Es difícil hablar de economía en tiempos en que toda la adrenalina está puesta en la política. Además, las disputas de poder, bajo el aura intrigante del chisme, son siempre más atractivas que el simple subibaja de los números. Y para colmo, los números perdieron linealidad. Veamos algunos datos.
El primero es que el consumo privado sigue creciendo fuerte. Medido “per cápita”, está 9 por ciento más arriba que a fines de 2019, es decir 9 puntos más que al comienzo de la actual administración y antes de la pandemia. Si se miran plazos más largos, también está 7 por ciento por debajo del momento de oro del macrismo, a fines de 2017, cuando la expansión interna se alimentaba vía el ingreso de miles de millones de dólares de deuda y una mayoría de argentinos había revalidado, gozosa, la gestión cambiemita.
Faltaban muy pocos meses para que el modelo macrista volara por los aires a fines de marzo del 18 y para que la economía vuelva a estar, después de más de 12 años, bajo la férula del FMI, lo que ocurrió a comienzos de julio del 18.
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Que haya más consumo significa que, en promedio, mejoran las condiciones de vida. También es una señal de crecimiento de la producción y del trabajo. En 2022 el empleo formal se expandió al 6 por ciento y en lo que va de 2023 el impulso se encuentra un poco por debajo, en torno al 4 por ciento anualizado. Estos son, claramente, activos de la actual administración. Yendo al debe, el estancamiento relativo de los niveles de salarios se explica por la alta inflación y no por la pérdida relativa del poder de negociación de los trabajadores a causa de la desocupación. Aquí la “anomalía”.
No se abordarán nuevamente las causas de la inflación, pero algunos números que están por detrás permiten acercarse al problema que deberá resolver el próximo gobierno, cualquiera sea su signo. Esta semana el Indec difundió los resultados del Balance de Pagos del primer trimestre del año. Cómo se esperaba en función de los números que fueron conociéndose mensualmente, el déficit de la CuCo (cuenta corriente) fue significativo, 5.641 millones de dólares.
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Cuando se mira el detalle se observa que tanto las importaciones de bienes como de servicios (en blanco) fueron mayores que las exportaciones de ambos rubros, aunque la mayor diferencia haya estado en otro renglón, el de las rentas de la inversión (que se anotan dentro de “ingreso primario”). Este déficit de la CuCo tiene como contrapartida una necesidad de financiamiento de la misma magnitud, digamos que en la actual coyuntura la contrapartida se expresa, sintetizando, en caída de las reservas internacionales y aumento de deuda.
El déficit de la CuCo, entonces, es lo que determina la ya famosa “restricción externa”, la escasez relativa de dólares que, además, se agrava con la llamada “fuga”, que es la “formación de activos externos del sector privado no financiero”. Lo que sucede es que, como dada la alta inflación la moneda propia no funciona como reserva de valor, quienes tienen excedentes 1) los dolarizan y 2) una porción sale del sistema.
Como se observa en el cuadro, durante la actual administración ésta “fuga” fue de alrededor de 36 mil millones de dólares, menos que los impresionantes 102 mil millones “fugados” durante el macrismo, pero en línea con una continuidad histórica.
La pregunta que sigue es qué significan estos números que superficialmente parecen no estar conectados. Una primera aproximación es que la alta inflación es un problema muy serio y una gran fuente de descontento, pero al mismo tiempo la economía no está en crisis, como lo indica la continuidad del crecimiento del PIB y la expansión del consumo privado. El crecimiento del consumo es el mundo real, la alta inflación es el mundo de las sensaciones, aunque también el que impide la recuperación del nivel de salarios.
El segundo punto es que la restricción externa es un serio agravante de la situación de endeudamiento dejada por el macrismo, pero que sin embargo no termina de expresarse en una crisis cambiaria. En parte ello se debe a que la economía se encuentra dentro del período de gracia en los pagos de capital, producto de las renegociaciones con privados y organismos llevadas adelante por Martín Guzmán.
Sin embargo, esta restricción externa, sumada a la certeza de que deberán seguir renegociándose vencimientos, es un serio factor de inestabilidad, primero para el nivel del tipo de cambio, el precio del dólar, y por extensión para la inflación, que como se dijo es la que impide la recuperación salarial en un contexto de baja del desempleo.
A su vez, la persistencia de la alta inflación es la que impide la recuperación de la moneda y da lugar a la “fuga”, la formación de activos externos, lo que retroalimenta y agrava el problema. Por esta suma de razones es que la gestión de la política económica parece tener un componente único, conseguir divisas. Y como quedó demostrado esta semana, todas sirven, se llamen dólares, DEGs o yuanes.
El descripto es el escenario base que deberá enfrentar el próximo gobierno, cualquiera sea su signo. Lo que el votante debería saber es que algunos de los signos pueden agravar profundamente el cuadro. Ya sucedió con el macrismo, que en vez de trabajar para reducir el déficit de la CuCo lo agravó y sólo lo compensó a fuerza de deuda. La “suerte” del presente es que la vía del megaendeudamiento ya fue agotada, lo que podría dar lugar a intentos de ajustar la demanda de divisas exclusivamente vía una recesión violenta que deprima las importaciones, es decir la receta de ajuste y palos que enamora a la derecha, pero que puede ser muy perjudicial tanto para la estabilidad política como para el “giro ordinario de los negocios”.
Como ya fue detallado a mediados del siglo XX por el economista polaco Michal Kalecki, los empresarios siempre anteponen la no interferencia en sus negocios por sobre la tasa de ganancia de corto plazo, un dato universal. Sin embargo, las clases dominantes locales también perciben que el nuevo peronismo que llegaría con la fórmula Massa-Rossi no sería la bestia negra que siempre temieron. Advierten incluso que sería una mejor garantía de estabilidad social para un modelo económico con continuidad en el mediano y largo plazo, precisamente lo que se necesita para liberar el potencial económico de la economía.
El nuevo escenario también es advertido por la oposición, que se da cuenta que las recetas extremistas que hasta ayer parecían enamorar, comienzan a generar rechazo social, lo que explica las turbulencias hacia su interior. Los medios hegemónicos no lo amplificaron, pero fue nada menos que el alcalde porteño quien señaló que la receta económica de Mauricio Macri “fracasó”. Quizá el sueño de la construcción de una nueva mayoría transformadora que impulse un modelo productivo exportador esté hoy menos lejos que ayer.