiente esas máximas, como lo prueba la existencia de ese nefasto personaje que fue Henry Kissinger, responsable y promotor de genocidios en diversas regiones del Mundo y, particularmente, en Latinoamérica y en Argentina en donde más de la mitad de las víctimas del terrorismo de Estado fueron trabajadores, activistas y representantes sindicales.
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La imposibilidad de que el cuerpo -social- resista tanto tiempo, también es legítimo ponerlo en duda, con advertir no sólo cuántos cientos de años rigió la esclavitud como institución, sino que en pleno siglo XXI existen -y hasta se promocionan- formas de trabajo análogas a la esclavitud y, además, el grado de expansión que ha adquirido, como negocio, la trata de personas con fines de explotación laboral.
Un error garrafal
Plantearse que uno no puede estar peor forma parte del “reino del nunca jamás”, pura fantasía. Una ilusión, pesimista si se quiere o de un curioso optimismo, que nos juega en contra tanto si actuamos impulsados por esa sensación como si nos abandonamos a la espera de “milagros” liberales, encomendándonos a la mano invisible del Mercado y no reparando en lo esencial que está a la vista, que ya está ocurriendo y que indica una mano dura que nos acecha. Sin apartarse de las reglas democráticas, muy por el contrario, instando a su fortalecimiento, es preciso defender las conquistas laborales obtenidas, resistir todo cambio que importe pérdida de derechos y comprometa la Justicia Social.
Reclamar de las representaciones políticas que se identifican con esos postulados una conducta a la altura de las circunstancias, exigir especialmente a las representaciones gremiales una postura clara y contundente en el ejercicio de su cometido sindical específico.
Quizás “las vísperas” no contengan un mensaje fatal inexorable, sería un error aferrarse a la sola idea de un determinismo en lugar de advertir que es el Pueblo artífice de su propio destino y que su construcción no se restringe a un resultado electoral coyuntural.