Es oportuno ir a los orígenes: el Frente de Todos nació de un consenso: el que se reunió detrás de la propuesta de Cristina a favor de la candidatura presidencial de Alberto. A nadie se le ocurrió, entonces, reemplazar el consenso por una elección interna. La casi total unanimidad peronista a favor de la fórmula “consensuada” la consiguió una alianza silenciosa: la que se gestó entre quienes reconocían el liderazgo de Cristina y quienes estaban de acuerdo con el nombre elegido. Claro, todo eso fue posible en el contexto de una situación muy particular: la “electora” se autoexcluía de la aspiración presidencial y, en el mismo acto, decidía el nombre del candidato y se colocaba a su lado en la fórmula electoral. Quien escribe no puede asegurar que eso no se hubiera dado antes en ningún otro país; lo más parecido había sido el caso de líderes indiscutidos que deciden “delegar” la presidencia en alguien de su entera confianza, dado que el reglamento del caso impedía su reelección. Pero en este caso: la persona que decidía, al mismo tiempo se autoexcluía de la pretensión presidencial.
Pero la esencia de ese origen no es suficiente. Para que el consenso pudiera ser planteado por una persona, deberían subsistir (o reaparecer) las circunstancias de aquel mayo de 2019. Si así fuera, la cuestión sería encontrar el nuevo “candidato de consenso” a ser designado por Cristina. Pero está claro que las circunstancias no son las mismas. ¿En qué consiste la diferencia? En que el sector del frente que dio su consenso con aquella candidatura no está dispuesto a que se repita el mecanismo. Por eso, la cuestión no es si “Paso” o consenso sino si hay acuerdo político sobre lo que debe ser el Frente de Todos. Y esa falta de acuerdo no tiene solamente que ver con el nombre que pudiera proponerse para lograrlo, sino que introduce la cuestión de qué es el Frente de Todos.
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Fácilmente podemos responder “una alianza electoral”. Pero a esa pregunta puede adjuntarse otra, más incisiva, ¿para qué? Esta pregunta conduce a la respuesta clásica: hay que elaborar un “programa común”. La respuesta es correcta, pero a su vez puede ser “repreguntada”: ¿cuál es la garantía de que el programa termine siendo respetado? Y ahí es donde se toca el núcleo de la política, que es el poder. Y el poder no es una cosa que se exhiba: se tiene o no se tiene. Si se tiene se ejerce, si no se tiene, claro que no.
Desde el punto de vista de esta nota, las primarias abiertas son una conquista de nuestra democracia, una regulación necesaria para terminar con una práctica de las internas partidarias que terminó construyendo un esquema clientelar para esa elección. Sin embargo, en los años posteriores a 2003 la candidatura presidencial del peronismo nunca se sometió a una elección interna: ¿era por eso “no democrática”? Esa conclusión es propia de una confusión conceptual acerca de la democracia, que la reduce al acto del voto. La democracia es la voluntad mayoritaria, el voto es un procedimiento para reconocer esa voluntad -el más eficaz- no el único, aunque sí el más prestigioso entre nosotros. Pero cuando nos preguntamos por el origen del peronismo -la gran revolución democrática de las últimas décadas- convenimos en que el peronismo no nació en la elección de febrero de 1946, sino en la concentración de los trabajadores del 17 de octubre del año anterior. Quiere decir que los votos son parte -central sin duda- de un proceso político en el que participan, de modo muy diverso, millones de hombres y mujeres.
Las primarias son -es necesario insistir- un gran avance en nuestra vida democrática. La cuestión en que nos encontramos, sin embargo, no se reduce a una discusión sobre el modo de elegir a los candidatos del frente. La discusión de fondo, real, es sobre el juicio acerca de una experiencia de gobierno y en lo que se necesita en la próxima etapa. No es entre partidarios y adversarios del presidente, sino sobre el ser de la unidad. Es sobre el peronismo, su vigencia, su legado. Sobre el significado de la experiencia de los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner. Sobre la vigencia o no de ese legado, como parte sustancial de la identidad peronista, de la identidad popular y nacional (aquí y ahora y no sobre cualquier país y en cualquier tiempo). Más aún, hoy no es una discusión específicamente argentina: tiene en su interior una discusión sobre la política en la región y en el mundo. Y es una discusión que no se resuelve con las viejas experiencias y las viejas herencias, está obligada a partir de nuestra situación actual.
No es bueno que los sectores cercanos al presidente identifiquen la democracia con las primarias abiertas; si así lo piensan hoy deberían explicar por qué fue diferente hace cuatro años. Si no se explica bien la razón, podría parecer que de lo que se trata es de agitar las aguas internas del frente con escasa responsabilidad por las consecuencias. En cuanto a la propuesta del candidato de consenso en lugar de las primarias debería colocar la fórmula sobre la mesa porque es lo único que conseguirá (o no) el consenso. De la contundencia de los nombres, de su razonabilidad, de su capacidad de convocatoria y, no en último término, de su eficacia como carta electoral dependería su eficacia. Y todos esos atributos de la propuesta del consenso deberían sostenerse sobre la base de establecer la importancia histórica de esta elección, lo que justificaría asumir los problemas que ese consenso presuponga. Los mejores candidatos, los que tengan más probabilidades de ganar, los que mejor expresen la justicia social, la soberanía, la unidad regional, la igualdad de género, los que faciliten más y mejor un amplísimo sostén desde el plano municipal hasta el nacional. Si la propuesta transmite la sensación de que algo se está “reservando para después” o, lo que es lo mismo, que la derrota es una variante relativamente poco importante o, incluso, inevitable, entonces no sería el consenso. Porque no es del consenso de un grupo de dirigentes de lo que estamos tratando, sino del consenso sobre el futuro de la nación, de su régimen democrático, del bienestar del pueblo y la grandeza de la nación.